Las intrigas de la tabla filosófica

Ene 13 • destacamos, Lecturas, Miradas • 1218 Views • No hay comentarios en Las intrigas de la tabla filosófica

 

El ajedrez es protagonista de varios relatos literarios, su juego dialéctico ha seducido a Borges, Zweig y hasta a detractores como Steiner

 

POR BENJAMÍN BARAJAS
Una simple mirada sobre el tablero de ajedrez podría llevarnos a imaginar una partida interminable entre Dios y el Diablo, para asegurar el futuro de la humanidad, según la maestría y el interés de cada uno de los competidores. El escenario de esta metódica contienda se inscribe en un cuadrado de 8×8 casilleros, cuyos perímetros defienden la alternancia rigurosa del blanco frente al negro; del día y la noche; del bien y el mal y, sobre todo, de la frontera difusa entre la vida y la muerte.

 

A diferencia de otros juegos donde el azar tiende sus redes e inclina el triunfo a su capricho, en el ajedrez pareciera que el arte de la recreación con el apoyo de las matemáticas conduce a la victoria del más apto sobre un “campo de fuerza”. El tablero filosófico, como lo nombrara el poeta Nicolás Guillén, instaura un tiempo y un espacio paralelos a la realidad, y es al interior de este microcosmos donde se libra la batalla infinita, utopía cuadricular que imaginaron los viejos hindúes en los pasados siglos.

 

La palabra juego, en su raíz latina, suscita el movimiento, y en las lenguas semitas se vincula con la risa y la alegría. El juego, para Huizinga, es un acontecimiento espontáneo anterior a la cultura, mientras que Gadamer lo asocia con la comunidad y la fiesta. Cuando los hombres se congregan, se olvidan de su ser individual, para acceder al contagio colectivo de la vivencia.

 

Pero el juego del ajedrez pareciera un acto de egoísmo no exento de soberbia; en él los jugadores se someten a una clausura voluntaria desde donde mueven las lentas piezas, como escribiera Borges, acaso por instrucciones de un dios que teje la trama, según las órdenes de otra divinidad más encumbrada.

 

Absorbidos por las urgencias del detalle, estos impávidos gladiadores se deshacen de la materia humana para acceder a la energía, precursora del cálculo. Los jugadores, sólo atentos a la estrategia de la defensa y el ataque en el marco del tablero, ignoran los crímenes y guerras contra sus familiares. Mujeres, niñas y ancianos son masacrados, pero nada los distrae, como escribiera Pessoa, porque el rey de marfil está en peligro.

 

El narrador austriaco Stefan Zweig fue aficionado a este legendario pasatiempo. Se afirma que lo jugó con su esposa un día antes de que ambos se suicidaran, en 1942. El último texto de ficción escrito por él fue Novela de Ajedrez, una obra maestra aclamada por sus lectores, la crítica y también fue llevada al cine en dos ocasiones.

 

La trama de la novela establece un paralelismo entre dos hombres de diversa condición social e intelectual que coinciden en un duelo durante una travesía, por barco, de Nueva York a la Argentina. Mirko Czentovic es un campeón mundial en la materia. Hombre de origen campesino, alto, recio, silencioso y soberbio, se enfrenta al Doctor B, un personaje que había sido torturado por la Gestapo, debido a sus vínculos con la nobleza austriaca.

 

Czentovic es dueño de una inteligencia instintiva, mientras que el Doctor B posee una imaginación sensible, capaz de anticiparse a los movimientos de su adversario. La partida mantiene en vilo al lector, gracias a la potencia narrativa de Zweig. Este relato es un magistral ejemplo de la seducción que ha ejercido el ajedrez en los literatos, como lo ha documentado Georges Steiner, uno de sus ilustres detractores.

 

 

Crédito de imagen: KEMCHS

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