“La revuelta chilena es resultado de esta democracia impúdica”

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Nona Fernández, una de las nuevas voces de la literatura chilena, habla en entrevista de Voyager, su novela más reciente, un ejercicio de memoria familiar y social durante la dictadura

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POR DIEGO RECOBA

El País/GDA
Proveniente del teatro, la chilena Nona Fernández (Santiago, 1971) hizo su irrupción en la narrativa chilena con los relatos de El cielo, para consolidarse como una de las narradoras más interesantes de su generación con novelas como Mapocho, Chilean Electric, o La dimensión desconocida, entre otras. Apoyada en la memoria como relato fundamental en torno al cual se articulan los otros relatos, ha reconstruido desde una visión personal, pero también con grandes pretensiones colectivas, la historia de la dictadura chilena, de Santiago de Chile, de su familia. Voyager (Random House, 2020) es su última novela, en donde a través de una narrativa fragmentada y autorreferencial, conecta las atrocidades del pasado reciente, la vida de su madre, y la forma en que las nuevas generaciones revisan la historia, con un relato tan sutil como potente.

 

 

Gran parte de tu obra trabaja con la memoria. ¿Cómo integras tu memoria individual con la colectiva?
Creo que la memoria personal y la memoria colectiva no están tan separadas. Nuestra historia personal no está desvinculada en lo absoluto de la historia de tu casa, del barrio, de tu región, de tu país, de tu continente, de tu mundo. Por lo tanto si no estamos aislados en el acontecer diario, presente, no lo estamos en el acontecer pasado tampoco. Es imposible que recordemos un hecho sin que ese hecho esté predeterminado por lo que está ocurriendo fuera de nuestro ámbito doméstico. Es cuestión de subir, de alzar la mirada, y ver el todo del que somos parte. Con la memoria pasa eso, la memoria individual está trenzada con la colectiva, está hecha de nuestras memorias individuales que son contradictorias, arbitrarias, caprichosas y que en conjunto forman algo poroso, líquido, sin límites, inclasificable. La historia oficial es engañosa; por eso hay que sospechar, quizá observarla como una versión, pero nunca como algo único.

 

 

Pero hay siempre una zona de tensión entre el relato personal y el colectivo, ¿ahí ubicas tu trabajo?
Esa tensión se ha transformado en mi punctum de trabajo, ese espejeo, esa relación entre el pequeño y el gran formato. De eso se ha tratado mi trabajo sin que yo lo haya elegido. Los recuerdos, la memoria y los trazados personales son importantes si uno los ofrece a un colectivo y se vuelven parte de un movimiento mucho mayor. Hemos vivido mucho tiempo con esta idea de que la historia la escriben otros, que no somos parte de esa escritura, que lo que nos corresponde es ir caminando esa ruta que alguien traza por nosotros. La memoria es uno de los espacios donde uno puede hacer una primera desinstalación de esa idea. La primera misión de esa escritura es apoderarnos de ese pasado y exponer distintas versiones, pequeñas, grandes, contradictorias.

 

 

Ese trabajo con la memoria reciente no sólo se encarga de la dictadura, sino mucho de la democracia. ¿La literatura puede contribuir a sanar ciertas heridas sociales?
Creo en la literatura, la practico, soy parte de ella. Pero sé que no es la literatura la que sana, se requieren otros procesos, otras instancias para sanar. La literatura aporta, anímicamente, a abrir puntos de vista, a iluminar zonas oscuras. Pero no es la que está llamada a hacer los grandes cambios. La democracia chilena fue pactada con los militares. Se desarrolló hasta el día de hoy con las clases pudientes, con las cinco familias que son las que realmente han gobernado. Nosotros el día a día lo tenemos pautado por una Constitución que promulgó Pinochet, lo que habla de manera muy clara lo que ha sido esta democracia que ha profundizado un sistema económico, político y social que sólo ha traído desigualdad y abuso y que es lo que nos tiene ahora en una revuelta social como nunca pensé que iba a vivir. La revuelta es resultado de esta democracia tan cuestionada y tan impúdica, que ha sido larguísima. Desde que empecé a escribir he realizado cuestionamientos a esta democracia, sobre todo en el punto de la verdad y la justicia. Se condenaron y se enjuiciaron algunos casos emblemáticos pero muchos al día de hoy no tienen reparación, ni la tendrán. Es doloroso para las familias que siguen en pie con ese dolor. Siempre he estado incómoda con ese escenario y escribo siempre sobre esa incomodidad, desde la literatura, que es mi trinchera.

