Kotevska-Stefanov y la miel sustancial

Mar 7 • Miradas, Pantallas • 1903 Views • No hay comentarios en Kotevska-Stefanov y la miel sustancial

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Honeyland/ Tierra de miel (Macedonia del Norte, 2019), poéticamente entrañable primera docuficción larga como autores totales de la cortometrajista macedonia de 26 años Tamara Kotevska (cortos previos: Juegos 14 y Abrazos libres 15) y del veinteañero documentalista también macedonio Ljubomir Stefanov, insólita ganadora de 3 premios mayores en Sundance y 20 más en otros certámenes, la rústica apicultora desdentada con verde pañuelo floreadote atado sobre la cabeza Hatidze Muratova atraviesa el desierto inmisericorde en que sobrevive y se remonta a un riesgoso desfiladero donde suele ocultar, dentro de una roca y tapado por otra, cierto copioso panal de rica miel que, solo protegida la infeliz mujer por una máscara con velo muy apenitas, usa para proveerse de las abejas de emergencia que traslada a cucuruchazos y sus productos naturales que carga en conjunto sobre su espalda, para alimentar a los primitivos panales que cultiva en una rudimentaria cabaña aislada, hecha de piedras superpuestas, donde reside al lado de su reacia madre ancianísima Nazifo que yace postrada sin salir al sol desde hace 4 años y pronto con gigantesca llaga en la mejilla derecha, en lo que semeja ser una casi moribunda existencia habitual compartida, aunque coronada por jugosas ventas anuales de tarros de miel en alguna aldea cercana, pero hasta ese ínfimo edén de la agreste mujer solitaria habrá de arribar sin remedio, a bordo de una frenéticamente alegre y atestada casa rodante, la familia del esforzado precarista nómada Hussein Sam, con su fortachona mujer redonda y sus inaguantables siete hijos bulliciosos y su medio centenar de piezas de ganado bovino en imparable gestación explosiva, para seminstalarse por interminable temporada estival, exacto en una cabaña contigua a la de esa aterrada y perpleja Hatidze que verá, con horror y fascinada y complacida a la vez, la atropellante forma en que los vecinos se apoderan arrolladoramente del lugar, del espacio sonoro mediante una improvisada antena de plato y, sobre todo, de las exiguos pastizales con las hierbas indispensables para el nutrimento de las abejas, esas valiosísimas proveedoras y atesoradas abejas que la ingenua habitante madura originaria Hatidze, con arisca generosidad bondadosa, acepta compartir a la fuerza con los invasores, sin sospechar que, mientras ella prácticamente se integra dichosa a esa tosca familia, el padre introducirá modernos métodos devastadores para la apicultura silvestre, con rejillas y cosechas prematuras que, bien asistidos y azuzados por un inescrupuloso compadre visitante Safet Javoroyac, no tardarán mucho en acabar con los pastos, exterminar a las abejas y hasta diezmar al ganado por descuido colectivo, extendiendo un clima de mortandad generalizada que provocará la fuga de la familia Sam en estampida por donde vino, el fallecimiento de la madre octogenaria de la asombrada Hatidze y el retorno de ésta a su primigenia condición solitaria, casi por completo despojada de los beneficios de la miel sustancial.

 

 

La miel sustancial disemina efluvios gloriosos y amenazados que son las églogas y las geórgicas de una conmemoración coral de la apicultura tradicional en contra de la industrializada aún incipiente pero ya explotadora y arrasante, constituyendo una extraña parábola que es al mismo tiempo épica y elegía, tragedia en un vaso de agua repleto de abejas y crónica de un arduo combate de resistencia moral y física por igual, lirismo y dureza hablada en macedonio-turco-serbiocroata-bosnio, picaresca y testimonio laboral en torno de una casa con melancólico boquete-ventana tipo Los Picapiedra del siglo XXI, con ruda e inesperada pero admirable sencillez evangélica, armoniosa fotografía al ras de la aridez paisajística y cotidiana de Fejmi Daut y Samie Ljuma (esos rugosos y empequeñecedores espacios abiertos, ese caos familiar de súbito instalado que todo lo altera y trastorna no solo visualmente), edición raramente compactadora y elíptica de Atanas Geogiev para subrayar decenas de momentos privilegiados e incidentes significativos por sí mismos y para el relato construyéndose sobre una marcha milagrosa que parecería prefijada, y una música parca o estallantemente festiva como burlona autoirrisoria del grupo regionalista Foltin.

 

 

La miel sustancial opera así, al pie de las montañas recónditas de Los Balcanes, una centrifugación constante de grandes trozos rapsódicos minimalistas y de epifanías, cual nerudianas odas elementales, tan emotivas como la amorosa plática maternal con las abejas (“Mitad para mí, mitad para ti”), la miserable vela que alumbra la claustral noche innominable, la pavorosa empavorecida relación amor-odio que primero se atisbaba tras las bardas de piedra y va fraguándose y desarrollándose imprevisible e implacable al hilo de los días en el edén subvertido, las largas caminatas de la tranquilizadora apicultora madura antes autoabandonada con el feroz rebelde hijo de nueve años jamás habido, la esposa hercúlea que desatasca ella solita el camión para dirigirse en bola a la feria donde otros guerreros se batirán semidesnudos cuerpo a cuerpo entre comunales torrentes dionisiacos quizá previendo ya su reproducción caricaturesca en los rudísimos juegos infantiles posteriores, y la muerte recibida cual desechable bulto ornamental baldío y queriéndose ajena a su convulso pasado inmediato.

 

 

Y la miel sustancial regresa finalmente a su soledad, un poco a lo Beckett, a una desolación de una silueta femenina ahora con ceñida mascada roja en el pelo y afectuoso perro sucedáneo al vagar por las cumbres, para volver a jugarse la vida en el escarpado desfiladero y de nuevo, como al principio, desenterrar, o extraer de la roca, otro minipanal silvestre de urgencia, con abejas renacidas, que harán resurgir la disgregación huidiza de un proyecto doméstico a la intemperie, que solo entonces florecerá en la ebullente prehistoria macedonia, asimismo soterrada, virulenta y discordante.

 

FOTO: Este documental refleja los choques entre la modernidad y el mundo rural en la historia de una apicultora en las profundidades de Los Balcanes./ Especial

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