La herida de la maternidad: entrevista con la escritora Brenda Navarro
La novela Casas vacías es la historia de dos mujeres que viven la experiencia de ser madres desde dos contextos aparentemente opuestos: una desde la pérdida y la otra desde la frustración
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
A inicios de 2018, la editorial independiente Kaja Negra puso a disposición de sus lectores la novela Casas vacías, de Brenda Navarro. Era una lectura de libre acceso en internet como parte de este proyecto editorial mexicano de corte autogestivo que también contempla otro tipo de contenidos, principalmente periodísticos con temáticas relacionadas al feminismo y a la diversidad sexual. Muy pronto, Casas vacías se convirtió en un fenómeno literario que no tardó en ser apoyado por Sexto Piso, editorial que lazó su primera edición en 2019.
Su autora, Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), estudió Sociología en la UNAM, una formación que es evidente durante esta conversación desde Madrid, donde radica, en la que está presente su análisis de las estructuras sociales en las decisiones que los individuos toman sobre temas tan delicados como la maternidad.
Casas vacías rompe con un estereotipo que tradicionalmente se ha impuesto a la maternidad: que se trata de una experiencia placentera y que representa el punto máximo de la realización personal de una mujer, cuando lo experimentado por las dos protagonistas de esta historia es lo opuesto. Ambas voces, de las que desconocemos sus nombres, parten del dolor. Son dos mujeres a las que se les ha arrebatado la voluntad de decidir qué hacer con sus cuerpos, con sus aspiraciones y con su presente.
La primera, una mujer de clase media recién asentada en México luego de una temporada en España, vive una relación marcada por la insatisfacción con su pareja (Fran) y la familia de éste, quienes les imponen la adopción de su sobrina, huérfana a causa del feminicidio de su madre, la hermana de Fran. Poco después de llegar a México, tienen un hijo propio, Daniel, quien padece autismo y lleva a su madre a cuestionarse las ideas previas que tenía con la maternidad. Pero un día sucede la tragedia para esta familia cuando Daniel desaparece en el parque durante un paseo.
Este monólogo interior se entrelaza con el de la otra protagonista, una mujer que vive en un contexto marcado por la precariedad social y afectiva. Durante años ha pedido a Rafael, su pareja, que procreen una hija. Ella aspira a la maternidad, un proyecto que le es negado por todos. Entonces, una tarde decide apropiarse del hijo de otra mujer. Lo toma de la mano y lo lleva a su casa, lo que provocará el rechazo de su pareja, la familia de éste, y de sus propias amigas, quienes no logran corresponder a la necesidad de aceptación que ella y su hijo, a quien bautiza como Leonel, necesitan. Casas vacías es una novela sobre la maternidad desde todas las experiencias que caben en ésta: la negación, la aspiración, la pérdida y la frustración, a las que nunca les resulta ajeno el dolor.
Lee un fragmento de la obra de Brenda Navarro aquí.
¿Desde qué posturas y experiencias parten las historias de las dos protagonistas de Casa vacías?
La maternidad en sí es transversal a ellas pero es una consecuencia de decisiones que han tenido que tomar respecto a cómo va siendo dirigida su vida por las decisiones que toman sus parejas. Ambas mujeres no saben exactamente cómo reaccionar ante los acontecimientos de su vida porque además tienen frente a sí una pareja a la que le dan concesión de decidir sobre la familia. Ellas creen que tienen una familia con estas dos personas. Estos hombres deciden sobre de ellas. Fran le dice a la primera voz que si está embarazada tengan al bebé y además le impone la maternidad de su sobrina. Con la segunda voz, su pareja, Rafael, se impone al decir “No te voy a hacer una hija”. Bajo esas decisiones, que son de los hombres, ellas reaccionan. La primera reacciona cuestionando la maternidad literalmente impuesta y la segunda a una maternidad biológica negada. Responden a las circunstancias económico-sociales a las que están expuestas y no tienen las herramientas necesarias para ejercer su autonomía.
A la par de estas dos voces se presentan otras maternidades secundarias en función de esta historia. Una es la madre de Rafael y las otras son la madre de Fran y su hermana. ¿Cómo entendemos las otras maternidades que giran alrededor de estas dos protagonistas?
