Las lecciones de Lolita Bosch
POR GUILLERMO ESPINOSA ESTRADA
Tal vez lo primero que llame la atención de Campos de amapola antes de esto sea el subtítulo: “Una novela sobre el narcotráfico en México”. No sé si haya sido original del manuscrito o si fue un añadido por parte de la editorial; de cualquier manera es una imprecisión estética que, al menos en mi caso, pospuso su lectura durante varios meses. No quiero iniciar con una estéril divagación sobre los géneros literarios, es sólo que estamos frente a un texto que es mucho más complejo y ambicioso de lo que su subtítulo, como mirilla, sugiere. Para acercarnos un poco a la finalidad literaria de Bosch tendríamos que empezar diciendo que se trata de un poema, un poema épico para ser más específicos, que como toda épica tiene el objetivo último de explicarnos: “saber quiénes somos, dónde estamos, qué podemos hacer. Cómo comenzó todo. Cuándo”. Sólo para contestar estas preguntas —¿existen preguntas más pertinentes hoy?— es que se alza una voz que nos relata, nos dice, nos recuerda y nos inventa un origen. El libro es, literalmente, un viaje a la semilla: un recorrido que transita de julio del 2003 hasta abril de 1906 y recrea nuestro siglo XX en reversa. La injusticia, corrupción y criminalidad que se relatan nos permiten entender mejor el presente y concluir con la narradora “que somos la consecuencia de nuestra historia”. La primera finalidad de Campos de amapola es echar un poco de luz en las tinieblas para hacer del día de hoy un lugar menos oscuro.
Para ello, Bosch no se conforma con levantar esa investigación histórica —como si fuera poco, como si cualquiera fuera capaz de hacerlo—. Además se siente con la obligación de construir un estilo. Porque lo que vivimos hoy, aunque se explique por los vicios de ayer, no puede ser narrado con los mismos recursos narrativos que utilizábamos antes. Desarrolla, al menos, tres estrategias retóricas que le ayudan a construir nuestro drama cotidiano:
a) La reiteración. Como una maestra que confía en las virtudes pedagógicas de la repetición, Bosch insiste —para que quede claro, para que no nos confundamos, para que no se nos olvide— en los nombres de las víctimas, su edad, y la forma en que murieron.
b) El bilingüismo. El texto oscila entre dos idiomas: va del español al inglés —como si hubiera sido escrito en una frontera, como si sus frases cruzaran, a la mitad, de mojadas hacia el otro lado—, tal vez porque el poema en sí mismo es un puente, el vínculo que une lo que sucedía antes con lo que pasó después.
c) La intertextualidad. Campos de amapola, además, es una composición coral. Tiene más de cien voces diferentes —de víctimas, políticos, periodistas, narcotraficantes—, exhumadas de más de cien fuentes distintas —narcomantas, corridos, entrevistas, artículos— que, entre todas, componen el mosaico del presente. Esta última estrategia resulta, sin lugar a dudas, la más interesante de todas: Bosch, al escribir, realiza un simulacro de la solidaridad y la empatía que urge traslademos a la realidad. En su texto todos nosotros convergemos porque, aún así sea a un nivel metafórico, al escribir, la autora va recomponiendo y enmendando el tejido social. Reconforma, con sus palabras, la idea de comunidad.
Incluso las fotografías del volumen —un elemento formal que suele sobrar en los libros de literatura porque los escritores las utilizan con un fin exclusivamente ilustrativo—, aquí son pertinentes. En el contexto del poema dejan de ser imágenes periodísticas y se convierten en texto: son las instantáneas de un álbum familiar colectivo en el que estamos presentes todos. Y es que el segundo objetivo de Campos de amapola es enseñarnos a escribir otra vez, de una manera en que el presente pueda ser verdaderamente designado y no sólo descrito.
Pero en sus páginas existe al menos una última lección: Este poema también nos enseña a leer, o al menos nos deja claro que ya no sabemos hacerlo y debemos aprender de nuevo:
“[T]odo lo que está sucediendo debe leerse siempre de otro modo.
Todo significa siempre otra cosa / Todo esconde algo.
Aunque nosotros a veces no podamos saberlo porque no lo entendemos.”
Y entonces la maestra nos explica —abnegada, solícita, también confundida— que algunas palabras —levantar, halcón, dedo, punto— han devenido otras cosas, al mismo tiempo que ciertos cuerpos —quemados, degollados, torturados, colgados, entambados— se han convertido en palabras. Son el mensaje de un nuevo código que debemos aprender a descifrar para que todo esto pueda terminar algún día. “Con esta lógica interna debemos aprender a leer”, asegura, “antes de exclamar: Qué estupidez. Qué vacío. Porque todo esto tiene un sentido que explica un mundo en el que usted y yo estamos inmersos”. Y lo dice porque el tercer propósito de Campos de amapola es mostrarnos que las palabras de antes designan nuevas cosas y las cosas de hoy exigen nuevas palabras. Necesitamos un nuevo tesauro.
A pesar de todo lo anterior, no puedo dejar de hacerle un reparo: este texto no puede ser propiedad privada, con esto quiero decir que este libro no debió publicarse en una editorial comercial. Esta historia es tan nuestra —Para nosotros, México, dice la dedicatoria— que debería pertenecernos a todos por partes iguales. Pero no es tarde para enmendar esta situación, apenas terminado el contrato Campos de amapola debería aparecer para descarga gratuita en el portal de Nuestra Aparente Rendición, al lado de otros textos que también procuran entender nuestra circunstancia.
Esta no es una novela de actualidad, ni una historia de amor con narcotráfico como telón de fondo y corridos de banda sonora; aquí no se utiliza la violencia con la misma frivolidad del guionista que maquina su próxima película de acción. Existe más bien una profunda voluntad de entendimiento, postura que inicia al aceptar que los hechos atestiguados nos resultan del todo indescifrables. En este libro de Bosch las palabras están en duda, el acto mismo de la escritura en entredicho, porque sospecha que sólo repensando el lenguaje podremos asimilar el horror.
Lolita Bosch, Campos de amapola antes de esto, Océano, México, 2013.
*FOTOGRAFÍA: La escritora Lolita Bosch durante la presentación de su antología de literatura mexicana “Hecho en México”/EFE