La Comedia de Dante: artificio del discurso divino

Sep 11 • destacamos, principales, Reflexiones • 3972 Views • No hay comentarios en La Comedia de Dante: artificio del discurso divino

 

A 700 años del fallecimiento de Dante Alighieri, repasamos su histórico poema, que fue escrito como un tratado de filosofía moral, en el cual Virgilio, su guía en el Infierno, encarna a la razón; Beatriz, a la teología; y el propio Dante, a la humanidad que se debate entre la virtud y el pecado

 

POR MARCO PERILLI 
Tiene sentido, hoy, leer la Divina comedia? La respuesta es unánime: sí. Igual que para Shakespeare, o Cervantes; igual que para Homero, o la Biblia. Sin embargo, en cuanto a las razones de tan categórica aserción, el criterio es genérico, evasivo, la prueba se atrinchera detrás de una sarta de banalidades: son clásicos, eternos, exploran las pasiones más profundas, trascienden su época y su autor, son espejo de nuestra condición. Los clásicos nos leen. Umberto Eco decía que los clásicos son los libros que odiamos ya que nos obligaron a leerlos en la escuela. Los clásicos, anotaba Flaubert en su Diccionario de lugares comunes, son los libros que nosotros presumimos conocer.

 

La Comedia de Dante, que Boccaccio calificó de divina, es el punto de llegada y no regreso de una civilización. Si en nuestro imaginario Dante es el creador de un mundo fantástico, el visionario de un más allá convulso y alucinado, y divertido, entre sus contemporáneos era sólo el inventor de un inmenso artificio. ¿Sólo el inventor? ¿De un artificio?

 

El sentido de cada palabra nace, se desarrolla, declina, se conserva, muere. Volvamos a creador y a inventor, sinónimos que usamos a capricho para dar gala de un vocabulario dominado. El hombre medieval, en cambio, asumía la existencia de un único creador: Dios; de una sola creación: la del universo, con el cielo y la tierra, el descanso del séptimo día, etcétera. El verbo “crear” deriva de creare con el significado de crecer, que podríamos asociar, por analogía, con “autor”, derivado de augeo, aumentar. Tal acepción duró hasta el umbral de la modernidad, cuando en la estela de los mitos románticos del yo, que culminaron en la nómina del copyright, la idea de creación se rebajó, destituyendo al único ser que de la nada era capaz de imaginar y concretar un universo, o el universo, y dispensando esta prerrogativa al genio personal. Por el contrario, “inventar” deriva de invenio, encontrar, hallar: el Diccionario de la Real Academia registra este sentido en su primera acepción, en el híbrido enunciado de “hallar o descubrir algo nuevo o no conocido”, pero… ¿quién lo utiliza en nuestros días?

 

En la Edad Media el Creador proporcionaba un modelo, en la forma sensible de la naturaleza y en la forma mediada de la historia, y el inventor lo encontraba y lo imitaba. El mundo era copia de Dios y el arte era copia del mundo. Virgilio, el guía, el poeta-filósofo, el sabio pagano que conoció post mortem la doctrina cristiana, le explica a su discípulo Dante que el arte es el nieto de Dios, siendo la naturaleza, respectivamente, madre e hija de los dos.

 

Dante inventa un artificio. Artificio aparece una sola vez en la Comedia, en el canto XII del Purgatorio. Virgilio recomienda a Dante que ponga atención donde pisa:

 

Mira hacia abajo:
para hacer tu camino más sereno
ver el suelo que pisas te conviene.(1)

 

El discípulo acata la instrucción y al mirar hacia abajo nota una serie de imágenes grabadas en la roca; y el poeta que narra la aventura, el propio Dante que también es otro Dante, el que recuerda lo que al peregrino le tocó experimentar en el viaje al más allá, arranca el recuento con cuatro tercetos que comienzan con la misma palabra: Veía. Siguen cuatro tercetos que comienzan con la palabra Oh y otros cuatro que comienzan con Mostraba. Al final de la secuencia, un terceto comienza sus versos con Veía, Oh, Mostraba. Un agudo exegeta, siglos después, notó que las letras forman el acróstico VOM, que en italiano significa “hombre”. ¿Casualidad? ¿Una faena, un desafío al lector? Dante lo resume en una palabra:

