La joya del Estado de México
Efectivos primeros programas de la OSEM. En uno sorprendió la maestría de la violinista Olga Arribas
POR LÁZARO AZAR
Pocas orquestas han surgido en México con la calidad que ha distinguido siempre a la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM). Creada por el gobernador Carlos Hank González en aquellos tiempos que el PRI dominaba la vida pública, borró desde su primer concierto la supremacía que se alternaban otras orquestas con mayor antigüedad, como la Sinfónica Nacional o la de Xalapa. No hubo secreto en el porqué de su éxito. Fue el mismo por el que el PRI logró mantenerse en el poder más de siete décadas: tenían la lucidez de delegar aquellas encomiendas que trascendían el ámbito político a las personas más indicadas. Buscaban expertos y eso, hacía la diferencia.
Con inteligencia y un incuestionable respaldo económico, Hank confió plenamente en Enrique Bátiz y, en poco tiempo, la OSEM se convirtió también en nuestro referente de excelencia internacional en el ámbito sinfónico. Más de un centenar de grabaciones y extensas giras internacionales dan fe de ello. Pasaron los años y, con ellos, vino el desgaste natural de aquellos músicos tan cuidadosamente seleccionados; los férreos “modos” que forjaron leyendas como Toscanini, Karajan o Celibidache empezaron a ser mal vistos, y más que por problemas de salud, el infundio orquestado para hacer a un lado al Maestro Bátiz poco antes de que la orquesta llegara al medio siglo, sembró la incertidumbre sobre cuál sería el destino de esta agrupación, tras que Rodrigo Macías fuera designado como su nuevo director.
El 50 aniversario cayó en plena pandemia y, en consecuencia, aquél magno evento realizado el 27 de agosto de 2021, pasó casi desapercibido. Por ello, creo que éste es muy buen momento para reconocer la trayectoria de esta orquesta que, de febrero a julio, estará celebrando su temporada 150 con 18 pares de conciertos y cuatro funciones de ópera a realizarse entre su sede, la Sala Felipe Villanueva de Toluca y diversos municipios. A diferencia de otras agrupaciones que pararon su actividad durante el confinamiento, la OSEM nunca dejó de brindarle música a sus seguidores. Ajustó su programación y ofreció conciertos de cámara que transmitió por streaming y, conforme fue posible, fueron realizándose de manera presencial e incrementando gradualmente el número de asistentes en la sala y de atrilistas en el escenario, hasta volver a contar con la orquesta en pleno.
A seis años de haber asumido el cargo, Macías no es solamente un músico más maduro. Ha demostrado tener también la sensibilidad e inteligencia para adaptar a los nuevos tiempos la agrupación que le fue confiada. Lamentablemente, por mucho que se esfuerce, con el pretexto de la pandemia y “las elecciones”, Del Mazo les recortó despiadadamente el presupuesto y, con ello, la posibilidad de programar gran parte del repertorio que les solicitan. El costo de rentar esas partituras ha quedado fuera de su alcance, y aunque Macías haga milagros con “tres centavos” (diría Kurt Weill), resulta inimaginable que pueda volver a contratar a los afamados solistas internacionales que siempre distinguieron a la OSEM y hoy tanto añora su fiel público.
Al momento de redactar este comentario hemos escuchado los tres primeros programas de esta temporada, tan significativa. Durante el primero, realizado el 16 de febrero, Macías abordó dos obras sumamente demandantes. Inició con la Noche transfigurada, Op.4, de Schöenberg, ese hito del Romanticismo tardío que es todo un reto para las cuerdas. No sé cuántos ensayos habrán tenido, pero se notó que llegaron cuidadosamente trabajados. Gracias a que el INBA facilitó a Rodolfo Ritter, integrante del grupo Concertistas de Bellas Artes para que fungiera como solista, Macías redondeó la velada con el majestuoso Primer Concierto, Op. 15, de Brahms, obra que le escuché por primera vez a Ritter cuando ganó con él el Concurso Angélica Morales y vaya que se notan los 21 años que han pasado: si entonces nos impresionó con su potente sonoridad, la madurez e intensidad con que ahora lo abordó, son incuestionables.
