La dignidad de un rostro: entrevista con Diana del Ángel, autora de “Procesos de la noche”
Esta crónica describe el largo camino de la familia de Julio César Mondragón, joven normalista asesinado la noche del 26 de septiembre de 2014 (la noche de Iguala), por la búsqueda de justicia y la recuperación de su memoria. En dicho libro, a la par que del Ángel hace una minuciosa descripción de los vicios dentro de la burocracia mexicana y la falta de empatía, reconstruye la dignidad de “el rostro” de Julio gracias a las anécdotas de familiares y amigos
POR SOFÍA MARAVILLA
En la historia del México contemporáneo, la noche del 26 de septiembre de 2014 se alza como uno de los episodios más siniestros dentro de la memoria nacional: 43 normalistas, pertenecientes a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en la ciudad de Iguala, Guerrero, fueron desaparecidos. A este crimen se sumaron las ejecuciones de tres civiles: Víctor Manuel Lugo Ortiz, David Josué García Evangelista y Blanca Montiel Sánchez, y tres normalistas: Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fontes, éste último de 22 años, quien fue torturado y ejecutado, y las imágenes de su cuerpo, con el rostro desollado, circularon por el internet desde la mañana siguiente. Fue así como su familia y su pareja conocieron el destino de Julio César.
Procesos de la noche (Almadía, 2017), de la poeta y activista Diana del Ángel (México, 1982), es un conjunto de crónicas que describen el arduo proceso que atravesó la familia de Julio, su pareja, la también normalista Marisa Mendoza, y su abogada Sayuri Herrera, para exhumar el cuerpo del normalista y así esclarecer la verdad del asesinato, pues la versión que atribuyó el desprendimiento del rostro a la “fauna local”, y que también estuvo considerada dentro de la llamada “verdad histórica”, nunca engañó a quienes amaron a Julio. Los hechos narrados por Diana del Ángel van del 17 de agosto de 2015 al 29 de junio de 2016, cuando finalmente se concluyó que “Julio César Mondragón Fontes fue objeto de tortura por más de un victimario, entre las 00:45 y las 2:45 horas del 27 de septiembre de 2014”.
Al mismo tiempo, Procesos de la noche es una reflexión que gira en torno al lenguaje, a cómo éste puede dignifacarnos, pero también deshumanizar desde la más absoluta apatía, pues en las múltiples instituciones a las que se enfrentó la familia de Julio durante este largo proceso, se emplea constantemente un lenguaje tan técnico que termina por confundirse con la frivolidad de un país sumido en la impunidad y por convertirse casi en un amuleto de protección para no estar nunca del lado de quien exige justicia: “¿Qué haría usted si fuera de su familia?”, pregunta la abogada Sayuri Herrera al magistrado Palemón Jaime Salazar Hernández, y parecería haber lanzado una maldición, pues según indica la autora: “El ominoso silencio que siguió a esa pregunta podría llenarse con otras tantas: ¿Cómo se atreve a pensar que alguien de mi familia se pueda encontrar en esa situación? ¿Cree usted que alguno de mis hijos estudiaría en una Normal Rural? ¿Cree que alguno de los míos podría morir de ese modo? Pero ese día el silencio se llenó con más silencio”.
Pero esta crónica no es sólo el recuento de esas largas jornadas plagadas de vicios burocráticos y revictimización que afrontó la familia de Julio: es también la reconstitución de la identidad del joven a través de las memorias de quienes lo conocieron y que fueron confiadas a la autora, quien le devuelve a Julio aquello que la inhumanidad le robó: la dignidad de su rostro.
