La oferta juvenil de la UNAM
POR IVÁN MARTÍNEZ
En agosto de 1984, al ingresar a El Colegio Nacional, Eduardo Mata dedicó varios minutos de su discurso a hablar de lo “defectuosamente concebido” que estaba nuestro sistema de enseñanza musical: se había creado una cierta demanda de música de concierto pero no producíamos músicos para satisfacerla, teníamos cinco orquestas sirviendo a la Ciudad de México pero esa “imagen de auge y movimiento” no reflejaba la situación real.
Se refería a nuestra “falta de rigor”, a las salas “continuamente vacías”, a la “necesidad de importación” de atrilistas, y como parte del problema, lo decía enérgicamente, a la ilusión con lejanísimas probabilidades de éxito de los estudiantes para dedicarse al concertismo, actividad reservada para –con suerte– no más de cuantos se pudieran contar con los dedos de una mano. Es decir: mal-formábamos “solistas” que no estaban preparados para la práctica orquestal y la mayoría de las veces, ni siquiera para ganar la plaza en una audición.
Contra las falsas ilusiones poco puede hacerse. La de pensar en una carrera como solista es un mal con el que carga todo el que inicie estudios artísticos, en todo el mundo. Y la que ya ha criticado abiertamente el trombonista oaxaqueño Faustino Díaz (Orquesta de la Ópera de Zúrich) al referirse a aquellos estudiantes mexicanos que apenas son invitados a debutar y ya creen haber llegado al nivel de excelencia profesional, parece estar en la naturaleza humana.
Si bien no mucho ha cambiado en treinta años, una pequeña dosis de realismo traída desde el extranjero –y el natural cambio generacional de las orquestas– ha terminado por brindar mayor presencia de mexicanos en las nóminas profesionales. A ello ha contribuido también la cantidad, tan variada en número como en resultados, de iniciativas sinfónicas juveniles de (supuesta) naturaleza pedagógica.
En ello pensaba el domingo pasado (19 de abril) mientras escuchaba en la Sala Nezahualcóyotl a la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata de la UNAM, la iniciativa surgida desde la Dirección General de Música de la Universidad para cumplir con dos objetivos: la formación de habilidades orquestales, tarea aún pendiente en las escuelas del país, y la atracción de nuevos públicos.
Artística y pedagógicamente el proyecto va consolidándose. Aunque parece no haber mucha claridad en el repertorio que se elige y cuál es el objetivo de éste, en muchas ocasiones condescendiente con el público y los propios estudiantes, el resultado musical es contundente incluso cuando se elige uno que evidencia las debilidades de un nivel todavía no profesional. Fue el caso, en este concierto, con las selecciones que se tocaron de la música incidental que Mendelssohn escribió para el Sueño de una noche de verano de Shakespeare.
La sección de cuerda es muy sólida, se nota el trabajo de ensayos seccionales que realizan los maestros internos, y poco hay que pulir en la de metales, que tiene –sorprendentemente– muy buenos ejecutantes de corno, al igual que en la de percusiones, de cuyo exacerbado júbilo es responsable sólo el director en turno, en esta ocasión Jan Latham-Koenig, pero la sección de maderas es muy débil todavía, tanto en emisión como en calidad de su sonido; pobre desde la muy enérgica Obertura en la que la cuerda tocó soberbiamente y técnicamente obvios en sus problemas durante el difícil Scherzo, página fundamental para todos en cualquier audición profesional.
Nota aparte merece el velocísimo tempo tomado por el director en la conocida Marcha nupcial, que de no haber sido por la magnífica precisión de los metales, pudiera haber sonado grosera.
En combinación ecléctica, el programa incluyó antes, a manera de obertura, una muy vibrante lectura de la Danza macabra de Camille Saint-Saëns, para luego acompañar a la mezzosoprano Guadalupe Paz en una muy insegura, y dudosa en pronunciación, interpretación de La captive, op. 12 de Berlioz. La mezzo también cantó las Siete canciones populares españolas de Falla, éstas con mayor seguridad pero acompañadas con muy poca firmeza en el manejo de los matices de una orquesta con demasiada vitalidad.
En su tarea por atraer nuevos públicos, de universitarios, que ya había desarrollado bien la propia Filarmónica de la UNAM, pero que ha venido consolidando la OJUEM con temporadas y público propios, la Dirección de Música ha venido poniendo especial atención en la programación de artistas jóvenes en su sala de cámara: ese mismo fin de semana, el sábado 18, escuché en la Sala Carlos Chávez el recital de la elegante arpista estadounidense Ruth Bennet (Orquesta Sinfónica de Yucatán).
Brillante, apacible y elocuente, a pesar de la incomodidad de no tocar en el mejor instrumento ofrecido por los anfitriones, Bennet brindó una muy idiomática transcripción de la Fuga del BWV 1001 de Bach y para arropar dos transcripciones españolas de piezas de Albéniz y Falla con una notable sensibilidad estilística, el mayor lucimiento de matices y colores lo logró con los Seis preludios “Birds in Winter” de Michael Mauldin y la intensa Rapsodia de Marcel Grandjany.
*La Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, una oferta para el acercamiento del público a la música clásica / Foto: Especial
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