La experiencia israelí
POR EDUARDO ANTONIO PARRA
El Estado de Israel continúa siendo una suerte de terra incognita, a pesar de tratarse
de una nación que casi a diario ocupa amplios espacios en la sección internacional de
los noticieros. Podemos enterarnos de los problemas políticos que desde hace décadas
lo mantienen en conflicto con sus vecinos palestinos, de la situación en que viven sus
habitantes a causa de la guerra e incluso de los vaivenes de su economía, pero resulta difícil
siquiera imaginar cómo es la cotidianidad de un ciudadano israelí, las motivaciones que
sostienen su existencia, sus angustias y anhelos, su modo de convivir con los demás. Esto
se debe a que en los periódicos y programas noticiosos tan sólo se abordan las cuestiones de
la geopolítica, o aquéllas específicas que alcanzan a provocar estupor general o son causa
de escándalo. Las que les ocurren a hombres y mujeres normales hay que buscarlas en otra
parte: en la música, el cine, la literatura.
De estas tres, la que ofrece mayor compenetración con una cultura tan ajena como
la del Israel actual, pero al mismo tiempo se difunde con más lentitud, es la literatura. Es a
través de las letras como nos es posible comprender cómo piensa un israelí en la intimidad,
con qué actividades llena las horas de su día, cuál es el modo en que encara su religión,
cómo ama y cómo odia, qué lo alegra o qué lo entristece, cuál es su forma de contemplar
el mundo. Por desgracia —salvo algunos escritores cuya fama ha trascendido las fronteras
desde hace años—, son pocas las obras de autores de este país las que pueden encontrarse,
traducidas a nuestra lengua en los estantes de las librerías mexicanas. Islas entre nosotros.
Voces de la narrativa contemporánea israelí es una antología que intenta subsanar tal
carencia, al reunir relatos de 34 escritores originarios de esta nación, a la vez tan antigua y
tan reciente, establecida en su etapa moderna a partir del año 1948. Se trata de un volumen
impulsado por la desaparecida escritora mexicana Esther Seligson, editado por el Fondo
de Cultura Económica en colaboración con el Instituto para la Traducción de la Literatura
Hebrea, por lo que cada una de las piezas que contiene ha sido vertida al español —ya
sea mexicano o argentino— desde su lengua original, lo que no sucede con versiones
semejantes que circulan por ahí, cuyo punto de partida es el inglés o el francés.
Casi cualquier lector con un bagaje básico conoce la historia antigua de Israel.
Gracias a la Biblia —uno de los fundamentos de nuestra cultura occidental— y otros textos
canónicos, estamos familiarizados con sus reyes y profetas, con sus mitos y leyendas, con
su devenir desde “el origen de la humanidad” hasta la desaparición del país por obra del
Imperio Romano. Sabemos también que, después de la diáspora, los judíos fueron objeto
de constantes rechazos y persecuciones que culminaron con el Holocausto maquinado por
los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; pero hasta ahí. Los relatos reunidos en Islas
entre nosotros, además de ser narraciones eficaces desde un punto de vista artístico, bien
podrían funcionar como un complemento de nuestra visión del pueblo hebreo que, entre
otras cosas, ha sabido conservar y enriquecer a través del tiempo su lengua milenaria.
Al recorrer las páginas de la antología, lo primero que llamará la atención de
un lector mexicano es la atmósfera en que están inmersos los protagonistas, muy semejante
a la nuestra, a pesar de las diferencias y de la distancia. Una atmósfera de tensión constante,
de temor soterrado —sea cual sea el tema que aborde la narración en turno— a causa de la
guerra que, aunque casi nunca aparece en primer plano, se sabe que sigue ahí, a unos
cuantos pasos, llevando a la muerte a muchas personas, a conocidos, de tanto en tanto a
algún familiar. Es cierto, se trata de guerras distintas la nuestra y la de ellos, pero son
guerras al fin, con resultados prácticos similares. Los personajes de los relatos de Islas
entre nosotros son veteranos de las guerras antiguas, acaban de regresar del servicio militar
o tienen algún pariente en la línea de fuego. Si están viejos, la mayoría ha sobrevivido a los
campos de concentración y carga con esa experiencia en la memoria aunque se haya
empeñado durante años en olvidarla. Muchos fueron pioneros del Estado de Israel,
formaron parte de los kibutz iniciales, participaron como colonos en la expansión
territorial, por lo que han vivido siempre cerca de los conflictos armados. Esto les da un
carácter peculiar, como a los mexicanos de la presente generación. Un carácter inquieto y
triste a la vez, alerta, salpicado con un dejo de angustia. Sin embargo, no significa que la
alegría esté ausente, ni que las historias que aquí se cuentan estén exentas de humor, del tan
característico humor judío.
