La Enciclopedia Francesa como preludio revolucionario
Esta obra cumbre del pensamiento ilustrado no sólo pretendió reunir todo el conocimiento humano de la época: también buscó restar poder a la monarquía y comenzó a implementar un ideal de gobierno surgido del pueblo y para beneficio del pueblo
POR RAÚL ROJAS
A veces las bibliotecas universitarias albergan insospechados tesoros en sus esquinas más recónditas. Hace ya muchos años, buscando un libro entre la infinidad de estantes de la biblioteca de la Universidad Libre de Berlín, me topé con una primera edición de la Enciclopedia Francesa. Ahí estaba, la famosa obra colectiva capitaneada por Diderot y d’Alembert, con sus muchos volúmenes, sobre todo aquellos que contienen las legendarias ilustraciones. Ese día pasé horas leyendo artículos aleatorios y admirando las láminas, de gran valor artístico. Años después regresé a buscar la obra, pero ya los administradores de la biblioteca habían tenido la prudencia de meter los valiosos volúmenes bajo llave. Como consuelo queda que en estos tiempos modernos ya el texto completo de la Enciclopedia se puede consultar a través de Internet.
La Enciclopedia (“Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”) es lo que uno se imagina: una larga lista alfabética de entradas de diccionario, con explicaciones a veces muy cortas, a veces mucho más informativas. La obra representa un intento heroico por retacar entre sus pastas lo más importante del conocimiento humano de la época. Eventualmente la Enciclopedia logró reunir 71 mil 818 artículos y 3 mil 129 ilustraciones. Los muchos colaboradores acabaron redactando unas 20 millones de palabras. La podemos concebir como la Wikipedia del siglo XVIII y, además, como un preludio intelectual de la Revolución Francesa.
No fue este, de ninguna manera, el primer intento por recopilar todo el conocimiento humano. Eruditos romanos, especialmente Plinio el Viejo, ya habían elaborado extensos compendios de lo más importante de las llamadas “artes liberales”. Durante la Edad Media hubo diversos autores que trataron de sistematizar lo más importante del conocimiento de la época. Sin embargo, fue muy lejos de Europa, en China, donde se escribió quizás una de las enciclopedias más voluminosas de la antigüedad: el Cefu Yuangui, que constaba de mil volúmenes con 9.4 millones de palabras.
Hay un problema: una enciclopedia que no puede ser difundida ampliamente no es realmente un compendio útil del saber humano. Para ello se tuvo que esperar a la invención de la imprenta, lo que posibilitó la producción de ediciones accesibles para el público en general, además organizadas de manera alfabética y no por áreas de conocimiento. Fue en esa línea de desarrollo histórico que el inglés Ephraim Chambers publicó en 1728 su célebre Cyclopaedia, la que condujo directamente a la Enciclopedia. En 1745 dos publicistas franceses se propusieron traducir la obra de Chambers. Después de muchos incidentes y cambios en el plan de la traducción, así como de selección de los dirigentes, Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert fueron nombrados coeditores de la ambiciosa publicación, la que sería llamada Enciclopedia (las raíces griegas significan algo así como el “circulo del aprendizaje”). Durante los siguientes 25 años, Diderot se dedicó en cuerpo y alma a completar lo que ya no sería una traducción, sino una obra nueva y más audaz. Redactó 7 mil de las entradas para la Enciclopedia y pudo llevarla a buen término, aun cuando d’Alembert renunció como coeditor en 1758. Al final se publicaron 17 volúmenes de texto y 11 volúmenes de ilustraciones en total.
La Enciclopedia fue relevante desde el momento mismo de su concepción. Importantes científicos, literatos y humanistas fueron reclutados como colaboradores y firmaban los artículos con sus nombres. Algunos de los más notables fueron Voltaire, Quesnay, Turgot, Montesquieu y muchos otros, a quienes colectivamente se les llamó los “enciclopedistas”. Era inevitable que la intención de los editores, es decir, reunir y sistematizar todo el saber humano siguiendo los principios de la razón, chocara eventualmente con la monarquía y con el clero. La Inquisición terminó por incluir a la Enciclopedia en el Index Librorum Prohibitorium. En más de una ocasión fueron arrestados Diderot y otros enciclopedistas.
Para su época, la Enciclopedia era un proyecto heroicamente desproporcionado, pero que refleja el espíritu del nuevo siglo, es decir, la confianza ilimitada en la razón como posible principio rector de la vida humana. Es el espíritu de la nueva era, de la Ilustración, en el preámbulo de la revolución. Como corresponde al “siglo de las luces”, el frontispicio de la Enciclopedia muestra un grabado de la Verdad, iluminando desde arriba a todas las Ciencias.
A pesar de que la Enciclopedia fue organizada alfabéticamente, posee una superestructura basada en una sistematización de áreas del conocimiento como ramas del árbol de la ciencia. Los enciclopedistas tomaron como punto de partida la categorización que ya había postulado el inglés Roger Bacon, adaptándola para sus propios fines. Una lámina de la obra muestra el “Sistema del Conocimiento” postulado: el Entendimiento requiere de la Memoria, la Razón y la Imaginación. La Memoria, por su parte, subsume a la historia civil y natural, mientras ésta ultima contiene las artes y los oficios. La Razón subsume a la filosofía, que se subdivide en las ciencias del hombre y de la naturaleza. La Imaginación, por último, contiene a la poesía, la narración y el drama. Muy importante es que la Razón contiene subordinada a la “Ciencia de Dios”, que incluye apartados sobre la “religión” y la “superstición”, una al lado de la otra.
