“No necesito que me visibilicen por mi color ni por mi sexo”, Malva Flores

Jul 10 • Conexiones, destacamos, principales • 9634 Views • No hay comentarios en “No necesito que me visibilicen por mi color ni por mi sexo”, Malva Flores

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Ganadora de los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia por su libro Estrella de dos puntas, en esta entrevista la poeta y ensayista Malva Flores habla también de su libro Sombras en el campus, reflexiones sobre la corrección política que ha desterrado a la crítica de la academia, actividad básica de todo ejercicio intelectual

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Para Malva Flores (Ciudad de México, 1961) hay tres palabras que le sirven de guía en su relación con la literatura, una disciplina en la que ha hecho un magisterio desde el ensayo, la poesía y como profesora universitaria: pasión, conversación y legibilidad.

 

Así lo expone en “Atila en las fronteras del ensayo”, el primer capítulo de Sombras en el campus [Notas sobre literatura, crítica y academia] (Bonilla Artigas Editores, 2020), en la que expone sus posicionamientos sobre la vida intelectual, los vicios de la enseñanza, la investigación en las Humanidades y las naturaleza de las polémicas intelectuales, que se han visto cercenadas su capacidad de argumentación. Escribe: “Nuestro trabajo ocurre en una fábrica de papers, que humea día y noche, y escupe —en serie—, las nuevas escrituras que descalifican y desprecian el trabajo ‘no autorizado’, independiente, de cualquier crítico artesano del lenguaje, porque la independencia, la autonomía del pensamiento, también están proscritos. Nada más peligroso para la burocracia que la crítica real, la que disiente y distingue”.

 

Hace unos meses, Malva Flores recibió los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia, ambos por Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020), un estudio de la relación de amistad e intelectual que vivieron por casi cuatro décadas Octavio Paz y Carlos Fuentes, una devoción mutua que evolucionó en resentimiento y choques ideológicos.

 

¿En qué consiste tu postura sobre la naturaleza del ensayo académico?

 

Cualquier tipo de ensayo no es nada más un paseo, como decía Montaigne. También puede tener bases académicas. Lo que me molesta muchísimo es la cantidad de palabras que inventamos los académicos para referirnos a cosas que podemos decir de manera muy sencilla, que nos podrían entender todos y así propiciar el entusiasmo por la lectura, la literatura, por la historia. Existe una serie de palabras y comandos que nos dan desde las instituciones educativas que dicen que todo debe ser horizontal para que todos puedan acceder al conocimiento. Pero las palabras que utilizamos en la academia hacen imposible que las personas que no conocen ese lenguaje se acerquen a la literatura de una manera muy sencilla, simplemente leyendo, teniendo entusiasmo. No necesitamos inventar esas extrañas categorías dizque científicas, porque no son científicas, para acercarnos a la experiencia de vida que es la literatura.

 

Has hecho hincapié en ciertas modas, en específico los Estudios culturales, que han desterrado a la crítica por una especie de corrección política. ¿Es un fenómeno nuevo o ya estaba presente?

 

