Juan Vicente Melo: Resurrección de un clásico secreto
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La reedición de La obediencia nocturna, Autobiografía y Cuentos completos del escritor que en sus historias buscó la simbolización del cosmos, es una oportunidad para llevarlo a nuevos lectores y sacarlo del casillero de “clásico ignoto”
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POR JOSÉ HOMERO
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Hay escritores que parecieran marcados por el infortunio. No sólo en su vida personal, donde los ejemplos son legión, sino en su obra. Y no me refiero a los desdichados cuyo entusiasmo y ambición fue más abundante que su talento sino a aquellos de auténtico legado.
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¿Habrá acaso un escritor más relegado que Juan Vicente Melo? Uso tal término no para compararlo con otros marginales sino porque su obra reclama como pocas el epíteto de clásica: La obediencia nocturna a casi cincuenta años de su aparición continúa emitiendo su poderosa luz negra que la convirtiera en una de las mejores novelas de las letras mexicanas y del castellano y Fin de semana es parte del puñado de tomos de cuentos perfectos de nuestras letras. A pesar de estas virtudes ha estado largamente fuera del mercado, sujeta a vaivenes caprichosos: a veces encontramos sus libros, luego son imposibles de encontrar.
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Ciertamente hubo un tiempo en que era asequible: Los muros enemigos (1962) apareció en la colección Ficción, legendaria durante la dirección de Sergio Galindo (1957-1964), mientras que Fin de semana (1965) y La obediencia nocturna (1969) fueron publicadas por Ediciones Era. Dos de éstas se incluyeron en la selecta colección Lecturas Mexicanas –la novela en 1987, Los muros en 1992–. Lo cierto es que a diferencia de otros cofrades de su extraordinaria generación –denominada de la Casa del Lago y también del Medio Siglo–, su bibliografía no está consagrada por colecciones y casas canónicas, como pudiera haber sido –y pienso aún que debería– el Fondo de Cultura Económica.
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He señalado ya que La obediencia nocturna y Los muros fueron recopilados en Lecturas Mexicanas. Su mejor libro de cuentos, Fin de semana, asombrosamente no fue reeditado. De modo que durante muchos años leer a Melo de manera cabal fue un privilegio casi exclusivo de los veracruzanos. Más que el demonio de la ironía, la ironía del demonio tramó que uno de los escritores más renovadores de la literatura mexicana quedara reducido a un dudoso papel de gloria pueblerina. En 1985 la Universidad Veracruzana lo incluyó en una colección de visos regionalistas denominada Rescate, con una ronda de ilustres veracruzanos ya difuntos como Juan Díaz Covarrubias, María Enriqueta Camarillo o José María Roa Bárcenas. Nada que objetar a la compañía ni a la intención –claro que es un clásico veracruzano– pero Melo vivía y pese a su deterioro y fragilidad aún era joven –cincuenta y tres años cumplidos– y hubiera sido mejor incluirlo en la colección Ficción de la misma universidad, que entonces coordinaba Luis Arturo Ramos, pionero del asedio crítico a este universo: Melomanías, la ritualización del universo, ganó el premio de ensayo José Revueltas de 1989. El agua cae en otra fuente, título homónimo de uno de los cuentos incluidos, con todo prosperó y dio impulso a una voz que ya desde la década de los ochenta se perfilaba como definitiva en nuestras letras. En la década siguiente otra institución estatal, el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec), reunió cuentos publicados e inéditos en un tomo denominado Cuentos completos. Agotado el tiraje –me consta que sólo hay un volumen para consulta en el inexistente archivo del instituto–, Melo volvió a las catacumbas en las siguientes dos décadas.
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José de la Colina llamó a Melo un clásico secreto. Para ajustarse al juicio, acaso, durante todo este ya largo siglo XXI permaneció agazapado, un nombre legendario más que un autor real, a pesar de que nunca ha desaparecido del todo, pues no hay escritor ni crítico de aprecio que pueda ignorar su valía. Para paliar esta ausencia, yo mismo a principios de 2012, cuando dirigí la colección Mínima del Ivec, tramé una breve antología denominada La realidad intolerable, cuya selección y prólogo trazó otro gran melómano: Rafael Antúnez.
