Juan de Pareja, el esclavo que pintaba

Abr 12 • Conexiones, destacamos, principales • 6534 Views • No hay comentarios en Juan de Pareja, el esclavo que pintaba

 

POR ANITZEL DÍAZ

 

Juan de Pareja fue esclavo del pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660), quien vivió en la corte del rey español Felipe IV. El retrato de Juan de Pareja, obra del mismo Velázquez, fue adquirido por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York en 1975 por una cantidad de 5.5 millones de dólares, entonces el precio más alto jamás pagado por una pintura. La valoración actual del cuadro es de 120 millones de dólares. Esta obra excepcional con la figura del esclavo de origen moro —quien servía a Velázquez como asistente en su taller— fue pintada en Roma, y se exhibió al público bajo el pórtico del Panteón romano en marzo de 1650.

 

El cuadro

 

La pose, el decoro, la altanería en las facciones moras del personaje son fascinantes. La pintura está realizada con una soltura, una experiencia y una maestría que solo Velázquez pudo haber logrado. Salió de un instante; casi de una pincelada. Es el Velázquez más puro: la pincelada libre y precisa, sabia, heredada de Tiziano; este cuadro se hizo no para agradar sino más que nada por un compromiso consigo mismo, para practicar el parecido. Velázquez lo realiza en 1650, durante un viaje a Italia para ampliar la colección de arte de Felipe IV y pintar al papa Inocencio X. El artista llevaba mucho tiempo sin pintar y ensayó retratando a alguien a quien tenía cerca. Como era sólo un ensayo, el cuadro no habría tenido importancia para él; no lo tenía que hacer perfecto, y en eso está el valor de la obra. La pincelada se siente completamente suelta. ​

 

Juan de Pareja era un esclavo y esa condición se nota en la mirada de absoluta tristeza que capta Velázquez en su retrato. A pesar del poder que emana del modelo, hay un indicio de verdadera cólera en el rostro. Desde la distancia, la obra es tan sutil y emotiva que no parece que se esté contemplando una pintura. De cerca se pueden ver las pinceladas de un artista que no pasa ningún detalle por alto: el encaje de cuello, la capa negra, cada facción del hombre y sobre todo la mirada profunda, desafiante. Juan de Pareja está de medio perfil, con la cabeza un poco girada. Mira directamente al espectador, al pintor; hay una especie de confrontación o cuestionamiento, como en quien no sabe cómo o por qué nació con la condición de esclavo. Viste con elegancia una capa negra y simple —la capa de un sirviente—, que cuelga en su espalda por debajo del cuello con encajes de Flandes. La luz se le refleja en la frente y se difunde con brillos grisáceos por la capa y la tez morena. La figura se recorta sobre un fondo neutro. El cuadro tiene una reducida gama cromática, en la que dominan los verdes de distintas tonalidades. Velázquez ha retratado lo que ha visto, y nos ha mostrado los demonios interiores de De Pareja. Sobre este cuadro, el pintor y tratadista Antonio Palomino sentencia: “a voto de todos los pintores de diferentes naciones, todo lo demás parecía pintura, pero este sólo verdad”.

 

El cuadro ha recorrido medio mundo, desde Roma hasta Nueva York pasando por Londres. A la partida de Velázquez, se quedó en Roma. En 1704 aparece en la colección de monseñor Ruffo, maestro de cámara del papa; se menciona en el inventario de la siguiente forma: “retrato de un siervo del Sr. Diego Velázquez… Cosa estupenda”. Perteneció a la colección Acquaviva en el palacio del cardenal Tejano. Pasó por Nápoles, donde lo adquirió sir William Hamilton, quien lo llevó a Inglaterra. Entre 1814 y 1970 perteneció a los condes de Randor. En 1970 es subastado por Sotheby’s y, a pesar de grandes protestas, sale rumbo a Nueva York, donde permanece en el Museo Metropolitano.

 

El modelo

 

Juan de Pareja Morisco —según Palomino, “de generación mestiza y de color extraño”— nació en Antequera hacia 1600 y murió en Madrid en 1670. Sirvió a Velázquez ocupado en las tareas de limpiar pinceles, moler colores y preparar cuadros; en secreto, se dedicaría a la pintura, llegando a realizar magníficas obras. En el siglo XVII, los esclavos andaluces se adquirían en numerosas ocasiones para presumir de un nivel social alto. Muchos se desempeñaban en funciones auxiliares de diversos oficios artesanales; el más famoso llegaría a ser Juan de Pareja. No se sabe si Velázquez lo heredó o lo compró, pero gracias a su talento, De Pareja consiguió la libertad a manos del propio rey. El mismo año en que fue fechado el retrato que realizó su amo —el 23 de noviembre de 1650, en Roma— se le otorgó carta de libertad, efectiva a los cuatro años a condición de que en ese tiempo no huyese ni cometiese actos criminales.

 

Palomino escribe que, debido a su condición de esclavo, a su ayudante Velázquez no le permite pintar, por considerar que ese arte estaría únicamente permitido a las personas libres. Al parecer, el hombre pinta en secreto, y es en una visita que Felipe IV hace al estudio de Velázquez que el talento de Juan es descubierto. El rey solía visitar el taller aprovechando las ausencias del pintor, y daba vuelta a los cuadros que tenía este girados contra la pared. Cuando el monarca repara en uno de los cuadros e intenta voltearlo, Juan de Pareja se arroja a sus pies: se confiesa su autor y suplica interceda por él ante su dueño.

 

Así, Velázquez le concedió carta de libertad y De Pareja continuó a su lado como pintor y asistente. Fue tal su maestría que varios cuadros suyos han sido atribuidos al propio Velázquez.

 

La producción pictórica de Juan De Pareja muestra un dominio tanto de la técnica holandesa como de la italiana, las que usa y mezcla según el cliente. Se dio poco a la impronta española de su amo y maestro. Antonio Palomino destaca su “singularísima habilidad” para los retratos, de los cuales —añade— “yo he visto algunos muy excelentes, como el de José de Ratés (arquitecto en esta Corte), actualmente en el Museo de Bellas Artes de Valencia, en que se conoce totalmente la manera de Velázquez, de suerte que muchos lo juzgan suyo”. En sus composiciones religiosas, sin embargo, De Pareja se muestra “completamente ajeno a la contención velazqueña”, pues se aproxima a las corrientes del pleno barroco. Buen ejemplo de ello es su Vocación de San Mateo (Museo del Prado), fechado en 1661, cuadro en el que —entre los asistentes a la escena— incluyó su autorretrato llevando un papel con su firma. Este autorretrato sirvió para identificar al sujeto representado en el cuadro de Velázquez que más me gusta: Juan de Pareja, obra de Diego Velázquez, 1650, óleo sobre lienzo, barroco, 81.3 cm por 69.9 cm.

 

*Imagen: “Vocación de San Mateo” (1661); De Pareja se autorretrató en la primera figura de la izquierda.

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