La cuarta transformación leninista

Ago 21 • Reflexiones • 1434 Views • No hay comentarios en La cuarta transformación leninista

 

En su folleto ¿Qué hacer?, Vladimir Lenin expone su concepción de un partido integrado por revolucionarios “de tiempo completo” que representaran al proletariado y fungieran como garantes de su “conciencia de clase”, e indica que el partido podría sellar una alianza entre obreros y campesinos, así como con algunos sectores de la burguesía, con el fin de transitar hacia el socialismo sin atravesar necesariamente por el capitalismo

 

POR RAÚL ROJAS 
Una de las mayores diferencias entre los partidos socialdemócratas europeos y los partidos comunistas que emergieron de su seno fue siempre la concepción del partido en cuanto dirigencia de la clase trabajadora. El hoy Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), por ejemplo, surgió de la fusión de diversas agrupaciones de trabajadores y se convirtió en 1875 en el Partido Socialista de los Trabajadores. Ya desde 1890, firmando como SPD, era el partido que recibía la mayor cantidad de votos en las elecciones al Reichstag. El SPD ha sido siempre, desde sus orígenes, un partido de masas intensamente interesado en participar en elecciones democráticas.

 

Los socialistas rusos provenían de otra tradición completamente distinta. Cuando Vladimir Illich Lenin escribió su conocido folleto ¿Qué hacer?, en 1902, estaba polemizando con el ala “reformista” del partido socialdemócrata ruso. Si alguna región de Europa parecía estar lo más alejado posible de la revolución proletaria, esa región era el vasto imperio ruso. La servidumbre feudal de los campesinos pobres apenas había sido abolida en 1861 y el incipiente capitalismo no había generado aún una clase obrera numerosa. Por eso un ala importante de los socialdemócratas rusos pensaba que las condiciones no estaban dadas para el asalto al poder político. Anticipaban un largo camino de reformas democráticas y cooptación de los trabajadores en un partido de masas, lo que podría durar décadas.

 

Lenin argumentaba de una manera muy distinta. El ¿Qué hacer? es notorio por la forma en que expone la concepción leninista del partido de vanguardia, integrado por revolucionarios de tiempo completo, los que asumen la representación del proletariado y fungen como garantes de su “consciencia de clase”. En el folleto, Lenin coincide con los reformistas en que Rusia es un país atrasado, pero saca la conclusión opuesta: un partido resuelto y bien organizado puede sellar una alianza entre obreros y campesinos, así como con algunos sectores de la burguesía, con el fin de transitar de inmediato hacia el socialismo, quemando etapas, sin esperar a que madure el capitalismo. Esa concepción del partido como avant garde de la revolución fue adoptada posteriormente por casi todos los partidos comunistas que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial. Ese proyecto es también una de las razones detrás de la transformación del Partido Comunista de la Unión Soviética en una aberración dictatorial que pudo producir un Stalin a la muerte de Lenin.

 

El ¿Qué hacer? es un libro profundamente ruso, lo que no impidió que posteriormente fuera utilizado por muchas agrupaciones comunistas en todo el mundo como literatura de adoctrinamiento. El folleto trata de zanjar las más importantes discusiones entre los socialistas de la época. El Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Rusia fue fundado en 1898. Fue prohibido de inmediato y sus dirigentes más importantes se exiliaron, o ya se encontraban en el exilio, como en el caso de Lenin, que escribió el ¿Qué Hacer? en Múnich. El texto catalizó la discusión al interior del partido y llevó al conflicto decisivo entre una mayoría que apoyó a Lenin durante el Congreso en Londres y Bruselas de 1903, y una minoría que se separaría. Al nombre del ala de Lenin en esta escisión se le agregó el adjetivo bolchevique, que en ruso significa mayoría. La minoría eran los mencheviques. Todavía décadas después de estos acontecimientos no había mayor insulto al interior de los partidos comunistas que llamar al contrario un “reformista menchevique”.

 

El libro de Lenin está dividido en cinco capítulos, con títulos que lo dicen todo. El capítulo dos trata del problema de la espontaneidad y la conciencia de clase, que no es otra cosa que la autoconsciencia del proletariado acerca de su papel histórico. Siguiendo a Marx, muchos socialistas planteaban que las condiciones materiales de los trabajadores conducen automáticamente a la lucha espontánea y al surgimiento gradual de la conciencia de clase. No es así, afirma Lenin, y cita extensamente al dirigente socialdemócrata austríaco Karl Kautsky, quien habla del socialismo como un proyecto basado en la ciencia y que por eso debe ser llevado de las clases educadas al proletariado. Dice
Kautsky, a través de Lenin: “La conciencia socialista moderna sólo puede surgir de profundos conocimientos científicos”. Kautsky añade que el socialismo presupone conocimientos económicos y técnicos que el proletariado no puede crear. Del cerebro de algunos miembros de la burguesía “ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten”. Por eso “la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella”. La misión del partido de vanguardia es precisamente esa, hacer germinar “la conciencia socialista” en los trabajadores. Por la vía de las puras reformas sociales los trabajadores nunca llegarán a adquirirla. El partido, por el contrario, puede ser el depositario y correa de transmisión del “socialismo científico”, como Friedrich Engels lo llamó.