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Por estas peripecias editoriales la instauración de la colección Obras de Juan Vicente Melo por la Universidad Veracruzana resulta digna de encomio y la aparición de La obediencia nocturna, Cuentos completos y Autobiografía, cada uno con prólogo de Luis Arturo Ramos, meritoria de celebración. Al fin, esperamos, Melo volverá a circular y a ganar nuevos adeptos. Al fin dejará de ser un nombre secreto para encontrar a esos lectores en ciernes a los que su poderosa y exigente literatura se dirigió.
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La escritura y la seducción
Reeditar no es sólo devolver un autor al mercado sino una propuesta crítica. Hay escritores quienes desde su propio presente encontraron su sitio en el zozobrante sistema planetario de las letras; casos mayores, los de Octavio Paz, Carlos Fuentes o Juan Rulfo. Hay otros que a menudo ven su órbita desplazarse por la irrupción de nuevos astros, cuerpos que trastornan ciclos y posiciones. Sospecho que no ha sido este el caso, según expongo en la primera parte de esta recensión. Recuperar una obra es hasta cierto punto presentarla como novedad, en un medio y un contexto muy distinto al de su génesis. Todo rescate, deviene juicio final, quizá no haya una segunda oportunidad. De modo que más allá de las recomendaciones basadas en sentencias y en jerarquías, la mejor evaluación es cuestionar una obra como inédita. Situar sus méritos y cotejarlos dentro del orden al que pertenece. ¿Será capaz de hablarnos desde su presente?, ¿aporta sentidos a nuestro horizonte?
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Recorrer sin cortapisas la cuentística de Melo nos permite visitar conocidas arquitecturas y redescubrir con emoción pueril antiguas plazas, galerías y pasadizos apreciando sus matices. Si hay autores neuróticos, vehementes para controlar su escritura, Melo es uno de ellos. En los libros mayores Los muros enemigos y Fin de semana, pero asimismo en sus cuentos dispersos agrupados bajo un arbitrario Al aire libre –¿por qué esa denominación? Entiendo que fue el elegido por Alfredo Pavón, responsable de la compilación del Ivec, pero no se justifica mantenerlo; obra no compilada hubiera sido más justo; atribuir títulos a quien ha muerto no es una práctica ni crítica ni éticamente muy loable– encontramos la fidelidad a una serie de constantes que igualmente permean La obediencia nocturna. Ese conjunto de tematizaciones y de concomitancias sería susceptible de agruparse bajo la doble valencia del simbolismo y el ritual. Ciertamente una pareja tal puede provocar equívocos: un ritual simbólico. Y no, se trata de dirimir claramente dos órdenes, que sin embargo están vinculados. La ritualización está presente en las costumbres. Los personajes de Melo comparten actos rutinarios: afeitarse, aplicarse agua de colonia, mirarse al espejo, recorrer las calles, encender un cerillo, convocar mediante la nominación… Y este empeño que indicaría una suerte de conducta obsesiva se complementa con una noción mágica: la simbolización del cosmos. Los personajes, además de propiciar la ventura con actos de seducción –esos rituales y hábitos–, la requieren mediante las manifestaciones supremas de la enunciación: la invocación y la escritura. Los personajes escriben de manera incesante aunque sea más un gesto que un método; escriben en las ventanas, en las mesas, en la piel propia y ajena. El propósito es cifrar: aprehender la inasible realidad en un código, en una red lingüística. Una propuesta de eludir la realidad a través de la alusión. Dualidad que afecta su sistema; aunque más visible en los cuentos igualmente sella la novela.
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Ciertamente la lectura continua permite reconocer olvidados aromas, escuchar las sinuosas notas que nos devuelven a un tema largamente olvidado, como esa canción que uno intenta recordar. Entre otros puntos: la repetición de los eventos, el carácter cíclico de los actos, el ascendente fatalista, la signatura mágica y supersticiosa que atiende a los enigmas de las diversas mancias, desde el esquemático zodíaco hasta los trastornos, los pequeños contratos que acordamos con el destino. De ahí la importancia de las variaciones en las condiciones atmosféricas, la vinculación entre fenómeno de la naturaleza, variación y epifanía, pues al modo del James Joyce de “Los muertos”, Melo es un devoto de la revelación. Momento que de súbito nos conduce a la alteración, la otredad, como la aspiración y tema secreto de este universo.
