La danza “olímpica” de Elisa Carrillo
POR JUAN HERNÁNDEZ
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Nadie duda de las aptitudes técnicas de la bailarina mexicana Elisa Carrillo. Lo hemos comprobado en la gala de estrellas del ballet Elisa y amigos —presentada en los últimos cinco años en México—en las que ha actuado junto a otras primeras figuras del ballet internacional.
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Formada en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea del INBA, la bailarina texcocana sí es profeta en su tierra, en la que es apoyada por autoridades del gobierno del Estado de México, así como del federal, el cual ha puesto a los pies de la intérprete el Palacio de Bellas Artes e, incluso, a la Compañía Nacional de Danza, con la cual la primera figura del Staatsballet Berlín estrenó La Esmeralda, coreografía de Yuri Burlaka y Vasily Medvedev, con base en la versión de Alexander Troitsky, presentada en el recinto marmóreo, así como en el Auditorio de Guanajuato, en el Festival Internacional Cervantino, en el 2012.
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Recientemente la intérprete volvió a México para ofrecer la quinta edición de la gala Elisa y amigos, la cual tuvo la variante de presentar dos coreografías completas: And the sky on that cloudy old day, de Marco Goecke, con música de John Adams, y Arcangelo, del reconocido coreógrafo español Nacho Duato, director artístico del Staatsballet Berlín, quien consiguió sus máximas glorias dirigiendo a la Compañía Nacional de Danza de España de 1990 al 2010.
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De la primera de estas obras podemos decir que se trata de una obra enfocada a la precisión del movimiento y el ritmo de las manos de los intérpretes, que aletean de manera incesante. La pieza de Goecke, nacido en Wuppertal en 1972, nos lleva a reflexionar respecto al predominio de la forma, en lo que podríamos llamar “danza globalizada”; es decir aquella que se efectúa bajo cánones estéticos que se alejan de la dramatización del movimiento y apuestan a la sobriedad, el carácter abstracto de la expresión física y la uniforme inexpresividad de los bailarines.
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El montaje corresponde a una tradición que, en contraposición con la danza latinoamericana, puede resultar, ciertamente, fría y distante. Sin embargo, esta es la corriente predominante en el mundo; es decir: el mainstream de la danza internacional, en la que el bailarín posee técnica impecable, pero es incapaz de establecer un puente entre el espacio interior (es decir el de sus deseos e instintos) y el exterior (la expresión formal, lo que vemos en la superficie).
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Es otra forma de aproximarse a la danza, de crear y de buscar un efecto en el público. Lo que prevalece es la espectacularidad de los movimientos, aunque estos se realicen sin el cuestionamiento de porqué y para qué se hacen. De esta manera los bailarines son aplaudidos por su habilidades atléticas, pero poco por la empatía que pueden generar, en términos de intimidad profunda, con el público.
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No hay mucho que señalar respecto a lo que se presentó entre la coreografía de Goecke y la de Nacho Duato; lo usual en una gala de ballet: fragmentos de obras, algunas del repertorio tradicional como El Corsario, en las que los bailarines se visten de príncipes y princesas, con casacas y tutús vaporosos, que les permiten desarrollar los adagios, allegros, lucir sus extensiones, hacer giros en puntas o en el aire, entre otros pasos de baile de gran exigencia técnica y alto grado de dificultad física.
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Se presentó el Gran pas classique, de Víctor Gsovsky; Caravaggio, dueto de Mauro Bigonzetti; El Corsario, de Petipa; el pas de deux del ballet Anna Karenina, de Boris Eifman; Les Bourgeois, de Ben Van Cauwenbergh; el pas de deux del ballet Excélsior, de Luigi Manzotti y, finalmente, Arcángelo, de Nacho Duato.
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Arcángelo —estrenada por la Compañía Nacional de Danza de España en el año 2000— dio oxígeno al largo espectáculo de exhibición técnica. La pieza se realizó a partir del Concierti Grossi, de Arcangelo Corelli (Fusignano, 1653-Roma, 1713), compositor del barroco italiano.
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Duato apuesta a la expresividad de los instintos y exige a los intérpretes pensar en el qué y para qué del movimiento. La obra luce un telón con la textura de la hoja de oro de los retablos barrocos y utiliza una tela negra integrada al movimiento, de aspiración sublime del dueto, al final de la obra, interpretado por Elisa Carrillo y Mikhail Kaniskin.
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La obra culmina con un aria del oratorio “Il primo omicidio overo Cain” (El primer homicidio o Caín), de Alessandro Scarlatti (Palermo, 1660-Nápoles, 1725), que poetiza la imagen de los bailarines, quienes se elevan, metafóricamente, de la faz de la tierra, para alcanzar la “apertura de gloria”: la puerta de entrada a la dimensión de lo divino.
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Duato pone a dialogar lo clásico y lo barroco. Abre un resquicio entre el universo de lo apolíneo para la manifestación de lo dionisiaco: la búsqueda de perfección. Intento trunco debido a la rigidez técnica de los bailarines, incapaces de alcanzar el éxtasis. Después de ver este espectáculo de grandes estrellas de ballet podemos decir: ¡Vive Apolo¡ ¡Muerte a Dionisio¡
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FOTO: Elisa y amigos 2016, con los bailarines Elisa Carrillo, Iana Salenko, Marian Walter, Mikhail Kaniskin, Joseph Gatti, Misa Kuranaga, Liubou Andreyeva, Oleg Gabyshev, Dinu Tamazlacaru, Nicoletta Manni, Osiel Gouneo, Alexander Shpak, Arshak Ghalumyan, Ilenia Montagnoli, Krasina Pavlova, Nikolai Korypaev, Rishat Iulbarisov, Sarah Mestrovic, Xenia Wiest y Thomas Klein, se presentó en el Palacio de Bellas Artes, el 13 de agosto. / Cortesía: INBA
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