La otra visión de los padres: Alma Delia Murillo y Mónica Lavín

Sep 10 • Lecturas, Miradas • 7321 Views • No hay comentarios en La otra visión de los padres: Alma Delia Murillo y Mónica Lavín

 

La literatura hecha por mujeres se suma a la búsqueda del misterio que entraña la figura paterna; en esta ocasión, se revisa la figura ausente en La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo, y el sentimiento de orfandad que expresa Mónica Lavín en Últimos días de mis padres

 

POR JOVANY HURTADO GARCÍA
El primer lazo que se tiene con el mundo son los padres. La primera educación es un reflejo fiel de lo que ellos fueron con nosotros. Se entiende que se aprende el oficio de ser padre o madre sobre la marcha, entre los tropiezos y los aciertos. El padre y la madre son las figuras angulares de los hogares, protectores de los hijos hasta el último día de su existencia. Es necesario precisar que nuestros países se tiene que decir: la madre-padre. El padre tiende a ser esa figura borrosa, se sabe de su existencia porque la ciencia explica que para la procreación se necesita de los dos individuos. Entonces: ¿qué son los padres? ¿Por qué la necesidad de los hijos de hacer en algún momento de su vida un juicio de lo que fueron ellos? ¿Es ese juicio el reclamo de lo que no se fue como hijo o es la prolongación de un recuerdo que no se quiere dejar morir?

 

Recientemente han aparecido dos libros que hablan de la figura comentada: La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo (Alfaguara, 2022), y Últimos días de mis padres, de Mónica Lavín (Planeta, 2022), títulos que se suman a una gran cantidad de libros que buscan entender el misterio de los padres, lo interesante es que sean mujeres las que ahora lo hacen, cuando el estado del arte en cuestión estaba predominado por hombres: Oración del 9 de febrero (1963), de Alfonso Reyes; El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince; Adiós a los padres (2014), de Héctor Aguilar Camín; No contar todo (2018), de Emiliano Monge; La distancia que nos separa (2015), de Renato Cisneros; Orfandad (2015), de Federico Reyes Heroles; La invencible (2012) y Luz armada (2019), de Vicente Quirarte. ¿Por qué hay un predominio masculino? ¿Se describe a los padres desde la mirada masculina como una necesidad de encontrarse o quizá de entender la figura desprendida del hombre hacia la familia?

 

Lavín y Murillo hacen un nuevo mapa de la literatura que habla de los padres, siguen la línea de Pilar Donoso con Correr el tupido velo (2009) y recientemente Rosa Beltrán con Radicales libres (2022). Se puede presenciar la continuidad y la renovación de la tradición literaria. Las escritoras asumen su rol de hijas y diseccionan con cuidado la relación que se tiene con los padres. Presentando distintos ángulos, que recurren a la memoria. Memoria que tiene como objetivo perpetuar la imagen de los progenitores, sólo se entiende el valor de su presencia en su ausencia, y es la palabra la perpetuación de lo que fueron. Recuerdo para los hijos y presentación para el lector quien también está en busca de los padres-madres, figura que por su cercanía no se aprecia hasta que la distancia de la muerte aparece.

 

En La cabeza de mi padre, Alma Delia Murillo plantea de manera tajante: “Quería evitar el referente pero no tiene caso, me atrevo a decir que en este país todos somos hijos de Pedro Páramo”, entonces la autora se plantea un desafío doble: buscar al padre —físicamente— que abandonó el hogar para no regresar nunca más, y en esa ruta de encontrarlo intentar entenderlo, construir en su mente trazos de recuerdos que le permitan tener un criterio más justo para describirlo. Si la sangre es el lazo con los padres, los sueños son el acercamiento de la lejanía corporal. Apela al sueño que le anuncia la próxima muerte de aquel hombre que no recuerda. ¿Existe él aún? ¿Recordará que tiene hijos? ¿Qué hace aquel hombre? ¿En realidad lo quiere conocer a él o es que ella no se acaba de entender? Una hija o un hijo sin padres no se puede presentar ante los demás sin sentir vergüenza. Piensa que igual sucederá con el hijo que ella desea adoptar, quiere poder decirle a ese hijo quién fue su abuelo, por ello lo busca y en ese complejo andar se encuentra con ella misma. Llena los vacíos que aquel hombre le dejó con su propia vivencia y la presencia de su madre-padre, si la figura paterna está ausente, ahí está ella para cuidarla y sacarla adelante con las dificultades que ello puede implicar. En su novela cruza la historia de un México violento y complejo. Un país que asesina a las mujeres, las víctimas del hombre que abandona y violenta. Ella nos presenta esa biografía, la suya y la de su país. La de una realidad que no es ajena a ninguna otra mujer.

 

¿A quién encuentra en Michoacán? A ella. Se ha explorado en su memoria y exorcizado sus demonios, ella sabe que el padre moriría en poco tiempo y lo necesita ver, conocerlo para quitarse esa duda y confirmar que hubo un antes del cual proviene.

 

Es la memoria lo que las dos autoras buscan rescatar. En Últimos días de mis padres, Mónica Lavín menciona: “Compruebo cuántas veces me recargué en su memoria para la precisión de lo que ellos vivieron y registraron. Mi madre tenía extraordinaria memoria (mi hermano la heredó); mi padre la consultaba para nombres de personas, calles, años. Mis archivos naturales ya no están”. La ausencia física exige la prolongación de lo que ellos fueron. Lo único cierto es que lo recuerdos terminan diluyéndose conforme pasa el tiempo y quedan fragmentos de aquellos momentos y personas. Ella escribe con la necesidad de prolongar la conversación con ellos, ya que la ausencia muestra de tajo que ya no se encuentran aquellos interlocutores. Su escritura es la necesidad de prolongar el puente que las palabras crean entre las personas. Verlos agonizar es darse cuenta de la fragilidad de sus cuerpos. Saber su ausencia es poder enterarse que se es huérfana, no importa la edad. Se está más sola en el mundo que cuando se nació. Al verlos postrados en la cama, necesitados de cuidados, se recuerdan los que ellos dieron a sus hijos de pequeños. Y se topa de frente con que no se tiene la misma paciencia. Los hijos desean seguir con su vida mientras los padres esperan los cuidados de ellos en sus últimos días. Es el dolor del hospital lo que revive en Lavín aquella me memoria de la vida de sus progenitores; y la ausencia es la invitación a no dejarlos morir mediante la palabra.

 

Las dos novelas presentan una nueva faceta de los padres. Son el rescate memorialista no de los padres de las autoras, sino los padres de los lectores necesitados de encontrarlos. Se preguntan: ¿por qué actuaron así mis padres? ¿Enserio tuvo valor de abandonarnos? ¿Los volveremos a ver? Y es sólo en la ausencia física que se entiende su presencia en la vida de cada hijo. Ya no es necesario juzgar sus acciones, sino el recordarlos para hacer menos dolorosa la orfandad.

 

FOTO: El último libro de Alma Delia Murillo (Ciudad Nezahualcóyotl, 1979) refleja una situación autobiográfica/ Cortesía Alfaguara

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