Otra cosa que llama la atención de inmediato es la manera de narrar. Los escritores
israelíes contemporáneos no parecen muy afectos a las historias lineales, ni a las tramas
precisas ni a los finales contundentes. Sus relatos son más bien reflexivos, avanzan con
cierta lentitud, están llenos de digresiones, con frecuencia se desvían de la línea original
para seguir un camino distinto al planteado de inicio, domina en ellos la introspección de
los personajes y la descripción minuciosa de los espacios urbanos y campestres, lo que se
entiende al tratarse de un país joven que quiere darse a conocer por medio de la literatura
—esto ya lo habíamos advertido antes en obras de los autores más conocidos, como David
Grossman y Amos Oz, no así en la de un cuentista más joven, como Etgar Keret—. Los
protagonistas están en perpetua búsqueda de sí mismos, señal de que los autores aún se
hallan en proceso de tratar de establecer la idiosincrasia en la que quizás es la nación más
multicultural del mundo. Exploran sin cesar su propio pasado y el de sus ancestros en un
intento por ubicar esa línea que los una con el origen y les dé la identidad que se perdió en
algún pogromo o en los campos de exterminio o en el último destierro de que fueron objeto.
Pueblo lector, si los hay, el de Israel genera narraciones conectadas con todas las
tradiciones literarias, ricas en referencias y parecidos temáticos. Ya desde el cuento que
abre el volumen, “Madame Bovary de Nevétzedek”, de Nurit Zarhi, donde una escritora
“sin plantas” sostiene un encuentro y una discusión de tinte algo feminista con madame
Bovary también “sin plantas”, podemos detectar en la ejecución, por ejemplo, una similitud
con el Borges de “Las ruinas circulares”. O en “Descansos”, de Lea Aini, un paralelismo en
el discurso con el “Macario”, de Juan Rulfo. O, más preciso, en “CM18G’”, de Dea Hadar,
semejanzas evidentes con Pedro Páramo. Y esto sólo por mencionar obras de autores
latinoamericanos.
Pero es en los temas y asuntos donde se advierte una mayor variedad. Los
relatos reunidos en Islas entre nosotros tocan casi cualquier problemática de la vida
contemporánea israelí, desde la propia creación literaria hasta las relaciones conflictivas
entre madre e hija (el magnífico “¿Acaso te estoy hablando en chino?”, de Sauyon
Liebretch es un buen ejemplo), desde la llegada del progreso a las comunidades más
pequeñas hasta viajes imaginarios por otros países, desde las aventuras de los perros
entrenados para el combate hasta el deseo de las mujeres exitosas por ser madres, desde la
amistad entre dos niños diferentes hasta recorridos por las carreteras a través del territorio
de Israel, desde las consecuencias del calor hasta los preparativos de una boda. Y muchos
más. Las relaciones entre hombre y mujer se abordan, por ejemplo, en una de mis piezas
preferidas del volumen, “Días de pareja”, de David Grossman, donde un matrimonio realiza
el recuento de sus siete años de casados con un resultado amoroso lleno de ambigüedad,
como todos los amores. Hay acercamientos notables al absurdo. Y entre los de corte
fantástico destacan, sobre todo, el humor y la brevedad de Keret en “Katzenstein”.
Recorrer Islas entre nosotros. Voces de la narrativa contemporánea israelí resulta
mucho más que una simple lectura. Es algo semejante a llevar a cabo un largo viaje por la
geografía de ese país joven y viejo, internarse por las calles de sus ciudades e interactuar
con su gente que proviene de todos los rincones del mundo, sumergirse en las aguas quietas
de su pasado y nadar en las turbulentas corrientes de su presente. Sí, una experiencia de
conocimiento profundo a través de las páginas de un libro que nos hacía bastante falta.
Islas entre nosotros. Voces de la narrativa contemporánea israelí, compilación de Esther Seligson y Ioram Melcer, introducción de Angelina Muñiz-Huberman, FCE/Instituto para la Traducción de Literatura Hebrea, México, 2013, 503 pp. Tezontle
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