 

de la misma manera vi grabado,
aunque con más decoro y artificio,
todo el rellano que cercaba el monte(2)

 

Artificio, que nunca volverá en la Comedia, indica un prodigio divino, unos dibujos grabados en la roca en la montaña del purgatorio, algo que trasciende al ser humano, el arte y la imaginación, y se inscribe en el mundo natural de la Verdad: el artificio para Dante es la antítesis de la creación subjetiva, del genio individual, de la obra de arte, y es la imagen directa, sensible y manifiesta, del discurso divino. Remata esta idea la palabra narración, que sólo aparece una vez en la Comedia, también en el Purgatorio, y designa una visión apocalíptica que recibe el peregrino en su imaginativa despejada por Beatriz.

 

Conviene observar cómo el tino del poeta, al servicio de la causa que avala su argumento, refleja en un juego de espejos la pareja maestro-discípulo, que es otra cara del par modelo-copia: si Virgilio recomienda al peregrino Dante fijarse en el suelo para hacer el camino “más sereno”, y al mismo tiempo y de paso lo instruye a que repare en los grabados, el poeta Dante recomienda al lector fijarse en la superficie del texto, a fin de que descubra el acróstico que señala al hombre al principio de su itinerario de purificación. La cualidad transitiva de ver, que es el verbo más empleado en la Comedia, adquiere toda su extensión y resonancia.

 

Artificio y narración denotan para Dante algo sustancialmente opuesto a lo que son para nosotros. Esta diferencia se conjuga en la antítesis entre objetividad, la del mundo divino, y subjetividad, la de nuestra psique, que crea o inventa el mundo que percibe; en otras palabras, entre absoluto y relativo. Sea ésta, tal vez, una herramienta útil para asomarse al inmenso edificio del poema, una estructura calculada y realiza da en sus mínimos detalles para imitar el artificio divino.

 

Aparte de las obviedades ideológicas, filosóficas o científicas, entonces, conviene medir nuestra distancia a partir de la certeza, o no, de poder reconocer e imitar un modelo existente, eterno, perfecto y necesario. Yo cumplo con mi cometido —piensa Dante— en tanto que mi conciencia se ajusta a ese molde irrefutable, que era, que es y que será. De ahí el afán de precisión de la Comedia, de su programa numérico y geométrico, de su inventario del mundo material e inteligible, que antes de ser una tarea literaria es el precepto moral de adhesión a un modelo, una réplica fiel, en resumidas cuentas, una invención.

 

Los siglos, leyendo a Dante, según el grado de rechazo por la jurisprudencia del más allá, definieron su horizonte en la constelación del pensamiento occidental. Así, Purgatorio y Paraíso fueron orillados en cuanto expresiones de un ideario rancio, sordo a la ironía constante de la historia, y sobre todo al devenir como acicate del progreso, mientras que el Infierno fue visto como el cuadro más lúcido y preciso, profundo y literal, de nuestra depravada condición. La Comedia ha sido leída en una suerte de distopía crítica al revés, proyectando en un poema compuesto a principio del siglo XIV instancias propias de cada futuro lector.

 

El episodio más célebre de la Comedia es el de Paolo y Francesca, en el V canto del Infierno. Hablar de Paolo y Francesca ya define los términos del discurso: en el texto de Dante no se menciona a Paolo, el personaje es anónimo y ausente del protagonismo de la acción. Fue la tradición dantesca, empezando por Boccaccio, la que dio un nombre al amante de Francesca, convirtiéndolo en la pieza de un binomio indisoluble. Paolo no habla y Dante no habla de Paolo: nosotros leemos otro texto, escrito a lo largo de los siglos, a partir de aquel poema medieval.

