Más allá del mito cardenista
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En la biografía de Lázaro Cárdenas, personaje destacado del México del siglo XX, el historiador Ricardo Pérez Montfort rescata episodios valiosos del expresidente que quedaron en el olvido, como haber reunido a las principales figuras de la cultura mexicana en un proyecto propagandístico
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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
“Pensar que Cárdenas fue sólo un general-misionero, un demócrata mexicano o un presidente comunista revelaría más un afán de reducción o de simplificación, que un intento de entender a un hombre que se transformó conforme fue viviendo sus propias circunstancias históricas”.
Con estas líneas, el historiador Ricardo Pérez Montfort inicia su libro Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX (Debate, 2018), el primero de tres tomos (el último aparecerá en 2020), en los que estudia la relevancia del expresidente en la historia mexicana contemporánea. Para el investigador la dimensión simbólica que tiene Cárdenas en los discursos políticos debe evaluarse desde la vigencia de su legado institucional –hoy diluido, asegura, por la poca influencia política que tienen las organizaciones obreras y campesinas surgidas en su mandato–, la reivindicación de un Estado revolucionario fuerte y del presidencialismo.
Sin dejar de enunciar los aspectos más personales de Lázaro Cárdenas, los primeros dos tomos de esta biografía describen bien cómo su formación ideológica se dio a la par de su ascenso militar. Primero a la sombra de Plutarco Elías Calles y posteriormente como secretario de estado, gobernador de Michoacán y líder partidista. En las páginas del primer tomo escritas por Pérez Monfort, aparecen también personajes de la vida pública con quienes formó alianzas a lo largo de su carrera militar y política, sus colaboradores más cercanos y sus declarados enemigos.
El segundo tomo dedica varios capítulos a analizar el significado que tuvo la expropiación petrolera en la cultura mexicana, bandera del nacionalismo a la cual se unieron figuras artísticas e intelectuales como Gabriel Figueroa, Diego Rivera, Federico Gamboa, Carlos Chávez y Justino Fernández, entre otros, quienes ayudaron a crear todo una maquinaria de propaganda ideológica a partir de las artes, que fortalecía a México como estado soberano en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX traza el perfil de un personaje político que continúa teniendo un marcado peso simbólico aún en la historia reciente de México. Su hijo, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano contendió en tres ocasiones por la presidencia del país y hoy Lázaro Cárdenas Batel, nieto del general, forma parte del círculo de asesores cercanos al actual presidente Andrés Manuel López Obrador, quien no vaciló en incluir la figura mítica del expresidente revolucionario nacido en Jiquilpan en 1895, en la iconografía oficial del gobierno federal, al lado de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero. Su presencia simbólica nos lleva a cuestionarnos sobre qué mitos rodean a este personaje de la política nacional, sin olvidar la retórica heredada del nacionalismo revolucionario priista y de la oposición marcada por la derecha liberal.
Qué relevancia tienen Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón y Francisco J. Múgica en la formación ideológica de Lázaro Cárdenas?
Como figura hecha durante la revolución está muy ligado a los principios de la Constitución de 1917, una constitución liberal y en muchos aspectos reivindicativa del Estado como el regulador de la vida económica y social del país. Eso lo absorbe de un personaje tan cercano como Francisco J. Múgica, una de las figuras centrales del Congreso Constituyente de Querétaro. Pero también tiene una dimensión pragmática, donde está mucho más cerca de Calles. Su anticlericalismo es mucho más por Calles que de Múgica. Su impulso de las reformas agrarias proviene del reconocimiento de una vertiente zapatista desde su relación con el general Guillermo García Aragón y personajes agraristas como Gildardo Magaña, Saturnino Cedillo y Adalberto Tejeda. En términos ideológicos se inclina por el socialismo y el cooperativismo. Cree que es muy importante la organización. No estoy seguro de que haya sido un demócrata. Le gustaba la idea de la democracia, pero también la idea del Estado fuerte. Estuvo pendiente de lo que pasaba en la Unión Soviética pero también de lo que sucedía en Estados Unidos con Franklin Delano Roosevelt, quien representaba a este Estado rector del proyecto nacional, no solamente el regulador. Era un convencido del socialismo aunque no era un dogmático, más bien un pragmático.
¿Cuáles fueron los retos de su gobierno en temas internacionales?
