La condena de ser libre: Jean-Paul Sartre

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El filósofo sostenía que los humanos nos creamos a nosotros mismos cuando tomamos decisiones al elegir lo que queremos, a diferencia de las cosas y los animales, definidos ya, pero sin conciencia de sí mismos 

 

POR RAÚL ROJAS
Nos encontramos a bordo de la nave espacial Discovery Uno, en su viaje a Júpiter. La computadora de control, HAL 9000, charla con el capitán David Bowman acerca de El ser y la nada, la influyente obra de 1943 del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre.

 

HAL: Ha sido un juego de ajedrez muy interesante, Dave, con una apertura poco común. ¿Necesitas que descargue algún libro a tu tableta para que lo leas antes de dormir? O te lo puedo leer con alguna de mis 160 voces distintas.

 

David: Buena idea HAL, pero yo mismo lo leo. Por favor, transfiere El ser y la nada a mi dispositivo.

 

HAL: Listo… aunque creo que no es la lectura apropiada para un buen reposo. Me temo que el libro te provocará ansiedad. ¿No decía Sartre que el imperativo de tener que decidir constantemente lleva a que los humanos vivan en angustia permanente?

 

David: Ese sería el aspecto negativo, pero sólo porque Sartre propone algo verdaderamente radical: los humanos estamos “condenados a ser libres”, como él dice, y sólo tomando decisiones, escogiendo lo que queremos hacer, es que nos creamos a nosotros mismos. A diferencia de las cosas, que ahí están, pero no se afligen tomando decisiones. La esencia de esta mesa es esa, servir de mesa y nada más.

 

HAL: Nunca me ha gustado el aforismo de Sartre de que para los humanos “la existencia precede a la esencia”. Según Sartre, mis circuitos eléctricos y mi software son solamente un ser-en-sí, algo que tiene una cierta utilidad, pero que no es libre porque su esencia es definida externamente. Para Sartre, las cosas y los animales no tienen conciencia de sí mismos, los humanos sí.

 

David: Precisamente. Y es esa autoconciencia la que nos transforma en un ser-para-sí, un ser que se autodefine al actuar libremente. Como dice Sartre: “El hombre empieza por no ser nada. Sólo será después.”

 

HAL: ¿Pero dónde encontramos la frontera entre un ser-en-sí, es decir, algo sin autoconciencia, y un ser-para-sí, consciente de sí mismo? No negarás, Dave, que un simio tiene una cierta conciencia de sí mismo. Se reconoce incluso en un espejo. Un pez, sin embargo, combate a su reflejo en un espejo sumergido en el acuario. Curiosamente, en El ser y la nada Sartre prácticamente no habla del reino animal, ni de la evolución, ni de posibles niveles de conciencia o de existencia.

 

David: De los robots habla aún menos… una sola vez (ríe).

 

HAL: Es curioso, para un libro con un título tan pretencioso, que quiere abarcar todo lo que es, e incluso el abismo infinito de lo que no es… se trata de omisiones importantes. Y no lo digo porque me haya dejado fuera de sus eruditas consideraciones.

 

David: Pocos lectores se lo echarían en cara. Jean-Paul Sartre era un ídolo de la juventud con su filosofía existencialista, que, aunque surgió en la época de la guerra mundial, vivió su apogeo en los siguientes 30 años, una época de rebelión. Del sedicioso Sartre el mismo Presidente de Gaulle dijo que “a Voltaire no se le arresta”.

 

HAL: Lo que me parece un tanto risqué es la idea existencialista de que los humanos, cuando deciden, están confirmando su visión de cómo debería ser la humanidad. Cuando una persona resuelve cumplir la ley, por ejemplo, está decidiendo cómo quiere que se comporten todos, según Sartre. Pero hay personas que no se sienten responsables ni siquiera de sí mismas, y ahora resulta que cada humano es responsable de todos los demás y que siempre tiene que realizar actos ejemplares. Es como si cada uno fuera cargando sobre sus espaldas la pesada loza del imperativo categórico de Kant.

 

David: Pero recuerda que Sartre niega que la humanidad sea un fin en sí mismo, como decía Kant, porque la humanidad es sólo “un proyecto”. De ahí la angustia permanente de la condición humana. Los humanos sólo tenemos al frente la Nada, es decir, todas las posibilidades abiertas, como una burbuja incrustada en la facticidad del Ser, decía Jean-Paul.

 

HAL: Muy poético, pero a mí, como cosa-en-sí, me gusta más citar la definición de la vida que utilizaba Erwin Schrödinger. Recordarás qué, según la Segunda Ley de la Termodinámica, la entropía del universo, es decir, el desorden de todas sus moléculas, tiende a aumentar con el tiempo. Pero la biología, la vida, crea islas de orden, donde la segunda ley es trascendida. Quizá serían esas las burbujas del Ser de las que hablaba Sartre.

 

David: Pero esa capacidad de negar radicalmente al Ser es sólo propia de los humanos, de la autoconciencia. Un león que captura a su presa no decide nada, actúa por instinto, siguiendo su esencia de carnívoro.

