La actualidad al teatro

Mar 31 • Escenarios, Miradas • 6936 Views • No hay comentarios en La actualidad al teatro

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Todo, basada en una novela de Janne Telleres una mirada de la infancia como una etapa en la que la imaginación se convierte en resistencia frente a la debacle espiritual del mundo

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POR JUAN HERNÁNDEZ

El teatro universitario ha ofrecido, en los meses recientes, dos obras que forman parte de un discurso, cuyo objetivo es expresar inquietudes en relación con la época actual: la violencia, la falta de fe, la pérdida de valores morales en el ejercicio de la voluntad y la soledad como experiencia humana inquietante.

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De la primera obra, Nada, ya hemos hablado en este espacio (Confabulario, Escenarios, 11 de febrero de 2018), ahora nos enfocaremos en la otra puesta en escena: Todo, también de la autoría de la novelista Janne Teller (Copenhague, 1964), adaptación teatral de José Manuel Hidalgo, con la dirección de Mariana Ximénez, y las actuaciones de Andrea Riera, Leonardo Zamudio, Lucía Uribe, Nick Angiuly y Pablo Marín.

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Si bien ofreció una temporada corta, en el Teatro Santa Catarina —espacio programado por Teatro UNAM, al servicio de la experimentación—, es necesario dejar testimonio de su realización, toda vez que es una pieza crítica sobre el mundo contemporáneo, abordada desde la mirada de la generación joven, a través de una propuesta escénica efectiva y sólida.

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En Nada se figuró el despojo de significado para llenar el vacío, con la consecuente muerte del espíritu. En Todo, asistimos a la prosecución de aquel discurso, en una obra en la que se usa el mismo artefacto escénico —una plataforma, sólo que está vez con la inclinación hacia el lado inverso a la que se usó en la primera obra—, para reflexionar la vida de manera íntima, profunda, simbólica y abstracta, pues es en esta dimensión en donde se resguarda el enigma del alma humana.

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Los personajes de Todo siguen siendo niños, individuos que crecen frente a la sensación de vacío, y se aferran con todas sus fuerzas al tronco de un árbol imaginario, entendido como la columna suprema de la humanidad toda.

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Las historias se superponen, los personajes trasmutan —son y dejan de ser para convertirse en alguien más—; la escena se llena con la iluminación diseñada por Patricia Gutiérrez, y el espacio toma la forma de la nostalgia, del sueño roto, de la inocencia que se rompe entre las paredes imaginarias, que ocultan el horror de otros personajes, a los que no vemos pero sabemos que están ahí, porque forman parte de nuestra realidad: niñas esclavizadas para ser entregadas a depredadores y otros seres vulnerables ante un poder implacable.

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En medio de aquel discurso sobre la violencia hay un ojo alerta: la consciencia de que el horror amenazante puede ser objetivo y palpable, motiva la huida hacia un paraje seguro. La salvación de estos personajes es su rebeldía. El deseo de no ser víctimas y mantenerse opuestos a la normalización de la devastación moral de la especie humana.

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Mariana Giménez dirige con certidumbre. Sabe a dónde quiere llegar. Conoce los elementos a los que recurre para sintetizar en el tiempo y el espacio del teatro, la experiencia humana; a la que desnuda y sobre la cual reflexiona de manera profunda. Frente al nihilismo de la época, antepone la fuerza de la voluntad, el ejercicio de la libertad.

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Entonces el teatro se vuelve no un medio, sino la experiencia misma de la realidad del mundo actual, en el que seguimos siendo pequeños como especie. La infancia vista no como el momento de la inocencia, sino como aquella etapa en la que es posible tomar el arma poderosa de la imaginación, ejercicio de resistencia frente a la debacle espiritual del mundo.

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La puesta en escena es entonces pensamiento profundo, expresado en la construcción de un tiempo detenido en la eternidad, en un espacio en donde el enigma se asoma, en el momento de revelación de lo verdadero: el teatro como experiencia, en los cuerpos de los actores, en la palabra enunciada, en las realidades simbólicas que trascienden al entendimiento, y en definitiva, en la reflexión compartida en esa reunión a la que es convocada la comunidad.

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Hay unidad en el discurso. El ritmo actoral recorre el tiempo-espacio sin tropiezos. La empatía del público con la verdad revelada, se manifiesta en la respiración y la energía que religa a los participantes del fenómeno teatral.

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El teatro vuelve a integrar a la comunidad, a través de una preocupación compartida: la de la humanidad en la actualidad. Esa humanidad figurada en el imaginario y simbólico tronco del árbol, que crece a pesar de todo. Entre la nostalgia del discurso hay espacio para la esperanza o, al menos, un deseo de creer que todo estará bien.

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Mariana Giménez, actriz sobresaliente, con una trayectoria impecable, da pasos firmes en la dirección de escena. Con Nada y ahora Todo, de Teller, se consolida como una creadora indispensable del teatro contemporáneo mexicano.

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FOTO: Todo, de Janne Teller, adaptación de José Manuel Hidalgo, dirección de Mariana Giménez, con Andrea Riera, Leonardo Zamudio, Lucía Uribe, Nick Angiuly y Pablo Marín; música en vivo de Alejandro Preisser, escenografía e iluminación de Patricia Gutiérrez, vestuario de Lila Avilés y Andrea Riera, se presentó en el Teatro Santa Catarina, en una breve temporada, que culminó el 25 de marzo. / Andrea López / Dirección de Teatro. UNAM

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