La indagación del mal: reseña de “Partes de guerra”, de Jorge Volpi

Ago 27 • Lecturas, Miradas • 701 Views • No hay comentarios en La indagación del mal: reseña de “Partes de guerra”, de Jorge Volpi

 

Partes de guerra, de Jorge Volpi, cuenta la historia de un grupo de neurocientíficos que buscan las causas que llevaron a cuatro menores a asesinar a una adolescente

 

POR ELOY URROZ
Joseph Smith, fundador del mormonismo, tuvo entre 33 y 45 esposas. Luis Roth, fundador del Centro de Estudios en Neurociencias Aplicadas y personaje-eje de la última novela de Jorge Volpi, Partes de guerra, tenía 34 amantes. De eso justo trata gran parte de la nueva novela de Jorge Volpi; la otra mitad es una indagación sobre el Mal. Veamos.

 

Partes de guerra es, como Los mandarines de Simone de Beauvoir, un roman à clef. Es, sobre todo, la historia de un grupo de amigos neurocientíficos mexicanos decididos a dar una respuesta a la pregunta del Mal. Lucía Spinosi, la narradora, se ha abocado a narrar la historia de Fabienne, Pacho, Elvira, Paul y Luis, su amante secreto. A este último se dirige cuando dice: “…intento localizar el origen de nuestro hundimiento. ¿Fue culpa de nuestra ambición, de nuestra prisa, de nuestra improvisación, de nuestro orgullo? ¿Nunca estuvimos preparados para la tarea, como aseguraba Elvira? ¿Nos dejamos seducir por ti, el Gran Embaucador?” (p. 223). Para Lucía es doloroso descubrir el lado falso, hipócrita e insincero de su mejor amigo y amante. Por ello ha decidido (al revelar esta historia) no repetir y perpetuar esa mentira. No por otra razón, deduzco, la necesidad moral de esta novela. ¿Cuánto no habrá sido su decepción que, hacia el final, escribe: “¿Te traiciono al contar esta historia, Luis? ¿Tu historia? ¿Tus historias? ¿Nuestra historia? Si me hubieras contado de tus otras vidas, o al menos parte de ellas, si me hubieras pedido ser discreta, si hubieras confiado en mí, jamás te habría traicionado, me habría llevado tu secreto hasta la tumba” (p230)? Es decir, Lucía admite, reconoce, traicionar a su amigo (y amante secreto) al revelar el engaño en que Luis vivió, el embuste que fue toda tu vida y su insaciable necesidad de poder y de mujeres: “Creo que te impulsaba el poder, el ansia de poder (…) doblegar las voluntades de los otros y en especial de las otras, nosotras” (p. 232). En este sentido, Partes de guerra es una proeza del ethos, sólo que aquí Volpi elige la ficción para no perpetuar la mentira. Ya hacia el inicio contrapone dos moralidades: la de Luis y la de Elvira: “A ti, Luis, te obsesionaba el futuro, ella hurga en el pasado como mendigo en un contenedor (…) Tu especialidad era el murmullo, la suya el rugido. Un pavorreal y una pantera. Lo sorprendente es que se soportaran tantos años antes de su desencuentro final (…) Envés y haz. El dios de la mentira y la diosa de la verdad” (p. 35). Tal pareciera, Lucía elige el lado de Elvira al decantarse por la verdad (y con ello traicionar a su amante), mientras que Volpi elige, sí, ese mismo sitio, pero envolviéndolo prudentemente en la ficción. Lucía (como Luis) engaña a todos sus compañeros neurocientíficos, incluso a Sofía, la hija de Luis, cuando ésta le pregunta si su padre había tenido alguna amante y si había traicionado a su mamá. Volpi, por su parte, no engaña a nadie y no lo hace porque no puede y porque no debe, pero elige, en cambio, como Vargas Llosa, la verdad de las mentiras.

 

En una tierra de grandes novelistas, Jorge Volpi es el mejor novelista vivo en México. Sonará sesgado, pero dada la calidad, variedad de registros e imperturbable constancia novelística, es difícil pensar en otro que lo supere. Tan sólo la Trilogía del Siglo XX no tiene parangón; esto sin contar con que El temperamento melancólico o La tejedora de sombras son obras maestras de la narrativa en lengua española. Partes de guerra no se queda atrás. Es sin duda una gran novela, una a la altura de Tiempo de ceniza y Una novela criminal. Es, si acaso, la más profunda indagación sobre un tema que a Volpi le ha obsesionado durante años: el Mal, sus orígenes, y su correlato, la violencia. En esta ocasión, elige el mundo de los niños y los adolescentes (algo, por cierto, muy similar a Los hermanos Karamazov, donde, como se sabe, son los niños y la violencia uno de los centros neurálgicos de la acción). El lugar: Frontera Corozal, al lado del río Usumacinta, un poblado literalmente perdido de la mano de Dios, en el estado más pobre de México: Chiapas. No voy a contar el argumento. Baste decir que se ha cometido un asesinato: unos niños menores de edad (Kevin y Britney) y dos adolescentes de 13 y 15 (Saraí y Jacinto), han asesinado a una niña de 14 (Dayana). A desmenuzar y comprender la causa se aboca un nutrido grupo de neurocientíficos. La complicada relación entre ellos (la historia de tres décadas entre estos amigos) forma el tejido mismo de la novela: sus querellas, deslices, traiciones, disputas, reconciliaciones.

 

Hay que decirlo: Partes de guerra no deja de ser apasionante y horrenda a la vez. La discusión del Mal se halla en el centro de la historia. En este sentido, resulta brillante —y dolorosa— la forma en que Lucía irá identificándose con Saraí, la niña asesina, viendo en ella un retrato de su propia, miserable, infancia. Lucía se compadece de la asesina, acaso porque descubre que ella y la adolescente son, como diría Schopenhauer, la misma persona: “Al que siente compasión se le ha hecho transparente el velo de Maya, y el engaño del principio de individuación lo ha abandonado”. Schopenhauer refuta, como sabemos, el imperativo categórico kantiano. Éste no basta, dice. La experiencia es la que funda la moral, y no al revés. Sólo la compasión, dice, relaja la guardia de nuestro egoísmo (y en esto también coincide con Dostoievski y su teoría de la compasión). Es admirable, por ello, la resolución que Volpi, un recalcitrante racionalista, ofrece a la pregunta acuciante del origen del Mal, y es que, a la postre, no importa cuánto nos adentremos en las neuronas y neurotransmisores de la mente, no importa cuánto estudiemos los efectos de la dopamina y la serotonina en el cerebro, el hombre siempre será irreductible a la razón. Y en esto se ancla con mis admirados Sábato y Moravia, Marcuse y Safranski, quienes entendieron lo mismo. Partes de guerra termina sin dar respuesta al porqué del crimen y junto con esa no-respuesta, sobreviene la disolución del grupo de neurocientíficos obcecados en conseguir una respuesta científica —y racional— que no existe.

 

FOTO: Jorge Volpi obtuvo en 2018 el Premio Alfaguara por Una novela criminal/ Berenice Fregoso/ EL UNIVERSAL

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