“La ira y el miedo, reflejos que convocan”: entrevista con Mariano Sigman

Mar 25 • Conexiones, destacamos, principales • 1747 Views • No hay comentarios en “La ira y el miedo, reflejos que convocan”: entrevista con Mariano Sigman

 

El neurocientífico argentino radicado en España, Mariano Sigman, conversa sobre su más reciente libro El poder de las palabras (Debate), donde desentraña el mecanismo de la mente para crear historias, una mente que también tiende a validar teorías ficticias antes que encarar la realidad última y compleja

 

POR LEONARDO DOMÍNGUEZ
Hay una fábrica en la que se trabaja sin cesar en la manufactura de ficciones, de historias disparatadas y algunas locuras románticas, pero no es Hollywood. Se trata de un lugar recóndito alejado de la parafernalia y los reflectores al que pocos se atreven a explorar: el cerebro. Esto lo sabe muy bien Mariano Sigman, quien recientemente publicó El poder de las palabras, una radiografía de cómo opera esta “industria” que vive en nuestra cabeza y que se alimenta de crear historias.

 

Sigman (Buenos Aires, 1972) es un destacado neurocientífico, fue uno de los fundadores de Human Brain Project, una iniciativa global que buscaba reconstruir, en una simulación computarizada, la actividad neuronal; un esfuerzo similar al Proyecto Genoma Humano que reunió a investigadores de todo el mundo para secuenciar el código genético. Los esfuerzos de Mariano por compartir y reflexionar los maravillosos mecanismos de nuestro cerebro para configurar el mundo que nos rodea lo han llevado a la divulgación de la ciencia.

 

El poder de las palabras (Debate, 2022) es un recorrido lúdico sobre el poder de las conversaciones, cómo relacionarnos a través del diálogo puede cambiar nuestro entorno, y, también, cómo el cerebro susurra argumentos para dotar de verosimilitud la realidad. Pero cuidado, no cualquiera sabe entablar una buena conversación, cuesta mucho escuchar.

 

¿El cerebro más que un procesador lógico es una máquina narrativa?

Me gusta esa descripción, pero la cambiaría ligeramente: el cerebro es una máquina que conjetura teorías. Las teorías se parecen a las narrativas, pero estas intentan explicar incertidumbres. Si lo piensas evolutivamente tiene mucho sentido. La vida hace 15 mil años era una vida con urgencias muy distintas a las que tenemos hoy: tú estabas en medio de la selva y de pronto surgía un ruido, en ese instante tenías que saber si ese sonido provenía de algo que te iba a comer o algo que podías comer. No había mucha oportunidad para equivocarse; el cerebro, en ese momento de la historia, se especializa por la presión de sobrevivir, de sacar conclusiones muy rápidas que casi siempre eran acertadas. Hoy te encuentras a una persona en la calle y muy rápido sacas una conclusión, una narrativa, una teoría de si es buena o mala persona, si te parece confiable, si representa un peligro; confíamos enormemente en ese primer instinto porque es una especie de residuo ancestral, pues nuestro cerebro sigue siendo igual al del humano de hace miles de años. Sin embargo, estamos en un contexto en el que el cerebro tiene el privilegio de reflexionar sobre su propio pensamiento: pensar sobre cómo pensamos; es atípico, pero tenemos la oportunidad de llevar el pensamiento a un lugar que sale de su hábitat natural, al de dudar. Ese ejercicio que es propio de la ciencia: poner en duda las creencias que parecen inequívocamente ciertas, pero en realidad no lo son.

 

Pareciera que el cerebro y la generación de teorías tienen algo en común, el gusto por la creatividad.

 

La curiosidad es la base de la ciencia, los niños son protocientíficos que están tratando de armar teorías que les explique cómo funciona su universo. Las teorías son atractivas cuando dan explicaciones simples para procesos complejos, no cuando son ciertas y esa es la gran brecha que separa a la ciencia de las noticias falsas o las conspiraciones. En Estados Unidos, un sujeto intentó instalar una noticia falsa como parte de un experimento sociológico (el movimiento Birds Aren’t Real): decía que los pájaros que conocemos no son reales, se habían extinguido en 1950 y que en realidad eran drones de la CIA que nos espían. La clave para que esta narrativa conspirativa se esparciera como fuego fue que explicaba algo que para la gente era muy difícil de entender, ¿por qué los pájaros se posan en los cables eléctricos sin freírse? En esta historia los pájaros podían posarse sobre los cables porque cargaban sus baterías; la explicación real es algo más compleja, pero menos atractiva para el cerebro.

 

Peter McIndoe, autor del experimento
Birds Aren’t Real, una teoría conspirativa en EE.UU. Crédito de imagen: Vía Instragam

 

En tu libro comentas que somos seres anfibios, que andamos entre la realidad y la ficción. ¿Tenemos una necesidad por inventar nuestras propias ficciones?

Una manera de ser científico con nuestro propio pensamiento es con esta oda a la duda. Entender que cada una de las construcciones que te has fabricado tienen algo de ficción, en el sentido de que es la mejor explicación que has encontrado para el contexto en el que te encuentras. Pero al mismo tiempo, debes concebir que las situaciones que te han parecido indefectiblemente ciertas pueden dejar de serlo. Esta disposición a moldear la confianza con la que nos agarramos a nuestras propias ideas da una enorme liviandad: es como ir sin equipaje, te quita ese peso de estar aferrado a tus creencias.

 

Este ejercicio también sucede a la inversa. Nuestra sociedad contemporánea valida la realidad a través de la ficción; si no está en una película o una serie, parece que no sucedió.

