La herencia asiática en México: nuestra tercera raíz
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Los viajes de la Nao de China desde el puerto de Acapulco hacia las tierras de Asia trajeron consigo no sólo productos exóticos para los habitantes de la Nueva España, sino también costumbres y culturas que se quedaron en nuestra actual tierra y, al mismo tiempo, también se llevaron de aquí productos que al día de hoy conforman la riqueza cultural de esas otras regiones que hoy nos parecen tan remotas, como Filipinas
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POR PAULINA MACHUCA
En estos tiempos de conmemoración por los 500 años de la conquista de México y los 200 años de nuestra independencia, poco o nada se habla de otra fecha que pasó desapercibida en 2015, y que debería estar muy presente en la memoria histórica de los mexicanos: se trata del 450 aniversario de la expedición de Andrés de Urdaneta, quien en 1565 encontró el tornaviaje entre Manila y Acapulco y, con ello, inauguró los trayectos de la Nao de China o Galeón de Filipinas. A partir de entonces, las islas Filipinas quedaron supeditadas al virreinato de la Nueva España, y año tras año, había una embarcación que cruzaba el inmenso océano Pacífico en uno y otro sentido, llevando y trayendo a marineros, religiosos, burócratas, comerciantes, esclavos y algunas familias que buscaban asentarse en aquel lejano archipiélago de 7 mil 107 islas.
Mucho se ha escrito sobre los objetos que transportaba el Galeón: porcelana y sedas de China, muebles de Japón, biombos, artefactos de marfil, plantas y especias del Sudeste asiático, así como una gran diversidad de textiles que procedían, incluso, de la India de Portugal. Pero más allá de la circulación de mercancías, esa gente transportaba su propio bagaje cultural, sus creencias, técnicas y conocimientos tradicionales que no tardaron en reproducir en sus lugares de destino. La cultura mexicana se ha nutrido de esa experiencia transpacífica que duró 250 años, desde la tornavuelta de 1565 hasta 1815, cuando en pleno proceso de independencia se interrumpieron definitivamente los viajes de la llamada carrera del Pacífico.
Destilación
Uno de los mayores aportes de los filipinos que llegaron con el Galeón fue la introducción de la técnica de destilación asiática, lo que más tarde dio origen a los primeros mezcales de los que se tiene registro en la Nueva España. Desde finales del siglo XVI y sobre todo durante el siglo XVII, en los actuales estados de Colima y Guerrero se establecieron haciendas de palmas de beneficio —la palma de coco también llegó con los viajes transpacíficos del siglo XVI— donde se elaboraba vino de cocos, un destilado que en Filipinas se llama lambanog y que tiene en promedio 50% de volumen alcohólico. A esos filipinos se les llamaba vinateros, y utilizaban un destilador rústico que consistía en un tronco hueco de madera, al que se le colocaba un cazo de cobre en la parte superior y el conjunto se montaba sobre un horno instalado en la tierra. Dicho horno todavía se puede encontrar en algunas destilerías artesanales de mezcal, como la de la familia de Macario Partida en Zapotitlán de Vadillo, Jalisco.
¿Cómo se elaboraba el vino de cocos? Primero, el vinatero debía subir a la palmera dos veces al día, una en la mañana y una en la tarde, para recolectar la savia acumulada. A esa savia se le conoce como tuba —de ahí el oficio de tubero—, que hoy en día es la bebida típica del estado de Colima y símbolo de identidad local. Pero en la época colonial, esa tuba era en realidad la materia prima del vino de cocos, pues se dejaba fermentar algunos días hasta que se destilaba y se almacenaba en botijas peruleras, para luego transportarse hacia las principales villas y ciudades novohispanas como Guadalajara, Valladolid —hoy Morelia— y México, pero sobre todo a las zonas mineras del centro y septentrión de la Nueva España. Actualmente, en algunos lugares de Filipinas se sigue elaborando el lambanog, pero en México dejó de producirse a principios del siglo XVIII. Lo que sí es un hecho es que las primeras referencias históricas sobre elaboración de mezcales las tenemos para la región Sur de Jalisco, y están relacionadas con el modelo de producción de vino de cocos de la antigua provincia de Colima. Los mezcales novohispanos surgieron gracias a la convergencia de dos saberes milenarios, el de la cultura del cocotero en Asia y el de la cultura agavera en Mesoamérica.
Y hablando de la cultura del cocotero que nos legaron los filipinos, no debemos olvidar que fue en las costas del Pacífico donde tuvo mayor arraigo, por dos razones sencillas: por las condiciones geográficas similares a las de Filipinas, pero porque fue allí donde se asentó la mayor cantidad de filipinos que influyeron en la gastronomía, la arquitectura y, en general, en la vida cotidiana. Un documento de la villa de Colima que data del año de 1612 menciona que sus habitantes —incluyendo españoles— obtenían múltiples provechos del coco: comida, bebida, medicina y casa. Elaboraban aceite, vinagre, leche y azúcar de coco, lo cual utilizaban en sustitución del aceite de oliva y otros productos peninsulares.
Gastronomía
Y si de gastronomía se trata, la incorporación de las especias, así como diversas frutas tropicales procedentes del mundo asiático, enriquecieron significativamente los sabores de platillos y postres novohispanos, que ya de por sí eran una mezcla de la cultura mesoamericana y europea. Pimienta, jengibre, nuez moscada, clavo y canela se convirtieron en ingredientes indispensables de los recetarios, pero también el coco rallado o la leche de coco. Frutos como el tamarindo y el mango, que también llegaron con el Galeón, se arraigaron en las zonas cálido húmedas del Pacífico mexicano, al tiempo que el ceviche, llamado kinilaw en Filipinas, debió de consolidarse como uno de los platillos costeros más populares hasta nuestros días. En algunos mercados de Colima todavía se vende el vinagre de tuba, que es el de uso común en el archipiélago, aunque muy poco conocido en México.
