Blok o la música del tiempo

Oct 23 • Reflexiones • 1235 Views • No hay comentarios en Blok o la música del tiempo

 

Clásicos y comerciales 

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
El 7 de agosto de 2021 se cumplieron 100 años de la muerte de Aleksandr Blok, el poeta simbolista, en Petrogrado, quien consideraba trivial todo aniversario. Gracias a una oportuna edición de Barral (1972), pude leer muy joven Un pedante sobre un poeta y otros textos, de Blok, en la traducción de Michael Faber-Kaiser, que venía con el muy conveniente cintillo —negro sobre rojo— que decía: “Los intelectuales y el poder”, asunto muy trascendente aún a principios de los años 80 del siglo pasado.

 

Hace 15 años, cuando los blogs se reproducían como hongos, volví a Blok. Me pareció muy simpático nombrar al mío, efímero por fortuna y dizque eufónico, Aleksandr Blog. Fui, por ventura, disuadido. Hoy, con el pretexto del centenario, releo por tercera vez el libro, más en ociosa búsqueda de mí mismo que de Blok, nacido en 1880 en la misma ciudad donde murió, cuando se llamaba —como ahora— San Petersburgo.

 

Guiado por mis subrayados primitivos hoy me parece que el cintillo es incorrecto, porque debió ser “Los intelectuales y el pueblo”. Pero era eso lo me preocupaba en 1983, es decir, la ya entonces muy añeja cuestión de cómo hacer germinar la conciencia de clase en el llamado proletariado. Así lo entendía yo, anacrónico, no Blok, quien murió velozmente decepcionado de la Revolución bolchevique, la que interpretó, en clave crística y en 1918, como la llegada de los 12 apóstoles para consumar a fuego y sangre el mundo nuevo. A Los doce lo preceden, proféticos, Los escitas, también de 1918, poema telonero de aquel de inspiración apostólica. Es un drama cosmogónico donde Rusia, plena en su asiatismo, se desprende feliz y desastrosamente de Europa. Una vez condenadas al olvido París, Venecia y Colonia, las hordas asiáticas dicen en Los escitas: “Nos encanta la carne —su sabor y su color, /su sofocante olor / ¿Será culpa de nosotros si sus esqueletos crujen bajo el peso de nuestras pesadas y sedosas patas?” (Ripellino).

 

Blok, cuyo suegro fue Dimitri Mendeleiev, el químico inventor de la tabla periódica, creyó ver, pasajero y visionario, en el octubre de 1917, la realización del destino apocalíptico de ese pueblo ruso al cual él y el resto de la intelliguentsia no habían sabido fecundar. Pero no fueron ellos, los devotos de Dostoievski y del filósofo Vladímir Soloviev (1853-1900), los únicos en sufrir de esa impotencia mesiánica que al final culminaron, sin fiasco alguno, los muy racionalistas y europeizantes leninistas. Vista desde lejos, la revuelta mística de Soloviev era la misma reacción antipositivista que recorrió Occidente hacia 1880. Pero Rusia no es cualquier lugar: Blok consideraba que el sueño descrito por Gógol y Goncharov terminaría estruendosamente. Amaba —a diferencia de los futuristas— esa edad inaugurada por Pushkin, pero presagiaba y deseaba, también, su destrucción.

 

“Todo perecerá”, escribió Nina Berberova, en Aleksandr Blok (1991), quizá su último libro, “Blok no tiene la menor duda. En sus poemas, en sus artículos, en sus diarios íntimos, en sus cartas, doblan las campanas y tocan a muerto. Pero se niegan a creerle, no quieren escucharle. Unos profundizan en las teorías del simbolismo; otros se apasionan por la política o se pierden en sutiles polémicas religiosas. Los jóvenes de 20 años irrumpen ruidosamente en los ambientes literarios, decididos a reaccionar contra las ideas de Bieli y de Viacheslav Ivánov. Rémizov y Sologub quizá sean los únicos que le comprenden, pero se hallan demasiado absorbidos por sus propios pensamientos y escritos”.

 

Berberova recuerda que aquel poema titulado Los doce, encolerizó a revolucionarios y contrarrevolucionarios; unos lo despreciaron por caduco y otros por blasfemo. Los blancos querían colgar a Blok en cuanto se hicieran de Moscú y su muerte precoz le ahorró al poeta la persecución de los rojos. Blok será postergado por sus enemigos los futuristas, compañeros de viaje pronto desechados, a su vez, por los bolcheviques. Antes, la Gran Guerra le había merecido un ciclo (Mundo terrible, 1908-1916) pero aquella matanza, en su opinión escasamente sublime, más bien lo aburrió.

