La Cruz de Hierro

Ago 26 • destacamos, Lecturas, Miradas • 444 Views • No hay comentarios en La Cruz de Hierro

 

En la novela El matarife, el autor húngaro Sándor Márai describe, sin caer en juicios morales, el drama de la bestialidad humana

 

POR BENJAMÍN BARAJAS
Sándor Márai, el gran autor húngaro, tuvo el privilegio de escribir una novela magistral en su primer intento. El matarife, publicada en 1932 y luego traducida y reeditada en 2022 por la editorial Salamandra, nos presenta la historia de Otto Schwarz, un hombre sin atributos, sin capacidad para generar pensamiento abstracto, lo cual le permitía una residencia ambigua entre los reinos animal y humano.

 

Su concepción tuvo algo de bestial. La madre y el padre, después de 20 años de esterilidad, habían asistido a un espectáculo circense donde un oso se sale de control y le mastica la cabeza a su domadora. El olor de la sangre y el frenesí de las bestias polares provocan el desmayo de la esposa y la excitación del marido. Esa noche fue engendrado el bebé, quien nació diez meses después, armado con dientes y seis kilos de peso. Sobra decir que la mujer murió víctima del parto.

 

Un hecho que cambió para siempre la vida de Otto Schwarz ocurrió a sus nueve años, cuando asistió al sacrificio de un toro por el matarife del pueblo, con emoción casi salvaje festejó el hachazo proverbial que cercenó la cabeza del resto del animal; celebró los chorros de sangre y pidió los ojos del buey para asarlos en un comal. El narrador describe la hinchazón de los globos oculares y su explosión acuosa ante las carcajadas del niño.

 

El suceso reveló la profesión de Otto: él también sería un renombrado carnicero y para ello se mudó a un matadero de Berlín, donde sólo pudo ejercer dos años, pues fue llamado a las trincheras de la Segunda Guerra Mundial, donde atravesó con su bayoneta cuerpos de niños, mujeres y ancianos, como sucedió en la toma de un caserío flamenco, por lo que, meses más tarde, fue condecorado con La Cruz de Hierro.

 

Sándor Márai da vida a un personaje sin sentimientos, a una especie de zombi que equipara los sacrificios del rastro a los desastres de la guerra. “Todos somos matarifes —dice— y a las bestias hay que destriparlas con un cuchillo”. La semejanza entre los cuerpos humanos y las reses le permite experimentar el proceso de la penetración, en las carnes de las víctimas, para luego recibir el tibio impacto de la sangre.

 

El narrador de la novela es neutral, solo exhibe al personaje en las diversas escenas de horror sin hacer juicios morales y, por eso mismo, su historia deja de ser un retrato de los conflictos bélicos europeos, para convertirse en un símbolo de la brutalidad, a la altura de los relatos que compiló Borges en la Historia Universal de la infamia.

 

A lo largo del siglo XX ocurrieron pavorosos crímenes en la Segunda Guerra Mundial, en las guerras de indochina y Vietnam, en los golpes de estado y la instauración de las dictaduras de Latinoamérica y África, y a todo ello parece anticiparse Sándor Márai. Así, en este México profundo, cuando los grupos criminales se enfrentan, desuellan y descuartizan a sus víctimas, pareciera que vivimos en una época sin esperanza y que, como pensara Leonardo da Vinci, el hombre se ha convertido en el rey de las bestias.

 

Y sin embargo, la tragedia (y desde luego la novela), según decía Aristóteles, están ahí para exhibir las crueldades, provocar la catarsis y lograr la purificación de los espíritus.

 

 

 

FOTO: El escritor Sándor Márai, el 3 de marzo de 1911. Crédito de imagen: Especial

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