Hay más, como la madre de la segunda voz. Es una novela en la que la mayoría de las mujeres tienen una especie de maternidad que en todo caso sería un legado y responsabilidad de cuidados. Creo que va un poco de eso, de encontrar las redes de mujeres que se van sosteniendo con lo que pueden y con las herramientas que tienen al alcance para seguir sobreviviendo. Siempre he pensado, después de hablar con muchas lectoras de la novela, lo que realmente le resuena a ellas es encontrar esta imposición patriarcal de un Estado que no permite ejercer la maternidad, y son las mujeres las que terminan sorteando toda clase de dolores para sobrevivir. Vería estas maternidades de la historia como mujeres que están tratando de hacer que la vida pase de una manera menos dolorosa. Aunque esto puede parecer contradictorio. Un tema que me interesa mucho sobre las maternidades y las relaciones humanas es que cada relación que existe, si realmente tiene involucrado algún afecto, va a terminar por dañarte. El hecho de que nos dañe y no tengamos una educación para lidiar con el dolor nos genera más dolor.
“Cualquier relación en la que hay afecto va a terminar por dañarte”. ¿Esto ocurre con independencia del papel que tenga cada individuo en una relación?
Sí. Y lo extendería no sólo a este tipo de relaciones, sino a las relaciones con otros seres vivos. Ahora vemos cómo la muerte de un gato, un perro o hasta de una planta genera dolor en la humanidad. Esto quiere decir por un lado que todos los seres humanos necesitamos cariño, afecto y necesidad de relacionarnos los unos con los otros. Pero estamos en una época en que queremos que esas relaciones amorosas no conlleven ningún tipo de dolor. Me parece una utopía irrealizable. Buscamos una utopía en la que la humanidad no viene a sufrir al mundo. En Casas vacías, la segunda voz lo dice: “¿Por qué lloramos cuando nacemos?” Pues porque no debimos venir a este mundo. Y no lo digo desde un sentido pesimista, sino que nadie nos dijo que íbamos a venir a ser felices. Este concepto de la felicidad que viene muy fuerte con el neoliberalismo nos hace creer que de veras podemos aspirar a no sentir dolor, ser felices y que sea un mundo sano. No es así. La humanidad y la propia naturaleza tiene un ciclo en el que naces y mueres. Y el hecho de que mueras significa que tendrás un proceso de desarrollo en el que vas a sufrir enfermedades, dolores emocionales y físicos. Creer que no vamos a sufrir al relacionarnos con otra persona es negar nuestra propia humanidad.
¿Cómo entendemos en el caso de Rafael y Fran su carga de responsabilidad?
Creo que el sistema político, económico, social y cultural en que vivimos nos están achacando demasiadas cosas a un cuerpo que no rinde con las necesidades productivas. Vivimos en un mundo donde los hombres deben ser responsables, en especial económicamente, y las mujeres deben ser responsables en el ámbito privado. Rafael y Fran conllevan una responsabilidad económica. Los dos, por distintas situaciones, se avocan a buscar trabajo, a tener dinero porque quien no tiene dinero no sobrevive. Y el mandato económico sobre los hombres es muy fuerte. Esto no quiere decir que las mujeres no tengan este mandato. Una cosa que me interesaba recalcar, sobre todo en la segunda voz, es que ella era autónoma económicamente. Una mujer cuando tiene las posibilidades de tener autonomía económica puede no salir del círculo de violencia, y no es porque no sepa cómo sino porque no cuenta con las redes de cuidados responsables. Si te das cuenta, ambas mujeres no tienen amigas, no tienen relaciones cercanas con las cuales puedan hablar del dolor y salir adelante de ese círculo tan doloroso que tienen. Dicho esto, la responsabilidad para mí —y me gusta mucho que me lo preguntes— es el gran tema actualmente. Para mí la responsabilidad conlleva un concepto del que ya casi nadie habla y es importantísimo, que es la ética. Últimamente hablamos de mucha moral, y se hacen juicios desde el Estado que tienen que ver más con lo moral, lo católico, lo religioso, que con la ética, lo que significa tratar de buscar un equilibrio que conlleve a la justicia. Para llevar a la novela este concepto que me parece tan importante, ahí todo mundo es responsable. Incluso Rafael, que tiene más estereotipos de violencia. Están siendo responsables para con sus propios deseos y lo que les pide el mundo. Lo que pasa es que el mundo los quiere meter en un sistema en el que no caben. Ese es el gran problema que vivimos actualmente.