Como Diana lo comenta, fue más bien una cuestión azarosa la que la llevó a escribir estas crónicas: “Tiene que ver más con mi trayectoria como activista. Cuando pasó lo de Ayotzinapa, como mucha otra gente compartía la indignación y el dolor por lo que sabíamos que había sucedido en ese momento, y la cuestión más bien fue que la familia de Julio César Mondragón no es de Guerrero, sino del Estado de México, de un pueblo que se llama San Miguel Tecomatlán, en Tenancingo, entonces ellos se sentían, de alguna manera, un poco marginados respecto a lo que estaba ocurriendo en relación con Ayotzinapa, porque en buena medida las demandas y las movilizaciones de las organizaciones y, desde luego, de los padres y de las madres, era la aparición de los 43 compañeros, y en ese momento vimos que la ejecución de los tres compañeros había quedado un poco al margen —en términos de asesoría jurídica o de representación jurídica—, entonces la familia conoció a dos compañeros que entonces trabajaban en el Estado de México, que a su vez conocían a Sayuri Herrera, —entonces coordinadora del área jurídica del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria—. Yo conozco a Sayuri desde la preparatoria, somos amigas, fuimos compañeras durante la huelga en el comité de lucha de la Prepa 4 y después en otros procesos comunitarios. Entonces cuando la buscó la familia de Julio César, Sayuri me invitó a acompañarla”.
Mientras reconstruye el rostro de Julio, vemos cómo algo entrañable surge con la gente cercana a él. ¿Cómo asimilaron su presencia su familia y amigos?
Yo formé parte del pequeño colectivo “El rostro de Julio”, que buscaba acompañar a la familia, creo que eso en buena medida les dio confianza, sobre todo para hacer las primeras entrevistas, que tenían la intención de conformar el material para una biografía de Julio César, lo cual no era una demanda, pero sí una necesidad de la familia porque, como quizá recuerdes, en esos años, 2014, 2015, hubo muchas versiones de por qué a Julio César le habían quitado la piel del rostro, y en la versión oficial se decía que eso era un ajuste con Julio porque él era líder de algún grupo de narcotraficantes, entonces para ellos, y para mí también, era importante llevar a cabo un proceso de dignificación de la memoria de Julio, y eso sólo es posible en la medida en que puedes acercarte un poco a la vida de la persona que fue.
Las entrevistas fueron hechas entre marzo y mayo de 2015, cuando había pasado todavía muy poco tiempo, y por esa razón creo que todavía tenían muy fresco todo lo que había ocurrido, además nosotros tampoco éramos los únicos acompañantes, había también muchos otros compañeros activistas o periodistas que estaban cercanos a la familia, entonces quizás eso hizo que no fuera tan extraordinario el hecho de que yo estuviera por ahí.
Me llama la atención la manera en que la abogada de la familia Mondragón y de Marisa, Sayuri Herrera, habla, interpela a toda esta gente de los ministerios. Herrera se empeña en emplear siempre un lenguaje muy humano, que rebasa lo meramente técnico. ¿Eso ha podido tener una consecuencia positiva? Es decir: que ya haya más humanización en casos de desapariciones, crímenes de Estado…¿ o seguimos en las mismas?
Es un trabajo lento, no es inmediato. Creo que en realidad no ha habido mucho avance en cuanto a que esta violencia burocrática se reduzca para las familias que pasan por ese tipo de procesos, no sólo en las oficinas con los funcionarios públicos, sino también en los medios de comunicación, eso tú lo puedes ver con los encabezados que hay, con todo el lenguaje que tiende a revictimizar en lugar de dignificar, entonces creo que eso no ha cambiado mucho, es un trabajo muy lento y muy reducido.
¿Cómo han sido los procesos políticos en Ayotzinapa desde entonces?
Ahora que la comisión de la verdad dio su informe, los compañeros hicieron de inmediato una conferencia de prensa para fijar su postura, eso te habla de cómo están al tanto de lo que está ocurriendo y de cómo también están muy conscientes de la importancia de seguir haciendo esta demanda de la justicia y la verdad por los compañeros desaparecidos y por aquellos ejecutados. Yo diría que es algo que se mantiene vivo.
Por otro lado, también están siempre sus demandas para que les den más recursos como escuela, porque en particular la normal de Ayotzinapa siempre ha sido castigada mediante la reducción de los recursos económicos y obviamente con ello lo que buscan es desaparecerla. La última vez que fui, no les habían dado agua, o no tenían recursos para comer.
Ayotzinapa formó parte de las consignas propagandísticas del actual gobierno. ¿Realmente las víctimas indirectas se sienten amparadas?