La Enciclopedia en su conjunto rinde homenaje al método científico y, en la tradición de los empiristas ingleses, propone que lo primario es la experiencia y el proceso de inducción científica basado en experimentos. En lo político, la Enciclopedia aboga por una sociedad más libre, regida por leyes propuestas por representantes de una sociedad civil. Algunos ejemplos pueden ilustrar la gran heterogeneidad de la Enciclopedia y cómo efectivamente fue un compendio del saber, pero a veces también de los prejuicios de la época.
La Enciclopedia habla frecuentemente de “nuestra religión” y está implícito que se trata de la religión católica. Como era muy difícil, o casi imposible, criticar directamente a la religión, los editores lo hacen a través de subterfugios o a través de las referencias cruzadas. Es así como el artículo sobre “canibalismo”, por ejemplo, contiene una referencia a la comunión católica. Algunos artículos se comisionaron a aquellos que podían producir a veces textos rayando en lo absurdo. Es el caso de la entrada sobre el “Arca de Noé”, comisionada al sacerdote Edme Francois Mallet, quien en el texto discute no sólo la historia del diluvio, sino las dimensiones del arca, su distribución por pisos, el número de especies que podía alojar, la cantidad de madera utilizada y a donde fue a parar el navío al final del diluvio. Ese tipo de artículos no podían sino servir de contrapunto incoherente a una crítica implícita de la religión.
Un ejemplo de “ortodoxia” católica es el artículo sobre “Luteranismo”, muy breve para la importancia del tema, precisamente en aquella época en la que el cristianismo europeo ya estaba dividido. El artículo califica a Martín Lutero de “hereje” y ridiculiza su lucha contra las indulgencias y el dominio de Roma. El texto termina listando las 39 “sectas” en las que se ha escindido el luteranismo. No le va mejor a Mahoma, fundador del Islam, quien, según la Enciclopedia, se erige en profeta al constatar la “ignorancia y credulidad” de sus conciudadanos. La entrada sobre el Corán se mofa de que el Arcángel Gabriel le hubiera entregado partes de este a Mahoma, escritas en pergamino y a través de revelaciones periódicas durante 23 años. El texto rechaza la doctrina de la predestinación individual, impugnación necesaria si queremos ser capaces de regir nuestras vidas a través del libre albedrío basado en la razón.
Podemos entender de inmediato porque la monarquía no estaba satisfecha con el texto de la Enciclopedia si consideramos que no hay ninguna entrada para “derecho divino”, el que supuestamente tendrían los reyes para gobernar. En vez de eso encontramos un artículo sobre “Autoridad Política” que comienza afirmando: “Ningún hombre ha recibido de la naturaleza el derecho de comandar a otros”. Toda la autoridad tendría su origen en la violencia o en el consentimiento del cuerpo social. Aún así, esa autoridad por consenso tiene límites para que su uso “sea legítimo, útil a la sociedad y ventajoso para la república”. Dios mismo desearía, supuestamente, que la subordinación política se dé por “la razón y con mesura, no ciegamente y sin reservas, con el fin de que la creatura (i.e., el gobernante) no se atribuya los derechos del Creador. Toda otra sumisión es un verdadero crimen de idolatría”. El príncipe sólo puede serlo por consentimiento y elección de sus súbditos. Y aunque el artículo menciona la sucesión monárquica en Francia como legal y basada en un antiguo contrato, es claro que la argumentación desmantela cualquier justificación de la monarquía basada en algún designio divino. Esas atrevidas afirmaciones datan de 1751, cuando se publicó el primer volumen de la Enciclopedia.
A lo largo de los años, la Enciclopedia se vendió a través en un modelo de subscripción. Diderot, incansable como publicista, pudo reunir cuatro mil subscripciones para la obra, aunque el precio era exorbitante para la época. En 1752, Luis XV prohibió la edición de más volúmenes, aunque levantó la prohibición tres meses después. En 1759 la prohibió por completo y Diderot comenzó a publicar las láminas, las que no habían sido proscritas. Con el tiempo, varios colaboradores comenzaron a renunciar cuando se les amenazó con encarcelarlos. Para darle la vuelta a la censura francesa, la Enciclopedia daba a Suiza como país de impresión, aunque se imprimía en Francia.
Se ha dicho de la Enciclopedia que en sus páginas “se puede percibir la tempestad que se estaba formando”. Sólo 17 años después de la publicación del último volumen se pasó del debate en los salones a la práctica. Ya Diderot, Voltaire y otros enciclopedistas habían muerto, pero su gran contribución hacia la creación de un nuevo mundo ya había tenido lugar al socavar todos los cimientos del antiguo orden, como hace siempre el topo de la historia.
FOTO: Portada de la Enciclopedia Francesa /Crédito: Especial
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