Mencionaste el tema del neoliberalismo. Este es un concepto muy manoseado desde hace décadas por el discurso de izquierda, algo que imposibilita otras lecturas pertinentes. Fuiste escribiendo Casas vacías a lo largo del sexenio pasado y ya hacia 2019 lo publicó Kaja Negra. ¿Cómo es que esta realidad neoliberal se expresa en la forma de relacionarse que tienen los personajes de tu novela?
El contexto es todo. Tengo muy atravesado lo que menciona la filósofa Sayak Valencia en su libro sobre necropolítica, sobre la forma en que los cuerpos dejan de ser humanos y se convierten solamente en artefactos, ya sea para producir mano de obra, para transportar droga y para generar un discurso narrativo de la imagen de los cuerpos para deshumanizar. Me parece muy interesante en el contexto que se vive todavía en México, sobre cómo llegó un momento en que eran tantas las noticias sobre asesinatos, desaparecidos, enfrentamientos, que ver un cuerpo asesinado no nos provocaba lo mismo en 2013 que en 2018. Esa es una realidad. Lo mismo pasa a nivel mundial y en España. No es lo mismo lo que te produce una persona española muerta que la de un africano que trataba de pasar por Melilla. Los cuerpos, en cuanto representación importan mucho dentro del neoliberalismo. También creo que es importante cuestionar no sólo el sistema económico como tal sino la forma en que los principios neoliberales —que para mí significa darle todo al mercado— significa que los seres humanos ya no nos representaremos como comunidades sino como entes individuales dispuestos a consumir. ¿Esto qué significa? Significa que las maternidades, las paternidades, las relaciones de pareja serán un objeto de consumo. A eso me refería hace rato: cuando pensamos que el vivir significa consumir y somos usuarios o clientes de algún deseo que podemos comprar con dinero es porque creemos que al comprarlo podemos tener la oportunidad de no sentir dolor. La realidad es todo lo contrario. Este dolor aséptico al que queremos enfrentarnos ahora va a generar mucho más dolor en las generaciones que vienen porque nos estamos aislando como individuos. El contexto en el que escribí Casas vacías va sobre eso. Como dice el título, estamos dejando las casas vacías porque buscamos tanto habitar el espacio público, y éste trata, de machacarnos que dejamos que las relaciones entre seres humanos se destruyan.
Veo una presencia muy fuerte de Wislawa Szymborska, tanto que le da una tesitura particular a la novela.
Como autora de la novela, Szymborska significa mucho como objetivo. Para mí es la poeta más interesante del siglo XX porque es capaz de hablar de la condición humana, de lo que significó vivir en el siglo XX sin dramatizar de tal forma como lo hago yo. Cuando me dicen que Casa vacías es muy dolorosa o que genera malestar, me están diciendo que no soy Szymborska. Para mí leerla es una experiencia estética que me hace sentir bien. Aspiro a ser como ella. ¿Qué tiene que ver con la novela? Fue una guía. Las citas que hago en cada capítulo habla de los personajes en cada capítulo. Es el dolor que tiene la humanidad y la forma en que no sabemos lidiar con ello.
¿Encuentras correspondencias con otras autoras o autores mexicanos en temas de maternidad, paternidad, la familia, o incluso desde posicionamientos estéticos?
Las escritoras de mi generación y probablemente las de una generación anterior y otra posterior (nacidas antes de los 2000), somos autoras en tránsito. Compartimos una serie de características en las que las redes sociales han irrumpido tremendamente en la difusión de nuestro trabajo y la forma en que la industria editorial ha vendido nuestros libros. Creo que la industria ha sabido encontrar escritoras que hablamos de temas que le interesan a las lectoras que han sabido exigir lo que quieren leer. También todas las que estamos siendo publicadas tenemos al menos una educación superior que no sólo ha sido permeada por los feminismos sino por los estudios decoloniales. Se nota, de una u otra forma nuestra sincronía generacional. Pero no sólo con las mexicanas, sino con las latinoamericanas. Cuando salió Cometierra, de la argentina Dolores Reyes, poco antes de Casas vacías, me pareció curioso que al final de mi novela la segunda voz dice: “Yo no tengo nombre”. En su novela, Dolores dice algo similar. Esos vasos comunicantes de lo que leemos las escritoras y lo que nos motiva tienen que ver con que somos escritoras en tránsito. Espero que seamos superadas por las nuevas generaciones y que éstas tengan mayor libertad y diversidad en lo que están escribiendo.
FOTO: El primer espacio con que Brenda Navarro contó para la publicación de Casas vacías fue el proyecto editorial autogestivo Kaja Negra/Crédito: Monste Mármol
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