En los años 20 la principal relación que había de México al exterior estaba dirigida a Estados Unidos, aunque existía una conciencia muy puntual de América Latina. Se tenía poco vínculo con Europa, pero precisamente el surgimiento del nacionalsocialismo en Alemania, el fascismo en Italia y la Guerra civil española crearon una conciencia internacional. A no ser por el periodo de la Primera Guerra Mundial, que coincidió con la Revolución, en los años 30 hubo una consciencia más clara que iba más allá de los Estados Unidos. Hubo una reivindicación de un “latinoamericanismo de contragolpe” y una preocupación particular por lo que sucedía en España; una conciencia de lo que ocurría, más aún cuando impactaba al país como la migración de los españoles a México y una buena cantidad de exiliados centroeuropeos perseguidos por la Alemania nazi. La sociedad mexicana adquirió un tono más cosmopolita. Hay que tomar en cuenta que ciertos sectores de Estados Unidos estaban preocupados por la orientación que se le daba al gobierno mexicano. Entonces el gobierno de Cárdenas hizo un trabajo importante de divulgación de la cultura mexicana en Estados Unidos, Europa y América Latina. Se preocupó por esa imagen a nivel internacional. A partir de septiembre de 1939 las cosas cambiaron en Europa y el gobierno enfiló sus baterías a Estados Unidos: organizó exposiciones, hizo publicaciones especiales sobre cultura mexicana en los consulados. Ésta, finalmente, es una constante en la relación entre la cultura y el Estado mexicano a partir de la década de los 30, aunque el cine y la radio se desarrollaron relativamente al margen del proyecto estatal pero con una comunicación constante.
En el segundo tomo menciona que hubo una efervescencia cultural en los años de la expropiación petrolera, que se reflejó en una diversidad de publicaciones culturales, oficiales y de otra naturaleza, que fomentaron el debate. ¿Cómo era el panorama?
La expropiación petrolera, al ser un evento inédito, fue un acto de reivindicación de la riqueza nacional frente a un desprestigiado grupo de empresarios que había maltratado a sus trabajadores y destrozado regiones completas del país. En pleno nacionalismo hubo un gran apoyo a esta decisión, incluso por la iglesia católica. La expropiación petrolera es el acto más significativo del nacionalismo cultural. Si vemos los murales pintados después de 1938, la mayoría tiene alguna referencia a la expropiación. Se adaptaron muchas canciones y corridos, se escribieron obras de teatro, novelas, se hicieron películas.
El gobierno de Cárdenas creó el Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda (DAAP). ¿Hay antecedentes de una oficina similar en México?
No como tal. Lo que sí hubo en el área de la educación fue la promoción cultural. Pero un departamento dedicado específicamente a la prensa y la propaganda no existía, mucho menos autónomo. El DAPP empezó con cinco personas y poco después eran 400. Lo mismo pasó con el Departamento de Asuntos Indígenas (DAI). El DAPP lo que tuvo –como lo han estudiado alumnas mías– es que fue consciente del uso de la propaganda, de los medios de comunicación masiva y de su potencial. Su director, Agustín Arroyo Ch., era un personaje muy cercano a Cárdenas. Hizo muchos programas de radio locales y federales, boletines de prensa en los que se contaron las acciones y resultados del gobierno. Fue un primer manejo de medios para generar una conciencia particular sobre fenómenos relacionados con el Estado. Después de la expropiación petrolera, en su último momento –porque se quedó sin recursos– el DAPP organizó exposiciones de arte mexicano en Europa y Estados Unidos. Puso a gente inteligente a hacer ese trabajo: Fernando Gamboa, el gran museógrafo de México; a Justino Fernández. Los seis años en los que gobernó Cárdenas hubo muchas transformaciones en el país. Muchos artistas, literatos, músicos fueron conscientes de ello. Eso es importante.
¿Cuáles son los referentes de los que se nutrió Agustín Arroyo Ch.?
Había sido diputado por Guanajuato y gobernador de ese estado. Era conocido en los ámbitos bohemios, pues tenía cierto don de gentes. Su hermana era secretaria particular de Emilio Azcárraga Vidaurreta. Es un personaje que conocía cómo funcionaban los medios, en su caso el radio, y mandó llamar a gente creativa. Estuvo emparentado con el coronel Aguilar, un cineasta que hizo las tomas áreas de las grandes manifestaciones de la expropiación petrolera. A Gabriel Figueroa le encargó un documental sobre la expropiación; también se rodeó de buenos pintores, se asoció con la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios); Carlos Chávez compuso algunos temas para el DAPP.
En toda esta efervescencia cultural hubo una gran cantidad de revistas independientes del gobierno. ¿Cómo contribuyeron en la diversidad de voces al fomentar otros foros de discusión?