Está presente desde mediados del siglo pasado. Se volvió algo terrible que nos tiene ahora en esto que han llamado “cultura de la cancelación”. Cuando hice este libro todavía no aparecía este término, pero se refiere a eso. Podemos verlo desde los años 70 y 80 en Estados Unidos y nosotros lo comenzamos a padecer cuando surge un tipo de investigación que hacen los profesores mexicanos o latinoamericanos que se van a estudiar allá. Es muy curioso que se vayan a Estados Unidos y que desde ahí nos digan por qué estamos siendo colonizados. Me parece entre simpático y terrible. Por otro lado, utilizan palabras que nos hacen creer que lo que hacemos los profesores e investigadores es algo muy difícil. La cultura de la cancelación y lo políticamente correcto van muy tomados de la mano. Te voy a dar un ejemplo de lo que me parece una perversión absoluta del lenguaje. Cuando gané los Premios (Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia por Estrella de dos puntas) me escribieron personas muy gentiles y, entre otras, un muchacho que me invitaba a formar parte de un festival. La razón era la siguiente: que yo era representante de los afrodescendientes. No voy a decir que soy rubia. Sería ridículo, pero me parece indignante que crean que con decirme afrodescendiente no están haciendo un tipo de segregación. Es una segregación bien portada, en la que me dicen que quieren “visibilizarme”, esa otra palabra que no existe. No necesito que me visibilicen por mi color ni por mi sexo. No, muchas gracias. Lo puedo hacer solita. No necesito ese tipo de apoyos. Me parece que la academia norteamericana, sobre todo, ha promovido esa especie de culpa que sienten los países colonizadores que lleva a que nos vean con esa condescendencia insoportable. Si me dicen negra en la calle es menos ofensivo que si me dicen afromexicana. No tengo nada en contra de mi color, pero me parece que no se dan cuenta del racismo que ejercen. Le dije a este muchacho que muchas gracias, pero yo soy mexicana. “No me pongas en un corralito, no me pongas en una reserva de indios o afromexicanos, o de gays, o de mujeres”. Me gusta que platiquen conmigo por mi inteligencia, mi simpatía o si tengo algo que decir. Me parece que esto es algo que ha pervertido la realidad.

 

Acabas de decir una palabra clave en este fenómeno: colonización. ¿Crees que muchos de estos términos son importados y se convierten en una especie de colonización epistémica?

 

Eso es exactamente lo que ocurre. Y todos creen que está luchando contra el imperio. Son los portavoces del imperio y no se dan cuenta.

 

¿Cómo entendemos esta disección del crítico literario a la sombra de estas teorías que terminan desnaturalizando esta conversación y pasión en la literatura?

 

Hay poca crítica literaria, pero tenemos muy buenos críticos. Christopher Domínguez es uno de ellos y hay otros más. Los profesores no nos atrevemos a juzgar. Es muy curioso. No juzgamos porque está mal visto. No veo por qué. Ese es el carácter primero de la crítica, ejercer un valor sobre lo que estás leyendo, viendo, escuchando. Esa es la parte esencial de la crítica, pero queremos decir que no somos malas personas, que le damos espacio a todos. Hay una parte del libro en la que hablo de escritores que no existen para la academia. Estos profesores son transversales, son horizontales, son incluyentes pero no ponen en sus programas de estudio libros que no quieren que sus estudiantes lean. Y sólo hablan de ciertos autores para hablar mal de ellos, pero los estudiantes no los leen nunca. Y eso es muy sorprendente para mí. Y en el caso de los poetas es de risa loca. Ahí no es que no quieran a los poetas, no conocen la poesía, en su mayoría. Hay una gran cantidad de programas de posgrado en los que la poesía es lo último.

 

¿Esto termina segregando a autores y forma una tradición cercenada?

 

Existe ahora un desprecio, que no entiendo, contra el canon porque está hecho por hombres blancos, barbados, heteronormativos y pésimas personas. Entonces no hay que leer a los autores canónicos. Me parece algo muy grave. Estamos desvirtuando la idea de que una universidad es algo universal y que sólo vamos a revisar esas obras que no entraron al canon. ¿Quién hace el canon? Para mí no es el de Harold Bloom, que tiene muchos asegunes. Tampoco son los contra cánones. Para mí el canon es aquel conjunto de obras que pasado el tiempo te vuelven a hacer ojitos cuando las abres, porque están vivas. ¿Así es como leemos la literatura? ¿Es una cuestión de cargos judiciales contra las personas? Yo no aprendí a leer así la literatura. Los estudiantes que llegan a estudiar literatura llegan porque la aman, se emocionaron, encontraron en algún personaje algo que les habla de sí mismos. Entonces llegamos y los profesores y les decimos: “No, nada de eso que están leyendo está bien porque quienes lo escribieron fueron muy malas personas”. Eso no es la literatura, no es el arte y por eso estoy en contra de lo políticamente correcto como de toda esa rarificación del lenguaje que nos impide acercarnos a la experiencia de la literatura.

