J. C. Chandor: el mar siempre recomienza

Ene 11 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 3622 Views • No hay comentarios en J. C. Chandor: el mar siempre recomienza

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

Daniel Defoe no podía prever que Robinson Crusoe (1719), el libro que

inauguró la novelística inglesa y que se inspiró en los avatares de Alexander

Selkirk —el marino escocés abandonado a su suerte en una isla desierta del

Pacífico Sur en la que vivió durante cuatro años—, sería la piedra angular

de un género al que primero la literatura y luego el cine acudirían con cierta

regularidad: el relato de naufragio y supervivencia marítima. Más de un

siglo después de publicada la novela de Defoe, Herman Melville dio una

portentosa vuelta de tuerca al género con Moby Dick (1851), que al igual que

Robinson Crusoe se basó en un hecho verídico —el hundimiento del buque

Essex precipitado por el ataque de una ballena también en el Pacífico Sur—

y que añadió un ingrediente esencial al transformar el océano en escenario

de la obsesión humana. Con el tiempo, la imagen del hombre enfrentado

a una inmensidad en movimiento constante se convirtió en emblema tanto

del espíritu aventurero como del alma solitaria; un emblema que al día

de hoy sigue atrayendo a escritores y cineastas por su carácter mítico.

Por ello no sorprende que tres de las mejores cintas en lengua inglesa

realizadas en 2013 hayan regresado, desde distintas perspectivas y en

distintos contextos, al género de supervivencia fundado por Defoe: Gravity,

de Alfonso Cuarón, que cambia el mar por el espacio exterior para proponer

un extravío cósmico; Captain Phillips, de Paul Greengrass, que retoma un

incidente acaecido en 2009 —el secuestro del carguero MV Maersk Alabama

a manos de piratas somalíes en el océano Índico—, y All Is Lost, el segundo

largometraje de J. C. Chandor.

 

La más interesante y arriesgada de esta tercia es por mucho All

Is Lost, que comparte con Captain Phillips la ubicación (el océano Índico) y la

referencia a la línea naviera Maersk pero se inclina por un rumbo existencial

que la aleja de las convenciones hollywoodenses para acercarla al cine de

mayor contenido simbólico. El talento que Chandor demostró en Margin Call

(2011), su tenso debut inspirado en el escándalo del grupo Goldman Sachs

y la crisis financiera estadounidense de 2008, se fortalece en este filme

cuya trama mínima aunque cautivadora descansa en un solo personaje: un

hombre sin nombre, encarnado con extraordinaria pericia por el casi

octogenario Robert Redford, que a bordo de su yate Virginia Jean emprende

una odisea hacia la aflicción y el desamparo en la que resuenan los versos

de “El cementerio marino” de Paul Valéry: “La vida es vasta estando ebrio

de ausencia,/ y dulce el amargor, claro el espíritu.” En la bella pero

desoladora vastedad captada por J. C. Chandor no hay cabida para un

balón de voleibol al que se le adjudican cualidades antropomórficas, como

ocurre en Cast Away (Robert Zemeckis, 2000), ni mucho menos para un

cómplice felino del tamaño del Richard Parker de Life of Pi (Ang Lee, 2012):

aquí todo se reduce a la lucha a brazo partido con los elementos, a los

instintos más primitivos que remplazan el radar averiado en el choque

contra un contenedor lleno de tenis que flota en medio de la nada. A medida

que fuerzas y recursos menguan, el navegante sin nombre —y casi sin voz:

la escuchamos únicamente en cuatro breves ocasiones— se precipita en un

abismo de desesperación en el que la presencia de dos barcos que no

atienden las bengalas de auxilio cobra un tinte espectral, alucinatorio.

Audaz y asombrosa exploración de la soledad que habría hecho las delicias

de Samuel Beckett y Ernest Hemingway, All Is Lost prescinde de

causalidades y asideros biográficos para arrojarnos a un vértigo en el que

todos somos viajeros sin identidad y el mar, como en el poema de Valéry,

es una potencia que siempre recomienza.

 

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