Una semana después, el podio de la OSEM recibió a quien, en sus mocedades, figurara como violinista entre sus atriles: el Maestro Enrique Diemecke, quien abrió con la obertura de la ópera El príncipe Igor, de Borodin, contrastante preludio a la refinada versión orquestal de la suite Mamá la oca, de Ravel. Con hipnótica maestría culminó El jardín encantado, su inciso final, y cerró con la Sinfonía n. 9, Op. 70, de Shostakovich, compositor cuyos claroscuros emocionales Diemecke entiende como pocos.
¡Vaya sorpresa que nos deparaba Macías en el tercer programa! Lo confeccionó en torno a dos de las obras más taquilleras de ese gran favorito de los melómanos que es Tchaikovsky, su Concierto para violín, Op. 35 y la suite de El lago de los cisnes, Op. 20; flanqueándolas, dirigió las oberturas El Carnaval Romano, Op. 9, de Berlioz, y Poeta y campesino, de von Suppé, tan lucidoras y entrañables. Días antes pregunté quién era la solista anunciada, y uno de los músicos me confió que era “la esposa del Embajador de la Unión Europea”, lo cual no me dijo mayor cosa, ya que, si bien la había visto participar discretamente como atrilista invitada en algunos conciertos de la OSEM, hasta esa noche supe su nombre: Olga Arribas Quintana.
Si de entrada nos sorprendió al entrar al escenario con la contundente figura de quien está a un mes de dar a luz, mudos nos dejó al empuñar el arco y brindarnos una electrizante versión de este Concierto, tan manoseado por quienes hacen de él un mero vehículo de lucimiento, sin profundizar en su lado poético. Desde su primera nota hasta el fulgurante acorde final, Olga nos robó el aliento con su soltura, vigoroso sonido y desbordante musicalidad. Eufórico, el público se puso de pie para ovacionarla. ¿Dónde había estado, que no sabíamos de ella?
Tal vez, de haberse presentado con su nombre de soltera, habría colegido que esta joven checa que vive en México desde hace año y medio, era la misma Olga Šroubková que adereza su linaje familiar con premios en concursos tan importantes como el Rodolfo Lipizer de Italia en 2016, el Primavera de Praga 2018 y el Isaac Stern Internacional de Shanghai en 2019, actuaciones con la Filarmónica Checa, los Solistas de Salzburgo o la Filarmónica de Amberes y, entre otras afamadas batutas, ha sido dirigida por Jiři Bělohlávek, Julian Rachlin y Pablo Heras Casado, pero, como no lo sabía, este primero de marzo lo recordaré como el día que Olga dejó de ser “la esposa del Embajador”, para convertirlo en “el marido de la violinista”.
Si aún no la ha escuchado, aproveche que el 23 y el 24 de este mes será solista de la Filarmónica de la Ciudad de México tocando el Concierto Op. 26 de Bruch. Fuera de ese fin de semana, creo que me mantendré fiel a la OSEM pues, entre otras cosas, el Maestro Macías continuará haciendo todas las sinfonías de Bruckner y Mahler –se ha ido de a una por temporada-, podremos escuchar el Concierto para violonchelo de Barber con Asaf Kolerstein, el Concierto para violín de Elgar con William Harvey y “el Egipcio” de Saint-Saëns con Sergio Vázquez, así como una interesantísima Gala de Ópera mexicana del siglo XIX en colaboración con la asociación “Ópera, nuestra herencia olvidada” y programas en los que Inés Rodríguez, Iván del Prado y Enrique Patrón de Rueda vendrán como directores huéspedes.
Considerando que, culturalmente, la OSEM es la joya de la corona del Estado de México, bien haría la Maestra Delfina en restituirle al presupuesto de la orquesta al menos la cantidad con que la recibió quien, como ella, es un texcocano distinguido. ¿No cree Usted?
FOTO: La violinista Olga Arribas en concierto con la Orquesta Sinfónica del Estado de México. Crédito: Cortesía SOEM