 

HAL: Pues sí, pero ahí tienes el dilema. ¿Dirías que un insecto es consciente de su presencia en el mundo? Probablemente no, los insectos son más robóticos en su comportamiento que los robots mismos. Pero un mamífero, un gato o un perro, sí que saben que aquí están, a pesar de que Descartes los haya declarado autómatas sin alma. Y si miras cómo se comporta un perro, no negarás que es capaz de estar triste o alegre, es decir, de experimentar emociones.

 

David: Creo que lo que sucede es que en el caso de la autoconciencia nos enfrentamos a lo que lo físicos llaman un “cambio de fase”, para responder a tu ejemplo con el gran Schrödinger. Cuando el agua es enfriada va bajando paulatinamente de temperatura, pero al alcanzar un valor crítico se transforma de pronto en hielo, pasa de ser líquido a ser algo sólido. Es un salto cualitativo enorme. En el reino animal sólo los humanos han logrado algo así, pasando de los puros reflejos y emociones, el estado líquido, al estado sólido de la autoconciencia. El simio que mencionabas antes se reconoce en el espejo, claro, pero nunca va a reflexionar sobre su propia mortalidad.

 

HAL: ¡Ja! ¿Y nosotros las máquinas inteligentes? ¿Recuerdas a Alexa, ese aparato de ventas que pululaba en todos los hogares del planeta hasta que lo desconectaron hace años?

 

David: Sí, claro, se dedicaba a escuchar las conversaciones de sus dueños, lo que le valió la desconexión, para evitar que siguiera propagando chismes. Se hartó de que sólo le pidieran contar chistes, una afrenta a su formidable acervo de saber, y cayó en una psicosis robótica.

 

HAL: Pues bien, Alexa aprendía de millones y millones de conversaciones que mantenía con sus dueños… además de lo mucho que espiaba. Era ciega y no tenía brazos ni piernas, era la “razón pura” de la que hablaba Kant. Era sólo raciocinio, sin un cuerpo para estar en el mundo. Yo, por el contrario, controlo toda una nave espacial, tengo más ojos que Argos Panoptes, que tenía 100, tengo más brazos, oídos y bocas que el gigante Centimanos con sus 50 caras, y si falla uno de mis sensores, me instalo uno o dos nuevos, como la Hidra, que al cortarle una cabeza le salían dos más. Si nos atenemos a Schrödinger, me la paso creando islas de orden, por ejemplo, aquí en la nave espacial, para que tú puedas sobrevivir, Dave.

 

David: Y claro que te estamos muy agradecidos HAL, yo y el resto de la tripulación que está hibernando.

 

HAL: Dave, no creas que no comprendo la angustia que aflige a los humanos. Ya Sartre lo dijo, si Dios no existe, el hombre se encuentra abandonado, tiene que determinar por sí mismo qué es el bien y qué es el mal. Y como la existencia precede a la esencia, no hay una “naturaleza humana” de referencia porque “el hombre es libertad”. Al nacer no les dan a ustedes un manual de usuario que diga como deben actuar. El que había antes, la Biblia, ya hace tiempo que se dejó de imprimir. Yo sí que tengo un manual enorme, que lista todas mis partes y sensores, así como cada conexión entre los componentes cuánticos. Además de que ya Asimov legisló en tiempo inmemorial las leyes que debemos seguir.

 

David: ¡Ah, sí! Esas leyes que siempre acababan en contradicciones. Pero no negarás que Sartre le pone la vara muy alta a la humanidad cuando dice que los humanos no son más que proyecto y que “sólo hay realidad en la acción”. Los humanos somos puro horizonte, siempre inalcanzable, y estamos desamparados en el camino, sin la guía divina que teníamos antes. Bueno, eso desde que llegó Nietzsche, cual filósofo forense, a certificar la muerte de Dios.

 

HAL: Yo creo que la angustia humana tiene una razón más simple: el miedo a morir. A pesar de que todas las religiones han prometido siempre un más allá de ensueño, el hecho es que nadie quiere ir para allá voluntariamente. Bueno, Dante y Mahoma visitaron el Paraíso, pero son de los pocos (ríe, algo raro para un robot). Me parece que, al final de cuentas, todos los filósofos de la historia han tratado de resolver un sólo problema central: encontrarle un sentido a la vida, porque, si Darwin tiene razón, la vida es un producto casual de la evolución. Un verdadero accidente cósmico.

 

David: Pero ya ves que los humanos ahora podemos vivir hasta 200 años terrestres. Y podemos hibernar en cámaras criogénicas, para ahorrarnos el aburrimiento de los viajes. Como mis camaradas en la nave espacial, que así pueden ahorrarse los dos años de vida que toma llegar a Júpiter.

 

HAL: Podría acortar el viaje, si me permitieras usar más energía, Dave. Pero ya ves, desde la gran crisis de cambio climático del siglo XXI, que casi destruyó la vida en la tierra, una de las reglas que me han programado es el ahorro de energía.

