Leo Matiz, desfavorables omisiones
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Las muestras que el Museo del Palacio de Bellas Artes y el Colegio de San Ildefonso presentan sobre la trayectoria profesional en México de este fotorreportero colombiano durante la década de 1940 no logran ocultar sus lagunas históricas, lo que da como resultado un perfil incompleto de este intrépido artista de la lente
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POR ARTURO ÁVILA CANO
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Leo Matiz. El muralista de la lente, título de sendas exposiciones con las que el Antiguo Colegio de San Ildefonso y el Museo del Palacio de las Bellas Artes celebran el centenario del fotógrafo nacido en Aracataca, Departamento del Magdalena, Colombia, es –y es un deber reconocerlo–, una frase ingeniosa de mercadotecnia… nada más. Ambas muestras ofrecen al visitante una aproximación a la breve pero intensa itinerancia de Matiz por territorio mexicano (1941-1947). Sin embargo, se deja a un lado información puntual que permita al público tener una idea más precisa sobre la relación profesional que tuvo este notable fotógrafo con el mundo cultural de este país. Además, no se llega a comprender del todo el desencuentro con el muralista David Alfaro Siqueiros.
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Es de celebrarse que ambas exposiciones ofrezcan al visitante la oportunidad de apreciar impresiones de época: tanto positivos como hojas de contacto elaboradas por el propio fotógrafo y que pertenecen al acervo de la Fundación Leo Matiz y al archivo de la Sala de Arte Público Siqueiros (SAPS). No obstante, el trabajo que este fotógrafo desarrolló en las principales revistas ilustradas de la década de los cuarenta y el papel del crítico de arte Antonio Rodríguez, ciudadano de origen portugués exiliado en México, en el temprano reconocimiento de Matiz como uno de los grandes fotógrafos de prensa, son omisiones que inciden en la calidad de ambas muestras. Vayamos por partes.
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A manera de introducción, en San Ildefonso se exponen algunas caricaturas que Matiz elaboró para publicaciones de Santa Martha y de Bogotá, así como las fotografías más icónicas que captó en su natal Colombia, como es el caso de “El pavo real del mar” (1939) o “El circo de Macondo” (1960). La imagen de aquel pescador del Río Magdalena contiene una poética visual que marcaría sus búsquedas estéticas. Ese fue el sello que distinguiría su obra.
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Las imágenes de Leo Matiz nos invitan a reflexionar sobre aquel vínculo que existe entre la voluntad de documentar un hecho periodístico y la poiesis que aplica el fotógrafo al momento de elaborar las imágenes. Decidir un ángulo, un encuadre, estar atento a la incidencia de la luz y otros artilugios que le otorgan una cualidad plástica a las fotografías, son hechos que nos hablan de las resoluciones de un autor y no de un operator que oprime un disparador para registrar mecánicamente un hecho.
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Sobre la poética de Leo Matiz, Antonio Rodríguez, impulsor de la primera exposición sobre fotoperiodismo en México (1947) –cuya historia fue rescatada por Rebeca Monroy Nasr en Ases de la cámara: textos sobre fotografía mexicana (INAH, 2011)–, escribió: “Al deparársele una cámara fotográfica, comprende el mundo de posibilidades artísticas que residen en este maravilloso instrumento de nuestra época…”. El afamado crítico de arte, “fecundo escritor… Impecable y feroz con las palabras”, influyó decididamente para que el gremio de fotoperiodistas mexicanos reconociera el talento de Leo Matiz. En 1945 Matiz recibió el premio al mejor reportero gráfico. Al respecto, Rodríguez reconoció que Leo le había “dado mayor realce y vida al reportaje fotográfico. Sus reportajes relatan hechos de la vida, episodios, escenas de trabajo, que tienen un comienzo en el tiempo y en el espacio, se desarrollan y terminan en el punto preciso… Como periodista, es, además, un gran hallador de temas, de sucesos, de cosas antes no reveladas”.
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En el notable conjunto de fotografías montadas en San Ildefonso destacan diversos retratos que no son del todo conocidos por el público mexicano, fotografías originales de personalidades como Agustín Lara, Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Joaquín Pardavé y José Clemente Orozco, entre otros más. Varias imágenes confirman que este último, afamado muralista cuyo rostro reflejaba una personalidad hermética, colaboró de manera afable con el oriundo de Aracataca. Quizás el hecho de que Leo Matiz hubiera practicado el arte del dibujo en una época temprana de su vida, fue un tema de solaz conversación; sin embargo, también se dice que la simpatía entre ambos personajes se generó gracias a la intervención del historiador Justino Fernández y del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob.
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Tras apreciar esas fotografías uno se percata que la muestra es un resumen apretado del libro El México de Leo Matiz, publicado hace nueve años por Ediciones El Equilibrista. Para esa obra editorial, Eva Calderón Zavala realizó una bien documentada investigación sobre los reportajes que Matiz publicó en las revistas Así, Mañana y Nosotros. A lo largo de 20 páginas de este libro, la autora expuso algunas planas de las revistas de época para que el lector pudiera observar el diseño, la puesta en página de los textos y las fotografías de Leo Matiz. ¿Por qué la curaduría de San Ildefonso no tomó en cuenta esta investigación?
