Justine Triet y la autopsia relacional

Ene 27 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2694 Views • No hay comentarios en Justine Triet y la autopsia relacional

 

Anatomía de una caída es un thriller judicial que recorre los misterios de un matrimonio: sus frustraciones y culpas. La cinta ganó la Palma de Oro en Cannes y el Globo de Oro por mejor film extranjero

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute, Francia, 2023), arrebatado film profuso 4 de la francesa normanda también documentalista de 45 años Justine Triet (La batalla de Solferino 13, Los casos de Victoria 16, El reflejo de Sybil 19), con guion suyo y de su esposo también realizador Arthur Harari, Palma de Oro en Cannes y Globo de Oro al mejor film extranjero en 2023, la amable novelista cuarentona germana de habla inglesa y metautobiográfico éxito rotundo Sandra (Sandra Hüller) debe suspender la entrevista que concede a la guapa estudiante local Zoe (Camille Rutherford) porque en el piso superior del regio chalet suizo en donde vive retirada, su marido el profesor francés Samuel (Samuel Theis) ha puesto demasiado alto la música, se citan en el cercano Grenoble y ven salir de paseo con su perro Snoopy al semiciego Daniel (Milo Machado Graner), el hijo de 11 años de la pareja, pero al regresar el niño descubre entre salpicaduras de sangre el cuerpo exánime y con el cráneo abierto de su padre que ostensiblemente se ha desplomado desde el tercer piso, la policía investiga la caída, detecta elementos sospechosos con un moretón en el brazo de Sandra e incongruencias declarativas y disputas reportadas, duda si se trata o no de un insostenible accidente, el suicidio o un asesinato, y emplaza a juicio por homicidio probable a la escritora, quien recure a su fallido pretendiente de juventud el abogado francés Vincent (Swann Arlaud) que va a conducir por más de un año el mediático proceso judicial contra su segura e incólume clienta que pronto ve su intimidad bloqueada por la agente policial Marge (Jehnny Beth) asignada para impedir que la mujer influya sobre los erráticos testimonios de su hijo, ese niño discapacitado que a fuerza de insistencia logra asistir a todas las sesiones públicas del encarnizado y larguísimo juicio, donde un calvo fiscal feroz (Antoine Reinartz) manipula en especial deposiciones ambiguas y grabaciones hechas con celular tanto por la bella entrevistadora escolar del inicio como por el propio occiso que perversamente registraba disputas provocadas, poniendo al descubierto dolorosas tramas personales e indemostrables acusaciones que finalmente deberán doblegarse hacia la crucial opinión del chavito Daniel sobre si su padre era capaz de quitarse la vida, o su madre de arrebatársela, como única conclusión viable de esta autopsia relacional.

 

La autopsia relacional se desprende tan soberana cuan viviseccionalmente de un thriller judicial adulto, sagaz y apasionante, como otrora lo fueron los del mejor Preminger (Anatomía de un asesinato 59 y Tormenta sobre Washington 62), más allá de cualquier alarmante cine de tesis a lo Cayatte 50s y de alegatos retóricos o del vedetismo tribunicio, mediante un muy bien dosificado vaivén continuo entre las vehementes escenas enfrentadas en la corte y las indagaciones expertas o las conjeturas que afloran en la ambigüedad disfrazada de evidencia shocking y una sola interacción torrencial e inesperada entre la pareja amorosa, desnudado la compleja personalidad de la ahora viuda Sandra y su conyugalmente no tolerada opción bisexual que en nada entorpece su asertiva conducta inflexible y su manifiesto cariño sobreprotector hacia el pequeño Daniel discapacitado pero logrando llevar gracias a su madre una vida asombrosamente normal para su edad, todo ello en conflicto irresoluto e insoportable con la desquiciadora culpa por el choque automovilístico discapacitante filial que cargaba el infeliz padre Samuel, quien debió recurrir a una nefasta ayuda psicoterapéutica que no le impidió atentar contra su vida ingiriendo aspirinas en exceso, pues además se asumía como un novelista frustrado cual mala imitación de su esposa e hipercontrolado por ella en todos los órdenes vitales, lo cual paradójicamente no la eximió de plagiarle una brillante idea narrativa para desarrollarla con su innegable talento, planteando los temas de la escritura desde la experiencia propia o saqueada y las mil fronteras entre la ficción y la vida o así.

 

La autopsia relacional urde y maneja con maestría y aplomo secuencias de una amplísima gama expresiva que van, tras el expositivo total prólogo mortuorio, desde la tardía deliciosa secuencia de los créditos con fotos de los protagonistas cuando niños y desde la impávida secuencia del cadáver fríamente analizado en la morgue, hasta las conmovedoras secuencias sublimes de la frenética práctica al piano del niño débil visual de vidriosos ojos verdes a solas o con su madre, pasando la intrigante secuencia transferencial del envenenamiento/vomitona de su mascota canina por el ultrarreflexivo e impenitente Daniel, y por las súbitas secuencias retrospectivas que remiten a subjetivos flashbacks hipotéticos o mentales del chavito.

 

La autopsia relacional arde cual film-objeto en ininterrumpida y trepidante ignición con la renovable yesca descriptiva que le proporcionan una fotografía bipolar de Simon Beaufils desmembrada entre el esplendor de un paisajismo nevado y los acercamientos al escalpelo durante el proceso o en la geometétrica suntuosidad del chalet alpino, una subequilibrada edición tensional de Emmanuelle Duplay y una ausencia de otra música que algunos efectos homologados con las silenciosas visiones parciales del niño casi invidente, con el propósito conjunto de mantener indescifrable el misterio, en las antípodas del conformismo convencional reconfortante de TVseries tipo La ley y el orden, el socavador enigma de una caída indiscernible pero reveladora e irremediable.

 

Y la autopsia relacional culmina en varios anticlímax inusitados, tras el fragor desplegado y la absolución de la procesada Sandra, primero refugiándose sólo un instante en el regazo de su exgalán salvador Vincent, luego comunicándose inmejorablemente con su hijo tranquilizado y por fin acurrucándose en un sofacama al lado del perro filial Snoopy, sin pasar jamás por triunfalismo ni satisfacción algunos.

 

 

 

FOTO: Anatomía de una caída contó con la participación del cineasta Arthur Harari como coguionista. /Especial

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