León Ferrari: el arte como arma política
POR ANTONIO ESPINOZA
Parece un lugar común, pero creo que el adjetivo más adecuado para definir la obra de León Ferrari es: “provocadora”. El artista argentino, quien murió a los 92 años de edad el pasado 25 de julio, fue un provocador. Lo fue en 1965, cuando presentó en el Premio Di Tella la instalación: La civilización occidental y cristiana, sabiendo bien que se trataba de una bomba para el crítico Jorge Romero Brest, quien no quiso meterse en broncas y rechazó la pieza. Y es que la obra de Ferrari era (es) radical en su discurso antiimperialista y antieclesiástico. Por eso provocó tantas manifestaciones de rechazo. Recordemos lo sucedido con su exposición retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires (2004-2005): grupos numerosos de la sociedad bonaerense protestaron e irrumpieron en el recinto exigiendo la clausura de la muestra. Hubo también expresiones de apoyo al artista, pero la exposición (curada por Andrea Giunta) fue clausurada por la autoridad, luego fue reabierta y finalmente, con el consentimiento de Ferrari, cerrada antes de que concluyera su vigencia.
Exploración vanguardista
La avanzada neovanguardista de los años sesenta no fue ajena a la América Latina. Dice la doctora Shifra M. Goldman que Argentina fue el país sudamericano que encabezó aquella “era de exploración vanguardista”. La historiadora norteamericana subraya el papel importante que desempeñó el crítico de arte y promotor Jorge Romero Brest como director del Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato di Tella, quien llamó la atención de los artistas argentinos hacia las nuevas tendencias vanguardistas. Años después —continúa la doctora Goldman— Jorge Glusberg sustituyó a Romero Brest como promotor. Exitoso hombre de negocios y antiguo discípulo de Romero Brest, Glusberg fundó el Centro de Arte y Comunicación (CAYC), que promovió a los artistas argentinos en todo el mundo y financió numerosas publicaciones (Shifra M. Goldman, Perspectivas artísticas del continente americano. Arte y cambio social en América Latina y Estados Unidos en el siglo XX, México, UACM/Cenidiap/INBA/CNA, 2008, p. 44). Fue un mecenazgo privado que contribuyó enormemente a la difusión de la avanzada artística de los años sesenta en la Argentina.
La estrategia de los dos Jorges dio frutos: a mediados de la década, varios artistas argentinos habían logrado reconocimiento en Nueva York y París, y ganaban premios en toda América Latina. Buenos Aires fue un laboratorio vanguardista con numerosos artistas que construyeron sus lenguajes transgrediendo los géneros tradicionales. Dentro de ese contexto vanguardista hubo una tendencia radical: el “arte político”, con practicantes como Oscar Bony, Roberto Jacoby, Roberto Plate, Juan Pablo Renzi y Pablo Suárez, entre otros. Es la época de la revolución y el arte debe ser parte fundamental del cambio social. Aquellos jóvenes artistas se expresaron a través de las acciones-eventos, el environnement, la instalación y la intersección del arte y de la escritura. “Se trataba de cierta vertiente del arte de concepto muy diversa del conceptualismo lingüístico y tautológico de Kosuth o del grupo Art & Language” (Jorge López Anaya, “Más allá del radicalismo político en el arte argentino”, Art Nexus, n. 28, abril-junio de 1998, p. 76).
Postura antieclesiástica
El gran pionero del arte político fue, sin duda, León Ferrari (Buenos Aires, 1920-2013), quien rebasaba entonces los cuarenta años. El artista argentino había presentado su primera exposición individual en Milán (1955), cuando radicaba con su familia en Italia. Aquellos fueron años de experimentación y búsqueda de un lenguaje personal. A partir de 1963 comenzó a realizar collages con fotografías y reproducciones de imágenes religiosas. De 1964 es Cuadro escrito, la descripción de una obra que nunca realizó y que hoy podemos considerar como uno de los primeros ejemplos de arte conceptual. En el Premio Di Tella de 1965 presentó su obra objetual: La civilización occidental y cristiana, integrada por la réplica en plástico de un avión de caza FH 107 y un Cristo de santería, colocado sobre el fuselaje y las alas del
aparato. La pieza era una denuncia de la Guerra de Vietnam y contra la religión del mundo “occidental y cristiano” que, según él, la propiciaba. Y ya sabemos que la obra no fue exhibida por orden de Romero Brest, quien con su actitud garantizó a Ferrari el camino a la fama.
Gran parte de la obra de Ferrari tiene como objetivo denunciar la guerra, la violencia en general y las distintas formas de intolerancia. En sus pinturas, esculturas, dibujos, collages, heliografías y obras objetuales buscaba demostrar, de múltiples maneras, que el fundamento de la violencia en Occidente radicaba en sus textos sagrados, algo por demás cuestionable. Lo interesante es que hasta el final de su vida mantuvo su postura antieclesiástica, lanzando dardos venenosos contra la Iglesia. En una de sus series más celebradas, Relecturas de la Biblia, subvirtió obras consagradas del arte, de temática religiosa, con imágenes sexuales y de artefactos bélicos. En una de las piezas colocó el Cristo de El Juicio Final de Miguel Ángel sobre un sexo femenino. Estaba convencido de que el origen de todos los males en el mundo occidental radicaba en la religión católica, por lo que había que atacarla y cuestionar su autoridad. Tal fue el sentido también de la serie L’Osservatore Romano (2000-2001), en la que intervino las portadas del diario del Vaticano.
Ferrari dijo alguna vez: “el sexo es un homenaje a Dios”, algo inaceptable para millones de católicos en todo el mundo. Pero el artista argentino era un provocador que concibió el arte como un arma, un instrumento de transformación de la sociedad. Hoy podemos decir que esta vieja idea vanguardista (la utopía estético-social de las vanguardias) ya pasó a la historia. Por ello mismo tenemos que ubicar la obra de Ferrari en su contexto histórico, para poder entenderla. Compartamos o no sus posturas radicales, es de celebrar que haya existido un artista como él, capaz de cuestionar el poder y provocar escándalos por aquí y por allá. Afortunadamente, al final de su vida fue muy reconocido. Tuvo exposiciones importantes en todo el mundo y recibió el León de Oro en la Bienal de Venecia (2007). En México pudimos apreciar su obra en una exposición que se presentó en el Museo Carrillo Gil de la ciudad de México en 2008.
FOTOGRAFÍA: De la serie “Relecturas de la Biblia”/ Cortesía/Museo de Arte Carrillo Gil.
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