 

Hay una primera idea intuitiva que apunta a que uno cree lo que cree porque es real, pero cómo es difícil constatar surge otro concepto que es más propio de la ficción: uno cree las cosas cuando son coherentes, cuando son historias posibles. En la revista Nature había una serie que se llamaba “Las mejores ideas científicas que luego resultaron ser falsas”, eran representaciones extraordinarias sobre cómo funcionaban los genes, las estrellas, pensamientos que lucían fabulosos pero la realidad resultaba menos elegante y poética que esas teorías. Sucede algo similar en The Crown, es una especie de teoría sobre cómo funciona la familia real, que tiene consistencia interna, tensión, resolución; es una buena narrativa que llega a ser creíble, pero también es importante y sano confrontar la ficción, investigar y verificar. Agrego como ejemplo de ficción a las autobiografías, a pesar de que cada frase, cada suceso, que cuenten ahí haya pasado, hay un ejercicio de ficción porque hacen un trabajo editorial de seleccionar los momentos que retratan. La memoria es un sistema imperfecto que tiene ruidos y errores, que tiene una propensión a convertir datos en narrativas; también es un grado de libertad porque tenemos la oportunidad de construir nuestra propia memoria, nuestro propio libro donde somos el protagonista.

 

¿Qué pasa en nuestro cerebro que somos más propensos a compartir las noticias falsas que las verdaderas?

La virtud que tienen las noticias falsas es que, como no están adscritas a la realidad, tienen la tendencia a contar historias que son mucho más atractivas para el apetito del cerebro de hallar explicaciones simples. Las noticias falsas también generan confort, pues muchas veces la realidad es más dura y compleja. La esencia de su efectividad está en el “titular”, en poder encapsular una situación compleja en algo simple. En el contexto de las redes sociales se vuelven peligrosas porque son utilizadas deliberadamente para engañar a la gente.

 

¿La degradación del discurso es la herramienta predilecta de los políticos para mover masas?

 

Otro ingrediente importante que no comenté de las noticias falsas es que tienden a teñir de emociones la realidad, y es algo que utiliza la narrativa política. El miedo es una emoción primordial del ser humano, es un reflejo que convoca; el miedo y la ira tienen la capacidad de convocar al cuerpo, son emociones que no sólo se presentan para experimentar sino también para reconfigurar el cuerpo y la percepción: una persona que tiene miedo cambia su manera de cómo ve el mundo. En la conversación política hay mucha gente que ha entendido los lugares a los que somos más susceptibles, apuntan a esos discursos que el cerebro pide tanto: historias simples donde hay buenos y malos, donde aparecen conspiraciones y narrativas que convocan al miedo. Si un político llama a las masas desde el discurso económico y del desarrollo industrial, seguro generará poco interés; pero si convoca desde el miedo es muy difícil que las personas no acudan a él.

 

¿Esta configuración narrativa es la que permite que se cometan delirios históricos como la caza de brujas o las guerras?

 

El libro es una oda a la buena conversación. Una oda a que la conversación es un estupendo laboratorio para mejorar nuestras ideas, para ponerlas a prueba, examinarlas, esclarecerlas y cómo el compartirlas con otras personas dan una sinergia que es comparable a la del comercio, así como tenemos un mercado en el cual las personas intercambian bienes que permite que florezcan las sociedades, también podemos hacer un trueque de ideas y conversaciones. Pero la conversación también es un disparador de locuras y persecuciones; hay un concepto que es la “sabiduría de las multitudes”, que es la inteligencia colectiva; también está su contraparte que es la “locura de las multitudes”, esto funciona en los estadios, en la caza de brujas, donde grupos de personas se convencen los unos a los otros de ideas disparatadas, pero como están en esta cámara donde lo único que observen es gente con las mismas ideas pues se empiezan a envalentonar. Por eso es tan importante aprender a tener buenas conversaciones porque ese el punto de bifurcación entre buenas y malas dinámicas sociales, lo podemos ver en la escala de la ideología y la política, pero también a niveles mucho más prácticos como nuestra relación con la pareja.

 

¿Cómo apelar al razonamiento en un mundo lleno de impulsos emocionales?

 

Las emociones tienen la virtud de opacar la mente y convocar a toda tu existencia para que lo único relevante sea ese momento. Las emociones emergen de la cercanía afectiva, pero la forma más elegante de tomar distancia es con el humor, aprender a reírnos. Hay un estudio que reúne a varias parejas y las hace pasar por momentos muy estresantes, van observando cómo reaccionan, y las parejas que mejor resuelven las crisis son aquellas que abrazan el humor. Hay que tomar distancia para observarse a uno mismo.

 

Comentamos que el cerebro crea su propia narrativa, ¿cuál sería la sinopsis de la novela de tu vida?

 

Haría el ejercicio en capítulos. Mi vida ha estado muy segmentada por lugares, por viajes que cambiaron mi forma de vivir, los capítulos serían: Barcelona, Buenos Aires, Nueva York, París y Madrid. En Barcelona fue una infancia muy cándida, simple y buena; en Buenos Aires fue el fervor, como dice el poema de Borges, fue subir la temperatura, estuve hasta mis 24 años; a Nueva York me mudé para hacer mi doctorado y fue una época de enorme experimentación y descubrimiento; en París fueron unos años de consolidación y de encontrar sentido, conocí a mi esposa; regresé a Buenos Aires y ahí nacieron mis hijos; ahora estoy en Madrid, y he vuelto a experimentar.

 

FOTO: Mariano Sigman está de visita en México; radica en Madrid. Crédito de foto: Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL

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