Fronteras y cuerpos femeninos

Mar 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 5856 Views • No hay comentarios en Fronteras y cuerpos femeninos

 

GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ

 

La narrativa mexicana desde los años noventa del siglo XX se ha ocupado más o menos de forma sostenida de la frontera sur de Estados Unidos, así como de la recreación de historias en los estados mexicanos fronterizos; así los ejemplos de Carlos Fuentes, Eduardo Antonio Parra, Yuri Herrera, Gerardo Cornejo. Sin embargo, la creación literaria ha mostrado menos atención a la frontera sur de México y a los migrantes centroamericanos. Un caso singular es la novela La mara (2004), de Rafael Ramírez Heredia, y la continuación temática en La esquina de los ojos rojos (2006) que, aunque se ocupa de la ciudad de México, plantea una representación social de sur al centro de México y sus dinámicas sociales. Los maras y sus ritos iniciáticos, los barrios bravos, el narcotráfico, la prostitución, el alcoholismo, la memoria, la miseria y la fe en la Santa Muerte son solo algunos de los asuntos de Ramírez Heredia.

 

En el sur, Nadia Villafuerte (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1978) ha ambientado sus historias en los espacios de la miseria, la migración y la prostitución, ha mostrado el proceso de aculturación centroamericana y, sobre todo, desarrollado el tema de la frontera como sinónimo de dolor, sacrificio, lucha por la supervivencia, sueño o resignación nihilista. Ha escrito textos cuyo compromiso con la escritura literaria es notable.

 

En sus dos libros de cuentos —Barcos en Houston (2005) y ¿Te gusta el látex, cielo? (2008)—, la también autora de la novela Por el lado salvaje (2011) presenta una visión muy clara sobre las problemáticas de los centroamericanos al cruzar la frontera sur y llegar a la otra frontera, la que, como a los mexicanos, les evoca una vida mejor frente a la falta de oportunidades y la miseria en sus países. La otredad centroamericana, particularmente en personajes femeninos que huyen de su tierra, se convierten en el leit motive en varios de los quince cuentos de Barcos en Houston, en donde el estilo incluye una realismo lingüístico y la descripción minuciosa de las tragedias de mujeres salvadoreñas, hondureñas o guatemaltecas cuyo pasaporte para cruzar la frontera son sus propios cuerpos. Trabajar en cantinas como Las Huacas, el Amazonas, el Bombay, el Palmira o el Eros se convierte en un requisito de supervivencia. La prostitución y el uso y venta de drogas son el aliciente para continuar una vida melancólica. Estas historias, más que ser solo ficción, se corresponden con la realidad social de un mundo en que la escritora identifica los territorios de la otredad. En varios cuentos se habla de mujeres que se relacionan con traileros, maras, polleros, matones o tratantes.

 

Los conceptos de frontera y territorio están desprovistos de la romántica definición de Estado en el sentido de identidad, patria, cultura y geografía. Villafuerte usa el término frontera de forma polisémica; se convierte en una fotógrafa de identidades obliteradas, trasgresoras y liminales. Sus temáticas y personajes quedan atravesados por el discurso historiográfico de las guerrillas centroamericanas de los ochenta con sus resultados en décadas ulteriores, particularmente en la proliferación de huérfanos que ingresan a las bandas delictivas y en varios casos experimentan el resentimiento social porque en sus países no se le ofreció más que la orfandad y la miseria como destinos.

 

Debido a esto la opción es la huida, que da pie a la memoria dolorosa de saberse y asumirse como sujetos ahistóricos, al margen de cualquier intento por dignificar su condición humana; el deseo por librarse de un destino de miseria y encontrar otra forma de vida es permanente en las mujeres migrantes que recuerdan su pasado, pero también la náusea de saberse violadas o comercializadas. A pesar de lo anterior, la mirada narrativa nunca es maniquea, pues Villafuerte ficcionaliza las voces de los desterrados fronterizos desde la postura del sujeto inmerso en los claroscuros de la vida. Varios de sus personajes se convierten en seres abyectos y ominosos, en trasgresores y aventureros de la propia vida. México se revela como la metáfora del infierno para los centroamericanos cuando se obliga a las mujeres migrantes, por la misoginia del poder social e institucional, a enrolarse en la prostitución forzada y en las drogas, pues se decide sobre sus vidas y cuerpos.

 

La frontera es entonces un concepto de intolerancia y trasgresión que aniquila la voluntad del Otro. El cuerpo en esta narrativa es también frontera y queda asociado a los conceptos de memoria, territorio, geografía, raza, sexo, género, deseo y sensaciones. El cuerpo como frontera se relaciona, así, con la permisividad, la trasgresión y la violencia. Los personajes son frontera, zona de cruce, pero sobre todo son “lugar”, territorios de la memoria.

 

La construcción performativa de género tiene relación con el concepto de frontera. Esto se advierte en cuentos como “Samy”, “Roxy” o “¿Te gusta el látex, cielo?”, que recrean la vida azarosa de homosexuales travestis o sujetos en proceso transgénero cuyos amores, ejercicios sexuales, traiciones y proyectos de vida se advierten doblemente difíciles, pues tienen que competir con las prostitutas y luchar contra la homofobia fronteriza y el crimen.

