Un tratado para la felicidad: “Ética nicomáquea”, de Aristóteles

Oct 1 • Reflexiones • 637 Views • No hay comentarios en Un tratado para la felicidad: “Ética nicomáquea”, de Aristóteles

 

La Ética nicomáquea de Aristóteles tiene como fin establecer una teoría para cultivar la virtud, basada en la noción del “justo medio”, que incentivaba a no caer ni en excesos ni en carencias de placeres

 

POR RAÚL ROJAS
Aristóteles, Platón y Sócrates conforman, sin duda, la tríada filosófica más célebre de la historia. Sócrates fue el maestro de Platón y éste de Aristóteles. Como buen discípulo, Aristóteles siguió el ejemplo de su mentor y fundó en Atenas su propia academia, el Liceo, en donde educaba a la juventud en las ciencias y en la filosofía. A eso se debe que la mayor parte de las obras de Aristóteles sean en realidad transcripciones de sus lecciones en aquella institución, pulidas ocasionalmente por algún editor. Es el caso de su obra Ética nicomáquea. Se trata del primer tratado significativo sobre ética en el mundo occidental y el nombre del libro pudiera deberse a que fue editado por Nicómaco, hijo de Aristóteles, quien fue su sucesor en el Liceo. El Estagirita, como se le llama por su lugar de su nacimiento, vivió de 384 a 322 antes de nuestra era, así que todos sus escritos pertenecen al siglo cuarto a.C. Después de la muerte de Aristóteles, la Ética siguió siendo leída y comentada durante siglos: tuvo una influencia enorme sobre las concepciones éticas del cristianismo temprano y de la Edad Media. Se le sigue estudiando hoy, 24 siglos después de aquellas lecciones en la escuela ateniense, las que Aristóteles impartía deambulando por los jardines de su colegio (así nos imaginamos a los llamados filósofos peripatéticos). De las 200 obras que Aristóteles supuestamente escribió, se conservan 31 que constituyen una síntesis del saber de los griegos hasta aquella época. De esos libros, dos tratan de la ética, con ciertas redundancias, pero de los dos, el texto más leído es la Ética nicomáquea.

 

La Ética no es un escrito muy extenso (sólo 100 páginas en mi edición con un tipo de letra pequeño), pero contiene una profusión de ideas que sólo podemos cubrir aquí de manera parcial. Está dividida en diez libros y cada uno de ellos en varios capítulos. La obra comienza hablando de la felicidad y termina con el mismo tema, como si fuera éste una especie de paréntesis conceptual que circunda al texto. Dos de los diez libros tratan sobre la amistad, cuyo análisis juega un papel importante para Aristóteles, mientras que el resto, la mayor parte de la obra, están dedicada a discutir la virtud en sus diferentes manifestaciones. Así que, de entrada, simplemente mirando el reparto de sus secciones, podemos constatar que el libro trata de la felicidad, la que está indisolublemente ligada con la virtud. Ya que la palabra ética proviene de la fusión de los vocablos griegos ethos (carácter) y tekne (ciencia), la ética sería la consideración teórica del carácter o moral de las personas.

 

En el primer libro de la Ética, Aristóteles desarrolla su concepción finalista de las cosas y postula que toda actividad humana persigue siempre un objetivo. Pero mientras existen metas que sirven para lograr otras cosas, existen objetivos que perseguimos por sí mismos, por su valor intrínseco. Es el caso de la felicidad, a la que todos aspiramos como fin en sí mismo, e indudablemente por ser el bien mayor. Aquí Aristóteles utiliza el vocablo eudaimonia, que se puede entender como felicidad, pero aquella que se da al “florecer”, es decir, al realizarnos como seres humanos. Es un tipo de felicidad de más alto rango que el puro placer. Una vida dedicada a hacer dinero, por ejemplo, se vive “bajo coacción”. Pero la función del hombre, dice Aristóteles, es actuar racionalmente y el bien que produce “es la actividad del alma de acuerdo a la virtud, y si hay más de una virtud, de acuerdo con la mejor y más completa”.

