“La industria del cine, de las más homofóbicas”

Jun 22 • Conexiones • 11117 Views • No hay comentarios en “La industria del cine, de las más homofóbicas”

POR JUAN HERNÁNDEZ 

 

De manera velada o abierta el cine mexicano ha abordado siempre el tema de la diversidad sexual, afirma Julián Hernández (ciudad de México, 1972), formado en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, y director de las películas Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003), El cielo dividido (2005) y Rabioso sol, rabioso cielo (2007). 

 

        Películas de la época de oro, como Dos tipos de cuidado, protagonizada por Pedro Infante y Jorge Negrete -estereotipos del macho mexicano-, así como A toda máquina, con Luis Aguilar e Infante, entre otras cintas, tienen una clara manifestación homoerótica, asegura el cineasta.

 

 

        En entrevista para CONFABULARIO, el director ganador del Teddy de Oro (2003), que le otorgó el Festival Internacional de Cine de Berlín, por la película Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, expresa que en la década de los 30 del siglo XX, Fernando de Fuentes incluía ya  a un personaje homosexual en la película La casa del ogro.

 

 

       “Desde luego que el homosexual fue representado con todas las características peyorativas que durante muchos años prevalecieron en la industria. En la década de los 60 el tema de la homosexualidad se abordó de un modo más abierto, pero siempre tratada como una enfermedad, pecado o desviación. Resalta de esta época la película Los marcados, de Alberto Mariscal, con Antonio Aguilar, Eric del Castillo y Javier Ruán, en la que había una relación incestuosa del padre con su hijo”, precisa.

 

 

       “Es a finales de los años 90 y hasta este 2013 cuando el cine mexicano asume el tema de la diversidad sexual con un poco más de apertura. No quiero decir con esto que haya dejado de existir la homofobia, porque paradójicamente la industria del cine, en la que hay un gran número de homosexuales,  ha sido una de las más homofóbicas en el campo artístico de México”, indica.

 

 

        Homofobia que le afectó a Julián Hernández cuando intentó conseguir apoyo para la película Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, y Alfredo Joskowicz, entonces director del Instituto Mexicano de Cinematografía, tenía la postura de que esa institución no apoyaría “películas de maricones”, según cuenta el entrevistado.

 

 

       —¿Abordar la homosexualidad y el homoerotismo en tus películas te convirtió en un director marginal dentro de la industria del cine?

 

       —Durante mucho tiempo me resistí a pensar que hacía películas que me colocaran en un sitio marginal. Ahora soy identificado por muchos como “el máximo representante del cine gay en México”. Resulta que soy “eso”, pero no estoy en las ligas mayores, con gente de mi generación como Everardo González o Carlos Raygadas. Ellos sí son cineastas y yo sigo siendo el que hace películas con temática gay.  Cuando se trata de la distribución, mis películas son enviadas a festivales de diversidad sexual como si no tuvieran los valores, en términos cinematográficos, para acceder a los otros festivales, a los triple A, como suele llamárseles a los festivales donde todo se incluye.

 

 

      —¿Cuál es el mundo que quieres mostrar en tus películas?

 

      —Cuando empecé a hacer películas quería retratar a la ciudad de México en la que yo vivía, la que conocía y en la que había crecido, y que no estaba, en esa época en particular, reflejada en la pantalla. Ese era el ambiente de Mil nubes. En el caso de El cielo dividido, regresé a Ciudad Universitaria, que no había visto en el cine desde las películas de los años 60, con Angélica María, Enrique Guzmán y César Costa.  Carlos Bonfil, el crítico más acérrimo de mis películas, dijo que yo traté de obviar que en la universidad también hay violencia hacia la comunidad homosexual. No era mi intención, lo que quería era construir un universo ideal, con la esperanza de poder creer en una sociedad de ese tipo. Era una película soñadora.

 

 

     —En Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor te alejas de los estereotipos gays, ¿cuál es la imagen que quieres mostrar del homosexual?

 

      —No lo hago de manera deliberada. En el caso de Mil nubes, de El cielo dividido y Rabioso sol, rabioso cielo los personajes son aquellos que me parecía que no estaban presentes en nuestra cinematografía. Muchos amigos me dijeron: “los homosexuales no somos así”. Como que había una cierta idea de cómo deberíamos ser o cómo nos vemos a  nosotros mismos. Yo les contesté que me parecía que los homosexuales no éramos todos iguales y que algunos no teníamos la opción de vernos en la pantalla. Recuerdo que un joven como de 19 años se me acercó después de la proyección de Mil nubes en la Cineteca Nacional para decirme que estaba muy bien la cinta porque retrataba a gente como él. “Nosotros también existimos”, me dijo. El chavo vivía por Aragón y la zona en la que se desarrolla la película.  A mí se me recrimina que escojo actores feos y morenos, ¡por favor!, la misma gente gay me ha dicho eso. Así que cuando me dicen que mis películas son para el gueto lésbico, gay, transexual, transgénero y no sé qué más, yo pienso: si supieran que mis películas a quienes menos les gustan es a los miembros de esa comunidad, porque son gente que tiene una idea estereotipada de cómo quieren verse retratados.

 

 

      —¿Eso refleja homofobia y clasismo dentro de la propia comunidad homosexual?

 

     —Sí, eso me queda súper claro. Nos hacemos pedazos entre nosotros, cuando deberíamos reconocer nuestras diferencias y hacer un frente común. Pero sí, dentro de la comunidad hay una homofobia tremebunda.

 

 

       —¿Crees que en México o en el mundo vivimos un momento en el que se acepta francamente la diversidad sexual?