 

¿Percibes que las redes sociales han cambiado la naturaleza de las polémicas?

 

No ocurre así, por ejemplo, en Francia, donde todavía existe una prensa literaria más activa. En el caso de México existen tres o cuatro suplementos, uno es Confabulario. Existen pocas revistas que tengan como centro la literatura. De modo tal que es difícil que se pueda pensar lo suficiente para establecer una polémica si tienes que responder inmediatamente. Si te están insultando en Twitter lo más seguro es que reacciones de una manera visceral y no argumentes como debes. Una polémica es una argumentación para demostrar que tienes la razón y el otro quiere exactamente lo mismo. Pero si tienes 280 caracteres es muy difícil que establezcas una argumentación. Es una pena. A mí me encantan las polémicas y las he estudiado muchísimo. Le dan vida a la literatura. Pero no las polémicas por cuestiones banales, sobre a quién le dieron la beca. Me parecen más importantes otros aspectos de la literatura, de la historia y su relación con los escritores.

 

Justo uno de estos ensayos en los que expones estas polémicas hablas de esta polémica entre “literatura light” y “literatura difícil”. ¿Crees que de alguna manera este choque conceptual sigue presente 30 años después?

 

El mercado ha avasallado de tal manera a la literatura que no nos permitimos hacernos esa pregunta. Por otro lado hay una serie de editoriales independientes maravillosas porque tienen la función de preservar lo literario por encima de lo comercial. También existen muchos libros en editoriales muy comerciales y son libros extraordinarios, pero ya no encontramos en muchos lados un catálogo de obras que mantengan un mismo perfil como el que se requeriría para están entre lo que se llamaba “literatura difícil”.

 

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Las polémicas son una de la materia de estudio de Malva Flores. En Sombras en el campus dedica varias páginas a exponer los significados de la que considera la “más encarnizada polémica cultural del siglo pasado en México”. Se refiere a la que provocó “El Coloquio de Invierno”, convocada por la revista Nexos y el entonces Conaculta, hoy Secretaría de Cultura. “Aquel fue un momento —escribe Malva—, quizás el último, en que los poetas tuvieron una presencia decisiva en la vida pública del país, gracias no sólo a Paz, también a Gabriel Zaid o José Emilio Pacheco, entre otros”.

 

¿En la actualidad cuál es la presencia de la poesía y de los poetas en la vida pública?

 

Es poca. Tengo un libro que se llama El ocaso de los poetas intelectuales (Universidad Veracruzana, 2010). Ahí analicé a la generación inmediatamente anterior a la mía, de donde rescataría a no más de dos poetas que responden a esta visión de la vida pública. Uno de ellos es David Huerta. Los poetas somos peleoneros. Peleamos muchas cosas, tenemos muchas causas que defender. No sé si la mejor manera sea haciendo una bola como la que ocurría en el siglo XIX, pero en Twitter o Facebook. Sí hace falta. Los poetas ven cosas distintas de las que ven los otros intelectuales. No digo que sean mejores, sólo que tienen una manera diferente de ver el mundo. Esa parte nos está haciendo falta. Faltan poetas, además de Zaid, que puedan hacer relaciones que sólo permiten los mecanismos de la poesía.

 

En otras entrevistas que hemos publicado en Confabulario con académicos como Alejandro Higashi, nos han compartido lecturas interesantes sobre el perfil del poeta: hoy muchos de ellos forman parte de instituciones educativas, son parte del SNI. Hay una profesionalización académicamente. ¿Esto es para bien o para mal para la tecnocratización de la academia que tanto criticas?

