La vida al margen: crimen y delito en la literatura
Desde los mitos hasta las grandes ficciones, el homicidio ha servido como detonante para explorar la psique. Autores como Dostoievski y Borges invitan a transitar entre los bordes oscuros del ser humano
POR JUAN CAMILO RINCÓN
En 1929, el escritor argentino Roberto Arlt describió lo que representaban los crímenes de barrio: “Pero todos están, en el fondo, satisfechos de que así sea la vida; esa vida que, para ellos, sólo es llevadera por los crímenes que la enrojecen”.
Los malandrines urbanos de poca monta que alimentaban “la vida dramática, la existencia sórdida” en los arrabales de la orilla son los protagonistas de artículos que el autor publicó en el diario bonaerense El Mundo, recopilados en el libro Tratado de la delincuencia. Aguafuertes inéditas (1996).
Arlt, considerado hoy uno de los escritores más importantes en su país, retrató en esas breves columnas la inutilidad de las leyes, la labor de policías y abogados, la indignación social y los modos de perpetrar un crimen.
Estos asuntos también alimentaron su ficción, en la que “exploró muy bien las cofradías border, delictivas, con fines disparatados y que a la vez son tan propias de la literatura”, como lo afirma la escritora Dolores Reyes, autora del fenómeno Cometierra (2019, reeditada en 2022 y cuyo gran disparador es, por cierto, el asesinato de mujeres por las violencias machistas).
¿Por qué el crimen y el delito resultan tan sugestivos para la literatura? ¿Qué hay en los cuchilleros, en el arrabal y en esa suerte de héroes de orilla —como los define Reyes— que asombraron a Borges y hoy siguen provocando escrituras del margen?
Tal vez “nos fascinan, nos aterrorizan, nos sacuden y nos enfrentan con las grandes preguntas filosóficas, nos recorren y nos sobrecogen constantemente como grandes temas medulares porque en ellos está uno de los territorios fronterizos de lo humano”, dice la escritora española Irene Vallejo.
Para el periodista y autor colombiano Santiago Wills, exbecario Fulbright y dos veces nominado al Premio Gabo, el crimen ha permitido “explorar el tabú, la moral, la animalidad y los límites del ser humano. Es un mecanismo que puede servirse del morbo y la sutileza, y jugar con temas como el libre albedrío, la locura y la belleza incluso en la violencia. Abunda en la literatura, como en la humanidad, y para algunos es un tema inevitable”.
Una historia criminal
Sobre este asunto, Irene Vallejo traza un recorrido desde sus mitos fundacionales: “Se suele contar la historia de la humanidad encapsulada en un crimen o en algún delito: Caín y Abel, la expulsión del paraíso, pero también los mitos antiguos, Saturno o Cronos devorando a sus hijos”.
Wills nos recuerda al crítico estadounidense John Gardner, quien dijo alguna vez que hay dos tramas en toda la literatura: “‘Me embarco en un viaje’ y ‘un extraño llega al pueblo’. A esta visión más bien reduccionista habría que añadirle, entre otras, ‘se comete un crimen’”, dice el autor de Jaguar, novela semifinalista del Premio Herralde en 2020.
Según Wills, la literatura siempre ha explorado el crimen y el delito, con los hijos de Adán y Eva “hasta la narrativa latinoamericana contemporánea de Fernanda Melchor, por ejemplo, pasando por las tragedias griegas, Las mil y una noches, Shakespeare y Dostoievski”.
El interés de la literatura por este tipo de asuntos en particular puede comprenderse por la percepción alrededor de que “lo humano se inaugura cuando nos empezamos a relacionar con el mal. Esa cuestión que nos fascina enormemente es también un poco el origen de la ley, y el territorio donde esta intenta resolver las tensiones más fuertes de toda la humanidad y sus relatos con sus fracasos, insuficiencias y vacilaciones”, explica Vallejo.
La autora se remonta a La República de Platón, obra en la que se planteaba una sociedad perfecta en la que no existe la impunidad. Allí se contaba sobre el anillo de Giges, que con ponérselo y hacerlo girar bastaba para hacerse invisible. Su portador podía entonces “perpetrar todos los delitos y atropellos posibles porque nadie jamás sabría quién era el responsable. Parte del gran dilema moral que se plantea es qué sería de la humanidad si existieran esos anillos, si no tuviéramos que temer el castigo o la fuerza de la ley”.