 

      —Hay tolerancia, palabra desagradable.  Una suerte de “ahora no puedo decir tal cosa porque me tacharán de retrógrado”. No hay un cambio verdadero. De repente a alguien se le va la hebra y dice algo que no debería haber dicho, pero que refleja lo que en el fondo cree. Estamos envueltos en un ambiente obligado de tolerancia, pero no ha cambiado lo esencial, que es el reconocimiento del otro.

 

 

      —La Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó que es válido demandar por daño moral a alguien si esa persona le dice a otra “puñal” o “maricón”, ¿qué opinión tienes al respecto?

 

     —A mí me parece que es de gente que no tiene en qué ocuparse. No hay palabra que me excite más que “puñal”. La prohibición me la paso por alto, porque esa palabra para mí no tiene otro significado más que algo que me produce una seducción terrible. Podrían estar ocupados en otros temas más importantes. Me parece que la censura al léxico es una salida, como dicen las abuelitas, para taparle el ojo al macho.

 

 

     —¿Te parece hipócrita el discurso?

 

     —Sí, por supuesto. Vivimos en una ciudad que está revestida de tolerancia y de libertades, en la que supuestamente ya nadie puede decirte algo porque tiene el riesgo de ser sancionado, pero fuera de esta, nuestra pequeña isla, las cosas siguen siendo terribles. En Durango unos policías detuvieron a un homosexual a las dos de la mañana, se divirtieron haciendo escarnio de él y golpeándolo. De eso debería ocuparse la Suprema Corte y no de si alguien se molestó por las expresiones “joto”, “puñal” o “maricón”.

 

 

     —Incluso en la ciudad de México, fuera de zonas muy específicas, la libertad y la tolerancia para la diversidad sexual se acaban; los barrios bravos son otra realidad y es justamente el ambiente que retratas en Mil nubes.

 

      —Cuando hice Mil nubes estaba muy cerca de Pasolini y tenía esta cosa de amor por el proletariado y el pueblo.  No estoy tan lejos de haber vivido en esos barrios. Pero siendo justo debo decir que entre las clases populares hay una solidaridad particular con quien tiene una condición sexual distinta a la heterosexual. Yo desde pequeño manifesté mi interés por los de mi mismo sexo y nunca sufrí repudio ni rechazo de la gente con la que convivía y con la que salía.

 

 

—¿En este momento cómo es la situación de la homofobia en la industria del cine y en la comunidad cinematográfica en relación con el pasado?

      —Digamos que  la industria cinematográfica está llena de homosexuales y lesbianas y personas con elecciones sexuales diversas. En términos de trato y de relaciones fraternales todo es muy amable en la actualidad. Hay poca gente que conozcas y digas que es un homófobo terrible. Eso ya no existe. Lo que sí existe es una homofobia velada en la selección de los proyectos que se apoyan institucionalmente. A diferencia de cuando a mí Alfredo Joskowicz me decía que el Imcine no apoyaría películas de maricones, ahora pueden ser dos o tres quienes “democráticamente” niegan el apoyo.

 

 

   —¿Esta aversión de Alfredo Joskowicz la padeciste desde que estudiabas en el CUEC?

 

    —Alfredo era el director del CUEC y yo le caía tan mal que no tenía interés en las cosas que hacía. Las veía nada más para decirme que no servía para nada y que no haría nada en el futuro. Fue hasta que llegó el momento de pedir un apoyo al Imcine para Mil nubes cuando su aversión por las películas de homosexuales afectó el desarrollo de mi trabajo. Parece que no le gustó nada el hecho de que su alumno más despreciado fuera el primero en realizar una película saliendo de la carrera. Finalmente Alfredo se vio obligado a apoyarnos cuando la cinta fue la única seleccionada para una sección de competencia en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

 

 

      —A pesar de la apertura, aún sigue molestando la homosexualidad cuando se muestra sin timidez, asumiendo en todo su esplendor la manifestación de la condición humana. Como director asumes este riesgo y renuncias a un discurso complaciente…

 

      —Sí, eso me quedó claro desde el principio. Si yo quería ver cuáles eran los conflictos de una pareja, en el caso específico de hombres, tenía que investigar. Y de esa inquietud surgió El cielo dividido. De esa película dijeron que estaba muy bien pero que tenía demasiadas escenas de sexo. El meollo de la película está ahí, lo que yo quiero tratar y donde creo que radica la problemática de esa pareja es precisamente en la intimidad, y eso es lo que me parece a mí, como realizador, lo más trascendente de los personajes. Si le quitara esas escenas sería una película como todas las otras, que la mayoría podría asumir porque a lo más que llegan los personajes es a tomarse de la mano; y eso es lo que podrían aceptar las mamás  que sus hijos gays hicieran con sus novios: que vayan al cine y se den unos besos, pero ¡por dios! ojalá nunca se acuesten. Un amigo periodista me dijo que la parte más terrible de mis películas es cuando los personajes manifiestan sus sentimientos porque dejan de ser varoniles, ya no son los machos que se encuentran en los lugares turbios, pensando que la homosexualidad sólo son baños, cines, pornografía, oscuridad, y le restan la posibilidad de luz y de verse en el exterior y de hacer esta vida a los ojos de todos. ¿Por qué tendríamos que imaginar que todos los homosexuales vivimos en la oscuridad? Estos son los dos extremos: los que piensan que todo estaría bien si no hubiera sexo y quienes opinan que todo debe ser oscuro.

 

*FOTOGRAFÍA:  Entrevista con el director de cine Julián Hernández/Alma Rodríguez Ayala/EL UNIVERSAL.

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