La obcecación ideológica de la 4T
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La “ciencia para el pueblo” es un término demagógico, sostiene este destacado científico, para quien la actual dirección del Conacyt se basa en decisiones unipersonales sesgadas
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POR ANTONIO LAZCANO
El Estado mexicano y la sociedad no han prestado la suficiente atención al desarrollo de un aparato científico. Podemos compararlo con el apoyo que José Vasconcelos y la Secretaría de Educación Pública (SEP) le dieron a la pintura, a la literatura y otras disciplinas artísticas; había una conciencia muy clara de la importancia que tenía el desarrollo de la cultura, pero, salvo pioneros que hicieron una labor admirable, la ciencia se las vio muy difícil por la Revolución, pues se requería de infraestructura muy delicada. Muchas cosas se institucionalizaron hasta la época de Lázaro Cárdenas y Ávila Camacho. Luego de la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) habíamos llegado a un punto en el que se seguía dependiendo de los vaivenes sexenales pero con una participación mayor de la comunidad científica en los procesos de evaluación de currícula, en la definición de proyectos y de políticas científicas.
Todo eso, que sin duda tenía una serie de defectos, fue prácticamente deshecho a machetazos por la doctora Álvarez-Buylla, actual directora del Conacyt. Si algo caracteriza su dirección, es la contracción del aparato científico, reflejado en las decisiones unipersonales que ha tomado y que son muy visibles en la reducción presupuestal. Ello es un reflejo de su interpretación de la ruptura con el pasado y la forma en que puede seguir las políticas de austeridad implementadas por el presidente López Obrador. Así, ha adoptado una serie de medidas administrativas y legales para definir lo que ella cree son las prioridades de la ciencia nacional, y que se traducen en recortes de becas —lo que ha dejado a estudiantes varados en el extranjero—, suspensión de fideicomisos, los intentos (fallidos) de expulsar del SNI a quienes pertenecen a instituciones privadas (que se pudieron amparar, infligiendo así una derrota legal y política a la directora del Conacyt), todo ello unido a la remoción de directivos en centros de investigación, y al final una presión sobre la comunidad científica absolutamente injustificada con el cambio de las reglas del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), todo a espaldas de la comunidad académica y de las instituciones de educación superior. La mejor prueba de este desastre la vemos con el caso del doctor Alejandro Gertz Manero. No es un incidente ni una anécdota, sino el uso faccioso de la capacidad que la directora tiene para generar una comisión extraordinaria, fuera de todo reglamento y sobre todos los criterios académicos en los que la comunidad ha trabajado, en los que hemos educado los estudiantes, y en los que hemos aprendido a discutir entre colegas. Nombran al doctor Gertz Manero nivel III del SNI y unas semanas después resulta que es acusado de plagio —asunto que las doctoras Álvarez-Buylla y Aceves (que es la responsable del despacho del SNI) y Ernesto Villanueva están obligados a explicar con detalle, porque tiene un tufo muy desagradable.
El aparato científico mexicano tenía defectos, como era inevitable que ocurriera, pero ahora el problema será rehacer una estructura cuando las cosas cambien. No hay que olvidar la asociación política muy visible que Álvarez-Buylla tiene con personajes como los doctores John Ackerman, Irma Eréndira Sandoval, hasta hace poco secretaria de la Función Pública, y con Hugo López-Gatell, que de una forma u otra ahora han caído en desgracia política o han perdido el respeto público; es una realidad que ella debería tomar en cuenta. Esto nos confirma la importancia de tener órganos de decisión transparentes y que reflejen criterios académicos consensuados en la comunidad. Es una meta a la que debemos aspirar.
La ciencia no es democrática pero sí participativa. La participación de pares en las decisiones, en las evaluaciones —de una teoría, de un currículum, de una política— en realidad representa históricamente un mecanismo de independencia de los poderes políticos y de los poderes religiosos desde el siglo XVII hasta la fecha. La ciencia no se puede decidir por votación, se tiene que decidir por un consenso crítico. Eso es exactamente lo que ahora están intentando acabar. Con el nuevo reglamento se deja en manos de la dirección general del Conacyt la designación de una serie de puestos. El caso extremo es la reciente supresión de un artículo que permitiría hacer evaluaciones retroactivas de los informes de los investigadores que han enviado su documentación al SNI. Ahora la doctora Álvarez-Buylla exige una mayor actividad de divulgación de la ciencia, algo en lo que muchos estamos de acuerdo. Pero ahora resulta que tienen que tomarse en cuenta lo que ocurrió en el pasado. Desde luego que las comisiones dictaminadoras difícilmente van a aceptar que haya una violación a un espíritu general de los reglamentos. Por otro lado, el Conacyt actual ha creado una crisis administrativa al despedir al grupo de funcionarios de carrera que conocían muy bien los laberintos de la burocracia y que se habían convertido en un elemento esencial en el Consejo mismo. Ello se reflejó, por ejemplo, en la tortura que fue para muchos acceder a las ligas del SNI para subir sus informes y los documentos probatorios, y en la incapacidad del Conacyt para ayudarles en el proceso. No es una anécdota menor, sino un reflejo de la incapacidad de la doctora Álvarez-Buylla para generar un aparato administrativo profesional, acorde a las necesidades y a las experiencias del Conacyt.