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Río en la frontera
Más allá del elogio a la unidad de Fin de semana o a los logros individuales de cuentos como “Los muros enemigos”, “Cihuatéotl” o “El agua cae en otra fuente”, lo que importa es descubrir que las estrategias de Melo continúan siendo vigentes y en muchos casos semejan herramientas inéditas. Estamos ante uno de los escritores mexicanos que más ha extendido la frontera narrativa. Para destacar, para argüir por el lugar de un autor no basta con repasar la nomenclatura temática ni el instrumental quirúrgico de la teoría académica. Para detentar el papel de abogado que a la mitad del foro se yergue exigiendo una reivindicación es necesario el conocimiento: ni principio de autoridad ni memoria –recitar lugares comunes, modos ya aprendidos.
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Releer La obediencia nocturna es descubrir insólito su rico tapiz intertextual donde los versos de poetas de su generación y de otras lenguas, donde los motivos literarios propios y ajenos, e incluso situaciones se integran de manera perfecta a la escritura. Melo gozó de una prodigiosa memoria pero sobre todo un oído perfecto. La obediencia nocturna a su modo es nuestros Cantos poundianos con su voracidad rítmica y textual para alimentarse de versos, frases, acentos de otros. Es también un límite: una escritura que se encuentra siempre a punto del desbordamiento, que sí posee una anécdota y un tema, pero que sobre todo se presenta como un discurso cuyo principal mérito es el flujo. A caballo entre la riada de conciencia y el monólogo, entre la cita y la letanía, busca deliberadamente la opacidad semántica para mejor implotar su dimensión simbólica. Testimonio de la fractura de un orden es también una de las novelas límite. Después de ella, como en Beckett, sólo se avizora el silencio.
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En Melo la sintaxis lo es todo pero sería injusto reducir su narrativa a un asunto de escritura, en el sentido en que lo entenderían los antiguos maestros del nouveau roman y su corte crítica –de Roland Barthes a Jacques Derrida–. “Los muros enemigos”, “Viernes: la hora inmóvil”, por ejemplo son briosos ejemplos de complejidad en el manejo de los tiempos y los espacios textuales, de comprender y exponer que en el relato el triunfo se consigue únicamente a través de las palabras. Más que las acciones son los puntos de vista y el fraseo lo que nos presenta las escenas. ¿Cómo superar el manejo magistral de la prosa, el dominio de cada figura retórica hasta componer una escena única de simultaneísmo, de impresionismo lingüístico que nos ofrece en el relato “Los muros enemigos”?
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… la larga interminable hilera de paredes grises donde íbamos a poner nuestros nombres y la ventana de vidrios rotos que se abre y la mano desconocida que torna el arma que introduce la bala en el cañón que sube hasta los ojos que mira que centra que lo sigue que aprieta el gatillo y la bala que recorre el conducto negro que sale que silba que corre en el aire bajo el sol entre el calor al lado de otras balas dirigiéndose a él buscando su pecho el sitio preciso abajo exactamente abajo y un poco a la izquierda de la tetilla izquierda y no sentir nada solo ver el agujero y los muros enfrente y luego el caerse con todo y caballo el revolcarse entre la fina y pegajosa arena de los médanos el arrastrarse tratando de encontrar algo en qué sentir que todavía está vivo caminando como víbora hasta la orilla del mar en busca de remedio para esta sed el arrastrarse dejando un delgado camino de sangre que corre libre fuera de las arterias y venas rotas destrozadas.
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Con la reedición de sus principales títulos, Juan Vicente Melo regresa no como un autor del pasado, así sea esa gloriosa y hoy legendaria década de los sesenta mexicanos, sino como un creador del porvenir que hoy podemos convertir en presencia. Es hora de conocer finalmente a uno de nuestros clásicos más ignotos.
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FOTO: La obediencia nocturna es un rico tapiz intertextual de motivos literarios y situaciones que se integran en la escritura. En la imagen, Juan Vicente Melo en Xalapa, Veracruz (1976)./Rogelio Cuéllar. Tomada del libro “El rostro de las letras”.
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