La intensidad, la minuciosidad del futbol: reseña del nuevo libro de Raúl Rojas
Raúl Rojas se une a aquellos intelectuales que han analizado este fenómeno en todas sus dimensiones
POR PRAXEDIS RAZO
Este año, todavía centenario del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, importante es recordar cómo el artista boloñés dotó al futbol de un universo poético trascendental. El deporte, popular por antonomasia en Europa, se transformaba, renació después de la Segunda Guerra ante la manera en que el pensador y cineasta italiano se refirió a él.
Cuando todavía no llegaba a ser lo más importante de lo menos importante y en el peor de los mundos posibles, il calcio habló fantasiosamente y en las abstracciones jugó a sostenerse más allá del lumpenazgo. La madrugada del 2 de noviembre de 1975 en que apalearon con odio hasta la muerte a Pasolini, en un llano donde se jugaba al futbol llanero, el sueño de que el balompié cantara terminó. Su feroz comercialización comenzaba a roerlo todo.
Hoy, bajo el régimen ultratecnocrático del espectáculo, el futbol encontró otro intérprete igual de relevante que el poeta italiano, pero ahora en las matemáticas. Un exégeta, Raúl Rojas, que vivisecciona con placer tanto al negocio (“Es tan prevalente la corrupción en algunos países que se ha dicho que es ésta en ‘quinto’ factor de producción…”), como la disciplina (“Se ha calculado que esta ‘arquitectura’ de péndulo inverso permite recuperar hasta 70% de la energía que se necesita para elevar otra vez la cadera…”).
El futbol bajo el microscopio es una cirugía a corazón abierto de un robot. Buscando el alma del fut en el excéntrico capítulo dedicado a la botánica del pasto, acuarela de Alberto Durero abordo, uno se topa con que “con el VAR ya no se sabe a ciencia cierta quién es ahora el jefe”. Esculcándole al Dromio de Shakespeare la cita exacta (“Am I so round with you as you with me / That like a football you do spurn me thus?”), se nos barajan los millones de dólares con que algunos países tuvieron que “convencer” a la FIFA para otorgarles la sede de la Copa América.
De esta dosis temática vale la pena rescatar lo dicho sobre “La poesía del césped”, fragmento con el que cierra tal mencionado excéntrico capítulo que busca subrayar la arcadia sobre la que se sustenta el futbol:
El plástico en los estadios, introducido por razones económicas, le robaría al futbol buena parte de su romanticismo. El césped ha sido llamado un “portador de cultura”. Una misteriosa “Sociedad del Césped” europea llegó a inventar la “bola de césped”, que es precisamente eso, una esfera de tierra albergada en una red, colgada del techo, y en la que crece pasto. La bola de césped ayuda a los coléricos a “adentrarse en sí mismos” para “alcanzar la paz interior”.
Se trata, seguramente, de un gran invento y me parece que cualquier campo de juego debería tener varias bolas de pasto en las bandas. Quizás, de sólo verlas, los jugadores no se aproximarían a la tarjeta roja y los hinchas se tranquilizarían.
Es eso, sí, pero también huele a álbum de estampitas de nuestras infancias. Todo el tiempo Rojas está apelando a las palabras que atesora la historia popular del deporte bajo la mira (marca “el futbol es como el ajedrez, pero sin los dados”, Lukas Podolski dixit), pero con la condición de llevarnos de la mano por la vulcanizadora prehispánica (“Fue en la región olmeca de México, alrededor del Golfo, donde se comenzó a obtener el látex […] para convertirlo en un material elástico”) y figuras y cuadros, tablas y fórmulas que detallan, acompañan, sintetizan y potencializan (“con una propuesta [planos para construir un robot futbolero] para que los lectores se conviertan en directores técnicos de su propio equipo robótico” [¡!]) este libro que podemos subtitular El nuevo contrato social del futbol, donde el pacto para la convivencia pacífica entre las personas ha de ser un balón en la cancha, siempre y cuando se entienda ese hecho totalizadoramente.
Raúl quiere desintegrar el conflicto de las once variables para tratar de entender el conflicto del mundo en torno a ello. Expone de la profundidad del espacio como si estuviera en gran lección de la Academia de la Lengua, pone a Newton a despejar un balonazo, explica el poder de los sismos en los estadios, desentraña el estereoscopismo que padece, como nosotros los primates, el árbitro asistente. Micropasión para el macroconocimiento.
Podemos decir que Rojas hace todo a su alcance, para muchos hubo de conseguirlo, por hacernos comprender con él, en esa lengua científica con la que siempre nos ha de recibir didáctico, la fascinación en la que el mundo gira por lo redondo. Y comienza recordándonos la genealogía mitológica a la que desde ya, motu proprio, pertenece: a la de los muchos “escritores que con perspicacia lo han reseñado y desmenuzado [al futbol] como parte de la cotidianidad de las masas”, como una manera de invitarse a la mancha penal para inventarse que abole el miedo del portero ante la disposición que siempre ha de tener el matemático del Confabulario para profesar, perverso satírico, la teoría de juegos como única cura de la ludopatía.
Y para coronar, valga la cita como una posible, entomológica y temible conclusión:
La humilde mosca doméstica (Drosophila melanogaster) es lo que en genética se llama un “organismo modelo”, un objeto de estudio paradigmático para los laboratorios biológicos. Se reproduce y madura tan rápidamente que los investigadores le pueden “noquear” o modificar algunos genes para observar lo que ocurre en las generaciones posteriores. Pues bien, el tirador de penaltis es la Drosophila de los psicólogos interesados en el futbol. No hay nadie que sufra más que el jugador designado para enfrentarse al portero desde el punto penal. Es un mano a mano que dura menos de un segundo, pero que define destinos y mueve fortunas.
Imagen tomada del libro El futbol bajo el microscopio
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