La prosa “superprofunda” de Carla Guelfenbein

Oct 17 • Reflexiones • 3123 Views • No hay comentarios en La prosa “superprofunda” de Carla Guelfenbein

POR JAVIER MUNGUÍA

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Año tras año, el Premio Alfaguara de Novela cava más hondo su propia tumba. O, siendo un poco menos catastrofista, merma de manera importante su credibilidad. Tuvo su mejor época en 2002-2004 y 2008, con la entrega del premio a obras de Tomás Eloy Martínez, Xavier Velasco, Laura Restrepo y Antonio Orlando Rodríguez, pero ya no más. No solo es habitual que resulten galardonados los autores de la casa; lo es sobre todo que las obras entregadas al escrutinio público se muestren lánguidas, fallidas, y no honren este catálogo, en el que no faltan nombres ilustres.

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Aun consciente de que no existe la objetividad en la apreciación literaria (se puede hablar, en todo caso, de ciertos consensos, nunca definitivos), no deja de resultarme pasmoso que de 700 trabajos enviados, la novela de Carla Guelfenbein haya sido preseleccionada entre siete finalistas y luego ¡premiada! por un jurado compuesto, entre otros miembros, por dos escritores que admiro: Javier Cercas y Héctor Abad Faciolince. A la luz del libro ganador, también resulta inquietante que J. M. Coetzee, según la agencia de la autora, haya elogiado una anterior novela suya.

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No soy de los paladares delicados que detestan todo lo que huela a best-seller y exigen una obra transgresora y maestra por cada novela publicada. Sé, con Borges, Bioy Casares, Onetti y Reyes, que la literatura de entretenimiento puede ser apasionante. Sé, por mi cuenta, que la novedad formal no asegura el genio. Digo sin pudor que he leído con placer, y releería, El psicoanalista, diestro e irresistible thriller de John Katzenbach. Pero Contigo en la distancia no es literatura de entretenimiento competente ni una obra que destaque por sus transgresiones o profundidad, sino simple y llanamente un bodrio.

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En una entrevista de hace unos meses, luego de jactarse de no confiar en la crítica y de no tener una sola mala crítica fuera de Chile, Carla Guelfenbein realiza una optimista evaluación de su propio libro: “Creo que Contigo en la distancia tiene una historia interesante, tiene personajes recordables y que hay un trabajo de prosa superprofundo”. Permítaseme diferir de tan complaciente diagnóstico.

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Sensiblera e inverosímil son dos calificativos que mejor convienen a esta novela. Lo primero se adivina desde el título, que no es siquiera representativo de la trama. La misma negligencia que delata su nombre en relación con su contenido parece animar todo el libro.

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Dice Guelfenbein en esa entrevista que esta es su novela más compleja (tiene cuatro anteriores). No veo complejidad alguna en la estructura de su obra. Sólo un lector novato podría considerar elaborada la rotación de planos que el libro presenta: en la primera parte se alternan voces de los dos protagonistas; en la segunda se suma uno más; en la tercera se mantienen las tres voces. Tampoco es un hallazgo que una de esas voces interpele durante su línea narrativa a otro de los personajes. No es la estructura el mayor problema de Contigo en la distancia, sino lo que mejor funciona en el conjunto. No es ninguna novedad, pero la trama avanza a tres bandas con cierta fluidez. En todo caso, esta misma estructura podría soportar una novela lograda, que no es el caso.

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El mayor fallo del libro es que promete una intriga policial y dos historias de amor de algún interés y se queda muy corta en ambos. El argumento arranca en Santiago de Chile con la famosa y anciana escritora Vera Sigall sufriendo una caída y entrando en coma. Su vecino y amigo Daniel le narra lo que ocurre en su ausencia y sospecha que el accidente (¡suspenso!) pudo haber sido provocado, a la vez que se involucra con una joven francesa que ha viajado al país para estudiar la obra de Vera: Emilia, que también tiene voz en el libro. Esta padece un problema que le impide establecer contacto físico con otras personas, incluso las más allegadas. Conoceremos su pasado y esfuerzos por desentrañar claves en las novelas y cuentos de Sigall. El tercer narrador, Horacio Infante, célebre poeta y personaje cercano a Vera, narra el romance que tuvo muchos años atrás con la escritora y sus tribulaciones como autor.

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El suspenso es tan débil a lo largo del libro que al final no tiene siquiera una resolución convincente, como si a la autora le hubiera dado lo mismo abandonar su principal gancho cuando ya no lo necesitaba. Por otro lado, el libro está lleno de pasajes que desafían nuestra credulidad o de plano nos invitan a la risa: por ejemplo, que Emilia, joven huraña, silenciosa, frágil, fóbica, se vuelva nada menos que repartidora de verduras en una bicicleta apenas llega a Chile; que Vera Sigall sea no solo una genial narradora, sino una hechicera de tal pelaje que con su simple corrección de los poemas de su amante convierta a este en una figura mundial de la poesía.

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¿Y qué decir de la melodramática revelación final de Horacio a Emilia, que nos sumerge de lleno en los terrenos de las telenovelas más truculentas? ¿Y qué de la audacia de Guelfenbein, que deviene ridiculez, de incluir en la novela un presunto cuento de la Sigall que Emilia califica con grandilocuencia como revelador de la “esencia del alma humana, y, a la vez que la miraba con desprecio e ironía, la redimía”, cuando no es sino un relato inane, sin fuerza alguna? ¿Y de las débiles motivaciones de los personajes, que se enamoran, desenamoran y alivian como por ensalmo de fobias sin que el lector jamás comprenda?

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En cuanto al estilo, “trabajo de prosa superprofundo”, se apela, cuando no a un lenguaje convencional, a un lirismo infestado de clichés, redundancias y cursilerías: “una historia compuesta por sentimientos fuertes, que no abarcaban tan solo el espectro del amor”, “huérfano de tu palabra y de tus calmos silencios, huérfano de ese mundo que compartíamos, que era tuyo y mío, pero al cual sin ti no sabía cómo regresar”, “un secreto oculto que nadie había visto antes”, “te entrego tu vida, Emi, para que la tomes en tus manos y la hagas tú misma”. Se trata, pues, de una prosa que aspira a la elocuencia pero resulta afectada, vacía y hasta involuntariamente cómica.

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Contigo en la distancia, Carla Guelfenbein, México, Alfaguara, 2015.

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*FOTO: Especial.

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