La manifestación de lo sagrado en la danza de Sankai Juku
POR JUAN HERNÁNDEZExperiencia memorable fue la función de la compañía japonesa de danza butoh Sankai Juku, dirigida por Ushio Amagatsu, con la obra Tobari (Como un incesante flujo), en el Palacio de Bellas Artes, el 25 de julio. Es la cuarta ocasión que la agrupación, fundada en 1975, visita México y deja huella en la memoria dancística del país.
La danza butoh nació en Japón en la década de los sesenta, con los maestros Tatsumi Hijikata, Kazuo Ohno y Akira Kasai. Ushio Amagatsu (Yokosuka, Japón, 1949), director de Sankai Juku —que se ha convertido en la agrupación de butoh más importante del mundo—, pertenece a la segunda generación de esta disciplina artística.
El butoh, en su origen, fue una respuesta al horror de la Segunda Guerra Mundial y al terror de los japoneses tras el estallido de las bombas en Hiroshima y Nagasaki. La réplica es artística y desde luego espiritual, una búsqueda del equilibrio, del centro, y un vuelco total hacia lo sagrado.
Amagatsu retoma elementos de esta búsqueda y también de su tradición ancestral milenaria, pero busca la universalidad de su propuesta artística en lo que es común a toda la especie humana.
La obra Tobari (Como un incesante flujo) se mantiene en esa línea estética de la búsqueda del centro, de la organicidad y del cuerpo como un vehículo de energías que se constituyen en hierofanía, es decir, en la experiencia que muestra lo sagrado, aspiración de toda creación como renovación de la fundación del mundo.
Inscrita en una tradición dancística distinta a la occidental, la danza de Sankai Juku ofrece otro camino para internarse en la experiencia de la creación a través del cuerpo en movimiento. En el caso de la danza butoh el virtuosismo no radica en la exaltación de la capacidad del cuerpo para hacer giros, saltos, elevación de piernas, etcétera, sino en el encuentro de la energía vital que se manifiesta a través del cuerpo y se enlaza a las otras energías producidas por los bailarines para hacer de ellas una experiencia que se revela como sacralidad cósmica.
De ahí que el espectador se enfrenta a una experiencia estética distinta; en la propuesta de Amagatsu el cuerpo se encuentra en un estado excepcional que requiere de un estado de conciencia y también de excepción. El cuerpo sacralizado arriba a un tiempo y un espacio sagrados para hacer contacto con la divinidad.
Se debe resaltar la maestría del director de Sankai Juku en el manejo de los recursos tecnológicos para la escena. Un círculo negro con un resplandor solar en el centro del escenario, un telón que produce una sensación de inmensidad, una iluminación de gran precisión simbólica y la música que cimbra el instante. Todo esto, unido al movimiento de los bailarines, constituye una obra que fluye como un organismo viviente único.
Los bailarines Ushio Amagatsu, Semimaru, Sho Takeuchi, Akihito Ichihara, Ichiro Hasegawa, Dai Matsuoka, Norihito Ishii y Shunsuke Momoki, establecen un diálogo orgánico y espiritual. Se comunican a través de la energía y sus cuerpos en movimiento, plenos de significado, fluyen como un corazón que emana vida.
Se trata de una experiencia religiosa. Sin duda. Acto artístico que integra al espectador en el flujo de energías que trasciende el tiempo y el espacio profanos, reactivando la capacidad para resignificar el mundo y el modo de estar en él.
El telón de fondo se ilumina como un manto estelar hacia el cual avanzan los cuerpos que fluyen como una respiración profunda. Avanzan hacia esa inmensidad cósmica, se conectan con el universo al que pertenecen, en un viaje espiritual cuya búsqueda profunda es la manifestación potente de lo sagrado.
Merecidos los minutos largos de aplauso que el público del Palacio de Bellas Artes ofreció, de pie, a los integrantes de Sankai Juku. Bienvenida al recinto máximo de las artes de México una agrupación que por la potencia de su lenguaje se ha ganado un lugar sobresaliente en el mapa escénico internacional.
*FOTOGRAFÍA: Danza butoh en Bellas Artes./Bernardo Arcos/INBA.
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