 

 

Te han situado generacionalmente junto a autores como Zambra, Costamagna, Jeftanovic, ¿cómo te ubicas en ese mapeo?
Me cuesta entender dónde ubicarme. Siempre ando como de extraterrestre en cualquier lugar, medio infiltrada. Vengo del teatro, que es un lugar que disfruto y amo y caí en la narrativa por puro placer escritural, no vengo de las letras. Entonces siempre me ha costado verme en el panorama literario completo. Entiendo igual que es parte de la academia y el mercado editorial, que necesitan encasillar las cosas, los libros, las autorías. Ahí he caído entre los autores de la llamada “literatura de los hijos”, no solamente en Chile sino a nivel latinoamericano. No me siento tan parte de eso, creo que las literaturas y las autorías son tan diversas como personas hay en el planeta. Y por lo mismo me cuesta darme cuenta cuales son los límites de mi generación.

 

 

¿Cómo han continuado o se han opuesto a la forma en que la generación anterior entendía la literatura?
La posdictadura es la instalación brutal de un sistema del miedo de quedar cesante, no tener un lugar de status, un lugar económico, de no tener un auto, un televisor. El miedo a no tener acceso, el exitismo tremendo. La literatura anterior a nosotros se hizo cargo de eso, son la cara de ese país de dar vuelta la página, de la aldea global. Se moldearon muy bien a ese nuevo sistema. Parte de mi generación es muy crítica con ellos. No sólo por los discursos sino por los modos de producción, eso de ser una estrella, fantasía heredada del boom. Un autor con un súper libro, enormes ventas, que además tiene que escribir columnas, que tenga opinión sobre todo, que de cátedra. Escritores de verdad, como si nosotros no lo fuéramos.

 

 

¿Y cuál es la vuelta de tuerca que plantearon ustedes?
Como una reacción a esas formas de producción tan exitistas de los escritores importantes en serio, aparece nuestra literatura que es muy diversa y que está instalada en el lugar del fracaso, eso podría llegar a unificarnos. Tenemos la claridad de que no vamos a ser un éxito, y como no esperamos nada escribimos lo que queremos y tenemos ganas. Todos son intentos, puros intentos. Entender que todos los lugares donde están instaladas las fantasías fracasaron. Uno va contra la corriente. En ese sentido va contra parte de la generación anterior. No todos, hay proyectos como el de Diamela Eltit, que son potentes y absolutamente antisistémicos y que no tiene que ver con muchos de sus pares.

 

 

Es constante en tus novelas el diálogo con la tradición literaria chilena, ¿cómo se da ese vínculo?
Más que un procedimiento consciente de diálogo con la tradición, creo que es algo que está en uno. Los libros que me remecieron, Donoso, Bombal, Droguett, Lihn, Isidora Aguirre, sus trabajos quedaron en mí, y yo sigo esa tradición sin planteármelo. Es la familia donde uno cae, comienza a constelar con ellos y te dejas iluminar, a bailar su baile sin darte cuenta. En Mapocho yo dialogo mucho con La amortajada de Bombal, pero no me di cuenta de eso hasta muy avanzada la escritura. Luego le puse un epígrafe, pero no fue pensado de antemano. Me alimento, siento que está en mi sangre. Lo que sí hago a veces cuando me siento desolada literariamente, cuando te falta pluma, es decir, cuando está la idea, la voluntad, las imágenes, pero faltan palabras, ahí a veces me meto a buscar textos. Cualquier página que abra de Droguett me enciende algo, y eso es muy bonito.

