Las varias estaciones de un prosista

Nov 23 • Lecturas, Miradas • 4106 Views • No hay comentarios en Las varias estaciones de un prosista

 

POR LILIANA MUÑOZ

 

Héctor Manjarrez (Ciudad de México, 1945) ha sido objeto de opiniones muy disímiles:

cronista sentimental de una época —los sesenta, con sus ilusiones y su posterior

desencanto—, atado a ciertas convenciones que lindan la caducidad o el olvido, pero

a fin de cuentas inclasificable y heterogéneo. Una cosa es innegable: pocos autores

mexicanos han alcanzado, como Manjarrez, el cuidado y el rigor en el manejo de la prosa,

particularmente en el cuento, en donde hallamos quizá sus mejores páginas. Manjarrez

es un autor plenamente consciente de su vocación; en cuatro décadas ha publicado tres

volúmenes de cuentos (Acto propiciatorio, No todos los hombres son románticos y Ya casi

 no tengo rostro), algunas novelas (Yo te conozco, Pasaban en silencio nuestros dioses, La

 maldita pintura y Rainey, el asesino) y un par de libros de ensayos (de entre los que destaca

El camino de los sentimientos), una cifra relativamente modesta para alguien que lleva

tantos años escribiendo y que posee, además, una prosa tan bien lograda. Su más reciente

y cuarto libro de cuentos, Anoche dormí en la montaña, contiene en esencia lo mejor y lo

menos afortunado del autor.

Abren la colección dos relatos: “La esposa y el esposo y el amigo y el otro” y “La mujer,

el amante, el marido y el hermano”. Las oraciones impecables, larguísimas, la obsesión

con los cuerpos y el deseo, la tensión erótica que late en los silencios de los personajes

nos recuerdan, de entrada, a Juan García Ponce, con el que Manjarrez guarda notables

afinidades. En el primero, una mujer abandona a su marido, no sin antes dejarle una

nota en donde sugiere la existencia de un “otro” que la amó antes que él; en el segundo,

la protagonista establece con su amante el acuerdo tácito de crear una realidad ficticia

gobernada por su voluntad: “Tú serás ese gran amigo con el que me acuesto y no hablo

de amor y Matt no tiene por qué saberlo. […] Seremos como personajes de un libro” (p.

22). Múltiples fuerzas subyacen en ambos relatos: el amor, la pasión, el erotismo; en el

núcleo se encuentra el Mal como la única fuerza capaz de provocar una fisura irreparable

en los personajes. En estos cuentos, como en Ya casi no tengo rostro (1996), el personaje

femenino encarna la violencia de la posesión: es ella la que abandona, la que engaña, la

que ama —al mismo tiempo— “demasiado y demasiado poco”, la que define las reglas

del juego y emite la última palabra. Sólo a partir de la infidelidad logran los personajes

masculinos desprenderse de sí mismos e indagar en la naturaleza del deseo, en los vínculos

y las ataduras que se entablan con los cuerpos y, sobre todo, en la dificultad para percibir

desde afuera la propia pérdida amorosa: “Si yo la extraño tanto, ¿cuánto no la va a extrañar

él?” (p. 29).

Las series “Polis” y “Antaño”, segunda y cuarta sección de Anoche dormí en la montaña,

contienen cuentos más bien precarios, de una prosa menos ágil en comparación con

la primera parte del libro, y se erigen como una muestra de los consabidos vestigios

revolucionarios del autor: cuentos sobre el México de principios de siglo, sobre la dictadura

de los Somoza y la revolución sandinista, sobre Fidel Castro y la “cultura de la queja” que

definió a los años sesenta. Manjarrez ha expresado en una entrevista que los cuentos de

Anoche dormí en la montaña fueron escritos hace muchos años y no estaban destinados

a la publicación. Desconozco si es el caso de todos los relatos, pero me parece que estas

dos series muestran a un Manjarrez algo lejano y obsoleto, en pleno desfase generacional e

incapaz de conectar el valor histórico o testimonial de su literatura con las preocupaciones

actuales. Esas revoluciones, sus mitos y su desesperanza podrán haber sacudido con

brutalidad a una generación, pero abordarlas en este contexto con tal entusiasmo juvenil

constituye sin duda un anacronismo.

La sección más original y mejor lograda del libro es “Anoche dormí en la montaña”, serie

de seis cuentos que tienen por protagonista a Concha Retama, quien ya había aparecido

en El otro amor de su vida (1999). Los relatos transcurren en la Sierra Madre Occidental,

tierra mítica en donde convergen lo humano y lo divino, lo sagrado y lo profano. Por medio

de la comunión con el peyote, Concha logra adentrarse en este mundo místico, consciente

de que jamás logrará percibir la realidad como lo hacen los indios. Ella no es más que el

puente que conecta a la civilización con la barbarie, la que observa simultáneamente las

latas de cerveza Modelo y el éxtasis de los rituales religiosos. Concha y su amigo silente no

se proporcionan jamás sus nombres para no diluirse en sus respectivas identidades, para no

arruinar la experiencia de sumergirse en lo mágico y lo extraordinario. El viaje de Concha

es, en realidad, una vuelta al origen, a la feminidad más primigenia, a un tiempo anterior a

todos los tiempos: “En unas horas el universo entero comenzará de nuevo, a la vez desde

donde está y desde cero, desde el inicio absoluto” (p. 78). Y es precisamente aquí, en el

punto en el que Héctor Manjarrez deja atrás al escritor nostálgico de obsesiones históricas y

se asume como demiurgo, en donde hallamos su literatura más perdurable.

 

*Fotografía: Héctor Manjarrez, Anoche dormí en la montaña, Ediciones Era, México, 2013. 192 pp.

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