 

Para Lenin no hay términos medios en esta discusión. Sólo hay “ideología burguesa” o “ideología socialista”. Si se deja que las luchas de los trabajadores se desarrollen espontáneamente, sin orientación, su ideología desembocará en la ideología burguesa, que es más antigua y goza de mucho mayor difusión. Lenin polemiza una y otra vez contra los “economicistas” que quieren pasar por muchos años de reformas sociales para que las condiciones materiales y subjetivas de la toma del poder maduren más adelante. Lenin enfatiza que se debe actuar hoy y llama a suprimir el reformismo electorero del “tercer período”, por el que, dice, atraviesa la socialdemocracia rusa. Al concluir el folleto llama a inaugurar un cuarto período que “ha de conducir al afianzamiento del marxismo militante” para así relevar a la “retaguardia oportunista” con un “verdadero destacamento de vanguardia de la clase más revolucionaria”. De ahí que la respuesta a la pregunta planteada por el título del libro sea muy simple: hay que “acabar con el tercer período.”

 

Lenin lo logró durante el congreso de 1903 y a partir de ahí los socialdemócratas europeos se irían convirtiendo, de aliados naturales, en enemigos de los bolcheviques. Un punto de ruptura decisivo fue el inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando los diferentes partidos socialdemócratas decidieron apoyar a sus respectivas naciones. La Segunda Internacional Socialista, la organización que trataba de agrupar a los socialdemócratas de todo el mundo, se desmoronó una vez que estalló la guerra. La Tercera Internacional fue fundada en 1919 en Moscú, pero ya sólo agrupó a partidos comunistas, hasta su disolución en 1943.

 

El capítulo tres de ¿Qué Hacer? aborda la cuestión del desarrollo y formación de la conciencia de clase del proletariado. Una vez habiendo aceptado que la conciencia de clase no surge de manera automática hay que tener cuidado con la tendencia hacia el “economicismo” y “sindicalismo”. Limitarse a la lucha por mejoras salariales o en las fábricas equivale a arrancarle migajas a los capitalistas. Los dirigentes tienen que apuntar más alto, hacia la subversión del orden existente.

 

Encontramos una descripción más detallada del partido de vanguardia en el capítulo cuatro. Lenin piensa que, si bien en otros países los socialdemócratas pueden operar libremente y a la luz del día, en Rusia no existen las condiciones para ello. El partido debe operar en secreto, fundamentalmente, aunque sea visible en la política nacional. Eso requiere de una centralización muy rígida de la vida partidaria. El partido puede ser pequeño, pero debe estar conformado por militantes que le dedican todo su tiempo a la lucha revolucionaria. La dirigencia toma las decisiones más importantes, las que fluyen de arriba hacia abajo, hacia los militantes. Estos pueden discutir propuestas, pero sólo al interior del partido. Una vez tomada una decisión se debe defender colectivamente. En este modelo del “centralismo democrático”, un Comité Central o Politburó, como después en la Unión Soviética, es la instancia central, el cerebro del partido.

 

Lenin explica en su escrito que para desarrollar la conciencia de clase del proletariado y difundir el ideario del partido, se requiere de un órgano central, de un periódico alrededor del cual se organice la agitación política. Con eso queda completo el bosquejo de lo que serían los partidos comunistas posteriores a la revolución de octubre: verticalizados, con un Comité Central que genera la estrategia, con un diario que es órgano del partido y escuelas de cuadros para desarrollar la conciencia de clase. El órgano de los comunistas rusos sería el diario Pravda (La Verdad) que se editaría sin interrupción hasta 1996.

 

La socialista polaco-alemana Rosa Luxemburgo se lo advirtió a los comunistas rusos en su momento: el partido de corte leninista es una construcción autoritaria en donde el partido suplanta a la clase obrera. A la larga, señaló, el Comité Central terminará suplantando al partido. Así ocurrió: después de la muerte de Lenin, Stalin se deshizo de la vieja guardia, uno por uno. En los llamados Procesos de Moscú, escenificados de 1936 a 1938, se “desenmascaró” uno tras otro a los enemigos de la revolución: Trotski, Zinoviev, Pyatakov, Radek, Bujarin, Rykov y muchos otros. Los compañeros de lucha de Lenin acabaron deportados o ejecutados. 50 de los 66 acusados fueron condenados a la pena de muerte. El revolucionario francés Pierre Vergniaud dijo, antes de ser ejecutado durante el terror jacobino de 1793, “la revolución devora a sus hijos”. Y en ese sentido ninguna revolución fue más cruel con sus hijos que la de octubre. Poco antes de su ejecución, Nikolai Bujarin, a quien Lenin llamaba el “consentido del partido”, se dirigió al pueblo ruso: “Camaradas, la bandera roja que portáis esta teñida de mi sangre”.

 

Releyendo ¿Qué Hacer? sorprende el frenesí de Lenin y sus ataques masivos a todos aquellos que consideraba reformistas. La certeza de que la historia es un proceso que discurre de acuerdo a leyes que sólo el partido de vanguardia comprende está detrás de esta convicción indiscutible. La historia, sin embargo, no es científica, no tiene una meta o dirección preestablecida, es veleidosa. La Unión Soviética se fragmentó en varios países y la mayor parte de los partidos comunistas desapareció o fue condenada a la irrelevancia en los años noventa del siglo pasado. El “partido de vanguardia” funcionó como perfecta corporación centralizada hasta que Mijaíl Gorbachov trató de democratizarlo, con la llamada Perestroika, pero acabó derrumbándose.

 

Friedrich Schiller decía que la historia es “una corte” en la que el mundo “se juzga a sí mismo”. ¿Qué podemos agregar?

 

FOTO: Vladimir Lenin (1870-1924) fue el primer líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)/ Crédito: Especial

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