 

 

En los últimos meses se ha dado un intercambio público de autoras que plantean la necesidad de una nueva literatura que tome en cuenta la revuelta chilena.
Hemos estado pensando hace mucho tiempo en colectivo. Qué significa una autoría en un país en metamorfosis. Queremos replantearnos las reglas del juego y para eso tenemos que replantearnos muchas reglas anteriores. El campo literario no está fuera de eso, somos una parcela muy pequeña y con muy poca importancia pero está inserto en eso. Entonces desde ese lugar, pensar cómo se define una autoría, quién es una autora, quién no lo es. Antes de alguna u otra manera se definían esas cuestiones desde el mercado, pero con la llegada de las editoriales independientes se democratizan esas autorías y se las pone en tensión, porque permite muchas, de distintos grosores. Me interesa el ejercicio del movimiento y el caos, poner a prueba los cánones, los límites. Eso es lo interesante del proceso creativo en general, si vamos repitiendo los modelos, los cánones, todo se estanca y eso es uno de los grandes problemas como sociedad incluso, hay modelos que hay que cambiar, romper. Tenemos que replantearnos las cosas desde un lugar híbrido y diverso porque estamos entendiendo que la riqueza no está en la uniformidad sino en la diversidad, en las diferentes voces, propuestas, territorios, contextos, lugares.

 

 

¿Con relación al sistema patriarcal y la escritura de mujeres, por dónde iría la búsqueda?
Por quebrar el nicho de la escritura de mujeres, porque somos tremendamente diversas y no tenemos una literatura específica. Yo anhelo, y ese es mi trabajo, que se transforme el campo para volverlo democrático y que sean las autorías las que hablan. Una de las cosas que sí observo, a nivel mundial, pero principalmente aquí, es cómo el mercado lo coopta todo. Desde el 2018 hay una gran explosión del movimiento feminista, y el mercado aquí, en el laboratorio del neoliberalismo que es Chile, se apropia de eso también y lo que ha ocurrido es que las editoriales a veces fabrican autoras mujeres, como marca de generaciones, de algunos discursos, secuestrando el hashtag. Y en rigor, lo que plantean, no son discursos feministas, uno ve las mismas lógicas patriarcales de relato, o del paradigma femenino tradicional, mujeres que sufren, que sus vidas se articulan a partir de los discursos masculinos. Ahí hay una trampa tremenda. Pero el neoliberalismo es eso, una trampa tras otra. No es solamente leer mujeres, es establecer una escritura que vaya rompiendo esos paradigmas. Yo te diría que la escritura desde el feminismo propone una ruptura del ecosistema hacia otra forma relacional y escritural, rompiendo los propios paradigmas de lo que el patriarcado literario impone que debe ser la mujer. Lo estamos pensando constantemente, pero siempre desde ese lugar que observa hacia el lado, que intenta salirse de la competencia, de la marca, que intenta ver lo que no se ha observado todavía, la valorización de nuestras referentes invisibilizadas muchas veces, revisitarlas, reactualizarlas, hacerlas dialogar con el ahora y pensar en las escritoras del futuro. Que las que empiezan a escribir vean que hay una genealogía en la que se pueden anclar, la tradición de la literatura hecha por mujeres que el canon ocultó.

 

 

¿Hay una intención de cambiar la forma en que las mujeres aparecen en las obras?
En Voyager había un hilo secreto que era recoger y contar la historia de mi propia madre, de mi herencia. Instalarla como una madre que tuvo una práctica poco común en ese momento. Una mujer que decidió ser madre soltera, no casarse, hacer su vida sin girar en torno a un hombre, que la pasó muy bien, pero que era un paradigma no común y entendí que lo que ella hizo tenía un valor interesante de poner en la escritura. Y con mi abuela lo hice en Chilean Electric, recogiendo su herencia, una mujer trabajadora, que registraba, era secretaria ministerial y yo crecí en medio de sus archivos, sus actas, cartas, y creo que de alguna manera heredé esa tarea de registrar. Aparece un mundo así porque vengo de un mundo así, donde las mujeres fueron súper importantes, yo no tuve figura paterna, en mi casa eran puras mujeres, las que vivían y las que circulaban, las vecinas, las tías, las primas, donde había sin duda mucha sororidad, mujeres que se sostenían unas a otras, entablando unas familias que no son el paradigma de la familia conservadora y normal. Más allá de esa sororidad que viene en mi Adn, hay algo que he hecho muy consciente y es la idea de instalar paradigmas femeninos distintos a los que el modelo bombardea. Mujeres que no sufren por amor, que no están pautadas por los hombres. No es que el amor no esté presente en mis libros, pero lo está de otra manera.

 

FOTO: En 2017, Nona Fernández recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz que otorga la FIL de Guadalajara./ Sergio López Isla

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