 

Los doce, en cambio, oscurecieron el resto de la poesía de Blok, sólo en cierto sentido musical y la que he podido leer merced a las traducciones al español de Jorge Bustamante García (Cinco poetas rusos, 1995), y a las del célebre eslavista italiano Angelo Maria Ripellino (Poesie, 1987). En casi cada poema de Blok se percibe el timbre apocalíptico. Desde 1905, Dios y la Revolución quedan asociados, no sólo en Blok, sino también en otros poetas de diversas obediencias, a la música del tiempo. O a la forma escogida por la madre Rusia de resollar. Al convertir ese canto en música, modula el tiempo: “Se aproxima el sonido. El alma vuelve a ser/ joven /Al someterse al susurro abrumador” (Bustamante García).

 

El mismo Blok, en Un pedante sobre un poeta, lo explica en prosa: el ruido de la Revolución y el Imperio, en un país tan antimusical como Francia, lo producían tambores apenas capaces de revolver la superficie del alma humana. Ese ruido será olvidado, como lo fueron las trompetas bélicas de los romanos, cuando los bárbaros despierten de su profundo sueño, que Platón y los eleatas alcanzaron a temer, mientras Aristóteles lo desdeñaba como si se tratase de simples ronquidos, se lamenta Blok.

 

Fedor Sologub, el viejo maestro de Blok, pensaba otra cosa de su poesía, en 1913. “Es la ventisca que levanta la nieve. /Como una pavorosa carrera en trineo. / Es la poesía de Aleksandr Blok. / Nos arrastrará —¿Cerca o lejos? — / En los territorios de la ternura invernal. / La poesía de Aleksandr Blok/ Es la ventisca que levanta la nieve.” (Bustamante García)

 

La musicalidad panteísta nutrida de la Naturaleza, en los primeros poemas de Blok, era el efecto de su culto al Eterno Femenino, que en él está asociado, muy ortodoxamente, a la Pistis Sophia y muy personalmente, a su futura esposa, Liubov Mendeleeva, a quien consagró los Versos de la Bellísima Dama (1904). La música bárbara anunciada por Blok es a la vez íntima y telúrica —para que nos entendamos en América Latina. Si hay que referirse a una partitura desde la cual podría interpretarse lo escrito por Blok, me inclino por otro Aleksandr, Scriabin, casi su contemporáneo (1872-1915) y compositor quien —peor para mí— me suele resultar imperceptible. Juego de nuevo con una de las versiones de Blok por Ripellino: “Una dorada esfera incandescente. /Enviará un rayo inmenso al espacio, /otra esfera se colocará en el universo / como un largo cono de tenebrosa sombra. / Tal es nuestro universo sempiterno. /Este cono es la noche de la tierra. / Detrás de nuestra noche, nuevamente /un planeta dorado funde el éter”.

 

Influencias tan contradictorias y abigarradas habrían tornado ilegible a cualquier poeta joven, no a Blok. Todo fluye y su lírica se eleva sobre las controversias teológicas provocadas por Zinaida Gippius, la altiva mujer de Dimitri Merejkovski, protectores de los Blok, núcleo al cual se sumará Ivánov, el gran crítico de la época. Esa estática en poco perturba a Blok. A diferencia del simbolismo francés o del hispanoamericano —nuestro modernismo— el de Blok exige un lector aún más cómplice, quien detectará el símbolo y lo descifrará, dejando fuera del juego a los indignos de comprenderlo, que debieron ser esos funcionarios filisteos a quienes el poeta les daba tanta guerra. Véase su poema a Dante, que puede ser el enésimo nacimiento de Cristo u otra versión de la cuarta égloga virgiliana.

 

Dejo de divagar y vuelvo a mis lecturas de Un pedante sobre un poeta y me fijo en lo que no subrayé, ni en 1983 ni en 2009, ocupado como estaba en la intelliguentsia y el pueblo, primero, o en los crímenes revolucionarios, después.

 

Esta vez, lo que más me impresionó, fue esa estampa de la única vez en que el poeta vio, en un cortejo fúnebre, a su maestro Soloviev, un hombre gigantón desaparecido en un santiamén, para siempre, de la vista de Blok, tan pronto se lo señaló un general que caminaba a su lado. Con motivo de aquella aparición, Aleksandr Blok anotó: “Las personas, maduras, serenas, respetan la muerte y deploran el ocaso, pero odian el morir y odian el fin, a cuya luz se alteran las cosas terrenales y se hacen sospechosas”.

 

FOTO:  El escritor Aleksandr Blok/ Crédito: Especial

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