La invasión de la soledad

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Entre la ciencia ficción y un profundo estudio de la identidad y la soledad, Juan Pablo Villalobos hace un exploración del carácter humano y de aquellos elementos que hacen de la vida un acto de fantasía

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POR RODRIGO MENDOZA
La nueva novela de Juan Pablo Villalobos es una exploración enteramente masculina de los distintos niveles de la soledad y sus personajes dimensionan la existencia cotidiana de individuos solitarios. Por un lado está Gastón, un cincuentón cuya única compañía es su perro –ahora moribundo– y su huerto, lugar en donde puede fomentar su propio sentido creador y ser él mismo a sus anchas. Tenemos a Max –amigo de Gastón– antes dueño de un restaurante y ahora un tipo desahuciado que prácticamente se está dejando morir en el aislamiento y la depresión total. Max tiene a su padre, un hombre de moral inexistente y poco sentido de la responsabilidad que rara vez lo visita. Finalmente está Pol, hijo de Max, un joven científico que ha huido de su tierra natal para alejarse de estas dos nefastas figuras paternas; que ha establecido su mayor vínculo afectivo con Gastón y su perro y que ahora regresa tras haber descubierto algo de absoluta importancia para la ciencia, según él.

 

El mundo que Villalobos ha creado se configura a partir de una masculinidad que parece brincar entre la resiliencia y la indiferencia ante el discurrir de la vida. Así, Gastón intenta asimilar la idea de que su perro habrá de morir eventualmente a causa de una enfermedad terminal mientras ve a Max desmoronarse lentamente y a Pol volverse paranoico. Las figuras femeninas escasean en estas páginas porque está claro que no solo la perspectiva, sino el microcosmos narrativo entero está estructurado desde lo masculino. Estos hombres se deslizan por la vida tratando de sobrevivir el día a día, de escapar de sus terrores, de sí mismos acaso, de sobrellevar una realidad que ya no les ofrece nada nuevo. Ni el futbol, ni la comida, ni su propia amistad parecen salvar su estancada existencia.

 

Dicho lo anterior, conviene decir que Villalobos ha elegido situar su obra en un espacio que guarda muchas engañosas similitudes con Sudamérica. Ahí, los inofensivos orientales –lejanos y próximos– han ido extendiéndose geográficamente; comprando negocios y terrenos; colonizando un espacio ajeno a su lugar de nacimiento, comercializándolo; usando una lengua que no es la suya. El odio a estos individuos, evidentemente, no se ha hecho esperar de parte de los residentes. Es aquí donde Villalobos coquetea con la sátira en términos del fenómeno migratorio, volviéndolo una lucha de hombres contra hombres que pugnan física, ideológica y culturalmente por el único elemento femenino relevante de la novela: su tierra. La Tierra. La falta de pareja sentimental de estos personajes errabundos y solitarios se compensa con la pasión con que defienden el espacio que habitan.

 

El epígrafe que hace referencia a Fox Mulder, personaje de la icónica serie noventera Los Expedientes Secretos X, establece una línea temática para la novela que, a pesar de retratar la soledad mediante personajes cincuentones y desencantados, también se da el tiempo de bromear sobre la invasión en términos migratorios –y hasta extraterrestres– a través de sus teorías paranoicas derivadas, mismas que dialogan con la preocupación central de la obra: ¿estamos tan solos en el universo como lo estamos en la Tierra?

 

La invasión del pueblo del espíritu retrata esta existencia solitaria en lo individual para pensarla después a una escala universal. Quizás el elemento más destacable de la nueva novela de Villalobos sea precisamente la alusión constante a la pregunta “¿estamos solos?”. El autor intenta contestarla por dos vías: mediante la existencia monótona de unos personajes que parecen descubrir todos los días el vacío inmenso de su propia soledad; y a través de la presencia de las teorías científicas y de conspiración que plantean la vida más allá de la Tierra y su tránsito a lo largo del cosmos.

 

El problema es que, como sátira, La invasión del pueblo del espíritu no es tan extravagante ni posee personajes realmente memorables. Pero en el momento en el que ese sentido satírico le sirve a Villalobos para aderezar su juguetón –y apenas visible– esbozo de ciencia ficción, es justo cuando la novela afirma su paso y deja de tropezarse consigo misma para desplegar un abanico de posibilidades temáticas fascinantes. No obstante, en lugar de usarlo, el jalisciense sólo le guiña un ojo a la distancia mientras lo deja escapar. Su libro se contenta solo con rozar la superficie de todo aquello en lo que se pudo convertir.

 

Aquí el sentido del humor es mucho más difuso que en obras previas de Villalobos. Al intentar explorar las distintas dimensiones de la soledad masculina, esta novela no siente interés en ser profunda o poética, pero tampoco es tan disparatada o divertida como promete. De modo que La invasión del pueblo del espíritu se queda a medio camino entre un estudio sobre una madurez solitaria, un ejercicio cienciaficcional inusitado y una ligera sátira sobre la paranoia de estar solos en el universo, o peor aún, de ser un experimento extraterrestre.

 

Lo cierto es que la nueva obra de Villalobos entiende el fenómeno migratorio como un elemento constitutivo de la identidad de sus personajes y de la suya propia en tanto que mexicano residente en Barcelona. Así, el juego de palabras en el título hace referencia al “espíritu del pueblo” de Hegel. Aquello que nos une no depende de una lengua o ciertas costumbres en común, sino de la forma en que se mira al otro, de la manera en que enfrentamos la soledad juntos. La novela termina por lanzar una sentencia: no todo lo que viene de fuera es terrible. No se trata de colonizar, o invadir, sino de abrazar todo tipo de existencia. Así, la búsqueda desesperada de vida extraterrestre es un intento de romper la esfera de soledad que rodea estos personajes y a esta especie.

 

FOTO: La invasión del pueblo del espíritu, México, Anagrama, 2019, 232 pp./ Especial

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