La palabra hecha de palabras

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Nombrar el mundo es la forma más sofisticada de organización, y su expresión más acabada es la poesía, escribe el escritor portugués

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POR JOSÉ LUÍS PEIXOTO
Entre las letras, las vocales son como el viento. Habiendo aire, una a puede continuar para siempre, puede no terminar nunca. Una e distorsionada por la lejanía, repetida por el eco, puede alejarse y aproximarse, puede ondular, dar vueltas en el oído, búmeran o avión de papel. Hay una forma de libertad que sólo existe en las vocales.

 

Poesía es una palabra que tiene cuatro vocales.

 

Como el mundo entero, como todos los momentos, como la vida misma, la poesía es orden y es locura. Es orden cuando lo que nos hace más falta es disciplina rigurosa, comas que no podrían pertenecer a ningún otro espacio, quiebres de verso que dejan los latidos del corazón a la expectativa de un segundo, y es locura cuando olvidamos lo esencial, cuando necesitamos ser recordados.

 

No obstante, bajo todos los términos, la palabra locura es una paradoja. Podemos despertar enfadados, podemos hablar con el silencio, podemos agitar el cielo, nada de eso es locura, estos son ejemplos de realidad nítida. La mayor locura es creer que los días existen en el calendario, que 1+1 es siempre 2, que no vale la pena. Todo vale la pena. La poesía es la locura contra la locura. Bajo todos los términos, la palabra poesía es una paradoja.

 

Poesía es una palabra hecha de palabras y, como tal, es una paradoja hecha de paradojas. En el poema, como en una torre, todas las palabras son paradojas en conflicto consigo mismas y con otras. Si quitáramos un ladrillo, cualquier torre perdería su fuerza y tarde o temprano se caería. Es la tirantez que los ladrillos mantienen entre sí lo que permite el equilibrio de la torre. La poesía es una torre sobre la vida y sobre la muerte.

 

Las estaciones y la intemperie castigan a los ladrillos, los desgastan. Aun así, hay torres que duran siglos, olvidamos a los que las construyeron. También las palabras, a pesar de la erosión que las alcanza, pueden durar siglos. Tenemos la obligación de creer que son eternas. Todo lo que está vivo tiene la oportunidad de ser inmortal.

 

Sin embargo, un montículo de ladrillos no es una torre, un grupo de palabras no es un poema. Llamen a los ingenieros civiles, por favor. Llegó el momento de considerar el orden.

 

Nombrar es una forma sofisticada de organización. Cuando los nombres se asientan sobre algo, visible o invisible, son como una nueva capa de realidad. Aquello que es nombrado se vuelve concreto como una piedra en la palma de la mano, como una pluma entre el indicador y el pulgar. Entonces, podemos encontrar el lugar correcto para esos objetos. No faltan maneras de archivarlos: peso, tamaño, sabor.

 

Si ese orden tiene sentido transportará verdad.

 

La verdad es un espejo.

 

De cierta manera, un poeta es un ingeniero civil que construye espejos. De cierta manera, el poema es un espejo. Pero, de cierta manera, el poema es cualquier cosa.

 

El poema es respirar, cada vez que inhalamos y exhalamos aire limpio nos purifica la sangre. El poema es cerrar los ojos, existir en un lugar sin luz y sin cuerpo. El poema es sonreír, reflejo involuntario que se transporta hacia los demás, entre nosotros y los demás, milagro.

 

Mucho necesitamos de la poesía. Gran suerte la nuestra que la poesía está en todos los lugares en donde nos encontramos, como una sombra de lo que vemos, pensamos, decimos, somos. La poesía está en lo que hacemos bien y en lo que hacemos mal. El reto es buscarla, aceptarla, aprender a tenerle gusto. De esa manera, la vida gana un brillo que, al final, siempre estuvo ahí.
Repito: cuando los nombres se asientan sobre algo, visible o invisible, son como una nueva capa de realidad.

 

Las palabras saben todo.

 

Dentro de las palabras, las vocales son como el soplido de una flauta, música humana. Las consonantes también son necesarias, hay un empleo para cada asunto, pero es preciso tener cuidado con sus aristas. Pueden cortar: ¡p! O, cuando permiten la repetición, rrrr o ffff, las consonantes son máquinas, son motores. Las vocales llegan en paz, se diluyen en el color, llenan el aire. Como si no sintieran el peso, las vocales transportan la vida de las palabras.

 

Poesía es una palabra que tiene cuatro vocales.

 

FOTO: Caligrama del poeta argentino Oliverio Girondo./ Especial

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