 

Borges lo demuestra, consciente o menos de su borgesianismo. En la conferencia dantesca que inaugura Siete noches, afirma, hablando de Paolo y Francesca: “Están juntos para la eternidad, comparten el Infierno y eso para Dante tiene que ser una suerte de Paraíso.” Para Borges, y para mí, y me atrevo a pensar que para la mayoría de los lectores de los últimos dos siglos, el infierno es una metáfora, un laberinto, una biblioteca del horror, psicodrama íntimo y social. Para Dante, no. No podemos ignorarlo si miramos, con las herramientas que el tiempo quita y da, al contexto que lo generó. Para Dante, que en el V canto del Infierno, por boca de Francesca y su elegante y visceral apología del sentimiento, canta el amor por la persona, la presencia del rostro tan querido es un calvario atroz, verdadero contrapaso del amor: el tormento igual y contrario a la culpa. El infierno, para Dante, para el hombre medieval, para quienes construyeron y usaron la catedral de Chartres, era la experiencia tangible de la eternidad, el dolor que actúa en el cuerpo y en el alma, el territorio físico de la derrota espiritual. Apelar al consuelo mutuo de la compañía, frente a la condena eterna, es ignorar el alcance de aquel pronunciamiento, ya que no podemos suspender el juicio, ni el Juicio, girando la página del libro, o saliendo, aunque sea por un café, del laberinto de la lectura absorta. A cada época sus metáforas y su realidad.

 

Recientemente, se asomó a la Comedia el espectro indiscreto de otra ficción: los derechos humanos. La delegada de una organización no gubernamental en Italia, que goza de cierto crédito y colabora con la ONU, propuso quitar a Dante de los programas escolares de la preparatoria, donde se dedican tres años al estudio de las tres cantigas, acusándolo de ser intolerante y discriminar a los islámicos y a los homosexuales. Cierto. Los “discriminaba”, en el sentido actual, espurio y limitado, de la palabra. Y los mandó al infierno. Podríamos agregar que en el sistema moral de Dante, que es el de Tomás de Aquino y de un milenio de civilización, el pecado de lujuria, sin arrepentimiento, es más grave que el de un asesino arrepentido. Hacer el amor y gozarlo era más grave que matar y lamentarlo. Nuestro anatema es rotundo, sería ridículo entablar una disputa. El relativismo cultural es un hecho, como el cambio climático o la evolución. Pero, lo que señala la delegada de aquella ONG, es el síntoma de un mal resistente a toda reflexión, al filtro de un método sensato: es decir, el embrollo de la tecnología mental de épocas distintas. Imputar a Dante la falta de tolerancia equivale, en términos intelectuales, a reclamarle por no haber llamado un taxi que lo sacara sin apuro del infierno. El concepto de tolerancia, o el principio de la democracia, son lemas que nos identifican y que un día serán medidos con análoga distancia.

 

Entonces, ¿tiene sentido, hoy, leer la Divina comedia? Sí.

 

El poema, que su autor definía un tratado de filosofía moral, es una alegoría. Virgilio encarna la razón, Beatriz la teología, Dante representa a la humanidad. Reos y santos, captados en el gesto dinámico de su testimonio, son figuras ejemplares, paradigmas. Sólo Dios es lo que es y por eso no se ve, queda fuera del catálogo de los 364 personajes que pueblan la Comedia y que son a la vez quienes eran y quienes serán perennemente. Instantáneas de la eternidad. Relámpagos de tiempo en el escenario imperturbable de la pena o la gloria universal. Pero, el Dante que los ve y los escucha, y el Dante que todo lo recuerda, son hombres, hechos de alma y de cuerpo. Ambos, peregrino y poeta, recorren el mismo camino con instrumentos diferentes: los sentidos y la memoria. Comparten la meta, la cualidad humana de su andar, su músculo y su pulso, sobre todo el miedo a no llegar. El lector tiene la sensación de que ambos atesoran la mutua compañía, son ánimas consortes de una vocación, como Paolo y Francesca. El poeta, para narrar, reconstruye lo que él, cuando era otro, cuando era peregrino, vivió; y él, el peregrino, sabe que un día, vuelto al mundo, tendrá que recordar… Los dos, que no pueden coincidir, para que la Comedia exista, encuentran su razón de ser en el anhelo del otro.

