La inagotable curiosidad de Mr. Byrne

Abr 14 • Miradas, Música • 4920 Views • No hay comentarios en La inagotable curiosidad de Mr. Byrne

El ex vocalista de los legendarios Talking Heads estuvo recientemente en México, como parte de su gira internacional American Utopia. Aquí una valoración de David Byrne y de sus notables aportaciones escénicas

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POR ALFREDO SÁNCHEZ GUTIÉRREZ 

A los 65 años, la edad que en muchos lugares es la oficial para jubilarse, David Byrne emprende, según sus propias palabras, “mi espectáculo más ambicioso desde que se filmó la película Stop Making Sense” (con su viejo grupo los Talking Heads). En aquella ocasión —1984—, el recién fallecido director de cine Jonathan Demme filmó durante tres noches las actuaciones que el grupo ofreció en Los Ángeles como parte de la presentación del disco Speaking in Tongues, y con esas tomas realizó el film que hasta el día de hoy es uno del más célebres en el cine musical.

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David Byrne hoy tiene el pelo totalmente blanco y aunque conserva buena parte de su vitalidad, han quedado lejos los tiempos en los que, hiperquinético, protagonizó la escena post-punk de Nueva York desde el legendario CBGB. Pero entonces y ahora ha sido un tipo curioso y de intereses múltiples que suelen manifestarse de formas variadas. Por ejemplo, ha seguido difundiendo música de distintas regiones a través del sello Luaka Bop que fundó en 1988. Y en años más recientes escribió un musical sobre el peculiar personaje de Imelda Marcos —Here Lies Love—, en colaboración con Fatboy Slim y un montón de cantantes invitadas; realizó un aclamado disco —Love This Giant— al lado de St. Vincent; montó en Nueva York una instalación urbana con armazones para sujetar bicicletas; inició el proyecto Reasons to be Cheerful donde difunde propuestas innovadoras y exitosas de distintas partes del mundo como una forma de cachetear con guante blanco el etnocentrismo de Trump; creó Playing the Building, una instalación en la que la estructura de viejos edificios resuena de un modo casi musical. Y escribió dos libros: Diarios de Bicicleta —él mismo es un ciclista urbano y promotor de ese tipo de movilidad— y Cómo Funciona la Música, lúcido texto donde, a partir de su experiencia personal, trata de explicar la música desde la historia, el negocio, la tecnología, la grabación y otros aspectos. Byrne es, pues, un “músico que escribe y reflexiona”, como en nuestro idioma lo ha sido el músico-filósofo Santiago Auserón.

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Luego de catorce años sin editar un disco solista, David Byrne publicó recientemente American Utopia, una colección de canciones construidas de manera poco convencional: con secuencias rítmicas que le compartió su viejo cómplice Brian Eno escribió las canciones y las grabó. Le hizo escuchar el resultado al productor Mattis With, quien le insinuó que tal vez convenía dárselas a algunos músicos jóvenes para que aportaran algo más. Cada uno de los doce colaboradores —a quienes David Byrne no conocía de antemano— rehizo las canciones, Byrne las revisó, modificó algunas cosas y las envió de regreso para que cada quien hiciera un producto final que concluyó con el lanzamiento, el 9 de marzo de este año, de esa “utopía americana” (sí, ni modo, Mr. Byrne sigue nombrando “America” a Estados Unidos, su país de adopción), cuyos textos fueron escritos a lo largo de muchos años, aunque ciertamente incluyen observaciones que podrían aplicarse a la terrible realidad política actual del país.

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La promoción ha dado lugar a la desafiante gira de la que hablé al principio: más de cien conciertos a lo largo de siete meses en escenarios de Estados Unidos, Europa, Canadá y América Latina, incluido México. Pero el desafío no está solamente en la extensión del tour sino en las características mismas de los conciertos. David Byrne quería que sus músicos tuvieran movilidad en el escenario y que se trasladaran de un sitio a otro sin ningún obstáculo. Para ello se resolvieron varios retos técnicos: un sistema totalmente inalámbrico gracias al cual se evitaron en el escenario amplificadores, tarimas, bases de instrumentos, micrófonos y cables; mediante audífonos individuales y bocinas laterales fuera del escenario se hizo innecesario el uso de monitores; se diseñó una cortina de delgadas cadenas que permite sin problemas la entrada y salida de los músicos, oculta el equipo adicional y además sirve como una especie de pantalla donde se proyectan sombras sugerentes; se colocaron arneses especiales a algunos músicos —percusionistas y tecladista— para que pudieran caminar al tiempo que ejecutan sus instrumentos; y lo que, a mi juicio, constituyó la aportación más novedosa: para no tener que usar una estorbosa batería en el escenario, se decidió “fragmentarla” en seis, así cada uno de los percusionistas se ocupa de una parte del instrumento: bombo, tarola, contratiempos, tambores y percusiones adicionales. De este modo, se cuenta con un escenario totalmente limpio y desnudo donde cada participante, doce en total, puede no sólo caminar como en las tradicionales marching bands, sino hasta ejecutar los movimientos que diseñó especialmente la coreógrafa Annie B. Parson. Todos van descalzos y vestidos con trajes grises diseñados por Kenzo, algunos de los cuales tuvieron que ser adaptados —cortados y vueltos a coser— para ser usados cómodamente con los arneses.

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Pero, ojo, contar con un escenario así no es nada más un capricho del compositor sino una herramienta expresiva fundamental en el desarrollo del concierto, como lo pudimos constatar el pasado 3 de abril en el Teatro Metropolitan, con una mezcla de gozo e incredulidad. Ahí vimos el resultado de tal atrevimiento de Mr. Byrne: el escenario vacío, los músicos danzantes, las percusiones fragmentadas, el sonido implacable y el repertorio que nos llevó del disco nuevo —el concierto abrió con “Here”, el último track de la reciente producción— a las canciones emblemáticas de los Talking Heads —“Blind” y “Burning Down the House” fueron las dos últimas de la lista— pasando con algunas versiones a temas de otros.

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De regreso a Guadalajara, la ciudad donde vivo, me topé en el aeropuerto con Mr. Byrne en el área de recolección de equipaje. Lo abordé y me encontré con un hombre afable, sonriente y de buen aspecto. La gira apenas comienza y se le nota relajado y de buen humor. Pienso que, aun luego del periplo agotador, el curioso —en el mejor sentido— David Byrne está muy lejos de la jubilación.

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FOTO: La gira “American Utopia” permite asomarnos al espíritu de experimentación del autor de Cómo funciona la música. / AP/

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