Hay dos cosas en relación a estos procesos: por un lado, está la búsqueda de justicia, mediante vías jurídicas forenses, que es lo que empieza a ocurrir ahora con la detención de Jesús Murillo Karam*, y por otro lado está todo lo relacionado con la reparación, pues uno demanda justicia y reparación, porque la reparación es lo que en buena medida te garantiza, y garantiza a la sociedad, que no se repetirán los hechos.
En cuanto a la reparación hay dos rubros: la inmediata, que tiene que ver con proveer a las familias, a las víctimas indirectas, y a las víctimas directas cuando sobreviven, de los medios para llevar a cabo ese proceso, es decir: los medios económicos para que puedan transportarse e ir a las diligencias, que siempre son muy caras, y en muchos casos las personas tienen que dejar sus trabajos o tienen que desplazarse forzosamente. Eso, en teoría, está contemplado en la ley general de víctimas,** también las sesiones en terapia, porque obviamente pasar por todas estas circunstancias siempre impacta en las personas. La otra parte de la reparación tiene que ver con una reparación posterior, es lo relacionado a una indemnización.
En cuanto a Julio, las víctimas indirectas, además de su mamá y sus tíos, son su hija, Melissa, y Marisa, la mamá de su hija. En teoría, ellas en un principio, digamos 2015 y 2016, tenían que recibir leche y pañales para Melissa, que era una bebé, y eso siempre se hizo de una manera intermitente, siempre fue un constante golpeteo de las autoridades, pero digamos que más o menos se mantenía; la comisión general de víctimas también estuvo involucrada y tenía que intervenir en la petición de Marissa para que hicieran una permuta de su puesto que ya tenía –porque Marisa también es normalista- aquí en la Ciudad de México para Tlaxcala, pero a raíz de la pandemia todos esos apoyos inmediatos se eliminaron, debido a la pandemia, es lo que dicen las autoridades.
Pero la indemnización sólo es posible después de que haya un juicio, al que nunca hemos llegado, pero lo poco que había ya no es posible. Esa disminución de los recursos para las familias o víctimas indirectas no sólo ha ocurrido para el caso de Ayotzinapa, sino para muchos otros casos, porque se ha declarado que no tienen fondos para nada, y en buena medida lo relacionan con la pandemia. Más apoyos no ha habido.
Con las actualizaciones que han salido sobre el caso, ¿considera retomar la crónica?
No lo sé, porque muchas cosas han cambiado. Tengo notas sobre dos diligencias posteriores que se hicieron. Antes de que entrara López Obrador, todavía en la administración de Peña Nieto, todo el expediente se conjuntó en un solo juzgado, lo cual había sido desde 2014 una demanda de las madres y de los padres porque era mucho más sencillo ir a un solo juzgado que estar yendo, como lo cuento ahí, al Estado de México, al Reclusorio Norte, a Tepic, a Villaldama, y antes de que saliera Peña Nieto todo se juntó en un solo juzgado, pero resulta que ese juzgado está en Tamaulipas, y eso complicó las cosas, porque es mucho más caro y no es posible ir y volver el mismo día como en el caso de Iguala, y también en Tamaulipas al menos nosotras no teníamos vínculos con organizaciones o con colectivos, lo cual sí teníamos en Guerrero.
Además,cuando todo el expediente se juntó allá, comenzó a ocurrir algo que no había pasado antes, y era que estaban cuestionando la personalidad jurídica de Marisa, porque ella y Julio nunca se casaron, entonces Marisa tenía que acreditar su calidad como concubina, lo cual implicó que promovieran un juicio civil, y eso era en buena medida una táctica dilatoria, porque implicó ir a Tenancingo para pedir un acta donde se estableciera que Julio no se había casado con nadie más, y tuvimos que hacer eso. Sayuri promovió todavía ese juicio civil y se estableció que Marisa era concubina, pero hubo que llevar ese papel a Tamaulipas.
Esas dos diligencias las tengo registradas, pero no he escrito una crónica al respecto. Y ahora que ha ocurrido todo este nuevo informe, sería algo que tendría que pensar cómo abordarlo, porque ahora todo es distinto: el colectivo ya no existe, y justo meses después de cuando acaba la crónica, hubo una ruptura: por un lado la familia directa de Julio, y por otro lado Marisa y su hija. Eso evidentemente es parte de los impactos que vienen con estos procesos de violencia estatal, pero también es algo que impacta a la escritura. Yo no podría escribir ahora desde el mismo lugar en el que escribí en 2014 y 2015, entonces sería también para mí un reto ver de qué manera va a dialogar esta nueva realidad y esta nueva situación con respecto a lo que conté en el pasado.
