Kazuo Ishiguro y la amistad artificial

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Aunque esta nueva novela sin duda es uno de los relatos más optimistas del escritor británico, también es un retrato de la deshumanización contemporánea

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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA

“La esperanza. Esa maldita cosa nunca te deja en paz”.
Paul Arthur, “Klara and the Sun”

Klara y el Sol, la más reciente novela del premio Nobel de Literatura 2017 Kazuo Ishiguro, tiene mucho de fábula y, en realidad, poco de ciencia ficción, aunque su protagonista sea una AA o Amiga Artificial (AF, Artificial Friend en inglés) concebida para acompañar a niños solitarios o enfermos en una sociedad (en apariencia del futuro) donde amistad, amor, valores y aun la vida son reemplazables.

 

Ishiguro (Nagasaki, 1954) pensaba, de hecho, en escribir un libro ilustrado para niños de 5 a 6 años pero su hija Naomi le advirtió que una obra semejante “traumatizaría” a los pequeños, según contó el autor de The Remains of the Day al periodista Dan Steward en una reciente entrevista para Time.

 

La historia, ambientada en un lugar indefinible de Estados Unidos en una época también imprecisa, es narrada en primera persona y en un largo flash back de 210 páginas por Klara, una AA (sólo un personaje, Helen, la llama con desdén robot) ya rebasada por la nueva tecnología de autómatas B3 que los niños prefieren, quizá alusión ineludible de los smartphones que han devenido compañeros útiles, desechables y sustituibles de una humanidad privilegiada que puede adquirirlos en cada actualización.

 

Klara rememora sus días en una tienda de AA, que transcurrían en el escaparate o en hornacinas interiores al lado de su compañera Rosa y de la nueva generación de autómatas que las desplazan, a la espera de quién las adquiriera para acompañar a niños o niñas pudientes y “mejorados” genéticamente.

 

Su pasatiempo es mirar a la calle, donde cree atestiguar cómo un Mendigo y su perro un día mueren y al siguiente, el Sol, con sus nutrientes, les da una nueva oportunidad y resucitan. Al mismo tiempo, comienza a detectar en ella sentimientos como enojo y odio hacia una máquina que contamina. Metáforas antagónicas, Sol y Máquina, se convierten en leit motiv en la existencia de Klara y la novela.

 

Igual de recurrentes son muerte y enfermedad, quizás en ello haya influido el fallecimiento de la madre del Nobel, Shizuko Ishiguro, a los 93 años, justo el 1 de marzo; pues a ella dedicó Klara y el Sol.

 

Klara un día conoce a Josie, la adolescente enferma que más adelante la comprará y la llevará a su casa. La joven vive casi aislada en una habitación en penumbras por una enfermedad consecuencia de haber sido “mejorada” genéticamente como otras compañeras de su nivel social. Su madre, Chrissie Arthur, acepta comprar a Klara, no sin antes ponerla a prueba para saber si es capaz de imitar a su hija. Josie tuvo una hermana, Sal, quien murió también tras haber sido “mejorada”, Klara es una alternativa.

 

En la casa entra en contacto con la vida doméstica, soporta a Melania Sirvienta, conoce a Rick, el amor juvenil de Josie, y a su madre, además de Capaldi, a cargo de un misterioso retrato de la jovencita.

 

Quizás haya sido coincidencia que la nueva novela del Nobel 2017 coincida con el centenario de la irrupción de los robots en la cultura literaria –y luego cinematográfica–, pues justo el 25 de enero de 1921 se estrenó en Praga RUR (Robots Universales Rossum), obra de teatro escrita por el checo Karel Čapek, donde, a sugerencia de su hermano Josef, incorpora el término “robots”, palabra que en lenguas eslavas significa siervo o trabajador forzado y que en la actualidad se usa para definir trabajo o trabajar.

 

A diferencia del personaje del Stevens de Los restos del día (Anagrama, 1990), novela con la que un joven Ishiguro ganó en 1989 el Premio Booker, Klara no es algo pasivo, a pesar de su origen tecnológico. De hecho, su gran virtud es poner atención y a partir de esa atención que presta a la gente y objetos va descubriendo pasiones y atributos en humanos, interpretándolos con ternura e ingenuidad.