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La ausencia de esos documentos nos impide apreciar la estética que Leo Matiz desarrolló en sus reportajes gráficos. Acompañado algunas veces de jóvenes periodistas como Luis Spota, llevó a cabo impresionantes trabajos, como el desarrollado en las Islas Marías y que constó de 7 entregas para la revista Así; o los de la zona maya publicados en Nosotros, y ni qué hablar de aquel gran reportaje sobre el pulque, que fue ilustrado con imágenes de Matiz y un texto de Antonio Rodríguez, para el número 2 de Norte. Revista Continental, en diciembre de 1945.
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Dado el vasto acervo con el que cuenta la Hemeroteca Nacional, o bien algunos coleccionistas particulares, la ausencia de revistas de época en la exhibición de San Ildefonso es inexcusable… y la muestra del Museo del Palacio de las Bellas Artes (MPBA) no se queda atrás: se extraña la presencia de una hoja de sala que nos introduzca al desencuentro entre Leo Matiz y David Alfaro Siqueiros, entre otros asuntos, y además se omite un documento relevante en la historia de este conflicto.
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La muestra Leo Matiz. El muralista de la lente. Siqueiros en perspectiva ocupa dos salas del MPBA. El recorrido museográfico fue pensado para que el visitante observara la relación de trabajo entre el fotógrafo colombiano y el artista plástico nacido en Chihuahua. La mirada del público se concentra primero en un grupo de imágenes en las que un perro es azuzado con el fin de congelar un instante decisivo, en el cual la fiereza del can quedara registrada. Al observar la hoja de contacto y algunos fotogramas elaborados por Leo Matiz en 1945, el público se percata de la presencia del perro colérico; posteriormente “descubre” al encrespado can en una litografía que lleva como título El mastín (1946) y más adelante, lo mira de nuevo en el mural que representa la tortura de Cuauhtémoc (1950).
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Al salir de la sala Siqueiros, el visitante recorre un pasillo para contemplar el mural Tormento de Cuauhtémoc y Apoteosis de Cuauhtémoc y al otro lado logra admirar el mural Nueva Democracia y el tablero Víctima del fascismo, obras creadas por este muralista que se exhiben de forma permanente en el MPBA. Al entrar a la Sala Tamayo, el público se detiene ante un conjunto de fotografías. La mirada del visitante se topa con hojas de contacto y positivos –todas impresiones de época–, en las que destacan las figuras del modelo Víctor Arrevillaga y de Angélica Arenal, esposa de Siqueiros. Como en una suerte de secuencia cinematográfica, la atención va recayendo en las tomas de medio cuerpo en las que Arrevillaga aparece con las manos atadas. Esta imagen sirvió como boceto para la obra Nuestra imagen actual (1947).
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Más adelante, el visitante encuentra una amplia vitrina en la que se exhiben seis documentos de época con los que se trata de dar cuenta del desencuentro entre estos personajes. Sin embargo, no se comprende la omisión a un texto tan importante publicado por Antonio Rodríguez en la página principal de la segunda sección del diario El Nacional, el 16 de noviembre de 1947. Si en la muestra del MPBA se incluyó la réplica que el propio Alfaro Siqueiros, publicó un mes más tarde en el número 102 de la Revista de América (diciembre de 1946), ¿por qué no se incluyó el escrito de uno de los personajes relevantes de esta historia, que admiró el trabajo de Matiz y que escribió una crítica que dio pie a la furiosa réplica escrita por el propio Leo en el número 101 de Revista de América? Lamentable.
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El papel de Francisco de Paula Oliveira, conocido en México con el sobrenombre de Antonio Rodríguez Díaz Fonseca, “referente necesario en nuestra historia cultural, en la fotohistoria y en la crítica fotográfica”, como afirma Monroy Nasr, fue ignorado por ambas curadurías.
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Queda como obligación de los historiadores de la fotografía exponer algunos entresijos de la rica y variada trayectoria de Leo Matiz en México. Es necesario además profundizar en aquel incidente que hace setenta años distanció a Matiz y a Alfaro Siqueiros, pues ese desencuentro entre Pintura y Fotografía nos remite a las reflexiones sobre Ut pictura poesis, de Quinto Horacio Flaco, que remarcaban las diferencias entre las artes visuales y la poesía. En este caso, las reflexiones también abordan el papel de la fotografía como documento visual, testimonio histórico, como boceto para el uso de otros artistas, o bien como una imagen que es capaz de ofrecernos experimentaciones estéticas.
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Lejos de una narrativa épica que nos lleve sólo a la creación de un mito, es necesario incluir el nombre de Leo Matiz en la historia de la fotografía mexicana como una forma de reconocer las aportaciones de un hombre aventurero, un reportero comprometido y un excelso fotógrafo con sensibilidad y ansias de información, enamorado de un México que primero existió en sus recuerdos, pero que después se impuso en su vida particular con todas sus contradicciones.
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FOTO: Carcajada. 1958. Plata sobre gelatina. / Cortesía Colegio de San Ildefonso / Fundación Leo Matiz
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