Jorge Herralde y la palabra en el tiempo
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Durante más de 50 años, el editor de Anagrama se ha dedicado a descubrir a escritores excepcionales de todas las latitudes que forman parte de la historia de la literatura internacional. Hoy y sin fecha de retiro Jorge Herralde nos habla del pasado y presente de la editorial independiente más representativa de España y América Latina.
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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
Como lector apartado de la capital del país descubrí los libros amarillos de Anagrama en una librería, sin novedades a la mano, de Tijuana en los años 90. En principio me gustó la uniformidad de los tomos crema, esa oleada de títulos y autores desconocidos para mí como Hans Magnus Enzensberger y Thomas Bernhard, ediciones todas descontinuadas que aún seguían a la venta. Estos escritores fueron guías de lectura sin iguales que me ayudaron a descubrir literaturas alejadas del romanticismo de América Latina, lo único que se enseñaba en la Universidad. Más tarde llegaron a mis manos las obras de Gilles Deleuze y Felix Guattari, de W.G. Sebald y Giorgio Colli, en las tonalidades grises de la colección Argumentos, al tiempo que la filosofía se abría paso entre mis intereses alejados de la literatura.
Un libro, para quienes crecimos alejados del centro del país, por trillada que parezca la idea, suele ser un oasis que nutre de posibilidades infinitas a un lector primerizo que paso a paso crea y da forma a su propia tradición literaria e ideológica por encima del canon de su pueblo. Aquellas fueron las primeras lecturas en español, luego de leer durante años a otros tantos autores en inglés porque así era en la frontera. Y no parto del ninguneo de mis orígenes sino de una condición de vida que me acercó a Philip Roth antes que a Juan Rulfo.
Anagrama, esa acorazada editorial catalana y su editor Jorge Herralde, durante más de cinco décadas se han encargado de conquistar las rutas imaginativas de un sinnúmero de lectores que hicieron de este sello su guía hacia el conocimiento literario, político y social contemporáneo, que necesita constantemente de una hermenéutica filtrada a través de la pluma de los pensadores más representativos de la historia en presente. Herralde, el hombre afable y negociador imbatible, lo ha conquistado todo, al parecer, con su editorial. Tan solo en los últimos años ha recibido galardones como el Mérito Editorial de la Feria del Libro de Guadalajara en México; el Premio Nazionale per la Traduzione del Ministero per i Beni Culturali, en Italia; y la distinción Oficial de Honor de la Excelentísima Orden del Imperio Británico, entre otros. Reconocimientos justos, aunque injustos a la mirada de otros tantos detractores, a la vida y obra del también escritor que encontró en la literatura una morada para huir un poco de la realidad, aunque la literatura jamás la franquea.
Aquí retomamos un poco del pensamiento de Jorge Herralde quien en sus propias palabras expresa los inicios y el presente de Anagrama, empresa que le ha llevado la vida consolidar, y que hoy entra de lleno al mercado digital sin temores en esa barcaza construida en letras y memorias.
¿Qué habría hecho Jorge Herralde de no haber sido editor?
Lo formularía de otra manera. No estaba destinado a ser editor: familia en la industria metalúrgica, estudios de ingeniero industrial que terminé sin la menor vocación mientras era un lector voraz. Durante años tuve proyectos y fantasías editoriales hasta que por fin decidí empezar yo solo Anagrama, contra viento y marea, y desde entonces, por decirlo de una forma enfática (e incluso cursi), me sentí instalado en la felicidad, en la Tierra Prometida, etc. etc.
Tomando en cuenta sus estudios, ¿es la literatura y la edición otra forma de ingeniería más o menos exacta? De pronto pareciera que la escritura, ese pulir de la palabra, y la edición de un buen libro necesita de precisiones perfectas.
Acepto agradecido la hipótesis de la precisión perfecta para evitar pensar que todos aquellos años de estudio fueron una total pérdida de tiempo.
¿Cómo influyó la censura de Francisco Franco en el panorama editorial de la España de los años sesenta y mediados de los 70? ¿Cómo se vivió el fin de esta censura, por lo menos Anagrama?