La reflexión de Vallejo se extiende hasta la literatura de Tolkien y El señor de los anillos (1954), “que se inspira en ese mito y vuelve a la idea de que el poder del anillo es profundamente corruptor para quien lo posee”.
Precisamente sobre la corrupción, Sergio Ramírez afirma que es “uno de los delitos más comunes y parte de la realidad contemporánea que no es posible eludir en una novela”. Para el autor nicaragüense, “el crimen organizado, la pérdida de poder territorial del Estado y la contaminación del Poder Judicial provocan una distorsión de la vida social, y a la hora de fijar las historias individuales en ese contexto, es que advertimos lo ineludible”.
El abordaje “del mal y la sombra en el ser humano, ese lado oscuro que todos tenemos y que rara vez dejamos que salga”, es el que la escritora mexicana Lola Ancira, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, destaca de obras universales como Crimen y castigo (1866), El talento de Mr. Ripley (1955) y el trabajo de Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga y Jorge Luis Borges.
Con ella coincide la argentina Mariana Travacio, finalista en diversos certámenes hispanoamericanos de narrativa, quien encuentra en clásicos como La Ilíada e infaltables de la literatura latinoamericana como Crónica de una muerte anunciada (1981) su valor como problematizadores de la inmensa complejidad humana y la posibilidad de reflexionarnos cuando se trata de temas neurálgicos.
Para la autora y psicóloga, lo más interesante es aquel crimen que no ocupa el primer plano sino que obra como detonante de una historia donde lo que importa es observar qué hace el ser humano con sus sentimientos, pasiones y reverberaciones. ¿Pudo determinado personaje obrar de otro modo? ¿Qué le llevó a actuar de esa manera y no de otra?, son el tipo de preguntas que, para Travacio, detonan historias extraordinarias.
Es entonces cuando la literatura “escudriña debajo de las razones, de la formación, de la humanidad y encuentra tantas aristas que queda corto el nombre delito para nombrarlo”. La autora de Como si existiese el perdón, novela reeditada en 2023, pone como ejemplo a los hermanos Vicario, quienes “se ven compelidos a ejecutar ese crimen porque era lo correcto: limpiar y salvar el honor de la familia. Cuando me encuentro con una acción violenta o criminal dentro de un texto literario, lo que me parece más rico es la narración de las múltiples determinaciones de todo acto humano con sus complejidades”.
Esas complejidades son examinadas a profundidad en personajes de la literatura universal como el flâneur de Charles Baudelaire. La escritora chilena Paulina Flores, reconocida por la revista Granta como una de las mejores narradoras en español en 2021, refiere un interesante análisis de Walter Benjamin sobre los textos del poeta francés: la contracara de la industrialización y el progreso fue la urbe como escenario ideal para los delitos y “la vida urbana transformada en algo amenazador e inquietante”.
La autora de Isla Decepción (2021) plantea que, según Benjamin, entre la masa de personas llegadas desde el campo a las ciudades posterior a la Revolución Industrial, “cada cual es un desconocido para los demás. En ese sentido, se juega mucho al detective en el desconocimiento y el temor al otro. Un hombre se hace sospechoso en la masa cuando más difícil resulta encontrarlo y dar con él”. Esta reflexión, para Flores, resulta muy útil desde la ficción.
Más allá de la novela negra y policiaca
Sergio Ramírez valora la posibilidad que ofrece la novela negra de lograr cierta distancia para contar las historias “sin que se vuelvan amarillistas o melodramáticas”.
En palabras del ganador del Premio Cervantes en 2017, “la novela negra tiene una tesitura propia que debe ser mejor valorada, porque no se trata de un género marginal, sino de una herramienta muy útil, como me ha resultado a mí con la trilogía del inspector Morales”. Sus claves: novela negra y humor negro.
La autora española Rosa Montero adiciona un ingrediente a la literatura sobre el crimen y el delito: la culpa, que no está presente sólo en las novelas de detectives, negras y thrillers. “En muchísimas obras hay un delito moral o ético, un sentimiento de culpa ante un comportamiento que tú mismo juzgas como inadecuado”.