 

Quisiera pensar que los poetas que están dentro de la academia —porque ahí nos echaron—, donde hemos sido bien acogidos, y que iniciarían una revolución verdadera dentro de la academia. Desafortunadamente eso todavía no ocurre. Todavía tengo esperanza de que ocurra. De que digan: “No, no somos nada más los que hacemos versitos. Somos personas que piensan, que aman la literatura y podemos dar puntos de vista distintos del que nos trae arrastrando el río de las palabras infames que utilizamos”. Estoy esperando que eso ocurra. Muchos compañeros poetas y académicos creen en esas cosas que yo no creo. A lo mejor el tiempo les da la razón y dicen que yo era una viejita que no tenía mucha idea del mundo. Pero como creo en los lectores de a pie, de la calle, pienso que éstos me darán la razón. Otra cosa que no has tocado y me entristece es que hice el libro con sentido del humor, siempre riéndome de todo el mundo pero quizá no lo conseguí. No es tan serio lo que estoy planteando. Es serio pero se puede ver desde un punto de vista irónico.

 

¿Cuáles serían las características que esperarías de la crítica literaria solvente?

 

Primero debe ser informada, que ha contrastado distintos puntos de vista y tiene una visión personal. La primera persona es fundamental en la crítica literaria. No habla “Juan de su Madre”, hablo yo. Y yo asumo la responsabilidad de lo que estoy diciendo. Eso me gusta en una crítica literaria, que quien hable diga: “Soy yo y si no les gusta peleen conmigo que soy de carne y hueso, no con entelequias”. En segundo lugar, como te decía, tiene que haberse documentado. En tercer lugar, debe demostrar un mínimo de entusiasmo. La literatura es un cuerpo vivo, es algo que nos emociona, que nos hace enojar, que nos hace llorar, todas esas sensaciones que nos han dicho que no debes expresar jamás en un paper: Me gustó. “¿Cómo puedes decir que te gustó?” “Sí, me gustó”. ¿Para qué estoy escribiendo una crítica si no voy a decir que no leas eso porque es horrible por esta o aquella razón? Siempre hay que argumentar, hay que decir por qué y siempre hay que asumir el riesgo.

 

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Una de las preocupaciones de Malva Flores es la que llama “tecnocratización” del lenguaje académico, una especie de ortopedia académica que ha exiliado la naturalidad del lenguaje en las producciones académicas en el ámbito de las Humanidades. Esta constante necesidad que muchos académicos tienen de acreditar su labor ante instituciones que desde hace tres décadas se han encargado de entregar estímulos a la producción académica, ha llevado a muchos investigadores a prácticas desleales.

 

“En el mundo del re, el plagio no debería asombrarnos —escribe en Sombras en el campus—: está inscrito en nuestras líneas de investigación, en nuestras preocupaciones estéticas y en nuestro lenguaje cotidiano. También lo premia el SNI, hasta que el niño se ahoga con las muchas palabras que se apropió de los otros y se vuelve un escándalo”.

 

Hoy tenemos el caso del fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, quien se suma a los investigadores del SNI que han sido evidenciados de plagiar obras ajenas. ¿Cómo esta tecnocratización del conocimiento ha dañado a la creación literaria o académica?

 

Hoy nos dicen, nadie tiene derecho a ser original. Acaban de ganar un juicio contra María Kodama por el Borges engordado. Si revisas los planes de estudio y la forma en que expresamos esto, decimos: “Hay que repensar, hay que remasterizar”, todo es re. ¿Por qué nos asombramos de que la gente plagie si con esto estamos diciendo todo el tiempo que no hay originalidad? “La originalidad ya se acabó, eso es mentira, es parte de los malvados hegemónicos que querían imponernos una visión del mundo”. No es cierto. Todos somos capaces de escribir. Usamos la información del otro pero también decimos quién lo dijo primero. Es muy grave que no nos demos cuenta. En alguna parte del libro digo que terminé en el hospital por la enfermedad de las palabras. No es culpa de nadie. Salí de una conferencia en que la persona que hablaba dijo 72 veces la palabra repensar y sus derivados. Me quedé sin aire. De ahí al hospital. No entendía lo que estaba diciendo porque lo único que hacía era contar las veces que decía la palabra “repensar”. Todos tenemos muletillas, pero eso es una cosa y otra decir 72 veces “repensar”. Me puso muy mal y terminé muy enferma, pero ya se me quitó.