 

Las mujeres y homosexuales en los textos de Villafuerte son cuerpo-mercancía; los burdeles se convierten en su casa, en él se resguarda su ilegalidad, su acento centroamericano y su libertad, pero también su hastío y desencanto por el presente fronterizo: la Lucy, del cuento “Navidad en Tapachula”, relata su vivencia decembrina desde la cantina Las Huacas, así como su frustración por no poder ir a un concierto; siente rechazo, tristeza, soledad y a la vez una añoranza en medio de una tierra desolada y patética. Tapachula se revela en la narrativa de Villafuerte como un lugar de peligro y excesos, de abusos policiacos. Frente a la asfixia del medio a las mujeres les da por fantasear, hojear las revistas de modas; algunas imaginan por un momento que sus vidas son similares a las referidas ahí; después se regresa al caos y a las vidas cotidianas de la prostitución y la droga. Entre el deseo y la fantasía de algunas por conseguirse una vida diferente, las mujeres ficcionales de Villafuerte caen en el desencanto y la realidad cruda que a veces ya ni les duele.

 

La voz de la marera del cuento “Yonqui” lo afirma: “Yo no iba a ser tan pendeja como las otras que se aventuraban pidiendo raite en camiones mugrosos y traileros hijos de la chingada que nada más podían desquitaban el favor bajándose en donde pudieran la bragueta y ensartárselas. Ni como las indias cachucas que terminan de criadas y muy felices salen a lucir sus pantalones de mezclilla y a pasearse en el parque y a comer elotes con chile y a esperar a que llegue un pendejo igual que ellas y después les haga la panza”.

 

El espacio mexicano es mirado con resentimiento, pues la frontera es un filtro de resistencia, de crímenes, violaciones y prostitución que se deben soportar para continuar el periplo. Los cuentos de Villafuerte presentan un neonaturalismo posmoderno, producto quizás del capitalismo salvaje, cuyas condiciones sociales determinan a los sujetos y los enrolan en las sordideces de la vida. Existe una intención narrativa de mirar al Otro desde una perspectiva más allá de lo literario que, dicho sea de paso, resulta muy destacable. Una lectura social pone a discusión temas como raza, clase, aculturación y frontera (la territorial, de género y la corporal). Los textos de la autora ofrecen una correspondencia de elementos extratextuales y relaciones intersubjetivas que se conectan con una realidad mediática mexicana y centroamericana y con la historia latinoamericana bajo una fusión de horizontes donde lo sociológico y lo estético encuentran un equilibrio. Edmond Cros, en su texto “Sociología de la literatura”, sostiene que una lectura contextual requiere una sociología de los contenidos literarios en donde la obra es “un documento histórico que ofrece testimonios directos sobre las sociedades implicadas”, lo que produce un ensanchamiento de la noción de la literatura y de su función estético-social.

 

Aunque la apuesta de Nadia Villafuerte es por la literatura como hecho estético y no solo por la narración como documento social, en  sus cuentos desfila un nutrido grupo de personajes sórdidos y patéticos en lucha con las adversidades, que hacen o padecen engaños que después reproducen. Se trata de un mosaico cultural de seres desterrados por la miseria, que inventan sus propias leyes, que olvidan o que fantasean sus vidas. Los cuentos de esta autora, sobre todo los que escritos en primera persona, resultan corrosivos y memorables. Su calidad literaria es muy alta, como el ya referido cuento “Yonqui”, cuya protagonista es una marera experta en el odio como forma de autodefensa permanente por la violencia de su pasado y presente. El inicio del relato plantea no solo una operación de realismo lingüístico, sino la creación de un ambiente sinestésico muy logrado también en otros textos de Villafuerte:

 

“Dejé que mi hermano me cogiera porque no tenía de otra. Juré que un día me las iba a pagar y así fue. El cúter frío en mi teta, escondido pa’ la hora que se asomara. Había sol de a chingo y tres kilos de ropa por lavar. Y no se me vuelva a acercar, le dije, o algo así, pero Chucho se me quedó mirando fijo, con los ojos perdidos pues. De ahí me salió la primera mentira, dije que sus amigos habían llegado a ajustar cuentas y que estuvieron a punto de violarme. Así que la chota ni en cuenta porque además en Suncery esto es muy normal, apesta a muertos, total, uno más que se libra de la mierda de allá afuera”.

 

La protagonista aprende que en la vida el cuerpo es mercancía de cambio y recurso para la venganza; también sabe que la vida no tiene un valor específico y que los conceptos de familia, progreso social y nacionalidad aparecen en la geografía de las ruinas tercermundistas; la libertad es, por tanto, relativa. No hay fronteras territoriales en sí, sino que la migración y la violencia dan forma en esta joven a un realismo psíquico y social en donde no hay espacio ni pertenencia a nada, ni a la misma vida, a pesar de que al final del cuento ella afirma: “ningún mara llega a viejo y yo sí quiero, y conste que no tengo sueños, en la vida no se debe tener sueños, sueños solo las putas y los futbolistas”.

 

Leer a Nadia Villafuerte es encontrar un diálogo original con autores como Chéjov, por la esencia y el detalle realista y sórdido, y con Carver, en la atención al realismo sucio de personajes siempre sorprendentes por su compleja psicología y experiencias extremas. Con estas y otras herramientas, la autora crea espacios trasfronterizos y liminales en los que sus protagonistas, varias de ellas sin nombre —sin identidad—, resultan memorables para los lectores.

 

Las mujeres de los cuentos de Villafuerte, así como el personaje de Lía, de su novela Por el lado salvaje, son protagonistas de una poética del dolor y la memoria; de la renuncia forzada a una patria y a una cultura, pero también de una renuncia a la añoranza, pues el pasado se aniquila con el presente y la desmitificación del llamado sueño americano, y la realidad es mucho más violenta y cruda. Sin duda, la lúcida mirada narrativa de Nadia Villafuerte construye visiones sobre lo Otro como una posibilidad de dialogar con el presente y el pasado de la historia inmediata, con sus cicatrices en el cuerpo y en la memoria.

 

*Fotografía: Nadia Villafuerte, autora de “Barcos en Houston”, “¿Te gusta el látex, cielo?” y “Por el lado salvaje”/Juan Boites, Archivo El Universal.

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