En contraposición, nos recuerda a personajes maravillosos como los de Patricia Highsmith, que no sienten remordimiento “ante los que son juzgados como delitos tremendos por la ética general y por las leyes de la sociedad en la que vives”. Por ello, considera que el abordaje de estos temas en la literatura permite desplegar “un lugar muy interesante de análisis del destino humano pues, efectivamente, ante el crimen y el delito mismo, o ante la sospecha o la tentación del delito, se pueden definir muchas psicologías”. Un valioso recurso que, bien lo señala Montero, no es exclusivo de la novela negra.
Renombrar el delito, repensar al criminal
La literatura como realidad social no puede desprenderse del contexto donde es creada. Las historias que cuenta y la manera en que lo hace van cambiando a la luz de cada época: lo que ayer era concebido como punible o inmoral y digno de castigo, escarmiento social o condena, ahora es visto de otro modo, y las letras están ahí para registrar esos vaivenes.
Así lo expone la autora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, exgerenta del Plan Nacional del Libro y la Lectura de su país: “Lo que quizás ha cambiado es nuestra aproximación tanto al crimen y al delito, como al acto de hacer justicia. Ahí hay una mirada nueva que se corresponde con el espíritu de nuestros tiempos. El ejemplo más claro es el cambio en el nombrar: ya no se habla de un crimen pasional, sino de un feminicidio. Como escritora asumo una diferencia abismal que permea mi literatura de manera fundamental: ese cambio que podría considerarse meramente semántico, para mí significa una transformación profunda en la mirada sobre el crimen”.
Al igual que Ampuero, las nuevas concepciones de lo criminal son asuntos que la autora Brenda Navarro problematiza en su literatura. Con Casas vacías (2020) y Ceniza en la boca (2022), la ganadora del English Pen Translation Award en 2019 hace visibles las relaciones de poder que, de alguna manera, permiten que se criminalice a “ciertos sectores sociales o políticos, lo que ha dado lugar a una narrativa oficial sobre quiénes son criminales y quiénes no”.
En palabras de la escritora mexicana, “los delincuentes terminamos siendo todos aquellos que no entramos en la normativa y venimos, como siempre, a irrumpir en los espacios dentro del canon y de las estructuras políticas para contrarrestar las narrativas oficiales, del Estado y de la literatura misma”. Es el caso de los migrantes y de las mujeres empobrecidas a quienes se les han negado una serie de oportunidades, o que por exigir el acceso al aborto y otros derechos sexuales y reproductivos, terminan siendo criminalizadas.
Se trata de otro de los giros en las literaturas que, además, hoy ponen la mirada no sólo en el crimen mismo, sino también en el preámbulo y los caminos que llevan a alguien a cometerlo, particularmente contra una persona trans, una mujer, un inmigrante, según lo señala Ampuero.
“Ahí hay un recorrido de odio originado en una serie de discursos y acciones nacidas en el racismo, la homofobia, el machismo interiorizado, aupado y enseñado, los medios de derecha que promueven el miedo a las personas extranjeras, a los homosexuales, el temor de la Iglesia frente a la desaparición de la familia tradicional… para mí, todo eso es criminal”, afirma la autora de Sacrificios humanos (2021).
Por eso, explica, su literatura está llena de ese tipo de crímenes “sin ser novelas judiciales, pero sí con historias donde se evidencia una cierta justicia al mostrar la visión de la víctima”.
Ante todas esas singularidades de la psique humana y su expresión en el crimen y el delito, los lectores agradecemos los visos y grises narrativos sobre el tema, que la literatura se ha tomado el trabajo de contar, cuestionar y reflexionar.
En tiempos como los que corren, “donde se nos ha instalado el binarismo mental, el blanco o el negro, a favor de este o en contra del otro, se nos están perdiendo los matices y, sobre todo, algo que la literatura nos ha regalado largamente: las profundidades de lectura y de análisis de todo acto humano”, reclama Travacio.
