Las emociones genuinas

Abr 5 • Miradas, Pantallas • 3985 Views • No hay comentarios en Las emociones genuinas

 

REBECA JIMÉNEZ CALERO

 

En las escenas iniciales de Los insólitos peces gato, primer largometraje de Claudia Sainte-Luce, no hay diálogos. Simplemente vemos a Claudia (Ximena Ayala) en la cotidianidad de su vida: despertándose en un cuarto completamente desordenado, improvisando un rápido desayuno y yendo a trabajar a un supermercado como demostradora de salchichas. Este silencio inicial no es gratuito, Claudia es una chica solitaria, su contacto con las personas es mínimo y su vínculo emocional con los demás inexistente. De hecho, la primera vez que la escuchamos entablar un diálogo es con un doctor hostil que se entromete en su vida sexual, pues Claudia termina internada en un hospital a consecuencia de una apendicitis. Esta coraza que se ha formado alrededor suyo debido a la hostilidad exterior y a la soledad interior es rota por la amabilidad y calidez de Martha, su vecina de cama en el nosocomio, quien, a diferencia de ella, parece vivir en un barullo permanente gracias a sus cuatro hijos.

 

Sainte-Luce, quien anteriormente había dirigido dos cortometrajes, Muerte anunciada (2006) y El milagrito de San Jacinto (2007), muestra una mano segura al dirigir su primer largometraje; si bien en un inicio pareciera que estamos ante un filme que se centrará en las desventuras de la chica solitaria que se busca a sí misma —personaje que lamentablemente parece estar a punto de convertirse en un cliché del cine mexicano actual—, pronto vemos que la historia de Los insólitos peces gato no va en esa dirección, sino que busca y encuentra su identidad en los rincones de la casa de Martha y su familia, así como en los recovecos de las personalidades de cada uno y en la relación que se establecerá entre todos.

 

Al salir sola tras su operación, Claudia es prácticamente arrastrada al hogar de Martha, quien estuvo internada unos cuantos días debido a complicaciones por su condición de seropositiva, lo que provoca que las visitas al hospital sean cada vez más frecuentes y dolorosas. Pero, llegando a casa, todo cambia: la rutina de comer todos juntos, de ir a la escuela, de trabajar, de regresar a la normalidad, al menos hasta la siguiente recaída. Es justo en esta primera visita de Claudia que podemos observar la agilidad de la cineasta como narradora: en un largo plano cámara en mano que, por momentos, pareciera tratarse de los mismo ojos de la recién llegada, entramos a la intimidad de este hogar de cinco, quienes de manera caótica pero eficaz se preparan para comer consomé y hot dogs. La experimentada cinefotógrafa Agnès Godard —colaboradora habitual de Claire Denis— mueve la cámara de un lado a otro siguiendo las acciones de Martha, Alejandra, Wendy, Mariana y Armando, quienes no dejan de hablar. Así como en la preparación de esta mesa, la cámara de Godard encuentra su eficacia en el caos: todos hablan y se mueven, pero todo funciona, y lo que vemos es un espacio armonioso, por contradictorio que parezca.

 

La presencia de Claudia también parece una contradicción: todos se preguntan qué hace ahí pero nadie parece dispuesto a dejarla ir. Esta mujer tranquila y discreta tampoco huye a los compromisos primero impuestos —llevar a los niños a la escuela— y después voluntarios —pasar la noche con Martha en el hospital—. Con el paso de los días, la chica solitaria comienza a ser parte de una familia numerosa que parecería no necesitar más integrantes, pero a quienes esta presencia les viene bien; a pesar de su aparente fragilidad, Claudia es más fuerte de lo que parece, no necesita levantar la voz ni imponerse. Su papel es estar ahí y ser la persona fuerte que todos necesitan cuando parece que todo se viene abajo.

 

Claudia Sainte-Luce, también guionista de la cinta, es generosa, que no complaciente, con sus personajes: los arropa a cada uno en su personalidad propia, nadie opaca a nadie y nadie sobra. Así, Martha, esta madre de cuatro hijos que padece una enfermedad muy grave, nunca pierde el buen humor: su presencia es luminosa. Tiene la fuerza suficiente para hacer los preparativos de su fallecimiento. La interpretación de Lisa Owen es precisa; la delgadez de su cuerpo contrasta con la alegría de sus ojos, por ello los momentos de sus recaídas son cada vez más impactantes. Alejandra (Sonia Franco), la mayor, tiene que asumir la responsabilidad de llevar el hogar, pero su trabajo y su relación amorosa se convierten en una carga más. Mariana (Andrea Baeza) y Armando (Alejandro Ramírez-Muñoz), los menores, parecieran no estar tan conscientes de la situación de su mamá; sin embargo, a partir de ciertos rasgos vemos cuánto les afecta. Finalmente, Wendy, la de en medio, es tal vez el personaje más complejo; su tendencia autodestructiva no se trasluce ni siquiera en sus momentos de mayor debilidad. Como dato curioso, este personaje es interpretado por Wendy Guillén, quien tuvo la tarea de interpretarse a sí misma, al no encontrar la directora a alguien mejor para hacerlo. Esto porque Los insólitos peces gato es una historia autobiográfica.

 

La directora Sainte-Luce alguna vez fue Claudia, la chica que, como reza el slogan de su película, adoptó a una familia. Y esta premisa le sirvió para realizar un filme a la vez divertido y sensible, que se encuentra justo en el punto medio del cine que se presenta en festivales —la cinta ha ganado ya varios galardones— y el que lleva a gente a las salas. Se trata de un cine inteligente que no rechaza su condición melodramática, sino que la lleva a buen puerto para conseguir emociones genuinas, un logro destacable para el cine mexicano.

 

 

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