Las palabras hacen visible la violencia
POR ANA ANABITARTE
MADRID.- Con sólo 23 años Édouard Louis (Hallencourt, Francia, 1992) se ha convertido en un fenómeno editorial en Francia con su primer libro: Para acabar con Eddy Bellegueule (Salamandra), del que se han vendido 200 mil ejemplares, que se ha traducido a una veintena de idiomas entre ellos el japonés, y que ahora llega a México. Un texto completamente autobiográfico en el que Louis, que se cambió su nombre original de Eddy Belleguele porque para él era sinómino de “pobre y maricón”, narra su dura infancia en un pequeño pueblo de Francia durante la que padeció todo tipo de humillaciones por pertenecer a una familia muy pobre y por ser homosexual, condición que ocultó durante años. En entrevista con EL UNIVERSAL desde un hotel de Madrid, Louis explica que el libro, en el que habla de la pobreza, de la exclusión, de la incomprensión, de la homofobia y del racismo, lo escribió no como venganza “sino para intentar comprender el origen de la violencia en el entorno familiar en el que vivía”, y que con él ha tratado de dar voz “a los que no la tienen”.
Para acabar con Eddy Bellegueule narra los terribles padecimientos que usted vivió durante su infancia en la que sufrió todo tipo de humillaciones y de violencia tanto en su familia como en la escuela. Y muestra una Francia en los años 90 intolerante, pobre, racista, homófoba, ignorante y sobre todo, muy violenta, que sorprende al lector.
Sí. Muchos editores no quisieron publicar el libro porque decían que lo que yo contaba no era verdad. Sin embargo, me he dado cuenta de que la violencia que yo viví no es sólo un problema francés. Es un problema de clases sociales. Y un problema de visibilidad porque es un mundo que nunca se ha representado en la literatura. Cuando presenté el libro en Italia y en Francia mucha gente se me acercó y me dijo que habían vivido lo mismo que yo. También en la Texas profunda y ahora en España. En Francia mucha gente se sorprendió de mi libro pero a mí me causaba asombro el asombro ajeno. Es una realidad invisible que hay que hacer visible. Uno de los principios fundamentales de la violencia, sea social, contra las mujeres o contra los homosexuales, es que funcione de manera invisible. Y cuando las palabras la hacen visible se produce la sorpresa. La astucia última de la violencia es precisamente ser invisible. Hasta los que la viven, hasta los que son sus víctimas no la ven, la consideran invisible. Mi propia madre no la ve en todo el libro. Considera que no es desgraciada y que está bien. El libro muestra que la violencia es invisible y que está en todas partes.
Su libro también demuestra que el sistema educativo francés falla.
El sistema educativo es uno de los grandes mecanismos de reproducción social. No sólo en Francia sino también en América Latina y en España. Los que acceden a las posiciones más altas provienen siempre de medios privilegiados. Entre las clases populares y el sistema educativo hay una brecha. Hay una exclusión sin responsables. Las clases populares no se sienten a gusto en el colegio. Para afirmar su virilidad necesitamos ser duros, ser arrogantes con los profesores, mostrar el desprecio por la escuela. Si no mostramos así nuestra virilidad nos quedamos al margen de nuestra clase. Por otro lado hay algunos que se eliminan. La escuela espera que los alumnos tengan familiaridad con la cultura, con los museos, con el teatro y eso evidentemente no sucede con las clases populares. No lo llevan a la escuela. Y eso hace que se sientan expulsados del sistema educativo.
¿Todos sus compañeros en la escuela eran de su misma clase social?
Mi pueblo es pequeño, está situado al norte de Francia y está muy aislado, excluido y después de que cerraran las fábricas que hay alrededor se hizo muy pobre. Y allí la homogeneidad es muy grande. La gente vive en el mismo medio social, en la misma pobreza, hay muy pocos modelos de identificación. Uno de los problemas que plantea la novela es que los individuos no pueden quejarse. No pueden decir que sufren porque está mal visto. No sólo la violencia es invisible sino que no se puede hablar de ella. Y eso hace que las cosas no cambien. Cuando Eddy se deja golpear por unos jóvenes en el colegio y los protege es porque si él fuera a quejarse a los profesores se consideraría una debilidad, parecería que revelaría una debilidad íntima. Es otro de los trucos de la violencia. También la madre de Eddy sufre, pero nunca lo reconoce.