La censura de Franco fue brutal, sin escapatoria, desde sus inicios hasta la llamada Ley Fraga de 1966. Antes, los libros conflictivos no tenían ni la oportunidad de ser secuestrados, se prohibían previamente.
La década de los 60 fue de revoluciones sociales, de guerras, del fortalecimiento intelectual del pensamiento de izquierda; y entre los primeros autores que publicó Anagrama están H. M. Enzensberger y Pierre Broué, ¿qué significaban para su editorial, para Cataluña o España, la publicación de ambos?
Ambos eran bastante o muy desconocidos. Enzensberger solo había publicado un título en España, en Seix Barral, y Broué ninguno (su excelente libro sobre la Guerra Civil española fue prohibido por la censura, obviamente). Podrían verse como heraldos de Anagrama, en 1969, su primer año. Detalles de Enzensberger fue el número 1 de la colección “Argumentos” (que todavía persiste en Anagrama en muy buena forma) y Los procesos de Moscú de Broué fue también el número 1 de la colección “Documentos”, muy significativa en los politizados 70 y que luego se clausuró.
¿Vivió censura Anagrama? ¿Y cómo se involucró esta editorial con el libro Diez años de represión cultural. La censura de libros durante la Ley de Prensa (1966-1976)?
La Ley Fraga, la Ley de Prensa, había instituido la llamada “consulta voluntaria”. El editor proponía a la censura los manuscritos en lengua española o los libros sin traducir y esperaba el veredicto. Se daba luz verde o bien “se desaconsejaba” (un eufemismo de prohibición). De todos estos trasiegos solo se enteraba la censura y el editor, sin repercusiones públicas.
En Anagrama, al haber tenido numerosos títulos “desaconsejados”, optamos por el “hecho consumado”: enviar el libro ya editado a la censura a la espera de una respuesta. El Gobierno quería dar una imagen de aperturismo, pero si secuestraba un libro la prensa española, y a veces la internacional, daba cuenta de ello, y prefería evitarlo. Pero a veces no lo toleraban y secuestraban el libro, con la pérdida económica consiguiente para la editorial (digamos que eran operaciones punitivas contra editoriales incómodas). Anagrama tuvo el “honor” de ser la editorial más represaliada durante el franquismo, con numerosas prohibiciones y, sobre todo, con nueve secuestros de libros y un proceso en el temible Tribunal de Orden Público: no lo vivimos como un honor precisamente, pero logramos sobrevivir.
Los cinco editores que habíamos fundado Distribuciones de Enlace encargamos a tres jóvenes y prometedores periodistas, Georgina Cisquella, Jose Luis Erviti y Jose A. Sorolla, que escribieran el libro de la historia de la censura bajo el franquismo, del que hicimos una edición conjunta. Años después, Anagrama reeditó dicho libro en su colección “Crónicas”, en 2006, y está presente aún en nuestro catálogo.
¿Cómo reconoció que los lectores abandonaron la lectura política y se inclinaron hacia la literatura, digamos contemporánea?
Fue facilísimo. Los libreros devolvieron los ejemplares de libros políticos y dejaron de adquirir las nuevas propuestas. Y además muchos amigos se pasaron o volvieron, como yo mismo, a leer literatura. Muchos libros políticos quedaron obsoletos por el “desencanto” ante los resultados de la primera votación democrática, en suma: la Realpolitick.
¿Qué relación o vínculo existe hoy entre la política y la literatura; es la segunda un instrumento de subversión, de radicalismo? ¿Es la ficción una herramienta para educar el pensamiento crítico e ir en contra del sistema político-social?
Naturalmente son necesarios para la subversión y el radicalismo no siempre necesariamente político: así, en la década de los 70, Anagrama publicó la colección “La educación sentimental”, que ha sido recientemente considerada en estudios académicos como precursora del LGTBI.
