Las diversas formas de la libertad femenina: reseña de “Radicales libres”, de Rosa Beltrán
Esta es la historia de una mujer que intenta comprender las razones por las cuales fue abandonada por su madre, cuando su propia hija toma la misma decisión que su abuela
POR ELOY URROZ
Hay muchas formas de ser feminista, pero ¿cuál es la justa?, ¿acaso existe una forma ideal? Radicales libres (Alfaguara, 2021), la sexta novela de Rosa Beltrán —y su mejor desde la maravilla que supuso La corte de los ilusos—, hace alusión justo a eso: el feminismo libre y radical de tres mujeres, su propia madre, su hija y ella misma, la narradora, alter ego de la autora. En segundo lugar, aparecen otras grandes radicales libres, primas, tías, amigas, mujeres que, desde los 60, han ido abriendo camino en México, mujeres que se han atrevido a decir basta en una sociedad férreamente machista y patriarcal. Radicales libres podría dividirse en dos, aunque no esté propiamente dividida de esta manera: una primera mitad enfocada en la madre y su desaparición a principios de los 70, y una segunda, enfocada en la hija y su desaparición. ¿Desaparición? ¿Fuga? ¿Abandono? ¿Pérdida? ¿Traición? ¿Huida? No. Simplemente vindicación de la propia libertad, de una libertad radical, la del poder para dejar todo atrás y seguir tu destino, el que ambas, madre e hija de la protagonista, han decidido llevar a cabo, dejando a la narradora con la catártica tarea de explicarse qué ha podido ocurrir para que las dos mujeres más importantes de su vida la hubiesen abandonado. Hacia el final del libro le dice a su hija ausente: “Eres extraordinaria en lo que haces, en lo que has hecho para irte y buscar una vida propia por tu cuenta y sin pedir ayuda. ¿Y sabes qué? En cierta forma eso que has hecho es exactamente lo que hizo tu abuela” (p. 363). Por supuesto, es difícil que el lector acepte esta premisa, es decir, la de que ambas huidas sean exactamente las mismas. Y es que una y otra vez comprobamos cómo la narradora se afana en buscar estos aparentes paralelismos, acaso como un sucedáneo de aceptación y justificación de su pasado o acaso creyendo que, al comprender las razones de la hija, podrá asimismo comprender las razones de la madre; no de balde, escribe poco antes que “fue a la distancia como aprendí a amar y valorar a mi madre, tu abuela” (p. 362).
Radicales libres, la más honda y reflexiva novela de Rosa Beltrán, pertenece a una estirpe de grandes historias sobre la madre: desde El libro de mi madre, de Albert Cohen, hasta Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir, pasando por Fierce Attachments, de Vivian Gornick y Canción de tumba, de Julián Herbert, todas indagaciones sobre las inextricables personalidades de las madres de sus autores, exploraciones sobre sus vidas, sus caprichos y deseos, sus difíciles relaciones con ellas, hasta llegar a sus muertes. En este sentido, Radicales libres no se queda atrás: ¿cómo contar la historia de una madre que abandona a sus hijas de catorce y doce años? He allí el más difícil desafío existencial para cualquier mujer que lo viva. Y con esa premisa arranca la novela. ¿Cómo explicarse a una misma (entonces una adolescente de catorce y ahora una adulta de 60) que tu madre te amaba y justo porque te amaba decidió dejarte sola y encontrar su destino yéndose con el vecino pintor en una Harley-Davison para nunca volver? ¿Y cómo decírselo décadas más tarde a tu propia hija? ¿Cómo hacer para no repetir esa historia y al mismo tiempo no abdicar de tu propia libertad de mujer? En el fondo, la novela de Rosa no es sino una valiente indagación dentro de sí misma: Radicales libres no hace sino afanarse en responder en cada página las razones que llevaron, primero a la madre, y luego a la hija, a abandonarla. Por supuesto que es más fácil comprender por qué un hijo se va del hogar, pero en el caso de la hija, ésta se va del país para siempre; en el caso de la madre, los motivos se vuelven mucho más complicados y sin respuestas precisas y claras. Y es ésta la sensación con que uno se queda: ni la narradora ni nosotros entendemos qué pudo orillar a la madre a escapar con el vecino pintor en una Harley-Davison para no volver, claro: aparte de las razones del amor. Y tal vez sea así, es decir, no hay mucho que entender. La primera página lo corrobora: “Nos dejó (…) no hay conclusión ni razones que expliquen por qué” (p. 11). Las cosas fueron así y eso finalmente le tocó vivir a la protagonista, ese fue su sino y acaso por eso es hoy ella es quien es y no otro ser humano. Es decir, no importa cuánto breguemos, jamás acabaremos de entender a nuestras madres. No por otro motivo, asumo, Radicales libres da un giro de 180 grados hacia la mitad de sus casi 400 páginas para volcarse en la historia de la hija y la de la relación de ésta hija con México, con sus amigas, con una generación a la que le tocó ver el desmoronamiento de México. Después de dos intentos de secuestro, después de presenciar el abuso al que fueron sometidas sus dos mejores amigas, la hija decide que ya no puede vivir en el amado país de Rosa Beltrán, el nuestro, el mío, y se va: “No, dijiste. Este país ya se había ido a la mierda y los que vivíamos aquí no nos queríamos dar cuenta” (p. 360).
Radicales libres me deja triste, muy triste. No sé si ese será el mismo efecto en otros lectores. La mía, no obstante, ha sido una tristeza retardada. No llegó sino hasta finalizarla; incluso un par de días después. Y al tratar de interpretarla mejor, no puedo sino inferir que esta tristeza me llega de distintos lados y por distintas razones: la novela de Rosa es, finalmente, la historia de la pérdida de un país, de la traición de un país, de cómo esta decepción ha llevado a millones —como a la hija— a irse para no volver, pero también es la tristeza que deja el saber que no importa cuánto queramos comprender o justificar las acciones de nuestros padres, al final nos quedará la amarga impotencia de no haber comprendido nada; mi tristeza, insisto, surge de corroborar que, por más que estemos decididos a explorar e ir hasta las heces de la historia y los orígenes en busca de la falla donde todo tuvo que haber dado inicio, nunca sabremos la verdad, porque, acaso, ni los otros (esos seres que amamos) tampoco la sepan.
FOTO: La autora Rosa Beltrán/ EFE/ Sáshenka Gutiérrez
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