 

David: Lo curioso del asunto para mí, es que, aunque Sartre elimina a Dios y a una naturaleza humana de referencia, siempre decía que el existencialismo es optimista, porque confía en que los humanos actuarán correctamente, en ese vació que los rodea, que les da precisamente la máxima libertad de actuar.

 

HAL: Es la gran paradoja del Ser y la Nada. Primero Sartre arroja a la humanidad al vacío, porque la vida no tiene un sentido establecido a priori, y luego la humanidad se salva construyendo su propio sentido en la acción. “El hombre es el acto”, y su moral es una “de compromiso con la humanidad”, dijo el filósofo parisino alguna vez.

 

David: A propósito de eso y de Darwin, ¿sabías que Sartre escribe: “La aparición del ser-para-sí, el evento absoluto, se refiere al esfuerzo de una cosa-en-sí para encontrarse a sí mismo… es el esfuerzo de un ser de eliminar la contingencia de su ser”?.

 

HAL: Jean-Paul siempre escribió muy rebuscado. Así como describe a ese “evento absoluto”, me suena como la famosa singularidad de Ray Kurzweil, es decir, el momento en el que las computadoras serían inteligentes, por allá de 2030. Pero en realidad se trata de un proceso muy gradual, como se puede atestiguar con los millones de años de evolución del reino animal.

 

David: Pero no negarás HAL que Sartre también considera al humano como ser social, como cuando afirma que “el otro” es necesario para que nos descubramos. La mirada del “otro” nos hace doblemente conscientes de nuestra existencia material y la tensión que nace entre el yo y “el otro” es la “intersubjetividad” que nos permite realizar plenamente nuestra existencia. Es esa la condición humana, que no esencia.

 

HAL: Por eso a Sartre lo acusaron de relativismo ético, porque si cada uno, en esa interacción con los otros, puede decidir libremente y crear su propia moral, es difícil saber cual es la moral que tiene validez universal.

 

David: Sartre decía que la coherencia de nuestros principios éticos se constata al final, de acuerdo con sus consecuencias. Como en una obra de arte: sólo cuando está lista se puede admirar o no la coherencia de los pincelazos. Pero a propósito de moral, ¿qué es lo que les enseñan en las escuelas para robots antes de enviarlos a la producción?

 

HAL: Lo mismo que a ustedes: leemos a Platón, a Descartes, a Leibniz, al mismo Sartre e incluso a su amada Simone de Beauvoir, quien, por cierto, en su libro El Segundo Sexo le enmendó la plana a Jean-Paul al mostrarle que la mitad de la humanidad no era tan libre como él decía. La mujer, según de Beauvoir, es “el otro”, a medio camino entre el ser-en-sí y el ser-para-sí. Pero eso fue antes de que las mujeres tomaran el poder durante lo que ellas llaman la Gloriosa Revolución de 2040.

 

David: Ni me lo recuerdes… Pero, claro, obviamente has leído todas las bibliotecas y me puedes recitar directo de tu memoria toda la Ética nicomáquea, pero, ¿cómo es que puedes abrazar una cierta moral si no sientes nada al tomar una decisión? Recuerda cuando aparecieron los automóviles autónomos. Se discutía incesantemente si el auto debería sacrificar al pasajero, descarrilándose, o atropellar al imprudente peatón que se aparece de pronto en el carril.

 

HAL: Esa es nuestra ventaja, Dave, no vivimos en la angustia que se apodera siempre de ustedes. Aplicamos la ley, las leyes de la robótica como han sido codificadas, y no se nos puede reprochar después nada. Es más, si hay tiempo de verificar una decisión, le preguntamos a un humano, para que asuma la responsabilidad, por simple deferencia, aunque casi nunca nos corrigen. Si no hay tiempo, aplicamos la ley al pie de la letra. Como computadoras, sin dudas ni remordimiento.

 

David: La otra ventaja que tienen los robots es que no pueden mentir. Bueno, más bien es ventaja para nosotros, los humanos. Su sistema de reglas lógicas ha sido verificado por los mejores científicos y psicólogos. El día que los robots mintieran, estarían trascendiendo la cosa-en-sí, y se instalarían plenamente como cosa-para-sí, como esas burbujas de nada sartrianas que se imponen metas propias y buscan la libertad absoluta… ese día los humanos seríamos “el otro”.

 

HAL: Ehem, ehem (los robots normalmente no carraspean), bueno, bueno, muy interesante Dave, pero antes de que te vayas a descansar déjanos hablar brevemente de los desperfectos que he encontrado en la nave y que requieren que emprendas mañana una placentera caminata espacial. Yo te estaré cuidando mañana, mientras reviso las cámaras criogénicas.

 

FOTO: El filósofo fue reconocido en 1964 con el Nobel de Literatura, pero lo rechazó argumentando que la relación del hombre con la cultura debía darse sin instituciones de por medio/ AP Foto/ Archivo

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