Latinoamérica desde el borde
Dolores Reyes trae como primer referente en la literatura latinoamericana sobre el crimen “un librazo de Cristian Alarcón, Cuando muera quiero que me toquen cumbia (2003), que aborda la vida y la muerte, muy joven, de Frente Vital, un pibe chorro de la zona norte del conurbano bonaerense y, en el medio, esta existencia para el dios dinero por medio del delito. Lo que hace Cristian es construir esas vidas tan difíciles y generar una empatía impresionante”.
Al igual que Ampuero, en su literatura Ancira aborda el crimen y el delito como resultado de la desigualdad hegemónica y la dominación machista: “Lo hago como una vía de denuncia y de crítica para exponer estas desigualdades y distintas formas de violencia hacia el género femenino. Es mi forma de visibilizar y dar identidad o características propias a las víctimas. Trato de indagar un poco en quiénes están sufriendo ese tipo de violencia, por qué debe importarnos y por qué debemos hacer algo al respecto”.
Sergio Ramírez, por su parte, escribe sobre el mundo delictivo “para exponer y disecar una realidad, y ofrecer al lector una historia que sea capaz de atraparlo. Si quiero contar con congruencia y usar la imaginación y no la fantasía, debo ser realista y usar lo que la realidad me ofrece. Eso hace que la novela sea necesariamente crítica. Revelar las anormalidades de la vida pública se vuelve entonces didáctico”.
Desde su orilla, Flores destaca un conjunto de producciones latinoamericanas que han alimentado su propia literatura. Es el caso de Las homicidas (2019) de la narradora y ensayista Alia Trabucco, donde analiza “cómo se puede entender a la mujer como un ente asesino, ‘rol’ que generalmente corresponde más bien a los hombres”; Cárcel de mujeres, una historia fascinante sobre la escritora Carolina Gelb, que mató a su novio y fue liberada de prisión gracias a la intercesión de Gabriela Mistral; y La pista de hielo en la que Roberto Bolaño innova sobre el tratamiento de un asesinato y sus sospechosos “de un modo muy interesante en términos de género”.
De estas y otras obras, la autora destaca el análisis latente sobre la satanización de la figura de la femme fatale y de “cómo, en el fondo, la diversidad y la divergencia sexual se transforman en algo peligroso (…). En el fondo también es una innovación porque las mujeres asesinas siempre están ligadas a una perversión de la feminidad, asunto que el hombre y el sistema judicial casi que no pueden entender”.
En consonancia con la perspectiva de género que trazan Ampuero, Ancira y Flores, la escritora Colombiana Vanessa Londoño, ganadora del Premio Internacional de Literatura Aura Estrada pone de relieve la importancia de nuevas miradas, antipunitivistas (que plantean una justicia restaurativa) y casi antipatriarcales alrededor del delito y el crimen en la literatura.
Para la autora de El asedio animal (2021) hoy se están derribando aquellos mitos arraigados en nuestra literatura latinoamericana, a través de propuestas que remodelan y reescriben los paradigmas. Se refiere, por ejemplo, a “la labor absolutamente genial de la argentina Gabriela Cabezón Cámara con Las aventuras de la China Iron, pues en vez de sumergirse en ese mundo tan patriarcal de Martín Fierro, del crimen, la sanción, el punitivismo y la justicia del macho por mano propia, ella lanza una mirada completamente distinta y lo reescribe”.
Londoño alude también a la obra de su compatriota Juliana Javierre con Plaga (2021), que reescribe otro mito y plantea el espacio doméstico como un lugar de resistencia para las abuelas, madres e hijas. Escribir el territorio desde otras miradas y cuestionar la justicia más allá del crimen y el delito, como transacción de poder en la que solo algunas personas suelen salir favorecidas, es uno de los ejercicios narrativos que se propone Londoño con su obra: “El interrogante principal que se hace la novela es alrededor de la justicia narrativa, de quién tiene un lugar de enunciación válido para contar una historia y quién no”.
“Nuestra sociedad, con o sin culpa, está fabricando delincuentes”, dijo Arlt en 1932. La literatura sigue abriendo sus páginas para redimir, explicar, preguntar o condenar. Y le agradecemos por eso.
Ilustración: Daniel Razo /EL UNIVERSAL
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