La Ciudad de México como utopía: “Arquitectura del fracaso”, de Georgina Cebey

Oct 1 • Lecturas, Miradas • 977 Views • No hay comentarios en La Ciudad de México como utopía: “Arquitectura del fracaso”, de Georgina Cebey

 

Edificios de una época progresista son los protagonistas de Arquitectura del fracaso, de Georgina Cebey, espacios que tienen como antípoda las periferias, símbolo de las promesas incumplidas

 

POR ALEJANDRO BADILLO
Todo monumento es una utopía. En el caso de México, particularmente en el siglo XX, la utopía vino de la mano del desarrollo estabilizador. El llamado “milagro mexicano” fue percibido como el pase directo al progreso y, por supuesto, la realización de todas las promesas de la Revolución y sus herederos. Sin embargo, con el paso del tiempo, la modernidad se concentró en las urbes, ejes neurálgicos del país. A lo largo de varias décadas, la Ciudad de México ha ido acumulando capas de memoria en sus edificios, monumentos y espacios públicos. Con el devenir de las generaciones, los lugares que habitamos se resignifican y sólo a través de una mirada de largo alcance podemos entender las batallas perdidas y las utopías que —como dicta la regla— nunca fueron, pero impusieron su modelo por muchos años.

 

Georgina Cebey (Ciudad de México, 1982) revisa en Arquitectura del fracaso (Festina Ediciones, 2022) aquellas construcciones que fueron baluarte de una élite política y que, ahora, son espacios que se han deshecho de su vocación original para habitar un imaginario diferente. Exceptuando el repudiado Memorial para las Víctimas de la Violencia, inaugurado pocos meses después del sexenio de Felipe Calderón, todos los monumentos y edificios que revisa la ensayista pertenecen a una época en la que la historia no podía más que mejorar. Por un lado tenemos los símbolos del desarrollo: La Torre Latinoamericana, El Monumento a la Revolución, La Cineteca Nacional, El Condominio Insurgentes, El Museo de Arte Moderno, La Glorieta del Metro Insurgentes y, por último, como contraste, la periferia de la ciudad, un epílogo lúgubre a las décadas de promesas incumplidas.

 

En varios capítulos del libro destaca un rasgo fundamental de la Ciudad de México: la contradicción. La Glorieta del Metro Insurgentes es, en este aspecto, ejemplar. Como afirma la ensayista, el metro representó la modernidad urbana y la puerta de entrada a una era anclada en la tecnología. Los años 60 fueron, en muchos aspectos, la vitrina desde la que se podía atisbar un futuro dominado por los viajes al espacio y la emancipación del ser humano. El llamado utopismo tecnológico, sin embargo, se enfrentó a un régimen político fijo en un pasado que aún le servía de justificación. Gustavo Díaz Ordaz inauguró, el 4 de septiembre de 1969, la primera línea del metro. Los herederos de la Revolución crearon la Glorieta Insurgentes y dotaron de un simbolismo prehispánico a los vestíbulos, pasillos y andenes. El mexicano podría sentir que iba en dirección al futuro —pensemos en la imaginería visual de series de la época como Los Supersónicos—, pero los ídolos aztecas y murales le recordarían, constantemente, su origen. Ahora, en el siglo XXI, esta memoria se ha integrado en lo que el antropólogo francés, Marc Augé, llama “los no lugares”. En el caos citadino, esos espacios pierden su misión original y se diluyen entre las marcas comerciales de los negocios.

 

Finalmente, tenemos dos proyectos urbanos que no pertenecen a la utopía nacional construida por los regímenes priístas aunque, por supuesto, tienen raíces que los vinculan. El primero es el Memorial para las Víctimas de la Violencia. La obra que costó, aproximadamente, 30 millones de pesos, es el claro ejemplo de un monumento que nació muerto. Cebey analiza cada uno de los elementos del llamado memorial. Despolitizado y, sobre todo, anónimo, el lugar invita a una subjetividad en la que todo puede caber: no hay nombres, sólo superficies pulidas y abstracciones. Tenemos, entonces, un monumento con una contradicción mayúscula: invita al olvido, en lugar del recuerdo y, sobre todo, erosiona la demanda de justicia. El otro proyecto es, en realidad, una formación urbana que fue diseñada por el mismo Estado y las prósperas inmobiliarias del desarrollo estabilizador: la periferia de la Ciudad de México —como sucede en todas las urbes gigantescas— crea sus propias dinámicas y su aparente anarquía es, simplemente, un modelo de sobrevivencia y de comunidad hecha en un contexto hostil. De todos los legados que dejó el siglo XX, las colonias populares que trascienden fronteras entre municipios son lo único con la fuerza vital suficiente para seguirnos hablando.

 

Una de las virtudes del libro de Cebey —ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2017— es que parte de la teoría, pero no la usa para elaborar un discurso críptico. En cada uno de los textos podemos encontrar diferentes registros de escritura: la crónica, la reseña, la especulación ficcional e, incluso, pequeños pasajes autobiográficos que sirven para contextualizar el edificio o monumento que se nos presentan, pero que también justifican el interés de la autora. Por esta razón nos sentimos cercanos a los capítulos de Arquitectura del fracaso. A pesar de que los nacidos a finales de los 70 o, como Cebey, a inicios de los 80, no conocimos el discurso grandilocuente de los urbanistas de la mitad del siglo XX, podemos indagar en la genésis de esa infraestructura y trazar una geneaología que llegue a nuestra época. Hijos de la crisis perpetua, nos apropiamos de urbes con memoria aunque, como en el caso del Condominio Insurgentes o Insurgentes 300 (un edificio casi abandonado por completo), tengan mucho de imaginación o fantasmagoría.

 

FOTO: Memorial para las Víctimas de la Violencia, ubicado a un costado de Campo Marte/ EL UNIVERSAL

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