Las nuevas princesas

Jul 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 8122 Views • No hay comentarios en Las nuevas princesas

 

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA

 

Frozen y Maléfica ofrecen nuevas representaciones de las “princesas” de Disney. Adiós al “príncipe azul”.

 

Sólo existe un lugar en el que los niños pueden conocer hoy a las versiones humanas “oficiales” de Elsa y Anna, las protagonistas de Frozen, la película ganadora del Oscar a mejor cinta animada en 2014: Disney World. En concreto, en el pasaje de Noruega, en Epcot Center. Desde muy temprano, cientos de personas comienzan a formarse afuera de las rejas de la feria ideada por Walt Disney para representar el futuro de la aldea global. Una vez abierto el parque, corren desesperados para intentar conseguir un buen lugar en la fila. El tiempo de espera promedio para conocer a “la reina de hielo” y su hermana es de cinco a siete horas. En verano, la temperatura de Orlando, Florida, puede llegar hasta los 36 grados centígrados. Los niños soportan el castigo con un estoicismo casi religioso, como un paralítico que espera días al predicador que promete un remedio para su discapacidad. Todo un peregrinaje.

 

Con más de 1,200 millones de dólares recaudados en las taquillas del mundo desde su estreno en noviembre de 2013, y por lo menos otro millardo generado en merchandising y ventas en formatos caseros, queda claro que Frozen, la cinta dirigida por Jennifer Lee y Christopher Buck, es algo más que otro hit animado de la casa Disney. Su influencia se hace evidente a través de indicadores que van desde las más de 223 millones de vistas del clip oficial de Let it go en Youtube al hecho de que “Elsa” sea hoy uno de los 100 nombres más populares entre las recién nacidas del planeta. Quizá la muestra más contundente del impacto de Frozen sea cómo su popularidad le ha abierto el camino a otros productos calificados como innovadores o disruptivos, como es el caso de Maléfica, la cinta de Robert Stromberg protagonizada por Angelina Jolie que se ha convertido en el éxito de este verano, con más de 600 millones de dólares obtenidos en las salas de cine del orbe. Frozen y Maléfica han subvertido los tropos de los cuentos de princesas tradicionales de forma ya irreversible. Las princesas de antaño se han convertido en heroínas independientes más cercanas a los seres mutantes que pueblan los comics de Marvel (propiedad de Disney desde 2012) que a las figuras pasivas y ornamentales del canon conformado por Blancanieves, Cenicienta y La bella durmiente. Se trata de un cambio telúrico en la narrativa infantil que derivará en un nuevo entendimiento de la representación femenina en la cultura de occidente. La intención de este texto no es ponderar los méritos artísticos de estas películas, sino la de entender los mecanismos que animan el surgimiento de “las nuevas princesas”, sin duda uno de los fenómenos más vitales e interesantes del pop actual.

 

“Libre soy”

 

Se puede argumentar, con cierta razón, que Frozen no es una creación enteramente atípica en el universo Disney, sino la culminación de una serie de trasgresiones que iniciaron con La Sirenita (1989)y La Bella y la Bestia (1991) para desembocar en trabajos con una palmaria intención reformista, como Mulán (1998), filme en que se concibe a la figura de la princesa como una guerrera rebelde deseosa de escapar del estereotipo discriminatorio del orden dominante de la China antigua. De entre estos esfuerzos, destaca Valiente (Brave, 2012), obra producida por Pixar, la compañía apadrinada por el finado Steve Jobs que redefinió la animación por computadora y fue adquirida por el imperio de Mickey Mouse en 2006. Su protagonista, Mérida, es una princesa pecosa con habilidades excepcionales en el arco y la espada, sin interés en los hombres y poseedora de una rebeldía desbocada que la lleva a hechizar a su madre (a quien sin proponérselo transforma en un oso en una de las secuencias más oscuras del cine infantil reciente). Mérida es tan distinta del molde Disney que incluso se debatió si debería ser considerada como una “princesa” o una figura alternativa de la empresa del fallecido gurú de Apple. Disney terminó por aceptarla, no sin resistencia, en el panteón oficial en octubre de 2013, tras un fallido y controversial intento de cambiar su imagen a la de una figura esbelta y estilizada, más acorde con la estética tradicional. Valiente fue una cinta problemática que experimentó varios cambios por “diferencias artísticas” —la directora Brenda Chapman terminó por aceptar un codirector y la intervención de la “colmena” de creativos de Pixar. Aunque recaudó más de 500 millones de dólares en taquilla, cifra que la presenta como un esfuerzo muy rentable, la idea general es que es una de las cintas menos exitosas y logradas del equipo que produjo Up y Toy Story. Es una percepción errónea: además de ser una de las creaciones más complejas de Pixar, demostró que existía un público masivo en el ecosistema de consumo Disney capaz de aceptar temáticas femeninas que fueran más allá del “príncipe azul” y el “felices para siempre”. Sin Valiente, Frozen no existiría.