En la región Costa Grande de Guerrero, el guinatán —del tagalog ginataang— es un platillo de origen filipino que se ha convertido en un elemento tradicional, y no es para menos: en esa zona se estableció uno de los mayores asentamientos de filipinos durante la época colonial, junto con la provincia de Colima.
Textiles
El mundo de los textiles experimentó verdaderos cambios en la primera globalización, tanto en el uso de materiales como diseños y técnicas. En México, son dos las herencias más importantes pero cuyo origen se ha borrado de la memoria: el rebozo “de bolita” y el paliacate. Los típicos rebozos mexicanos, de colores muy vistosos y con pequeños puntos blancos, se elaboran con una técnica de tinción de origen asiático llamada ikat, que consiste en la creación de patrones mediante ataduras a las hebras que se habrán de teñir. Talleres artesanales de reboceros, como en La Piedad, Michoacán, utilizan este arte para crear vistosos rebozos de bolita que se han convertido en un símbolo de identidad local.
Y el paliacate, uno de los símbolos nacionales por excelencia, en realidad tiene su nombre del puerto de Paliacate —Pulicat, en la costa de Coromandel de la India—, una zona productora de textiles estampados desde hace varios siglos, y que se incorporó al comercio global tras la expansión europea del siglo XVI. Usualmente de color rojo vivo, esta particular prenda se habría comercializado desde Paliacate hacia Filipinas, y de ahí pasó a la Nueva España. No debe extrañarnos que el principal motivo estampado en el paliacate es el boteh o paisley, una especie de gota de agua curvada cuyo símbolo tiene sus raíces no en Mesoamérica ni en Europa, sino en la cultura persa. Por otro lado, la tela de Cambaya, también originaria de la India, se ha mexicanizado a tal punto que nuestro país es un referente en la producción de este textil.
Espacio lúdico
La influencia asiática también se nos transmitió a partir del espacio lúdico. En Colima, de niña jugué al charangay —o changais— con unos palitos de madera que se debían suspender en el aire para luego lanzarlos lo más lejos posible; es un tipo de juego que se conoce no únicamente en Filipinas sino también en otras naciones asiáticas. La pelea de gallos, al menos la que se desarrolló en la vertiente pacífica mexicana, tiene una notable influencia filipina.
Vocabulario
Con frecuencia utilizamos palabras de origen filipino pero cuyo origen desconocemos: además de la tuba, otro vocablo de uso común es el de palapa, término que se extendió en México para designar a los techos elaborados con hojas de palmeras, principalmente del cocotero. Precisamente, otros vocablos filipinos utilizados en la arquitectura regional mexicana son el batalán y el arigue —aligui—, el primero designa a una especie de balcón o terraza, mientras que el segundo se refiere a los postes o vigas de madera que sirven como soporte de otros materiales en la construcción. En algunas zonas costeras aún escuchamos hablar de la panga o lancha, o del parián para referirse al mercado: no olvidemos que en la Ciudad de México existía el gran parián de la Plaza Mayor, mientras que actualmente todavía existe el llamado parián de Tlaquepaque, en Jalisco.
De México a Filipinas
Así como la cultura mexicana se ha enriquecido a lo largo del tiempo gracias al contacto con Asia, lo mismo podemos decir de la cultura filipina. El Galeón llevó el maíz, el cacao, y una gran cantidad de frutas y verduras que aún conservan su nombre náhuatl: chile (sili), chico (tsiko), tomate (kamatis), camote (kamoteng), guamúchil (kamatsile), sacalasúchitl (kalachuchi), y un largo etcétera. Artefactos de tanto arraigo mesoamericano, como el metate, llegaron hasta Filipinas y conservan todavía su nombre; ellos, sin embargo, lo utilizan para moler el cacao. Escenas tan familiares en las calles de México, como vendedores de esquites, también son de lo más común en las calles filipinas, de manera que un visitante mexicano se siente como en casa.
La herencia asiática en México: nuestra cuarta raíz
¿Por qué toda esta herencia asiática, y más particularmente filipina, ha sido olvidada de la memoria histórica mexicana? ¿Acaso porque su influencia está mayormente circunscrita a un espacio regional del Pacífico mexicano, y no al centro? ¿Acaso porque desde el siglo XIX dimos por hecho que aquello que no era de origen mesoamericano necesariamente tendría que ser de origen europeo? Quizá la leyenda más conocida para nosotros en esta historia de intercambios es la de la “china poblana”, una joven originaria de la India que fue vendida como esclava en Filipinas y de allí pasó a la Nueva España, donde fue adquirida por un rico comerciante de Puebla de los Ángeles y donde se conoció como Catarina de San Juan. Pero más allá de la “china poblana”, existe toda una herencia que pervive hasta nuestros días como resultado de nuestros intercambios con Asia. Tardamos mucho como nación para reconocer a los afrodescendientes como nuestra tercera raíz, y ya es el momento de reconocer que, en la cultura mexicana, la herencia asiática es nuestra cuarta raíz.
FOTO: La china poblana, pintura del costumbrista mexicano José Agustín Arrieta, en la cual refleja una de las figuras más representativas del intercambio cultural con el continente asiático/ Crédito: Imagen del libro Homenaje Nacional José Agustín Arrieta (1803-1874)
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