A partir de los grandes autores que ha publicado Anagrama como Thomas Bernhard, Alessandro Baricco, Luis Goytisolo, Emmanuel Carrère, Yazmina Reza y Sergio Pitol, Raymond Carver, entre otros, ¿qué ha aprendido Jorge Herralde de la naturaleza humana, de la vida como motor de la literatura y el drama?
Me sería muy difícil elaborar una teoría (cosa que por otra parte nunca me propuse), pero estos y muchos otros grandes autores me han estimulado, han enriquecido mi vida, me han hecho quizás algo más sabio y, en especial, me han proporcionado grandes placeres. En resumen: “El autor es la estrella”.
¿Ha perdido terreno el libro contra las plataformas digitales-audiovisuales?
El libro y la lectura están en una situación complicada en esta era, como es sabido. Pero confío en que resistirán sin necesidad de guarecerse en las catacumbas.
Hace poco menos de 20 años la industria editorial, sufría por así decirlo, por la entrada de los canales digitales de venta y transmisión que no han conquistado del todo el mercado del libro. ¿Se ganó la batalla en contra de lo digital? ¿O se vive una tregua por nostalgia al papel?
Se ganó la batalla contra lo digital, a pesar de lo que pronosticaban los agoreros, a menudo los propios promotores del libro digital, celebrados acríticamente por periodistas y divulgadores demasiado amantes del cine apocalíptico. Y los resultados, nada espectaculares, parecen incluso estar de baja, según los expertos, debido al “cansancio digital”. (Hipótesis: tras todo el día delante de pantallas, apetece un sosiego.)
¿Desde que inició su carrera como editor, cuántas veces ha escuchado que la buena literatura está en crisis? ¿Qué autores han roto ese delirio del fin?
No he prestado gran atención a esa cantinela.
¿Qué lugar ha ocupado México en la existencia de Anagrama?
Importantísimo. He realizado numerosos viajes, he asistido a muchos cambios y, sobre todo, he tenido un gran número de amigos, empezando por Sergio Pitol y Carlos Monsiváis y sus compinches Tito Monterroso, Bárbara Jacobs, Neus Espresate, Vicente Rojo, Luz del Amo, Margo Glantz, etc. En este etcétera estarían, por ejemplo, Alejandro Rossi o Gabriel Zaid, otra “familia ideológica”. Después siguieron Daniel Sada, Juan Villoro o, más recientemente, Álvaro Enrigue, Guadalupe Nettel o Juan Pablo Villalobos. Y no puedo dejar de mencionar a Armando Orfila, el gran editor durante décadas, como es sabido, de la izquierda en América Latina.
¿Fue Roberto Bolaño un salvavidas para el mercado editorial de Anagrama?
Objetivamente fue al revés: Bolaño vivía de un modo precario y Anagrama estaba muy consolidada financieramente. Sin embargo, publicar y lanzar a un Bolaño desconocido, hasta que fue reconocido como unos de los grandes autores contemporáneos, fue una de las mayores alegrías de mi vida, y comprobar que tenía, por primera vez en su vida, un sosiego económico. Tuvimos siempre una excelente amistad y una gran complicidad.
¿Cuáles serán los grandes temas de la literatura del siglo XXI y qué papel jugará la lectura en un futuro inmediato?
Nuestro departamento de futurología se ha declarado en huelga.
La literatura, así como las artes, es subjetiva, hay grandes autores que no despiertan emociones a ciertos lectores; y existe el escritor oculto que despierta la emoción del que lee… ¿Qué cualidades busca Jorge Herralde en un autor?
En principio, las inesperadas: las obras que producen autores como Kafka, Borges o Faulkner, por citar autores imprescindibles y bien distintos. No todos los autores pueden sorprender a tan alto nivel, pero pueden detectarse ambiciones prometedoramente distintas. Y, como dijo algún gran escritor, el talento resulta muy evidente, es inevitable darse cuenta.
¿Qué podría confesar Jorge Herralde en este momento de su vida?
Señor Juez: me declaro inocente. Todo lo que hice fue debido a mis entusiasmos por las lecturas que quise compartir.
FOTO: /Archivo EL UNIVERSAL
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