 

A primera vista, Frozen luce como un producto genérico de Disney: un musical encabezado por un par de hermanas/princesas entrañables en la infancia que se separan a causa de un destino manifiesto sobrenatural que corrompe a una de ellas y deriva en una etapa oscura para el reino, cuya salvación dependerá del enfrentamiento entre las fuerzas del bien (la virgen, sus pretendientes, un lacayo fiel y una criatura mágica que funciona como un generador de chistes enfocado a aliviar la tensión dramática) y la bruja otrora parte de la realeza que le daba orden al caos. La primera media hora de Frozen, de hecho, se desdobla así (lo que explica en buena medida la tibia recepción que recibió por parte de la crítica: el grueso de los analistas asumió que iba a ver lo mismo de siempre y desenchufó la atención durante los primeros 10 minutos). Sin embargo, en el minuto 31 (exactamente al comienzo de ese minuto: los actos del filme están planeados con la meticulosidad propia de un relojero suizo), lo que debería ser el rito de paso al mal de Elsa (la aceptación de la magia diabólica) se presenta como una desafiante declaración de principios. Pese a que su magia incontrolable casi mata a su hermana y sume al reino en un invierno eterno, “la reina de hielo” se acepta diferente y emancipa sus habilidades: lejos de transformarse en una bruja deforme y rencorosa (el destino lógico que le hubiera aguardado en una narrativa convencional de Disney), florece en una diosa creadora de mundos. La secuencia es notable gracias a Let it go (“Libre soy”, en la versión en español), la canción que le da voz a los sentimientos de Elsa. En el fondo, el mensaje es casi “punk”. Al igual que todos los himnos de rebeldía pop (de Anarchy in the UK a Creep), Let it go es un gran “jódanse”: no me importa lo que digan los demás, “el frío es parte también de mí”.

 

La toma de conciencia de Elsa recuerda a los personajes de Marvel y DC (el vestuario, incluso, remite a los cómics). La diferencia: no hay un momento en todas las cintas de la franquicia de Los hombres X que se acerque a la intensidad de Let it go. Cualquiera se puede identificar con el predicamento: los grupos de siempre —los “mutantes”: nerds, gays, minorías raciales, mujeres—, pero también alguien que sólo experimente un mal día. De manera similar a las mitologías de superhéroes, “la reina de hielo” se verá obligada a renunciar a su soledad para asumir responsabilidades con el bienestar colectivo (con su reino, pues).

 

De alas y traiciones

 

Frozen exhibe destellos mercadotécnicos geniales. En principio, es un musical con canciones pegajosas que conectan emotivamente con la audiencia, lo que redunda en que la cinta sea susceptible de verse innumerables veces, sin tener que concentrar el 100 por ciento de la atención, como un melómano pone repeat a su canción favorita del mes mientras realiza otras actividades. La cinta es ideal para traducirse a un musical de Broadway y a espectáculos on ice. Las posibilidades de secuelas y spin-offs son casi infinitas. Su potencial comercial no merma su carácter iconoclasta. La cinta rompe con varios tropos de Disney. El principal: el “amor verdadero” no viene del romance con un príncipe —el nuevo rostro del arribismo traicionero en los cuentos de hadas del siglo XXI—, sino de los lazos familiares entre mujeres: un concepto disruptivo que la ata con Maléfica.

 

Maléfica no es animada (por lo que es más cara y requiere de negociaciones con actores y agentes), carece de canciones y las posibilidades de extender su franquicia parecen reducirse a la disponibilidad y temperamento de Jolie (nobleza obliga: la sola imagen de la actriz en “parabuses” y vallas es por sí misma una victoria estética). Antes de su estreno, varios analistas predecían un fracaso de taquilla. Sorpresa: Maléfica es uno de los productos más rentables del verano. Esta “reimaginación” de la historia de La bella durmiente dista de ser un artefacto tan sofisticado como Frozen, pero es un indicador definitivo de la dirección que tomarán los cuentos de hadas, donde las otrora condenables brujas serán revaloradas como lo que en verdad fueron: mujeres inteligentes y rebeldes que se atrevieron a alzar la voz en un sistema dominado por hombres temerosos de su poder. La virtud toral de Maléfica es que presenta una “prueba de ácido” eficaz que permite distinguir sensibilidades: la interpretación del motivo por el que Jolie se venga del rey. El espacio mental entre los que sostienen que lo hizo por despecho y los que argumentan que fue por la mutilación de sus alas es el camino por el que transitarán las nuevas princesas de Disney. Que comience la hora de las brujas.

 

*Fotografía: “Still” de “Frozen”./ ESPECIAL

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