¿Por qué se desintegró “El rostro de Julio”?
Eso no lo cuento allí en la crónica, pero fue un poco a la par de la ruptura de la familia y de que terminó este primer proceso, que yo siempre he visto como una primera etapa, y que incluye la exhumación, la reinhumación y la segunda necropsia para Julio, y que termina justamente con el informe, entonces yo creo –y esa es sólo mi opinión personal, obviamente no representa la opinión de los demás- que en buena medida tuvo mucho que ver, primero que nada, con estos procesos de desgaste que siempre ocurren al interior de las organizaciones o colectivos sociales, e indudablemente también al hecho de que estar acompañando un proceso de violencia estatal no te deja ileso, y a veces no es posible sustraerse de toda esa violencia que también está por fuera. Creo que eso fue en buena medida algo que llevó a la ruptura de este colectivo, el estar en contacto con estos procesos de violencia estatal y de pronto es difícil digerirlos, tanto cada quien como en un proceso grupal, pues siempre es difícil de acompasar entre todos.
En cuestiones narrativas, el título resulta muy simbólico. ¿Por qué llamarlo Procesos de la noche? Y en el segundo punto, se trata de la estructura del texto: por una parte es una crónica densa, pesada, con datos duros, y por otra parte se conforma el rostro de Julio a través de anécdotas, a veces muy poéticas, como si se tejiera algo identitario. ¿Por qué esta estructura?
Cuando yo estaba escribiendo esta serie de crónicas también estaba participando en un seminario que se llamaba “Una mesa para compartir objetos”, que coordinaba Rafael Mondragón, en el Instituto de Investigaciones Filológicas, y en ese seminario asistían otras personas que llevaban procesos comunitarios de otro tipo o que estaban experimentando o buscando en la escritura otras maneras de hacer comunidad. Entonces una vez compartí con ellos el texto donde hablo de cuando nos permitieron ver la entrevista a Mauro (Taboada Salgado), que ese día habían dicho que era el ejecutor del desollamiento de Julio, y estaba recibiendo los comentarios, y a partir de ellos me vino esa idea de los procesos de la noche, y pensaba que tenía muchos sentido porque, por un lado, la mayor parte de las diligencias que hacíamos o eran en la noche o terminaban en la noche, y por otro lado porque también era esta noche simbólica de la violencia y de la injusticia, que alude a esa noche del 26 de septiembre, entonces me parecía que tenía muchísimo sentido ponerle así.
En cuanto a lo segundo, es también un poco azaroso. Yo este libro lo acabé de escribir en Oaxaca, y mi compromiso allá con Almadía y Fondo Ventura era entregar la versión como un borrador. Estaba escribiendo las últimas crónicas y cuando lo revisé, en la primera versión no estaba ninguno de los rostros, solamente las crónicas, y me di cuenta de que era muy pesado por el tema, pero también por el lenguaje, porque hay muchos términos técnicos, sobre todo cuando estoy hablando de lo jurídico o de lo forense, y pensé que tendría que encontrar un espacio para descanso, porque dije: “Si a mí me cuesta trabajo leerlo, creo que a otra gente más”. Ahí recordé que tenía todos estos fragmentos de las entrevistas y empecé a ver de qué manera podía integrarlas, y todas las entrevistas salieron en esos fragmentos como están en el libro, y fue así cuando pensé que las iba a intercalar.
Mientras lo iba haciendo, me di cuenta de que tenía mucho sentido porque era sólo un lenguaje diferente, un registro distinto, porque los testimonios son muy emocionales, o de pronto son anécdotas chistosas, o algunas más poéticas, y entonces representaba un punto de contraste respecto al otro lenguaje. También me di cuenta que tenía sentido porque, por un lado las crónicas son este relato sobre el cuerpo de Julio, sobre lo que pasa después y toda la violencia que ocurre en él, y, por otro lado, los rostros son la historia de Julio vivo.
