La danza, ausente en la emergencia
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A diferencia de otros episodios dolorosos para el país, bailarines y coreógrafos no han podido reaccionar ante esta contingencia
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POR JUAN HERNÁNDEZ
A casi un año de iniciar la “cuarentena” por la pandemia de Covid 19 en México, los artistas de la danza continúan paralizados ante los retos que enfrenta, sobre todo, en la forma de producción y la distribución de sus obras en la emergencia.
En el país hay artistas que gozan de becas individuales y grupales, cuyo objetivo es la de ofrecer obras dancísticas a la sociedad mexicana; sin embargo, no es tangible la producción de los beneficiados con dichos estímulos, salvo algunas excepciones, en la coyuntura actual.
Los coreógrafos se atrincheran en los límites del arte aurático (es decir, el de la comparencencia, único e irrepetible, que se realiza en un espacio-tiempo determinado) y, en ese sentido, adoptan una posición conservadora en relación con la manera en que piensan el propósito de su quehacer.
Conservadurismo artístico que contrasta con la reacción del gremio de la danza frente a la tragedia en otra época. Entendidas las distancias temporales, sociales e históricas, no podemos dejar de pensar en el terremoto que sacudió a la Ciudad de México en 1985, en la que los creadores dancísiticos tuvieron una respuesta inmediata.
En aquella época bailarines y coreógrafos fueron la punta de lanza de una vanguardia artística que buscaba abrir caminos a la expresión del arte del movimiento. Muchos de los grupos crecieron gracias al impulso que les dio la tragedia vivida en la capital del país.
Fue entonces cuando los “independientes” adaptaron obras para bailarlas entre los escombros, en la escalera de un multifamiliar, alrededor de las carpas de los damnificados, en explanadas y todo tipo de espacio público, en los que brindaron un poco de alivio a los afectados por el sismo que derrumbó a la ciudad y dejó en la calle a miles de ciudadanos.
Aquella emergencia despertó en la conciencia de los creadores coreográficos la necesidad de transformar el espacio de la tragedia, a la que dieron dimensión poética, a través de sus posibilidades artísticas.
La respuesta generosa de aquellos grupos de danza fue apreciada y aún es recordada en la actualidad. La emergencia los movilizó y, en su momento, prestaron ayuda material y espiritual a la población azotada por la tragedia. La danza rescató y transformó la desolación en esperanza.
Entendemos la enorme diferencia entre aquella coyuntura y la actual del Covid 19, la crisis sanitaria mundial y el auge de una era digital de la que ya no escapa alguien. No obstante resulta impostergable la respuesta de los creadores dancísticos en relación con la pandemia, el aislamiento obligado ante el riesgo a la salud, la mutación del mundo y el impacto del cambio de paradigma en las formas de comunicación y de las relaciones sociales.
Son inexistentes las propuestas creativas que asuman a la emergencia como una posibilidad discursiva del arte; la danza en México se ausenta en la creación de obras que permitan a la sociedad de su tiempo observarse en la tragedia y al mismo tiempo reflexionar sobre ella.
Desde hace al menos dos décadas se ha pensando el arte de la danza como una disciplina artística en crisis tanto creativa como en relación con el impacto de su quehacer entre el público. En las discusiones de reflexión recurrentemente se evita la autocrítica y se abona el autoelogio; se elude el tema de la falta de interés humano de las obras coreográficas, que podría generar interés entre sus interlocutores.
Esta vez la emergencia los rebasó. No hay respuesta creativa que alivie el alma humana. Los artistas de la danza esperan la reapertura de los teatros antes que pensar en cómo se ajustar el paradigma de su acción creadora a la era digital.
FOTO: Bailarines de Ceprodac/Cortesía Instituto Potosino de Bellas Artes.
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