Además, hay una serie de inconsistencias absolutamente grotescas. Por ejemplo, es cierto que en México tenemos una tradición de conocimiento empírico muy fuerte en el manejo de ecosistemas, en medicina herbolaria, una serie de prácticas que efectivamente tiene miles de años de conocimiento empírico. Pero una cosa es el
conocimiento empírico que la directora quiere rescatar, y otra es el conocimiento científico. Esto es el reflejo de una obcecación ideológica en la que se alimenta la idea simplista basada en la creencia de que basta con agregar el prefijo “etno” a las áreas de conocimiento para tener una ciencia nacionalista. Sólo falta que nos hable de etnofísica cuántica o etnobiología o etnogenómica. El término de “ciencia al servicio del pueblo” y “ciencia nacionalista” son conceptos completamente demagógicos. No se le puede imponer a la comunidad científica, a quienes hacen física cuántica, astrofísica relativista, genómica de protistas. No hay “ciencia para el pueblo” ni “ciencia que no sea para el pueblo”. Hay ciencia de buena calidad y proyectos o trabajos que producen resultados que desafortunadamente no lo son.
Pondré un ejemplo que conozco de manera muy directa porque viene de mi laboratorio, en donde llevamos muchos años estudiando las características y maneras de sintetizar el RNA, porque desde hace décadas sabemos que jugó un papel importante en el origen y la evolución temprana de la vida. En mi laboratorio habíamos desarrollado una serie de técnicas bioinformáticas para entender la genética del RNA, las moléculas indispensables para que se forme. Este tipo de investigaciones entra en lo que algunos llamarían ciencia básica, sin ninguna aplicación inmediata. Cuando se presentó la pandemia del SARS-COV2, que es un virus con un un genoma del RNA, comenzamos aplicar todos los instrumentos y todos lo conceptos teóricos que habíamos desarrollado para concentrarnos en el análisis evolutivo y estructural del SARSCoV2, y estamos cooperando, como muchos más, a comprender la genética, la evolución, la biología de este patógeno. La pandemia actual ha mostrado cómo hay muchos que han hecho lo mismo. Hay colegas de física y de matemática que trabajan la teoría de complejidad, y han volcado todo ese conocimiento que —parece extraordinariamente abstracto— para entender la dinámica de la pandemia. Uno no puede decirle a la gente: “A ver, vamos a trabajar sólo en ciencia para el pueblo o en ciencia aplicada”. Estos son conceptos de una fragilidad epistemológica tremenda —para usar un término que le gusta mucho a la directora del Conacyt, y como se puede ver, con una fluidez mucho mayor que la que poseen las categorías de teoría del conocimiento que la Dra., Álvarez-Buylla invoca todo el tiempo de manera mecánica.
La pandemia ha evidenciado la capacidad que la actual dirección de Conacyt tiene para hacer declaraciones y afirmaciones demagógicas. Un ejemplo son los ventiladores mecánicos. A la fecha no sabemos cuáles están funcionando ni en qué hospitales. No se ha publicado el detalle de los informes técnicos de su capacidad, su distribución, su fabricación. Siguiendo una vieja tradición nacionalista fueron bautizados con nombre en náhuatl y/o en tarasco, pero no hemos visto los reportes serios, formales de su funcionamiento. Por otro lado, la famosa vacuna Patria, que fue anunciada con teponaztli y caracoles para enfatizar su supuesto origen mexicano, en realidad fue desarrollada, como ocurre con mucho del desarrollo científico contemporáneo, con grupos de cooperación internacional que buscaron la asociación con un laboratorio mexicano con una reputación espléndida con el que llevan años trabajando. Se sabe que cuando a uno de sus creadores, un investigador español de primer orden, le dijeron: “Oye, el presidente de México está presentando la vacuna como triunfo del gobierno mexicano” su respuesta fue de una nobleza enorme: “Bueno, mientras haya vacunas, se produzcan y sirvan, eso es lo importante”, pero la vacuna Patria, que muchos deseamos funcione, sigue sin estar presente. Donde se equivoca profundamente la doctora Álvarez Buylla es en su empeño de conducir, de manera personal, sesgada y profundamente ideologizada, al aparato cientifico mexicano apoyada en sus obsesiones políticas y haciendo caso omiso de mecanismos validados históricamente como la evaluación de pares, por caminos que están conduciendo al desastre. Gracias a su actitud, hay un número creciente de investigadores que ven no sólo con escepticismo sino tambien con desconfianza y rechazo la política cientifica del actual gobierno. Y tienen razón.
FOTO: Antonio Lazcano lideró un equipo que estudiaba las moléculas RNA, presentes en el SARS-COV2 / Crédito: Iván Stephens
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