Como activista, como poeta, pero también como habitante de un país que usted vio descarnadamente, ¿cómo ha sido Diana del Ángel en su desempeño en esos tres ámbitos antes de esos procesos de la noche, y cómo son después de esta experiencia que, como lo menciona, es difícil de digerir?
Ha habido cosas buenas y cosas no tan buenas. Entre las buenas, ha sido muy satisfactorio en el sentido de que veo cómo es posible que la escritura sea ese espacio en donde se pueden construir procesos de redignifación, espacios para la memoria y esta posibilidad de diálogo y de que sea una lucha contra el olvido. En la escritura pude conjuntar mi interés por el activismo, eso supuso para mí un paso importante, una toma de conciencia distinta, porque algo que yo temía mucho de conjuntar estas dos cosas era escribir literatura panfletaria, y en el caso particular de Julio, algo que me preocupaba mucho, era convertirlo en mártir, traté mucho de cuidar su imagen como un ser humano, y ya una vez que he escuchado esta retroalimentación, veo que sí es posible hacer otro discurso sin necesidad de construir mártires.
¿Cómo fue recibido su libro por la gente que está reflejada en él?
Muchas de las personas que me dieron su testimonio, que son personas con las que sigo en contacto, estaban contentas. Las crónicas, sobre todo la crónica que tiene que ver con la exhumación y la de cuando ya está Julio en la Coordinación de Servicios Periciales, esas las publicamos en el blog del colectivo, entonces esas las leí a la familia, y recuerdo que era muy bonito cómo conversaban sobre ello y preguntaban: “Bueno, y ahora ¿qué sigue?”, pero la segunda y la tercera ya no las publiqué inmediatamente, porque a veces era pesado escribir sobre eso cuando todavía estaba en el proceso.
Marisa estaba muy contenta cuando se publicó el libro. Es chistoso porque cuando salió el libro yo pensé que a mí me gustaría saber qué pensaba Melissa, que entonces era una bebé, pero ahora ya tiene siete años, entonces conforme pasa el tiempo más probabilidades hay de que la lea.
Desde luego, que Melissa lea estas crónicas, implica que tenga conciencia de lo que vivió su padre, del país que habita, de la impunidad y la corrupción que hieren el aire. Por el momento, Diana del Ángel puede quedarse con la conciencia muy en alto por haber participado, y de qué manera, en derrocar esa “verdad histórica” salpicada de mentiras…
NOTAS
*Esta entrevista se realizó el 25 de agosto. Según informó El UNIVERSAL en una nota del 22 de septiembre, “se determinó que el exprocurador general de la República, preso en el Reclusorio Norte, obtuvo una suspensión provisional en el juicio de amparo que interpuso contra la vinculación a proceso por los delitos de tortura, desaparición forzada de personas y contra la administración de la justicia de los que se le acusa en el caso Ayotzinapa.”
**Cito a la misma Diana del Ángel, en sus Procesos de la noche”, p.81: “La Ley General de Víctimas, aprobada el 25 de abril de 2013, fue uno de los resultados del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en México, encabezado por Javier Sicilia a raíz del asesinato de su hijo. Especialistas del Instituto Nacional de Ciencias Penales (inacipe), Organizaciones No Gubernamentales y víctimas fueron los encargados de realizar lo que sería una legislación ejemplar. Esta ley contemplaba la conformación de un organismo autónomo del Estado que velará e instrumentará sus disposiciones. Así surgió la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, coordinada por un cuerpo colegiado de siete miembros”. No obstante, como más adelante señala, para acceder a estos posibles “beneficios”, se debe pertenecer al Registro Nacional de Víctimas (RENAVI). “Primero, llenar la solicitud que luego será valorada en función de si la violación es de índole federal o local”, si resulta ser del primero, como dirá irónicamente del Ángel: “felicidades, se puede pasar a la siguiente etapa, donde se valorará su calidad de víctima” (p. 84), pero esta valoración que dependerá de la CNDH o la PGR, quien envíe a la CEAV un documento donde se le reconozca como tal.
FOTO: Diana del Ángel es también autora de los poemarios Vasija y Barranca/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL
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