J. C. Chandor: el mar siempre recomienza
POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
Daniel Defoe no podía prever que Robinson Crusoe (1719), el libro que
inauguró la novelística inglesa y que se inspiró en los avatares de Alexander
Selkirk —el marino escocés abandonado a su suerte en una isla desierta del
Pacífico Sur en la que vivió durante cuatro años—, sería la piedra angular
de un género al que primero la literatura y luego el cine acudirían con cierta
regularidad: el relato de naufragio y supervivencia marítima. Más de un
siglo después de publicada la novela de Defoe, Herman Melville dio una
portentosa vuelta de tuerca al género con Moby Dick (1851), que al igual que
Robinson Crusoe se basó en un hecho verídico —el hundimiento del buque
Essex precipitado por el ataque de una ballena también en el Pacífico Sur—
y que añadió un ingrediente esencial al transformar el océano en escenario
de la obsesión humana. Con el tiempo, la imagen del hombre enfrentado
a una inmensidad en movimiento constante se convirtió en emblema tanto
del espíritu aventurero como del alma solitaria; un emblema que al día
de hoy sigue atrayendo a escritores y cineastas por su carácter mítico.
Por ello no sorprende que tres de las mejores cintas en lengua inglesa
realizadas en 2013 hayan regresado, desde distintas perspectivas y en
distintos contextos, al género de supervivencia fundado por Defoe: Gravity,
de Alfonso Cuarón, que cambia el mar por el espacio exterior para proponer
un extravío cósmico; Captain Phillips, de Paul Greengrass, que retoma un
incidente acaecido en 2009 —el secuestro del carguero MV Maersk Alabama
a manos de piratas somalíes en el océano Índico—, y All Is Lost, el segundo
largometraje de J. C. Chandor.
La más interesante y arriesgada de esta tercia es por mucho All
Is Lost, que comparte con Captain Phillips la ubicación (el océano Índico) y la
referencia a la línea naviera Maersk pero se inclina por un rumbo existencial
que la aleja de las convenciones hollywoodenses para acercarla al cine de
mayor contenido simbólico. El talento que Chandor demostró en Margin Call
(2011), su tenso debut inspirado en el escándalo del grupo Goldman Sachs
y la crisis financiera estadounidense de 2008, se fortalece en este filme
cuya trama mínima aunque cautivadora descansa en un solo personaje: un
hombre sin nombre, encarnado con extraordinaria pericia por el casi
octogenario Robert Redford, que a bordo de su yate Virginia Jean emprende
una odisea hacia la aflicción y el desamparo en la que resuenan los versos
de “El cementerio marino” de Paul Valéry: “La vida es vasta estando ebrio
de ausencia,/ y dulce el amargor, claro el espíritu.” En la bella pero
desoladora vastedad captada por J. C. Chandor no hay cabida para un
balón de voleibol al que se le adjudican cualidades antropomórficas, como
ocurre en Cast Away (Robert Zemeckis, 2000), ni mucho menos para un
cómplice felino del tamaño del Richard Parker de Life of Pi (Ang Lee, 2012):
aquí todo se reduce a la lucha a brazo partido con los elementos, a los
instintos más primitivos que remplazan el radar averiado en el choque
contra un contenedor lleno de tenis que flota en medio de la nada. A medida
que fuerzas y recursos menguan, el navegante sin nombre —y casi sin voz:
la escuchamos únicamente en cuatro breves ocasiones— se precipita en un
abismo de desesperación en el que la presencia de dos barcos que no
atienden las bengalas de auxilio cobra un tinte espectral, alucinatorio.
Audaz y asombrosa exploración de la soledad que habría hecho las delicias
de Samuel Beckett y Ernest Hemingway, All Is Lost prescinde de
causalidades y asideros biográficos para arrojarnos a un vértigo en el que
todos somos viajeros sin identidad y el mar, como en el poema de Valéry,
es una potencia que siempre recomienza.