 

Por eso, para realmente entender a la felicidad, hay que pasar a considerar a la virtud. En un verdadero arrebato de optimismo, Aristóteles escribe que “el verdadero estudiante de la política ha estudiado la virtud sobre todas las cosas, ya que desea que los ciudadanos sean buenos y que obedezcan las leyes”. Ya más con los pies sobre la tierra escribe que la virtud puede ser de tipo “intelectual” o “moral”. La primera crece con el aprendizaje mientras que la virtud moral es el resultado de la práctica, de ahí que la ética nos remita a la palabra ethos, que Aristóteles relaciona con hábito.

 

Para abordar el tema de la virtud moral Aristóteles distingue primero entre las pasiones, como la ira o el miedo, sobre las que no tenemos control total, y la “disposición del carácter” que constituye la virtud. Todas las cosas que son divisibles se pueden experimentar en exceso o en poca cantidad. Pero hay un punto intermedio, que varía para cada persona. Por eso “la virtud tiene que ver con pasiones y acciones. El exceso es una forma de fracaso, como lo es el déficit, mientras que lo intermedio es alabado y es una forma de éxito”. Comer en exceso, por ejemplo, es un vicio, y comer muy poco es el otro extremo. Por eso “la virtud es un estado de carácter en el que podemos decidir, y decidimos permanecer en el medio, determinado por un principio racional”. Es esta idea la que se ha llamado la “doctrina del medio” de Aristóteles y que no sólo se parece al “camino de en medio” de Confucio, sino que es exactamente lo mismo. Obviamente Aristóteles nunca supo de Confucio, quien lo precedió casi por dos siglos.

 

Aristóteles proporciona muchos ejemplos de esta doctrina del justo medio, por ejemplo, respecto a la ira. Los extremos son en este caso las personas irascibles y aquellas que son cobardes y no reaccionan frente a las afrentas. La persona de buen carácter se mantiene en el medio, no ignora la afrenta, pero reacciona sobriamente. Con respecto a la verdad, la persona que se mantiene en el medio es verídica, el que exagera deforma la verdad, mientras que en el otro extremo se omite parte de la verdad. La persona que es placentera es amigable, en el justo medio, mientras que en los extremos tenemos a los aduladores y a los indiferentes. En todos los casos el medio y los extremos “son mutuamente opuestos”.

 

Una vez que contamos con una manera de verificar en cada caso cuál es la disposición virtuosa, toca analizar el problema de la responsabilidad individual (libro tercero). Para eso hay que distinguir claramente entre aquellas acciones que son voluntarias y aquellas que han sido forzadas por coacción. También sucede que se actúa a veces sin contar con toda la información necesaria. En ambos casos, Aristóteles considera que la acción no es realmente deliberada y debe ser juzgada de otra manera. En una acción voluntaria hay un agente que actúa como “principio motor”, con conocimiento de causa, y aunque ese agente se deje llevar por la ira o el apetito, sus acciones siguen siendo voluntarias y se pueden juzgar como tales. Todo esto nos lleva a considerar el problema de la “elección de alternativas” (que en términos modernos llamaríamos el libre albedrío). La virtud, por eso, no es pasiva, implica siempre una elección, la del justo medio.

 

Todo lo explicado es importante porque tiene implicaciones para la justicia porque “debemos considerar (1) los tipos de acciones involucradas, (2) cuál es el justo medio de la justicia, (3) entre qué extremos se encuentra el acto justo intermedio”. Una persona que no obedece las leyes o que roba actúa de manera injusta. “El justo es el que actúa legalmente y es equitativo, el injusto el que actúa ilegalmente y es parcial”. Aquí Aristóteles supone que las leyes son justas (aunque la historia nos muestra que eso no es siempre el caso). En ese sentido los actos justos son aquellos que “protegen la felicidad de la sociedad”. Lo más fácil es ser justo respecto a uno mismo, es más difícil ser justo respecto a todos los demás.

 

En un pasaje que ha sido ampliamente discutido, Aristóteles escribe sobre la “justicia distributiva” y la “justicia reparatoria”. La segunda es la que un juez tiene que determinar en caso de una demanda. Un ladrón, por ejemplo, tiene que devolver lo robado para restablecer la situación original. Alguien que tomó ventaja de otra persona pagando menos por una mercancía, tiene que pagar el faltante. En todos estos casos la justicia repara la falta y opera en “proporción aritmética”, para que la reparación sea similar al daño cometido. En el caso de la justicia distributiva se trata, por ejemplo, de recompensar personas por sus acciones. Entonces la recompensa es proporcional al mérito, es decir, esta justicia opera “geométricamente”. En ambos casos se restablece el justo medio, pero en la justicia reparatoria como suma aritmética, en la distributiva como proporción. Eso no significa, de ninguna manera, que Aristóteles apruebe la justicia “por reciprocidad”. Una herida no se puede reparar hiriendo al agresor, se tiene que reparar con una sentencia apropiada al grado del crimen. Aquí encontrar el justo medio es algo que el juez determina de manera subjetiva.