 

De hecho, su inteligencia y su capacidad de poner atención le permite deducir, con la información con que cuenta, el poder sanador del Sol, como una suerte de epifanía original de un ser superior, un dios.

 

Aunque Klara y el Sol sin duda es uno de los relatos más optimistas de Ishiguro donde el amor, la lealtad, la amistad y la esperanza alimentan las vidas incluso en sus momentos más difíciles, paradójicamente también puede verse como un sombrío retrato de la deshumanización contemporánea.

 

No obstante, la esperanza, a pesar del repudio con que se refiere a ella el padre de Josie, Paul, está en todos los personajes, desde Klara, que confía en el regreso de la adolescente a comprarla y en la curación de ésta con su intercesión; hasta Helen, la madre de Rick, que busca que su hijo pueda ir a la universidad para alumnos dotados, a pesar de que no fue “mejorado” genéticamente como Josie.

 

“La esperanza. Esa maldita cosa nunca te deja en paz”, exclama Paul Arthur, cuando Karla le plantea una posibilidad de curación para Josie, aunque para el lector esa opción se basa en la ingenuidad de la AA. El padre de la joven, quien vive en una comunidad aislada de gente blanca y armada dispuesta a defenderse de la población marginada y no obstante no tolera que le llamen “fascista”, se vuelve así cómplice de la autómata en sus intentos casi infantiles de lograr que el Sol devuelva la vitalidad a Josie.

 

Como en el filme Blade Runner (basado en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick) o los relatos de Yo Robot y El hombre bicentenario, de Isaac Asimov, en Klara y el Sol las imitaciones tecnológicas –simulacros de hombres, quizá diría Borges–, profundizan en la existencia de sus creadores, exhiben sus dramas y yerros; aunque en este caso no les disputan su humanidad, al contrario, son los humanos quienes buscan, por desesperación y soledad, ser reemplazados por ellos.

 

La narración infantilizada, pero delicada, sutil e inteligente de esta nueva novela de Ishiguro, garantiza su adaptación al cine, en el que el Nobel ya incursionó con su guion de la invasión japonesa a Shanghai para The White Countess (La condesa blanca, 2005), con Ralph Fiennes y Natasha Richardson, y con Los restos del día de 1993, con Anthony Hopkins y Emma Thompson, ambos filmes de James Ivory.

 

Desde que recibió el Nobel a finales de 2017, Ishiguro no había publicado libro alguno, aunque ya en Never let me go (Nunca me dejes, Anagrama), 12 años antes, había abordado el tema de la ciencia y la tecnología, en un contexto distópico donde niños clonados eran criados como donadores de órganos. De hecho, el personaje de Kathy H, su protagonista, guarda sin duda alguna similitud con la AA Klara.

 

Escritor precoz, la tesis de literatura de Ishiguro fue su primera novela en 1982, aclamada por la crítica, A Pale View of Hills (Pálida luz en las colinas, Anagrama); siete años más tarde, su obra maestra, The Remains of the Day (Los restos del día, Anagrama), se convirtió en un éxito literario en el mundo anglosajón, donde la competencia es atroz, y ganó el Booker Prize, el más prestigioso de Inglaterra.

 

La Academia Sueca justificó el Nobel a Ishiguro: “…en novelas de una gran fuerza emocional ha descubierto el abismo que hay debajo de nuestra ilusoria sensación de conexión con el mundo”.

 

Escritor japonés de nacimiento y padres, adoptó el inglés como lengua literaria para explorar con él las historias que no se cuentan de las guerras, en sus obras Ishiguro va detrás de esa memoria olvidada, como la del detective Christopher Banks en When we were orphans (Cuando fuimos huérfanos, Anagrama), quien después de una vida trasterrada inglesa regresa a su natal Shanghai en medio de la guerra sino-japonesa para descubrir por qué quedó huérfano y qué pasó a sus padres desaparecidos. Justo por eso la colega de Ishiguro y candidata al Nobel, Joyce Carol Oates, dijo de él, y en particular por esta novela, que se distingue como “uno de nuestros más elocuentes poetas de la pérdida”.

 

FOTO: Klara y Sol, Kazuo Ishiguro, Barcelona, Anagrama, 2021, 384 pp.

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