 

El punto más alto del cortocircuito entre presencia y memoria es el reencuentro con Beatriz. La mujer amada en la Vida nueva, muerta a los 25 años, desde hace diez, aparece al peregrino en el clímax narrativo del poema: se despide la razón, Virgilio, guía del viaje terrenal a través de infierno y purgatorio, y aparece Beatriz, la teología, guía del viaje celeste hacia el Empíreo. Encuentro y despedida se empalman en un torbellino de pasiones, que raptan al peregrino, y al lector, en la elocuencia del poeta. Estamos en el canto XXX del Purgatorio, en el jardín del Edén, en el punto extremo de la Tierra. Beatriz llega del cielo y el peregrino, que fue el poeta de la Vida nueva, reconoce a la mujer que había marcado su noviciado. Le urge confiarse con Virgilio:

 

Ni un adarme
de sangre me ha quedado que no tiemble:
conozco el signo de la antigua llama.(3)

 

Astucia de colega, pues se trata de la versión italiana, literal, de los versos con que Dido, en la Eneida, expresa su renovado amor. Palabras de Virgilio que Dante dirige a Virgilio.

 

Pero Virgilio nos había privado
de sí, Virgilio, dulcísimo padre,
Virgilio, a quien me di para salvarme;(4)

 

Sin avisar, dejando el foco puesto en la aparición de Beatriz, Virgilio se ha esfumado. Virgilio, Virgilio y Virgilio: el grito de Dante, del poeta y del peregrino, marca el compás de la pasión que lo atormenta: ¿con quién confiarse ahora que Virgilio se ha ido? ¿Con el lector? Si la duda se queda, el exordio de Beatriz la disipa:

 

Dante, no llores, no, porque Virgilio
se haya ido, no llores todavía,
pues llorarás a causa de otra espada.(5)

 

Es la única vez en que aparece la palabra Dante, con su tremenda resonancia. Aun así, no es suficiente y la mujer “venida del cielo a la tierra para mostrar un milagro”(6) se revela:

 

¡Mira, mírame bien! Sí, soy Beatriz(7).

 

Virgilio, Dante, Beatriz: tres alegorías y tres personas, y el libro en blanco de sus biografías. Ahí está el meollo de nuestro interés por la Comedia, que no abandona al ser humano en los vértices más altos de la abstracción. El énfasis en los nombres hila la trama de pálpitos febriles y al mismo tiempo se requiere al intelecto que abandone su propia gravedad. El escolástico Dante nos dice que las cosas del cielo guardan la sangre de la tierra y cuando Beatriz entabla un juicio en su contra, categórico y severo, por extraviarse tras su muerte, le reprocha otros amores, la entrega a los placeres fugaces, de la carne y de la mente, que lo alejaron de las alturas a las que estaba destinado:

 

No debías dejar que entorpeciera
tus alas otra flecha más, ya fuese
muchachita o antojo pasajero.(8)

 

Muchachita o antojo pasajero… ¡Vaya recato de la alegórica Beatriz! ¿De cuernos se habla en paraíso? El teólogo Dante, político exiliado que escribe la Comedia, intransigente pensador y milimétrico poeta, no deja de acentuar el sesgo humano, sustancia y medida de lo que comprendemos, para aspirar al Cielo que refleja la mejor versión posible de la Tierra.

 

Primero que nadie lo entendió Boccaccio: el Decamerón, escrito tres décadas después, es a la fecha el más agudo comentario a la Comedia y el Humanismo echó raíces en el diálogo sincero entre los dos.

 

NOTAS: 

  1. Purgatorio, XII, vv. 13-15, en Dante Alighieri, Comedia, Prólogo, comentarios y traducción del italiano de José María Micó, Acantilado, Barcelona, 2018. Todas las citas se refieren a esta edición.
  2. Ibídem, vv. 22-24.
  3. Purgatorio, XXX, 46-48.
  4. Ibídem, 49-51.
  5.  Ibídem, 55-57.
  6. Libre traducción de un verso de la Vida nueva (XXVI)
  7. Purgatorio, XXX, 73.
  8. Purgatorio, XXXI, 58-60.

 

FOTO: Retrato de Dante Alighieri, realizado por el pintor Sandro Botticelli hacia 1495/ Crédito: Especial

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