 

Con el libro sexto llegamos a la “virtud intelectual”, una sección que a cualquier académico le va a gustar. Aristóteles explica que la virtud moral involucra siempre elección de alternativas. La elección está guiada por “el deseo o la razón”. La elección no es posible “sin moral o intelecto” porque una buena acción y su opuesto no se pueden definir “sin una combinación de intelecto y carácter”, cuyo trabajo conjunto “es la verdad”. Así que todos los modos en los que el alma se puede allegar la verdad son relevantes para el estudio de la ética. Esos “estados de virtud” son cinco: “El arte, el conocimiento científico, el saber práctico, la sabiduría filosófica y la razón intuitiva”. En el caso de la ciencia, por ejemplo, lo que es no puede ser de otra manera, es algo necesario, y lo necesario es eterno. La ciencia se puede cultivar y progresa por inducción o elaborando juicios analíticos. El arte complementa a la ciencia porque trabaja con lo que pudiera ser o no ser, es un estado del alma conectado con el proceso de creación de la realidad. Y si estamos en búsqueda de conocimiento, la sabiduría es la forma más acabada de éste. La sabiduría combina la razón intuitiva con el conocimiento científico, mientras que la razón práctica tiene que ver con las “cosas humanas”, es decir, es la provincia de los políticos que tienen que crear leyes.

 

Después de tantas disquisiciones teóricas, Aristóteles pasa a discutir la amistad y su necesidad, ligada con la virtud. Hay la amistad interesada, la de un amigo que piensa poder sacar provecho de otro, y hay la amistad desinteresada, que es la verdadera, porque ocurre basada en el carácter de las personas. Los que aman a otra persona por la utilidad que les puede conferir buscan el bien para sí mismos. La amistad perfecta “es la amistad de hombres que son buenos e iguales en virtud”, son aquellos que quieren lo bueno para sus amigos sin pensar en su propio beneficio.

 

Todas esas formas de amistad implican asociación, las personas se unen en una comunidad por utilidad mutua. De las tres formas de gobierno, la monarquía, la aristocracia y la timocracia (el gobierno sólo de propietarios), la mejor es la monarquía, porque una persona no
se puede convertir en rey si no está por arriba de todos los habitantes en cuanto a virtud. Una persona así no velará por sus propios intereses, sino por los de sus súbditos: “Un rey que no es así lo sería sólo de nombre”. Pero la monarquía se puede pervertir y convertir en tiranía.
La democracia sería por ello la “menos mala” de las desviaciones constitucionales. Con todo esto queda claro que el fin práctico del estudio de la ética es llegar a conclusiones políticas, de manera que la continuación de la ciencia de la moral es el estudio de la filosofía política. Por eso es que a veces el tratado de Aristóteles llamado La Política se considera como la segunda parte o continuación de la Ética.

 

Es difícil decir si aquel rey virtuoso que Aristóteles tenía en mente era su pupilo Alejandro de Macedonia. Aristóteles lo instruyó personalmente en la corte durante dos años, todavía como adolescente. El Estagirita regresó de Macedonia en 335 a.C. para fundar el Liceo en Atenas, mientras que sólo un año después su discípulo de antaño comenzaría la invasión del Imperio persa que lo iba a convertir en Alejandro Magno. Aristóteles regresaba a la ciudad estado de Platón y Sócrates, mientras que Alejandro iba a trascender a Grecia para crear imperios. Por su parte, Aristóteles se mantuvo siempre fiel a su concepción de la virtud como obligación de florecer en la vida. Educó a cientos de atenienses y su enorme legado escrito no fue superado, en muchos aspectos, hasta que la Edad Media dio paso al Renacimiento. Aristóteles murió sólo un año antes de que se desmembrara el imperio de Alejandro, demostrando con su obra filosófica que el imperio de la razón podía ser aún más perdurable que poderíos efímeros.

 

FOTO: Aristóteles con su alumno, Alejandro Magno/ Especial

« »