Usted se educó en un ambiente en el que la literatura estaba completamente ausente. ¿Cómo empezó a escribir?
En mi casa no había un solo libro. Para ser un hombre había que rechazar la literatura. De hecho leer era algo de mujeres, femenino. Yo resistí leer durante mucho tiempo. Fui al liceo y no leí nada y allí escondía mi homosexualidad. Pero la madre de un amigo me habló del libro de Didier Eribon Regreso a Reims (Retour á Reims) que cuenta su vida y su infancia siendo un niño homosexual de clase obrera. Me dijo: “tienes que leerlo porque es tu historia, excepto porque él es homosexual”. Me sentí autorizado a leerlo porque la madre me dejó fuera de toda sospecha de homosexualidad. Y aquella lectura fue muy importante para mí porque era un momento en el que yo estaba buscando mi propia identidad. Lo leí por azar y después seguí leyendo. Me di cuenta de que mi vida apenas comenzaba.
¿Cómo ha sido la reacción en su pueblo y en su familia a la publicación del libro?
Han sido muy distintas. Hubo reacciones muy violentas. Algunos políticos dijeron que insulté a la región de la Picardía, cosa que es absurda porque la novela no habla de la Picardía sino de la violencia y de la exclusión social. Mi familia se sintió cuestionada cuando en realidad el libro trataba de hacerlos visibles, darles la palabra. Mi madre me llamó por teléfono para preguntarme por qué decía que era pobre. Le daba igual que yo dijese que era racista, lo que no le gustaba era que yo dijese que era pobre. Es terrible que la gente que es pobre no se atreve a decirlo porque se sienten insultados al verbalizarlo. El propio poder contribuye a esa vergüenza de decir que uno es pobre porque el poder habla de la pobreza como si fuese un insulto. Como si la gente que es pobre fuesen vagos. Mi padre compró 25 ejemplares para regalárselos a sus amigos pero no sé si lo leyó. Mi hermano mayor me amenazó y fue a mi casa de París para matarme con un bate de béisbol. Yo no he vuelto a mi ciudad natal ni creo que lo haga, no tengo ganas. Pero también he recibido apoyos. Personas que han vivido cosas muy parecidas hasta extremos insospechados me han escrito. Personas que también iban a un pasillo para ser golpeados.
Ahora, ¿sufre al hacer entrevistas y recordar todo ese pasado o le sirve de terapia?
No sufro. Cuando viajo al extranjero los editores me han dicho siempre que si hay alguna pregunta que no quiero contestar que se lo diga. Pero les dije que no porque no hay ninguna pregunta que me moleste. Lo que yo quería con esta novela es meter en el espacio político de la palabra cosas que son tildadas de personales pero que en realidad están atravesadas por la política. Existe esta actitud de decir que la lucha por los movimientos feministas, por los movimientos homosexuales son cosas privadas que no interesan. Albert Camus le dijo a Simone de Beauvoir cuando publicó El segundo sexo que esas eran historias de mujeres que no le interesaban a nadie. Sin embargo, la literatura politiza cosas que habían sido arrinconadas a lo personal precisamente para no tener que hablar de ellas. Cuando yo estaba escribiendo este libro comprendí que hasta las lágrimas de Eddy que son algo íntimo, fisiológico, personal, son políticas porque de lo que hablan es de la historia de la exclusión y de la violencia.
Después de escribir este libro, ¿tiene la sensación de que la literatura le ha salvado la vida?
Por supuesto.
*FOTO: En su libro Para acabar con Eddy Bellegueule, Édouard Louis relata la segregación de su comunidad de origen, en el norte de Francia, hacia las minorías sexuales/Especial
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