La búsqueda de un lugar en el mundo: entrevista con la directora Laura Mora

Ene 7 • Conexiones, destacamos, principales • 2117 Views • No hay comentarios en La búsqueda de un lugar en el mundo: entrevista con la directora Laura Mora

 

La cinta ganadora en el Festival de San Sebastián, Los reyes del mundo, narra la historia de Rá, un joven que vive en las calles de Medellín, quien recibe una carta del gobierno en la que se le notifica la restitución de la tierra arrebatada por paramilitares a su abuela, lo que lo llevará a emprender un viaje por la Colombia más inhóspita en compañía de sus amigos

 

POR SONIA SIERRA 
Los cinco jóvenes personajes de la película Los reyes del mundo (Laura Mora, 2022) representan el sueño de muchos colombianos: una tierra prometida, el retorno al campo como el lugar añorado y paraíso perdido. Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano viven en las calles de Medellín. Una carta a Rá detona todo: el gobierno le anuncia que le será restituida la tierra arrebatada por paramilitares a su abuela. Ahí, los cinco emprenden un viaje a lo largo de un paisaje que encarna la felicidad, el vacío, la voracidad, el futuro incierto.

 

Es la primera película de carretera en Colombia; es también una película sobre masculinidades, ya que estos jóvenes no sólo son hijos de un padre ausente, sino que desconocen el afecto, y es la amistad el lugar para esos afectos.

 

Los reyes del mundo, premiada en los festivales de San Sebastián y el Internacional de Zurich, y candidata de Colombia a la mejor película extranjera en los Óscares, llegó esta semana a la plataforma Netflix. Es la segunda película de autor de Laura Mora (Medellín, 1981), directora y guionista, formada en dirección de cine en la Universidad RMIT en Melbourne, Australia; en 2018, realizó Matar a Jesús, cinta autobiográfica de una joven de 22 años que presencia el asesinato de su padre, y que luego se encuentra y relaciona con el sicario que le disparó.

 

En un café en el barrio Laureles, de Medellín, acompañada por su perro Pambelé, Laura conversa con EL UNIVERSAL.

 

¿Qué historia detona Los reyes del mundo?
Realmente, Los reyes del mundo no sale de una historia en particular; nace de preocupaciones y para mí el cine es eso: una manera de explorar lo que me preocupa, me causa dolor, fascinación o curiosidad. Hace años vengo haciéndome preguntas sobre el mundo, sobre un sistema que me parece cada vez más cruel, que cada vez expulsa más a la gente. Eso y lo que escuché en el casting de Matar a Jesús, donde los chicos jóvenes hablaban del deseo de tener un lugar en el mundo, se ancló en las preguntas que me he hecho sobre la tierra en Colombia.

 

La tierra ha sido el punto neurálgico de nuestro conflicto: un montón de gente despojada de sus tierras y una tierra muy condenada por su riqueza; la tierra es tan rica que se vuelve apetecida por todos: legales e ilegales; apetecida por todas las formas de explotación, porque es rica para la ganadería, en oro, en coca, en corredores para la guerra. Esas preocupaciones, dolores, preguntas, se fueron entrelazando. Después de Matar a Jesús, hice el viaje que hacen los chicos en la película —es el viaje que hacemos los paisas (antioqueños) para salir a la costa Atlántica—, y en mi cabeza empezaron a aparecer imágenes de chicos atravesando ese paisaje y empecé a escribir en mi libreta: “chicos reclamando un mundo”, “chicos vengándose del mundo”, “somos los reyes del mundo”. Después se me ocurrió la idea de que a esos chicos, que no tienen mucha familia ni un pasado claro, les llega una carta diciéndoles que les van a devolver una tierra. Ahí anclé todo.

 

Recoge un sueño que es algo muy presente en nuestra sociedad.
Sí, de una casita para la mamá, de un lugar donde nadie nos joda. Una búsqueda muy humana, universal: todos los seres humanos estamos buscando un lugar en el mundo. Creo que eso ha hecho que la película haga eco en otras latitudes; traspasa el tema de la restitución de tierras y lo vuelve esa búsqueda universal que todos tenemos de tener un lugar propio en el sentido más afectivo. En el cine colombiano hemos visto mucho el viaje de la ruralidad a lo urbano, y quería hacer el viaje contrario, que para mí es un viaje al origen; decía María Zambrano que pocas cosas definen tanto al ser humano como el origen, y estos cinco chicos de los que no sabemos mucho su historia pasada, necesitan anclarse a algo. El viaje a la tierra prometida significa también una vuelta al origen para poder reconstruirse de alguna manera. Tiene que ver con que todos nosotros todavía tenemos un pasado muy campesino; estamos muy anclados así sea inconscientemente a unas memorias que tienen que ver con lo rural.

 

FOTO:  Juan Cristóbal Cobo

 

El tema del afecto es muy importante para los jóvenes, sólo se tienen a ellos mismos.
Es una película sobre los afectos. Para mí era muy importante la masculinidad. Al hombre nunca se le ha dicho de qué tiene qué hablar, ha sido absolutamente libre en cómo expresarse a nivel literario, cinematográfico, plástico. En cambio, a la mujer se le pide que hable de ciertas cosas; como mujer se me pide constantemente que tenga personajes femeninos, y lo que me pasa es que me inquieta muchísimo la masculinidad, mirar a los hombres, fragilizarlos y poder mostrarlos en registros que usualmente no se les muestra. El mandato social nos dice cómo ver a estos chicos: violentos, agresivos, pero a mí me interesaba ver cómo se tratan sin esa violencia, cómo se acompañan, se ríen, se abrazan, se protegen. Y eso no lo inventé, lo he observado; ellos se comportan así, se abrazan, se apoyan, y con la misma intensidad al rato se dan un puño.