 

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Octavio Paz es una presencia recurrente en el trabajo ensayístico de Malva Flores. En 2011, el Fondo de Cultura Económica publicó su libro Viaje de Vuelta: estampas de una revista, un estudio pormenorizado sobre la influencia que esta revista, dirigida por el Premio Nobel desde 1976 hasta poco después de su muerte en 1998, tuvo en la vida pública mexicana. Uno de sus columnistas fue el novelista y ensayista Carlos Fuentes, con quien Paz vivió una relación de mutua admiración, pero que con el paso de los años se fue enfriando hasta el total rechazo.

 

Malva Flores indagó sobre esta amistad en los archivos personales de ambos escritores, sus amistades más cercanas y lo que ellos mismos y sus coetáneos escribieron sobre su relación. El resultado es Estrella de dos puntas, libro que expone más de 50 años de dos trayectorias que fluyeron de manera paralela, pero que en algún momento, a mediados de los años 80, se quebró y los distanció de manea definitiva.

 

¿Hubo un fuerte componente ideológico en la evolución, y al final la ruptura, en la relación entre Octavio Paz y Carlos Fuentes?

 

Efectivamente, las distancias ideológicas entre ambos se volvieron insalvables. Un solo ejemplo, casi el final de estos distanciamientos, lo representa sus posturas frente a la Nicaragua sandinista. Como recordarás, en 1984 Octavio Paz solicitó en Frankfurt que se realizaran elecciones libres en Nicaragua. La reacción de la izquierda mexicana fue linchar su efigie en Paseo de la Reforma. Fuentes guardó silencio. En 1988, Fuentes recibió la Orden Rubén Darío de la Independencia Cultural que otorgaba el gobierno sandinista, encabezado por Daniel Ortega. Si hoy miramos a Nicaragua y vemos a quien la dirige, el mismo Daniel Ortega, nos daremos cuenta de que, como en tantas cosas, la historia le dio la razón a Paz.

 

¿Cómo fueron observados Paz y Fuentes por las estructuras de poder político, tanto por personajes decisivos en la historia del país como por los servicios de inteligencia?

 

Los servicios de inteligencia, tanto nacionales como extranjeros, tuvieron en la mira a ambos escritores. Es de todos conocido que a Fuentes, por ejemplo, en algún momento de su carrera se le impidió entrar a Estados Unidos, que el FBI lo tenía vigilado, si bien más tarde el gobierno norteamericano cambió de opinión. Por otro lado, Guillermo Sheridan documentó la vigilancia de la CIA y el FBI sobre Paz y sobre Elena Garro, por ejemplo. Tanto Paz como Fuentes fueron censurados por el franquismo y en México; el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz los tuvo en la mira pues fueron sus críticos acérrimos, tanto que después de la matanza de Tlatelolco, Paz renunció a su puesto como embajador de México en la India. Más tarde, el ascenso al poder de Luis Echeverría, daría pie al distanciamiento político que se fue desarrollando entre ambos escritores. La anuencia de Fuentes a la política de Echeverría dio lugar a una polémica que en México duraría más de 25 años, relativa a la relación de los escritores con el poder, una polémica que inició en Plural, la revista de Paz que ahora cumple 50 años, y con la famosa “Carta a Carlos Fuentes”, publicada por Gabriel Zaid en esa misma revista. Más tarde, sabemos que Paz creyó en el proyecto modernizador de Carlos Salinas de Gortari. Él mismo admitió su error, como podemos leerlo en el último tomo de sus Obras Completas, donde calificó las prácticas del salinismo como patrimonialistas, arcaicas e inmorales.

 

FOTO: La escritora Malva Flores también es autora de Viaje de Vuelta: estampas de una revista (FCE, 2011)/ Crédito: Ana Medina

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