Después de estos momentos terribles de la década de los 20, México entró a la década de los 30 como un espacio bastante cosmopolita. Había mucha gente de todas las partes del mundo. Vienen norteamericanos, alemanes, franceses, ingleses a filmar al país. México fue un polo de atención importantísimo por el muralismo y el arte popular. Llegan Graham Green, André Breton, Trotski, Eisenstein. Esto también se refleja en el intercambio de opiniones. Es una sociedad chica pero con sus diferencias. Ahí aparecen las revistas. Muchas apuntaladas por el gobierno y otras impulsadas por la iniciativa privada. Hay una gran cantidad de periodistas extranjeros que se ponen en contacto con los autores y los difunden en Latinoamérica y Europa. En ese sentido México sí es un polo de atracción.
¿Podríamos considerar que muchos de esos cánones estéticos permanecen en nuestra diplomacia cultural?
Desde luego. El nacionalismo cultural es un gran legado, no solamente de Cárdenas sino de la posrevolución de los años 30: el muralismo, el nacionalismo musical, la reivindicación de la música popular (mariachis, jarochos, marimbas) está presente en la promoción de la cultura mexicana hasta la fecha.
¿Cómo entendemos su faceta como negociador?
Esta faceta lo distingue de sus antecesores, quienes desde luego tenían que negociar, pero llegaban a un límite del que después se mataban. Él no es un matón. No es blando con el gatillo como sí lo eran Obregón y Calles. Aprende la utilidad de la política porque se da cuenta de los horrores de la guerra. Cree más en la paz que en la guerra. Claro que cuando tiene que tomar una decisión radical la toma, como cualquier militar. Pero no es su primera opción. No solamente negocia con las compañías en la Huasteca hasta donde se lo permiten porque todavía no tiene autoridad para tomar decisiones. Cuando ya la tiene trata de negociar hasta que se aparta y viene la expropiación petrolera. Lo mismo hará en otros casos, como en la redistribución de tierras en Nueva Italia y Lombardía, grandes haciendas en Tierra caliente michoacana. Trata de negociar en menoscabar el poder del Estado y la Presidencia. Ahí está parte del conflicto con Calles, quien confronta a la Presidencia y Cárdenas hace todo lo posible por negociar. Cuando ya no es posible, en vez de mandarlo matar, como Calles hizo con Serrano y Arnulfo R. Gómez, lo expulsa del país. Es una medida radical, pero es más respetuosa de la vida. En ese sentido es un cambio de estilo. Cárdenas, aunque en algunas cosas era muy terco y muy obtuso, en otras sí se logra negociar con él: pacifica a los líderes cristeros, pacta con las organizaciones obreras y campesinas y su negociación más importante es, desde luego, la expropiación petrolera. Es una medida radical, pero negociada también. No se impone desde la Presidencia, pero se reconoce una deuda económica. No es tan radical.
Se compara mucho a Lázaro Cárdenas con Juan Domingo Perón y Getulio Vargas. ¿Cómo evalúa esa comparación?
Establecer paralelismos no es propiamente tarea de un historiador. No me queda tan claro el parecido entre Perón, Vargas y Cárdenas. Meterlos a los tres en los códigos del populismo me parece un despropósito. Es no reconocer los contextos históricos particulares.
¿Hoy cuál es el valor simbólico de Lázaro Cárdenas como emblema de propaganda política?
Es complejo. Su dimensión simbólica está más en haber apuntalado un proyecto de país en un momento dado. Hoy en día queda muy poco del cardenismo. Ni siquiera la dimensión corporativa del partido. A la Confederación de Trabajadores de México (CTM) nadie le hace caso. En el medio político, desde luego, representa una dimensión institucional que apunta hacia la izquierda, al reconocimiento de una mayor justicia social, de una reivindicación de los valores populares. En un balance del siglo XX, en términos simbólicos, Cárdenas como Madero –quien tiene un simbolismo democrático– representa un momento en que se empujó hacia una orientación reivindicadora del Estado revolucionario con un proyecto de nación apuntalado por el nacionalismo y una línea popular, no populista. En ese sentido sí tiene una connotación simbólica. Pero también Cárdenas podría tener la connotación simbólica de la reivindicación del presidencialismo, la figura del presidente como un eje neurálgico del acontecer nacional.
FOTO: Lázaro Cárdenas con un grupo de colaboradores./ Ilustración de Dante de la Vega a partir de una foto de Archivo EL UNIVERSAL
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