 

En las dos películas ha trabajado con actores naturales. ¿Qué desafíos representó?
Para mí es absolutamente natural, he trabajado obviamente con actores profesionales, grandes actores, pero en mi trabajo más autoral no se me ha pasado por la cabeza trabajar con esos actores porque hay unas verdades que estoy buscando que no se construyen, sino que existen. Mi búsqueda es muy precisa, tengo unos personajes cuyo paisaje emocional está supremamente bien descrito. Yo disfruto mucho de la aventura humana, la aventura de conocer al otro, de tener espacios de profunda intimidad con el otro, entonces nunca trabajo con una distancia del director, es un espacio de mucha horizontalidad, aprendo de ellos y aprendo de mí.

 

¿Cuál es la historia de las mujeres en la película, de ese burdel que usted crea en medio de la carretera?
Tenía muy claro que los jóvenes transitan entre realidad y delirio, que tienen ciertos personajes con los que se encuentran y de los que aprenden algo de la vida; entre estos quería este grupo de mujeres, una especie de matria, una patria pero hecha por mujeres, en la mitad de la nada, con un universo medio sostenido por ellas. El casting fue con colectivos de mujeres, trabajadoras sexuales de aquí de Medellín, las Guerreras del Centro y Putamente Poderosas. Me gusta del ser humano la contradicción: que pueda ser puta y ser madre; que pueda ser ladrón y ser amoroso… Es un universo lleno de símbolos; ellos están encontrando una imagen maternal, y ellas, una imagen filial.

 

FOTO:  Juan Cristóbal Cobo

 

El paisaje en la película no sólo es bello, sino que acompaña de manera dramática las escenas, tiene muchos significados.
El paisaje colombiano está cargado de una geografía muy violenta naturalmente, estos no son bosques y llanuras, son selvas, ríos, rocas, una violencia geográfica; un paisaje bello donde hay tensión. Y era provechar esas formas del paisaje para convertirlas en símbolo, como la neblina, su belleza y su fantasmagoría, símbolo del vacío; también, la tierra prometida que es una tierra herida, árida. Y hay otro elemento, la ruina: todo está un poco así, incluso la ciudad; la ruina habla de lo que somos, del abandono, de lo que no fue, de promesas incumplidas. Era importante que se sintiera el viaje, que los atraviesa emocional y físicamente.

 

Trabajó en una zona muy marcada por la violencia. ¿Qué retos enfrentaron?
El norte de Antioquia tiene una historia de limpieza social súper fuerte; unos municipios ultraconservadores, con una fuerza católica heredada de Miguel Ángel Builes (arzobispo de mediados de siglo XX), no es coincidencia que el grupo paramilitar de la zona se llame Los Doce Apóstoles. Y más allá está el Bajo Cauca, que donde pones un pie hay oro. Es algo triste, es una condena, y donde el Estado ha fallado en todas sus promesas. Rodar allá fue un reto; nos dijeron que estábamos locas, pero todo lo contrario, no fue sino belleza.

 

Es una película que conecta mucho con Colombia hoy…
Hay una cosa que me parece poética y es que, a pesar de todo, en ese margen, en esas comunidades profundamente aporreadas por la historia, sigue habiendo una creencia en el Estado. Me gusta cuando el viejo le pregunta a Rá: “¿Usted sí cree que el gobierno le va a devolver esa tierra?”, y él contesta que sí, que tiene fe. Era una cuestión de fe porque en realidad siempre les ha fallado el Estado, desde antes de que nacieran, como un padre ausente.

 

¿Cómo ve este momento del país?
Mucha gente me cuestiona: “Usted no tiene esperanza”. Y yo digo: “Para nada, si no tuviera esperanza no haría estas películas”. Tengo esperanza, porque la esperanza incluye la palabra espera, incluye la utopía, en un sentido muy existencialista, schopenhaueriano; no necesariamente implica algo que va a cambiar, sino que uno está caminando hacia esa línea del horizonte para que algo cambie.

 

Tengo esperanza, pero no soy optimista; el optimismo es un pedido más superficial, inmediato. Frente a lo que pasa en el país ahora tengo un profundo entusiasmo, y me alegra que la película coincida en este momento de conversación sobre la tierra; no creo que todo vaya a cambiar, este país es demasiado complejo, pero tengo entusiasmo frente a la posibilidad de un relato más incluyente. Tengo esperanza porque, en los meses que van de este gobierno, se han desempolvado 3 mil casos de personas a las que les habían dicho que no podían ser reclamantes de tierras; sin embargo, hace dos meses hubo pasacalles en las veredas diciendo: “Ojo con la restitución, no vamos a devolver nada”. Como acá somos expertos en empezar guerras nuevas, uno no sabe. Al final son hombres pobres peleando por las tierras y los poderes de hombres ricos. Si hay algo que Matar a Jesús y Los reyes del mundo tienen en común, es que al final los verdaderos responsables no tienen nombre ni apellido ni sabemos quiénes son. Y ese es un problema no sólo de Colombia, sino del mundo. Es por eso que no soy optimista; yo tengo esperanza, y el cine es el lugar donde me paro a construir esa espera, ese anhelo platónico que tiene que ver con soñar un mundo más justo.

 

FOTO:  Juan Cristóbal Cobo

 

FOTO:El elenco de Los reyes del mundo acompañado de Laura Mora / Juan Cristóbal Cobo

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